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Nuestro fin de semana |
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PERSONAJES
Beatriz
─
Raúl ─
Alicia ─
Elvira ─
Daniel ─
Sara ─
Carlos ─
Jorge ─
Fernando EL
SÁBADO ESCENA
I LAS
CUATRO DE LA TARDE (Toda
la obra se desarrolla en el mismo escenario; el patio interior de la casa
de RAÚL y BEATRIZ, situada en el
sector alto de San Isidro, en la provincia de Buenos Aires. Una medianera
y una glorieta, que cubre una parte, le dan un aspecto íntimo, acogedor.
A la derecha, dos
escalones más arriba, la sala posterior de la casa, usada como comedor
diario o sala de estar. A foro, en el extremo del patio que limita con la
casa, una salita a la calle y que no se ve. En el centro del patio, una
mesa pequeña y varias sillas. En la sala, de frente al público, una
heladera eléctrica; junto a la pared de la derecha un aparador y más al
centro una mesa. Detrás del aparador, una salita que da al comedor de la
casa, a la cocina y a la calle; delante, otra que conduce a los
dormitorios. Al levantarse el telón son las cuatro de la tarde de un sábado
a fines de noviembre, prematuramente cálido. En escena se hallan BEATRIZ
y ELVIRA, su hermana, quien cose unas prendas, mientras aquélla hojea una
revista de modas femenina. Durante un prolongado momento permanecen
en silencio, aparentemente lejanas una de otra.) ELVIRA
─
(Para sí, con un suspiro.) Ya estamos a fin de noviembre. Pronto
llegarán las fiestas y se acabará otro año.
¡Dios mío, qué rápido se pasó! (A
Beatriz.) ¿No te resultó corto el año? BEATRIZ
─
(Distraídamente.) Como
todos los demás... ELVIRA
─
Este año pasó como un soplo (Pausa.)
Creo que no podría recordar nada de lo que hice estos once meses. El
primero de año la pasamos en la casa de la familia de Raúl... y la
Navidad también. Fueron dos reuniones muy agradables... ¡El papá de Raúl
es tan divertido! (Pausa, luego algo patética.) ¡Dentro de un mes volverá a ser
Navidad!... ¡Oh, es horrible que se vaya así la vida! BEATRIZ
─
¡Elvira! Estás hablando como si fueras una vieja! ELVIRA
─
Es que ya soy una vieja, Beatriz. BEATRIZ
─
¡Tonterías! No me llevás más de dos años y yo me siento muy joven. (Le
muestra un modelo.) ¿Te gusta para mí? ELVIRA
─
Sí, es lindo; un poco escotado quizá. (Beatriz
prosigue hojeando la revista y se hace un prolongado silencio.) Beatriz...
estuve pensando... voy a tener que conseguirme un trabajo. La pensión de
papá ya no me alcanza para nada. BEATRIZ
─
Me parece muy bien; además te vas a distraer un poco. ELVIRA
─
Sí, tendría que hacerlo, pero... ¿de qué puedo trabajar? No tengo ningún
oficio, no sé desenvolverme en una oficina... y a mi edad... BEATRIZ
─
Todo el mundo trabaja; si te lo proponés algo vas a encontrar. ELVIRA
─
¡Oh, pero yo soy una inútil! No hice nada en mi vida, excepto coserme la
ropa. Ni siquiera de sirvienta podría emplearme. BEATRIZ
─
Nunca tuviste necesidad de hacer nada; ¿por qué vas a considerarte
entonces una inútil? Si realmente estás decidida a trabajar podemos
hablarle a Raúl; seguramente él te podrá conseguir algo. ELVIRA
─
No sé... no sé... tal vez tengas razón vos. (Pausa
prolongada. Luego con cierta vacilación.) También pensé en alquilar
una pieza por aquí; San Isidro me gusta, es un lugar tan tranquilo... (Nueva pausa.) ¿Sabés Beatriz?, en la pensión me siento muy sola.
Si viviera por aquí cerca podría visitarte más seguido. Antes era
distinto, estaba Clarita y nos pasábamos las horas charlando. Pero desde
que ella se fue no tengo con quién conversar. BEATRIZ
─
¿Y aquella chica de la pieza alta? ELVIRA
─
¿Marta? Dejó de visitarme hace un tiempo. Es muy joven y seguramente se
aburría a mi lado. Así que ahora me paso todo el día sola. (Con
reproche.) Y teniendo dos hermanas que fueron mis mejores amigas
durante tantos años... BEATRIZ
─
A casa podés venir cuando quieras... ELVIRA
─
¡Oh, ya sé que puedo venir cuando quiera! No me refería a eso, sino a
todo lo demás. BEATRIZ
─
¿A todo qué? ELVIRA
─
A esta situación a que hemos llegado. Vos por un lado, y yo por otro...
parecemos extrañas. Murió papá y fue como si todo se derrumbara. Celia
se casó con ese medicucho y está pasando lo mejor de su vida enterrada
en un pueblo de provincia. BEATRIZ
─
Tal vez es feliz allí... ELVIRA
─
¡Por favor, Beatriz! Cómo puede ser feliz en un pueblo una muchacha como
ella, tan alegre, tan sociable. Me acuerdo cómo le gustaban las fiestas y
lo divertida que era. BEATRIZ
─
(Con cierto cansancio.) Ya hemos discutido eso varias veces, Elvira.
Celia quiere mucho a su marido y es feliz junto a él. ELVIRA
─
¡No sé si lo quiere tanto! Cuando se casaron eran muy jóvenes los dos.
Luis fue el primer hombre que conoció en su vida y con él se casó. Yo
se lo advertí, pero no quiso hacerme caso. ¡En fin... ahí la tenés! BEATRIZ
─
Sin embargo, la última vez que estuvo en Buenos Aires me confesó que
estaba muy contenta con la vida que hacía. ELVIRA
─¿Qué
otra cosa podía decirte? La pobre Celia no es ni la sombra de aquella
muchacha que se fue de aquí. Ahora tiene la mirada triste, cansada... (Se
hace una pausa. Luego con una sonrisa.) Los tres mosqueteros, ¿te
acordás? Siempre juntas las tres. (Nueva
pausa.) ¡Oh, cuando pienso en los proyectos de papá! Hay algo que no
me voy a olvidar nunca. El día que compró la casa de Belgrano me llevó
con él para que la conociera. “Aquí hay espacio para los siete ─me
dijo─.
Yo, mis tres hijas y mis tres yernos.” ¿Nunca te lo conté? Yo tenía
veinte años entonces. Después recorrimos una a una todas las
habitaciones. A cada una de nosotras le había designado su habitación
matrimonial. Ése era el sueño de papá. Vernos a todas juntas. ¿Se
parece en algo a la realidad? BEATRIZ
─
Pasaron muchas cosas desde entonces. ELVIRA
─
¡Claro que pasaron cosas! Y lo peor fue la muerte de papá. Estando él
viviríamos las tres juntas, como entonces.
(Elvira vuelve a su costura y se hace una nueva pausa prolongada.) Siempre
pienso que nuestra felicidad terminó el día de aquel cumpleaños tuyo,
¿te acordás? ¡Qué noche maravillosa! Bailamos hasta las seis de la mañana
y después terminamos tomando mate y comiendo bizcochos en la cocina. ¿Te
acordás Beatriz? BEATRIZ
─
(Con un gesto de cansancio, de quien ha escuchado la historia varias
veces ya.) Sí, me acuerdo. ELVIRA
─
¿Te acordás que vos te quedaste dormida con el mate en la mano? Todos
empezamos a gritarte y te despertaste de golpe. Fue muy gracioso... ¡Y
papá! Estuvo levantado hasta las cuatro de la mañana, bromeando con
todos. (De pronto melancólica.)
¡Pobre papá! Pensar que ya esa noche tenía esa horrible enfermedad, y
nadie lo sabía. Ni él mismo... Pocos días después le empezaron los
dolores en las espalda y... (Se
interrumpe angustiada por el recuerdo. Luego de una pausa.) BEATRIZ
─
Pienso que va a estar fresco esta noche para comer aquí... ELVIRA
─
Nunca nos vamos a perdonar haber vendido la casa de Belgrano. Ochenta mil
pesos esa mansión... ¡Lindo negocio hicimos! BEATRIZ
─
En aquellos días era ventajoso. ¿Quién podía imaginar lo que iba a
suceder después? ELVIRA
─
Debimos haberlo previsto. Era nuestra casa, lo único que teníamos. (Por
la entrada de la derecha, en la sala, aparece Carlos que se asoma al
patio.) BEATRIZ
─
¿Precisa algo, Carlos? CARLOS
─
Ando buscando una caja de clavos que tiene Raúl. ELVIRA
─
Está en la cocina, en uno de los estantes. (Carlos
agradece e inicia el mutis) ¿Le falta mucho? BEATRIZ
─
No, estoy terminando el armario. Puede ir poniendo el agua para tomar unos
mates. (Sale.) ELVIRA
─
¿Quién es ése? BEATRIZ
─
Carlos, un amigo de Raúl. Está pasando unos días con nosotros. ELVIRA
─
¿A qué se dedica? BEATRIZ
─
A nada en particular, pero sabe hacer de todo. Se pasa la vida en la casa
de los amigos arreglándoles cosas. Allí donde alguien precisa algo, lo
llama a Carlos, le da de comer, una cama, y él lo hace. Es un bohemio. ELVIRA
─¿También
se queda esta noche? (Beatriz
asiente.) No sé dónde vas a meter a tanta gente. BEATRIZ
─
De alguna manera nos vamos a arreglar. ELVIRA
─
Supongo que a vos no te hará mucha gracia... BEATRIZ
─
¡A Raúl le gustan tanto estas reuniones!... Hace una semana que no habla
de otra cosa. Él dispuso lo que íbamos a comer, compró las cosas, le
pidió prestada una cama a Sara. ¡Uf! Hoy ya me llamó tres veces para
preguntarme si hacía falta esto o aquello... que no me olvidara de la
bebida... que no me olvidara de las cervezas... de las aceitunas... ¡Me
llamó especialmente para hacerme acordar de las aceitunas! (Ríe.)
Está contento como un chico. Y si lo dejara, no pasaríamos un fin de
semana sin un amigo en casa. ELVIRA
─
¿Y a vos no te molesta que sea así? BEATRIZ
─
Raúl fue siempre así, le gustan las reuniones y la gente. (Pausa.)
No sé... a veces me gustaría que respetara un poco más nuestra
intimidad... ¡Oh, pero no tengo ningún derecho a quejarme de mi marido!
Raúl es muy bueno. ELVIRA
─
Tal vez con un chico cambiaría... (Pausa.)
¿No tuviste novedades? BEATRIZ
─
Pronto voy a empezar un nuevo tratamiento. Yo ya estoy resignada, aunque
el médico dice que no debo perder las esperanzas. ELVIRA
─
Tal vez tenga razón, hay casos... BEATRIZ
─
Todo puede llegar a superarse. ELVIRA
─
Pero vos no sos feliz así. BEATRIZ
─
(Con firmeza.) Soy feliz,
Elvira; no me falta nada. (Pausa. Luego dejando la revista.) No encontré
un solo modelo que me guste realmente. La verdad es que las modas de esta
temporada no dicen nada. (Por
la entrada de foro aparece Sara trayendo en la mano un bolsón.) SARA
─
(Llamando.) Beatriz... (Entra
en el patio.) Hola, Elvira ¿cómo le va? ELVIRA
─
Bien. ¿Y usted? SARA
─
Muy bien, gracias. (A Beatriz.)
Aquí están los platos que me pidió. Le puse unos cubiertos también;
pensé que los iba a precisar. BEATRIZ
─
(Mientras saca algunas cosas del bolsón.) No te hubieras molestado,
Sara. (Toma un cubierto.) ¡Ah,
qué hermosos cubiertos! SARA
─
Son los que me regalaron para mi casamiento. Todavía no los usé nunca. BEATRIZ
─
Entonces llevalos. Es una lástima. Me arreglo con los míos. SARA
─
No tiene importancia, Beatriz. Si espero estrenarlos en casa me voy a
volver vieja. Algún día habrá que usarlos. Téngalos. (Pausa.) BEATRIZ
─
Los esperamos esta noche... SARA
─
Yo voy a venir. BEATRIZ
─
¿Y Jorge? SARA
─
No sé. Ya sabe como es él. Siempre metido en su club. BEATRIZ
─
Decile de mi parte que lo espero; que Raúl se va a enojar si no viene. SARA
─
Está bien, Beatriz, se lo voy a decir. Yo pienso venir temprano a ver un
rato la televisión. Hasta luego. (Inicia
el mutis.) ¡Ah, me olvidaba! Habló un señor Fernando para Raúl.
BEATRIZ
─
Fernando, sí... es el socio. SARA
─
Dijo que no lo esperen esta noche; que la esposa está enferma pero que mañana
va a venir a almorzar. Y que se iba a ocupar del préstamo. BEATRIZ
─
¿Del préstamo? SARA
─
Así dijo. No quiso que la llamara a usted. (Breve
pausa.) Bueno, hasta luego. (Sale.) BEATRIZ
─
Hasta luego. ELVIRA
─
(Luego de una pausa.) ¿Siempre viven aquí al lado? ¿No se iban a
mudar? BEATRIZ
─
¿Adónde van a ir? Sara es la que habla de mudarse, pero con los siete
mil pesos que gana él en la Municipalidad, apenas les alcanza para comer.
Decí que los padres de Jorge no les cobran un centavo. ELVIRA
─
¿Y ella no trabaja? BEATRIZ
─
No hace nada. Se pasa las tardes aquí viendo la televisión. ELVIRA
─
Él parece un buen muchacho. BEATRIZ
─
No es que sea malo, pero es un abúlico. Fíjate que trabaja nada más que
medio día. Viene de la Municipalidad, come, duerme la siesta y después
se va al club a jugar a las bochas. Todos los días. Raúl le ofreció
varias veces vender máquinas en la zona, pero nunca quiso. Como dice
Sara, es un jubilado. Lo único que le gusta es jugar a las bochas. (Por
la entrada del foro aparece Raúl.) RAÚL
─¡Hola,
hola! (Besa a Beatriz.) ¿Qué
tal, querida? (Le tiende una mano a
Elvira.) ¡Hola Elvira! ¿Cómo le va?
ELVIRA
─
Bien... RAÚL
─
¡Uf, vengo muerto de calor! Parece mentira que en esta época del año
haga esta temperatura. (A Beatriz.)
¿Está todo listo? BEATRIZ
─
(Con un gesto.) Todo. RAÚL
─
¿No hace falta comprar más nada? BEATRIZ
─
Ya te dije que no, hoy cuando me hablaste. RAÚL
─
Muy bien, muy bien... ¡Ah! ¿Le pediste el catre a Sara? BEATRIZ
─
Carlos lo fue a buscar; nos prestaron unos platos y cubiertos también. RAÚL
─
¡Macanudo! Supongo que vendrán esta noche, ¿les dijiste? BEATRIZ
─
Sí, les avisé. RAÚL
─
Le hablé a Daniel. Estarán aquí alrededor de las ocho. ¿Está bien? BEATRIZ
─
Está bien. RAÚL
─
¿Vamos a comer aquí afuera? BEATRIZ
─
Va a ser mucho problema traer la mesa. Adentro vamos a estar más cómodos.
(Por
la puerta posterior de la sala aparece Carlos que se acerca al grupo.) RAÚL
─
(Con un golpe afectuoso) ¡Hola, Carlitos! CARLOS
─
¿Qué decís? BEATRIZ
─
¿Conoce a mi hermana Elvira, Carlos? (Se
dan la mano.) CARLOS
─
No supuse que tuviera hermana, Beatriz; siempre pensé que usted sería un
modelo original. BEATRIZ
─
No diga eso. Muchas veces le hablé de mis hermanas. ELVIRA
─
(Con sequedad.) Además se puede ser original lo mismo... RAÚL
─
(Riendo.) No le haga
caso, Elvira. Este Carlos es siempre el mismo. (A Carlos.) ¿Cómo va el trabajo de carpintería? CARLOS
─
Recién terminé de arreglarte el armario. Por hoy no hago más nada; ya
me gané el día. BEATRIZ
─
Supongo que ese armario habrá quedado como si lo hubiera arreglado un
profesional... CARLOS
─
Madame, usted me ofende. Yo soy un profesional, aunque no tenga ocupación...
Lo que pasa es que domino tantos oficios, que no sé por cual de ellos
decidirme. ELVIRA
─
Alguno le gustará más. CARLOS
─
Me gustan todos por igual, porque los tomo como pasatiempo. Si tuviera que
dedicarme a alguno de ellos para poder vivir, seguramente terminaría por
odiarlo. ELVIRA
─¡Es
curioso! CARLOS
─
Lo mismo me pasa con las mujeres. (Ríe.) BEATRIZ
─
(Con reproche.) Carlos... CARLOS
─
No tiene nada de malo, Beatriz. Soy un idealista. RAÚL
─
(Riendo.) Vos no cambiás nunca, ¿eh, Carlos? BEATRIZ
─
(A Carlos) Va a tener que esperar un rato para los mates. CARLOS
─
Deje, Beatriz, los preparo yo. (Sale
hacia el interior.) RAÚL
─
(A Elvira.) Usted se va a quedar esta noche, ¿no es cierto? ELVIRA
─
Beatriz me pidió que la ayude. RAÚL
─
¡Magnífico! Nos vamos a divertir en grande, va a ver. Todos son amigos,
gente macanuda. Se va a sentir cómoda. ELVIRA
─
Está bien. No se preocupe por mí. (Inicia
el mutis.) Beatriz, ¿te puedo ayudar en algo? BEATRIZ
─
Por ahora no. (Elvira sale.) (Raúl
se dirige a la sala donde está Beatriz acomodando algunas cosas. Raúl
tomando a su esposa por detrás.) RAÚL
─
¿Qué dice mi mujercita? Con mucho trabajo. (La
besa.) Soy un explotador, ¿no es cierto? Todo para quedar bien con
mis amigos. BEATRIZ
─
Me parece muy bien que lo reconozcas. RAÚL
─
¡Oh, no creo que lo digas en serio! (Vuelve
a besarla.) ¿Se va a poner linda esta noche? BEATRIZ
─
(Bromeando.) Sí, muy linda. Pero ahora dejame que tengo que hacer. RAÚL
─
¡Cómo dejame! Estamos hablando de tu belleza. Esta noche tenés que ser
la más hermosa de la reunión. BEATRIZ
─
¡Uyyy! Va a ser difícil competir con Alicia. RAÚL
─
¡Bah, esa insulsa! Tiene lindos vestidos y mucho maquillaje, pero mi
mujercita es más linda. BEATRIZ
─
¿Qué te pasa que estás tan zalamero? RAÚL
─
¡Ah, es que hoy me siento maravillosamente bien! Todos los días tendrían
que ser sábado. (Tararea
alegremente.) Qué te apuesto a que Daniel nos va a contar su última
borrachera. BEATRIZ
─
No habla de otra cosa... RAÚL
─
¡Ah, este Daniel es extraordinario! Ése sí que sabe vivir. BEATRIZ
─
No sé a qué le llamás saber vivir. RAÚL
─
Tiene plata y se da sus gustos. BEATRIZ
─
¡Se da sus gustos! ¿Qué clase de gustos son ésos? Andar de juerga las
noches. ¡Por favor Raúl! RAÚL
─
(Abrazándola y besándola.) ¡Oh, Betty, no discutamos por una
pavada! Hoy tenemos que estar contentos todos; es un día especial. (Canta
imitando la voz de un barítono.) “Todos contentos y felices...”
Betty, ¿te acordás del dolorcito que tenía esta mañana en el hombro?
Se me pasó completamente. Debo haber dormido en mala posición. (Se
hace una pausa prolongada, durante la cual Raúl silba despreocupadamente.) BEATRIZ
─
¡Ah, Raúl! Habló Fernando para avisar que esta noche no puede venir. RAÚL
─
(Con extrañeza.) ¿Que no va a venir? ¿Cuándo habló? BEATRIZ
─
No sé, habló con Sara. Parece que la esposa no anda bien. Pero le aseguró
que mañana viene a almorzar. RAÚL
─
(Con desconsuelo) ¡Pero!... ¡Tenía tantas ganas de que viniera! ¿No
sabés si va a volver a hablar? BEATRIZ
─
No dijo más que eso. Y que se iba a ocupar del préstamo. RAÚL
─
Bueno, está bien. (Pausa.) ¡Qué
macana que no pueda venir! Yo contaba con él. Además quería que Daniel
lo conociera. BEATRIZ
─
Lo conocerá mañana; es lo mismo. RAÚL
─
No, no es lo mismo. Tenía que venir esta noche. (Pequeña
pausa.) ¡Justo él me viene a fallar! BEATRIZ
─
(Luego de una pausa.) Raúl...
¿qué es este préstamo de que habló Fernando? RAÚL
─
Nada, Beatriz; levantamos un pedido bastante grande y precisamos unos
pesos para comprar las máquinas. Fernando se iba a ocupar de eso este fin
de semana. Tiene un amigo que le prometió el dinero. Es seguro. BEATRIZ
─
¿Tenían necesidad de pedir plata prestada? RAÚL
─
¡Oh, son unos pocos pesos! BEATRIZ
─
¿No será demasiado arriesgado, Raúl?... RAÚL
─
(Molesto.) ¡Pero no,
Betty! Se trata de una venta directa, así que no hay ningún problema. El
martes entregamos las máquinas, nos pagan y al día siguiente devolvemos
el dinero. Es muy simple. Pero no hablemos más de trabajo, ¿eh, Betty?
Por lo menos hasta el lunes. (Raúl sale hacia el interior de la casa. Beatriz queda con la mirada fija. Las luces decrecen lentamente.) |
Roberto Cossa
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