El sopor de la canícula - Poesía y aforismos de Francisco Rodríguez Barrientos, editorial Arboleda, 2007 - por Adriano Corrales Arias |
Francisco
Rodríguez Barrientos (Ciudad Quesada, San Carlos, 1956) es poeta,
ensayista, gestor cultural, activista ecológico, profesor e investigador
universitario, pero, además, el responsable de que nos hayamos dado a la
tarea de investigar y reflexionar sobre el aforismo (del griego definir)
y su estrecha relación con los demás géneros literarios, especialmente
con la poesía, piedra angular de todo arte y toda literatura. Y
es que Francisco ha venido produciendo una vasta e inexplorada obra en el
terreno del aforismo, género menor para algunos, por lo tanto venido a
menos para muchos, y casi no frecuentado en la literatura costarricense,
centro y latinoamericana. Al respecto siempre recordamos, en nuestro país,
a Max Jiménez y sus Candelillas,
o con textos fundadores como Unos
Fantoches, De la vida y El Domador de
pulgas, híbridos donde se armonizan, el relato, la fábula y el
aforismo. Y
sin embargo, el aforismo posee larga data en Occidente, con ilustres y
enjundiosos representantes: desde los presocráticos, pasando por Hipócrates,
Platón y los Proverbios bíblicos, hasta Leonardo Da Vinci, Pascal, Nieztche y
Emil Cioran, para citar algunos ejemplos. Ello para no hablar de la
profusa producción en Oriente (El I
Ching o Libro de las mutaciones
en China, o los Conjuros del Libro egipcio de los muertos, por ejemplo) y en otras formaciones
culturales, caso de la náhuatl, con la poesía aforística de Netzahualcóyotl. El
aforismo es una sentencia breve que procede generalmente de la experiencia
y de la observación directa. Ha sido utilizado por disciplinas que, en
principio, carecían de una metodología de estudio o del método científico.
Por eso cabalga entre la filosofía y la
poesía, entre el manifiesto y la reflexión, entre la proclama y
el ensayo breve. En el caso que nos ocupa, Rodríguez Barrientos ha
recurrido al mismo para expresar una gama de pensamientos, sentimientos y
emociones, entrelazándolos con el poema, el relato breve, la sentencia,
el análisis y la bitácora de viaje; sin dejar de lado el sarcasmo, la
acidez y la crítica sociopolítica y cultural. De esa manera ha venido produciendo una
voluminosa obra que ya cuenta con cuatro volúmenes (Tardes
de domingo y El ángel de la
salmuera del 2003; Fauces
del 2006, y El Sopor de la canícula del 2007); y, según nos consta, vienen más.
Ello da fe de una búsqueda intensa por caminos poco explorados contemporáneamente.
Búsqueda que continúa, porque aún no se agota su espíritu indagador y
cuestionador, y porque, además, como dice una de sus sentencias: Los
exploradores no tienen por qué llegar a conclusiones. Del cuarto título,
que posee una continuidad conceptual y formal respecto de los anteriores,
es del que nos ocupamos en esta reseña. Lo primero que hay que subrayar en El
sopor de la canícula, al igual que en los volúmenes precedentes, es
la pluralidad temática de Rodríguez Barrientos. Su interés intelectual
y existencial es amplio y profundo. Navega muy bien por aguas procelosas y
reposa tranquilamente en ensenadas propicias, pero también se zambulle en
aguas profundas y oscuras para emerger con la luz de la metáfora, o el
afilado estilete del buen juicio. Lo segundo es la posibilidad de diálogo en
la propuesta rodriguista. El diálogo se efectúa con y a través de sus
autores favoritos, esos que le proporcionan material de reflexión, análisis
y perspectivas de crecimiento e innovación, así como nuevas vías de
interpretación. Los grandes autores
son los que nos ayudan a descubrir, escribe. Y con ese diálogo
propicia en nosotros, sus lectores, la oportunidad de terciar en sus descubrimientos:
asertos, aseveraciones, sarcasmos, inquietudes y propuestas, expuestas con
ternura, rabia, pasión, mesura, cinismo, humor, erotismo e imaginación. Y lo tercero es la variedad paisajística
de su escritura. Desfilan distintas ciudades, pueblos, locales, sitios de
encuentro, no sólo de Costa Rica, sino de Centroamérica, del Caribe y
Latinoamérica en general. Igual sucede con el paisaje humano: desde
dioses, escritores, artistas, pensadores, políticos, reformadores,
gobernantes, hasta la fauna del poder y sus oscuras relaciones donde no
faltan los dictadores y los subalternos con sus gendarmes y el grotesco
torturador de turno. Pero también aparecen las víctimas y los excluidos
de un sistema global que privilegia el mercado ante las auténticas
relaciones humanas. Estamos pues ante un esfuerzo sostenido de
escritura variada en matices, intensidades, intereses y formas. Un
esfuerzo enciclopédico que hurga en lo mejor de la cultura universal,
pero también en los miasmas y aristas más agudas de nuestra identidad y
de nuestra historia. Impulso que va de lo local a lo universal y
viceversa. Voluntad que no desdeña las culturas populares, ni las
masivas, conjugándolas con una erudición propia de las culturas de élite.
En pocas palabras, estamos frente a una obra totalizadora de un sancarleño
que, a fuerza de estudio, observación, reflexión y producción
literaria, se ha convertido en un costarricense cosmopolita y ecuménico. Recomiendo sin ambages este libro y toda la obra poético-aforística de Francisco Rodríguez Barrientos, con plena conciencia de su valor intrínseco y la presunción de que, en esa trayectoria, es la más profusa y lograda, ya no solo de nuestro país, sino del ámbito americano, hasta donde puedo tener noticia. La lectura de El Sopor de la canícula, y de sus textos precedentes, no solamente enriquecerán nuestro acervo cultural y nuestra visión de la vida, sino que nos deleitará con el encanto de la buena expresión, a veces un tanto barroca, es cierto, pero siempre lúcida en la justeza de su palabra. |
Adriano Corrales Arias
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