El sendero meditativo del Haikú en Watanabe |
El
sendero del Haikú en la poesía de José Watanabe es como un caminito
empedrado y sinuoso, fabricado por dos materiales básicos un tanto
escasos por su naturaleza filosófica, pero sólidos por la riqueza
interior. Estamos hablando del Budismo y el Tao, los que dan origen al
Zen, el cual a su vez, deviene estéticamente en el Haikú. El presente
trabajo aspira a introducir al lector en una filosofía meditativa y a una
estética contemplativa, de reverencia a la naturaleza a partir de 3
poemas de José Watanabe: “Imitación de Matsuo Basho”, “Mi ojo
tiene sus razones” y “El anónimo
(alguien, antes de Newton)”, los tres del poemario El Huso de la
Palabra, los que ejemplifican la cercanía de este sensible
escritor, con la filosofía mística oriental del Japón. 1.
Escucha el silencio del Haiku Hablar del Haikú es ir mucho más allá de su medida sencilla de tres versos con 17 sílabas y su canto a la naturaleza. El Haikú forma parte de la concepción oriental de la totalidad del mundo, cuyo origen se basa en el Tao, Budismo y el Zen. Los poetas japoneses sienten una fascinación y reverencia por la naturaleza, por el misterio de la vida y se integran con ella para expresarlo a través de la contemplación y el silencio meditativo. |
“Sentado en silencio sin hacer nada, llega la primavera y la hierba crece por si sola” |
El Haikú
de Basho es contemplación sin interferencia. Inacción pura. Lo que Lao Tse ha llamado wu wei: acción a través de la inacción. Es
un estado en el cual no quieres dirigir, ni interferir. Sólo permites que
las cosas pasen. No estás manipulando, ni ejecutando ninguna ideología.
Eso es el Haikú.
Basho,
su máximo exponente, diría que el “Haiku es el camino del Zen”. La
comunicación pretende enriquecerse de un mensaje trascendente. El yo poético
expone al oyente ese contenido de conciencia suprema ante este encuentro
con lo cotidiano y natural. Esto le da una libertad poética y confianza
con el lenguaje en su relación con el mundo. La naturaleza obedece a un
orden cósmico, divino y el Haikú busca formar parte de esa danza
universal. Basho
tenía una concepción animista de la naturaleza. El Haikú intenta
evocarla con admiración. ¿Qué decía el Haikú anterior?
Que la hierba crece.
No hay metáforas que la engrandezcan. Todo es espontáneo. De ahí la
palabra natural. No necesitas jalar la hierba para que ésta florezca. El
acontecimiento surge y el Haikú está ahí como una presencia, como un
testigo. El
Haikú sería lo que Valverde (1969:211) señala como panteísmo lírico
con relación a la lírica española-
“El poeta, asume en si el mundo para absorberse en la contemplación de
su esfericidad, igual que un pequeño Dios. Y en el arte, su poesía, se
hace modo de ser, forma de contemplación del universo y de existencia”[1]
Para Octavio Paz (1993:34) “El
Haikú de Basho es un círculo de silencio y
recogimiento. Manantial de agua oscura y secreta”[2] Para Carlos Fleitas (2000), “la vía hacia el Satori pasa por el Haikú como profundización de la realidad y liberación definitiva.”[3] El Satori es el vislumbre del Samadhy o iluminación, estado último de la “no mente”. También llamado: “El Despertar”, porque se conoce el saber último y trascendental. Hay una cita de Nukariya (1913) que explica qué es la iluminación o Samadhi y ésta dice: |
“Es la luz divina, el cielo interior, la llave de todos los tesoros morales, la fuente de toda influencia y poder, la sede de la bondad, justicia, compasión, amor imparcial, humanidad y misericordia, la medida de todas las cosas. Cuando esta sabiduría más recóndita se despierta plenamente, somos capaces de comprender que todos y cada uno de nosotros somos idénticos en espíritu, en esencia, en naturaleza con la vida universal…El despierta la naturaleza moral, abre los ojos del espíritu, desarrolla la nueva capacidad, señala la misión, y la vida deja de ser el océano de nacimientos, enfermedad, vejez y muerte, y el valle de lágrimas, para convertirse en el santo templo de Buda, en la Tierra Pura, en la que puede gozarse la bienaventuranza del nirvana”[4] |
En este sentido, el arte de Basho es sustancialmente contemplativo, meditativo, interior, místico y se define como una búsqueda. Para Watanabe, en el Haikú de la rana nace un gran silencio.[5] |
Un
viejo estanque: salta una rana ¡zas! chapalateo. |
Para
Octavio Paz (1954), a partir de estos versos de Basho, surge la iluminación
poética[6].
Un viejo estanque, un silencio, la tranquila contemplación y luego salta
la rana. No hay ninguna descripción o parloteo. El Haikú pretende
reflejar la vida misma, el instante perfecto, el “aquí y ahora”. La búsqueda
del presente es la búsqueda de la eternidad. Vivir
en el presente es estar en el “aquí y ahora”. No estoy preocupado
por el pasado, ni por el futuro, porque en el presente encuentro la
totalidad y todo lo que necesito en este momento. El que vive en el
presente no juzga, no divide, no
delimita, sino que se funda en el instante, porque cada momento es único
e irremplazable. Se
trata de bloquear la mente dualista. Para poner un ejemplo: si bebo un
vaso con agua, bebo un vaso con agua; si hablo con un amigo, hablo con un
amigo y lo hago totalmente, con todo el ser, sin pensamientos dualísticos
que me muestren sólo una parte, asesinando con la mente conceptual
intelectiva. Yo no me alimento y pienso en mi amigo o cuando estoy con mi
amigo pienso en el alimento. Cada momento obedece a lo que debo hacer. Y
así, lo más natural y cotidiano se ofrece como una nueva realidad, una
totalidad que se enriquece en el instante, porque mi mente no se dispersa,
sino que está conciente de que el instante está la eternidad y la llave
hacia la sabiduría. La
contemplación del Haiku unifica los sentidos. Es una mirada trascendente
que penetra la realidad. Watanabe nos dice que cuando su padre empezó a traducirle los primeros Haikús, quizás no entendió la trascendencia del mensaje, pero lo que si dejó claro es que percibía un espíritu conciso, coloquial. Presentía un silencio que lo sobrecogía. |
Cuando
miro con cuidado veo
florecer la nazuna junto al seto |
En
este Haikú, el yo poético observa la flor y se queda extasiado. Incluso
el mismo acto de mirar lo realiza con cuidado, porque aquel instante de
contemplación es demasiado pleno, fugaz y único. Por lo tanto, entre
signos de admiración, empieza con el verbo: “veo” y luego sigue el
silencio…, no ejecuta ninguna otra acción… Susuki
(1964:10) dice: “Oriente es
silencioso…pero el silencio oriental no significa sencillamente quedarse
sin palabras…El silencio, en muchos casos, es tan elocuente como las
palabras…[7] Osho
(2004:16) dice que “El Haikú
aspira a captar el momento, el “aquí y ahora”, de una forma tan
radical que los límites entre el observador y lo observado, el sujeto y
el objeto se disuelvan, para procurar, en sus mejores manifestaciones, una
experiencia mística de no dualidad, de totalidad”[8] ¿Qué
influencia tiene el Haikú en la poesía de Watanabe? La
búsqueda de lo natural, del instante y de la totalidad. Quienes lo acusan
de facilismo, simplemente no reconocen la simplicidad de Haikú. Su mente
aún está llena de convencionalismos. Esa esquizofrenia entre fondo y
forma.
La poesía de José Watanabe simplemente describe. El yo lírico es
un espectador genuino que busca desprenderse de todo artificio poético.
No es únicamente un simplismo carente de figuras o una poesía cargada de
oralidad. En
el poema: “El
anónimo (alguien, antes de Newton)”,
la descripción de la caída de la piedra por la fuerza de la gravedad
es la descripción de la caída de la piedra por la fuerza de la
gravedad. La voz poética sólo observa el espectáculo: “yo me contento
con haberlo visto/No tuve palabra y esa falta no me desconsuela” y no lo
desconsuela, porque no aspira a que la palabra tenga un lugar importante
en el poema, sino se espera que la experiencia sea la que ocupe el espacio
y llene de significación el signo. 2.- “Mi ojo lo veía
todo, no descartaba nada” El
Haikú se sustenta en una concepción Zen del mundo. El Zen es un sistema
filosófico altamente intelectual y profundamente metafísico. Es la unión
del Budismo y el Tao, junto con elementos
yoguis y tántricos. Se originó dentro de la sexta Mahayana del Budismo,
atribuyéndose su fundación al legendario maestro Bodhidharna de la
India, de cuya existencia se duda. El Zen pasó de la India a la China y
fue en Japón donde logró su mayor esplendor. La
historia del Zen es hermosa: se cuenta que Gautama frente a sus discípulos
cogió una flor y la sostuvo en silencio. Ellos esperaban un sermón y no
había más mensaje que la flor en las manos del maestro. Los discípulos
estaban contrariados ante su incapacidad para comprender el mensaje. El único
que respondió fue Kasyapa, quién esbozó una hermosa sonrisa frente a la
flor, alcanzando la iluminación. Ese día, en el Pico del Buitre, nació
el Zen. La
filosofía Zen plantea
un mecanismo de confianza hacia la vida a través de sus diversas prácticas
meditativas. Muestra una temática de integración e ideológicamente
propone respuestas coherentes hacia el porqué de las interrogantes
fundamentales: ¿Por qué nacemos? ¿Para qué nacemos? Ofrece una suerte
de renacimiento para el hombre al plantearle la necesidad de volver a sus
raíces primigenias. Inculca el ominismo, encontrar la perfección en sí
mismo. Muy distinto a la
concepción occidental que ofrece un Mesías como puente de realización.
El Budismo y todas sus vertientes, sobre todo el Zen, plantean encontrar
lo divino en nuestro interior. El
Zen enseña simplemente a buscar la trascendencia espiritual en las cosas
sencillas y viviendo una vida natural.
El Zen tiene una fuerte influencia taoista, porque es la unión de
la India y China. El taoismo es una religión nacida en la China y tiene
como su fundador a Lao Tzé. Entre sus postulados hallados en el Tao –
Teh – King, escritura sagrada, se encuentra la búsqueda del annatta o
vacío. Para el Tao, sentirse vació significa estar como un “bambú
hueco”. Estás vacío y como la vida no soporta la oquedad, automáticamente
te llena de cosas maravillosas. El Tao en el tercer libro dice: “El Tao
es una vasija vacía y su uso es inagotable, insondable.” Osho
(2000:87) dice: “Tienes miedo a tu ser, al vacío, así que impones un
carácter que te rodea”[9].
La forma de las palabras es una armadura. Watanabe quiere quebrar esa
armadura y no tiene miedo al vacío. El
Zen piensa que somos esclavos de las palabras y la lógica. Si queremos
ver algo trascendente, que nos lleve hasta nuestra felicidad espiritual,
debemos liberarnos de nuestras condiciones mentales y para esto es
necesario lograr un nuevo punto de vista, debemos desmantelar nuestro
razonamiento tradicional. Y en este sentido el Zen es radical. Un maestro
Zen podía emplear los métodos más irracionales para que su discípulo
alcanzara el samadhy o iluminación, máximo estado de perfección al que
aspiraran los discípulos budistas zen. Una
discípula alcanzó el samadhy, cuando se derramó el envase de agua que
transportaba. Otro discípulo alcanzó la iluminación, cuando su maestro
le cortó un dedo; otro, cuando fue arrojado por la ventana. El
Zen aparentemente es irracional. Es una locura. Pero en medio de ella
habita una técnica, que también es una no técnica. Esta consiste en
desmantelar nuestra mente. El
Haikú es una poesía que busca la belleza a través de
una comunicación simbólica con la naturaleza. La poesía es
contemplación y transparencia. Intenta reflejar los misterios de la vida
sin demasiado análisis retórico, simplemente describe, pero en su
describir va más allá, encierra un silencio. Los signos conservan un
misterio, no pueden ser descifrados intelectualmente. En el Zen, un
maestro hacía una pregunta sin aparente sentido racional para despertar
en el discípulo un extrañamiento que rompiera sus barreras lógicas. El
Koan son sentencias complejas, que encierran un
significado oculto, que buscan quebrar las estructuras mentales de los
discípulos para lograr su despertar. El
poema de José Watanabe “Mi ojo
tiene sus razones”. El
yo lírico vincula el ojo metonímicamente con la mente, como la
capacitada para decidir, pensar y elegir. “Creo
que mi ojo tiene un arbitrario criterio de selección”. El ojo
decide según sus juicios y se olvida del resto, no alcanza la totalidad. “Obviamente
hubo más paisaje alrededor/Imposible que sólo fuéramos ella y yo en el
rompe olas”. El
yo poético reconoce su condición mental, porque dice: “Soy de
repeticiones como todos” y ante esta condición acepta una oscuridad,
una falta de capacidad para reconocer lo real y confundirse entre las
apariencias: “Entonces puedo
suponer que si hubo niebla.” El
poema es una forma de adiestramiento en donde el hablante quiere
comunicarle una verdad trascendental de la realidad a la protagonista: “Le
dije botes en la bruma pueden ser sólo reflejos, espejismos, / y le
mencioné el antiguo haikú de Harumi: Entre la niebla/toco el esfumado
bote./Luego me embarco.” El
Haikú de Harumi revela una condición de simpleza natural. Entre la
niebla, primero toco, luego me embarco. Lo contrario sería desastroso. En
medio de las apariencias uno debe distinguir lo real y no confundirse. El
bote no se ve, pero eso no quiere decir que no exista, ha sido encubierto
por la niebla, como símbolo de la ignorancia o desconocimiento. Si hubo sol/ le tomé
fotografías con el hueco de la mano y acaso la azoré/diciéndole: posa
con los senos hacia el viento,.” A
través de sus manos, el yo lírico toma
fotografías. Éstas pueden ver a través del tacto. La sensorialidad se
vuelve latente en el poema. Los senos, como símbolo femenino y erótico;
junto con el viento, como espacio de libertad no sólo interior, sino
exterior, dan libertad. El
sol se opone a la niebla. El poema entra en un contraste, una oposición,
porque luego el hablante señala “Si pasaron gaviotas y ella las admiró, le recordé/ que eran aves
carniceras y que únicamente su feo canto es honesto./ Mi ojo todo lo veía,
no descartaba nada.” El
hablante busca comunicarle una nueva forma de entender el mundo, una
suerte de adiestramiento a manera de una relación: maestro – discípulo. Cuando
hablamos de los opuestos, nos referimos a los extremos: ser y no ser;
cielo, infierno. OSHO (2000:32), filósofo y místico
oriental, reflexiona sobre los opuestos con estas palabras: |
“Cómo
es posible el cielo sin infierno…son complementarios, existen juntos;
son aspectos de la misma moneda. No elijas, disfruta con ambos. Permite
que existan los dos, crea una armonía entre los dos. No elijas. Entonces
tu vida se convertirá en una armonía de los opuestos y esa es la vida más
grande que es posible.”[10]
|
Con
relación a los opuestos, Lao Tzé señala que son |
“La
vida es interdependiente: no puedes ser dependiente ni independiente,
ambos son extremos. Justo en el medio, donde la vida es un equilibrio, está
la interdependencia. Todo existe con todo lo demás, todo está conectado
mutuamente, daña a una flor
y estarás dañando a una estrella. Todo está interconectado, nada existe
como una isla”[11](Osho:32)
|
En
la totalidad, los opuestos se destruyen y se encuentran a su vez. Ellos,
realmente no se contradicen, sino que se complementan. Ser y no ser son
interdependientes en el crecimiento, porque ambos encuentran un punto
medio en donde se funden y vuelven a ser una fuente, un manantial verbal
en donde el hablante se despliega libremente. “Mi
ojo lo veía todo, no descartaba nada”. El hablante lo dice a manera
de sentencia, de sutra. “Hubiera
querido inscribir mi poema en todo el paisaje, / pero mi ojo,
arbitrariamente, lo ha excluido” Cuando
no existen los extremos, se vive totalmente. Octavio Paz (19993:50) dice
que “Hay un momento en que todo
pacta. Los contrarios no desaparecen, pero se funden por un instante. Es
algo así como la suspensión del ánimo: el tiempo no pesa. Los
Upanishads enseñan que esta reconciliación es “annata” o deleite con
el uno”[12]
El
poema por momentos expresa la totalidad, pero los ojos que representan a
la mente dualística lo impiden. Ramiro Calle
(1970:13), con relación a la mente señala: |
“¿Dónde
está la limpieza? ¿O la suciedad? ¿Dónde lo negro? ¿Dónde lo blanco?
En la mente. Más allá de la mente dualística – conceptual están las
cosas, únicamente las cosas, sin calificativos, sin etiquetas, sin
clasificaciones, sin categorías… ¡Oh, vocablos tediosos y molestos![13] |
Al
respecto, Susuki (1973:81) manifiesta que en la Edad Media, un padre
cristiano dijo ¡Pobre Aristóteles! ¡Descubriste para los herejes el
arte de la dialéctica, el arte de construir y destruir, el arte de
discutir todas las cosas y no realizar nada”[14] Osho
(2001:23), quien trajo muchas de las enseñanzas budistas a occidente
dijo: |
“La
mente es la enfermedad. ¿Cómo se llama esta enfermedad? Su nombre es
Aristóteles, o si prefieres que realmente parezca una enfermedad puedes
llamarla «aristotelitis». Así suena totalmente como una enfermedad. ¿Por
qué es Aristóteles la enfermedad? Porque dice: «O esto o lo otro. ¡Elige!».
Y elegir es la función de la mente; la mente no puede existir sin elegir.
Al elegir caes en la trampa, porque siempre que eliges lo haces en contra
de algo. Si estás a favor de algo, tienes que estar en contra de algo; no
puedes estar solamente a favor ni puedes estar totalmente en contra.
Cuando el «a favor» entra, el «en contra» le sigue como una sombra.
Cuando aparece el «en contra», el «a favor» aparece también; oculta o
abiertamente.”[15] |
La
cultura occidental esta dirigida a elegir, tomar ciertos caminos y
descartar otros. El Zen acepta la naturaleza de las cosas y no escoge. Así
trasciende el dualismo bien - mal, estético - no estético. Es así que
su ojo lo veía todo, porque ve lo feo y bueno como una totalidad. 3. La
rebeldía y la imitación de Matsuo Basho ¿Quién
es el verdadero rebelde? El verdadero rebelde es aquel quien vive la vida
totalmente. Pero hay dos
clases de totalidad: una horizontal y otra vertical. La horizontal es
lineal y se asemeja al corredor de autos que empuja al máximo el
acelerador sin rumbo fijo. La totalidad vertical es la del Zen. Se vive
plenamente pero concientemente, despierto, atento. Esto es ser rebelde,
porque la verdadera revolución es interior, no exterior. El
revolucionario deja de ser un esclavo del tiempo, de las apariencias, de
las expectativas, de la sociedad, del dinero, de la muerte, del que dirán,
de su mente e incluso de Dios. Esa es la esencia del Zen: El coraje. ¿Y por qué el coraje, y por qué la rebeldía? Porque para el Zen, la vida es sinónimo de inseguridad. Esa es la naturaleza de la vida, nada está dicho, nada se puede predecir. La humanidad busca seguridad en sus leyes, en el bienestar, en la moral, en Dios. Quiere alcanzar una vida estable, pero siempre puede suceder algo que nos sorprenda, de ahí la importancia de la espontaneidad. Hay un poema que dice: |
No puedes ser sincero
si no eres valiente No puedes ser amoroso
si no eres valiente No puedes confiar si no
eres valiente No puedes investigar la
realidad si no eres valiente Por tanto, la valentía
va primero y todo lo demás va después[16] |
Osho
(2005:11) dice que la vida tiene sus propios razonamientos; va por su
propio camino sin detenerse. Tú tienes que escuchar a la vida, la vida no
tiene porque escucharte a ti, no le interesan tus disquisiciones.[17] Recordando
el Haikú de la hierba que crece sin interferencia. Vemos como ésta sigue
el camino del Tao y en ese sentido tiene coraje. La hierba solo permite
que suceda el crecimiento. Esa es la más grande valentía, la mayor
rebeldía. Nunca se puede derrotar a alguien que está dispuesto a ceder.
Permitir es rebeldía. ¿Y
esto no tiene que ver con la sumisión? La respuesta es si y no. No
olvidar que el Tao es el camino intermedio. Hay
una historia de Dandamis y Alejandro Magno que habla al respecto. Dicen
que cuando el conquistador llegó a la India, quería llevarse a manera de
souvenir un verdadero sannyasin. Los sannyasines son renunciantes. Hombres
comprometidos con la meditación y a descubrir el tesoro más grande: su
propio ser. Alejandro mandó a sus generales a que
invitaran a Dandamis, uno de los más grandes sannyasines de
aquellos tiempos, a acompañarlo hacia su imperio. Alejandro les dijo a
sus generales que fueran educados, pero que si el sannyasin no cedía,
utilizaran otros recursos que lo intimidaran. Pronto los generales
llegaron donde Alejandro Magno para informarle que Dandamis se negaba a
seguirlos, porque simplemente el viaje no le interesaba, a pesar de los
lujos que se le ofrecía y además, no lo motivaba viajar con un hombre
que se autoproclamaba: “El Magno”, adjetivo que le parecía ridículo,
cuando oprimía a tantos pueblos. Alejandro Magno estaba contrariado,
ofuscado, molesto. ¡No lo podía creer! Fue dispuesto a llevarlo a la
fuerza, presionándolo con matarlo o llevándolo atado. Cuando
estuvo ante su presencia, no pudo matarlo, ni siquiera tocarlo, aunque
pudo haberlo hecho. El hombre estaba desnudo, cerca al río meditando, dócil,
manso. Pudo cortarle el cuello. Nunca opuso resistencia, pero... ¿Para qué
le servía un sannyasin muerto? Ese hombre vivo era tan hermoso. Sus ojos
encerraban la vida misma. Hasta un hombre calculador como Alejandro Magno
pudo darse cuenta, que ese hombre era un diamante. Así fue como el
sannyasin derrotó al “Magno” Alejandro. Y ese es el camino del Tao:
ceder y no ceder. En
el poema “Imitación de Matsuo
Basho”, que a su vez es narración. Se dice que la poesía debe
insinuar, pero también con un poco más de palabras podemos no perder
“ese no se qué” del que hablaba Bousoño.
En
el poema - narrativo se cuenta una historia de amor entre dos jóvenes
rebeldes y audaces, que contrariaron una antigua moral y huyeron, vivieron
su amor fuera del matrimonio en una posada, lo que en aquellos tiempos era
inmoral, para finalmente casarse (“Nuestro hogar ha sido tardíamente
consagrado”) El hablante, termina la historia con un Haikú: |
En la
cima del risco retozan
el cabrío y su cabra. Abajo, el abismo |
Antes
del Haikú, el amante evoca la aventura. Dice que quisiera volver a la
posada y colgar los versos del Haikú detrás de la puerta del cuarto que
los albergó, porque quizás vivió un momento de rebeldía que añora.
Fue algo puro. La sociedad les impedía estar juntos y ellos dejaron
aquello, huyeron de la moral de sus tiempos. Y escuchen estas líneas:
“Nunca traicioné otras grandes verdades porque quizá no las tuve,
excepto el amor que me hizo edificar una casa, excepto el amor que nunca
debió edificar una casa” El
amor fue la fuerza, el motor del coraje, la rebeldía. El amor no entiende
de moral. Para la moral amar a una mujer que no es tu esposa es pecado,
pero para el amor no lo es. Pero a su vez, por amor luego tuvo que ceder.
La sociedad es así, no para hasta conseguir lo que le conviene. Si la
amas, tienes que casarte. Por eso la reflexión del hablante: “El amor
que nunca debió edificar una casa”. La casa representa la sociedad, el
carácter, las reglas, la forma. Finalmente, la antigua moral venció.
Pero aún le queda el recuerdo de aquella rebeldía, por eso quiere colgar
el Haikú. En
la cima, en lo alto, muy arriba está el amor, la pareja, la celebración.
Abajo, en lo más profundo, en el abismo están, “las buenas maneras”. 4.- Conclusión:
La
filosofía japonesa del Zen y el Haikú son el sustento ideológico y estético
de la obra de Watanabe. Su poesía refleja una forma sencilla de concebir
el mundo, de una manera contemplativa, silenciosa y de reverencia. El yo
poético se sitúa desde una posición de testigo, observador. No
interfiere, solo describe lo que sucede, dándole mayor importancia a la
acción narrativa, buscando el instante, el presente. Se
observa una postura de rebeldía en el lenguaje. La narratividad, la anécdota
en su poesía, buscan describir el mundo que observa y encuentra en lo
cotidiano, lo trascendente. Un vivir rebeldemente dejando que los
acontecimientos, la descripción suceda. La
naturaleza animiza el paisaje. El mar, los animales, las montañas, no son
únicamente un lirismo, sino que ofrece un misterio, un orden y el
observador, el hablante, quiere formar parte de ese orden. No quiere
negarlo, sino que quiere integrarse, fundirse con él. Cuando
en el Frontis de El huso de la palabra, José Watanabe se hace la
pregunta de por qué escribe cómo escribe. Él no da una respuesta
precisa. Solo menciona que su padre le leía Haikús cuando era niño y
que si bien no los podía entender, percibía, que había un silencio, una
transparencia y que dicha supuesta sencillez, decía mucho. Esperamos que
con el presente trabajo, si bien no se pretende develar el misterio, por
lo menos podamos causar cierta curiosidad.
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[1]
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Ediciones Guadarrama. Madrid, 1969. P. 211. [2]
PAZ,
Octavio. Ventana a Oriente, Letras Mexicanas. México,1994.p.34. [3]
FLEITAS, Carlos. Isa y Basho las dos cara del samsara
http://usuarios.netgate.com.uy/carlosfleitas/issa.htm [4]
NUKARIYA, Kaiten. The religión of the Samurai, 1913
http://www.sacred-texts.com/bud/rosa/ [5]
WATANABE, José. El Huso de la palabra. Editorial Colmillo
Blanco, Lima, 1989, p.7. [6]PAZ,
Octavio. Las perlas del olmo. Universidad Autónoma de México,
1957 México,
1954 [7] Ibidem. [8]
OSHO, Vislumbres de una infancia dorada. Madrid, Gaia Ediciones,
2004
[9]
OSHO.
Los tres tesoros del Tao. Buenos Aires, Editorial Sirio, 2000,
p.87 [10]
OSHO.
Ob. Cit., p.35. [11]
OSHO.
Ob. Cit., p.32. [12]
PAZ,
Octavio. El Arco y la Lira. México, Letras Mexicanas, 1993,
p.50. [13]
CALLE,
Ramiro. Introducción al Zen y al Lamanismo. Ediciones Cedel,
Barcelona, 1970. p. 13. [14]
SUSUKI, Daisetz. Introducción al Budismo Zen. Santa
Fe, Editorial Kier, 1973 p.81. [15]
OSHO. El libro de la nada. Madrid, Editorial Gulap, 2001. p.23. [16]
OSHO.
Coraje: la alegría de vivir peligrosamente. Bogotá. Grijalbo,
2005,p.11 [17] Ibidem |
Ana Elena Costa Neyra
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