“Queremos tanto a Julito”
Adriano Corrales Arias*

El poeta David Cruz, en uno de sus poemas, afirma que no es difícil matar un poeta, lo difícil es cortarle la lengua. Nada más cierto. Porque los poetas, aunque se les torture y asesine, continúan viviendo. Así fue siempre. Así será. Y no es que los poetas sean seres especiales, por ello inmortales. Lo que sucede es que prolongan su duende a través de las palabras que son la energía vital de su tiempo.

Recientemente, en circunstancias aún no esclarecidas, alguien, o algunos criminales, amparados por la oscuridad, asesinaron al poeta, periodista y videasta Julio Acuña Agüero. Esa noche Julito, que así le llamábamos, salió, presuntamente hacia su casa, luego de la presentación de la última novela de Alexander Obando en la Casa Cultural Amón del ITCR. Allí le vimos por última vez.

Volver sobre esos macabros acontecimientos no vale la pena. Los asesinos ya están pagando su necrófila soberbia al constatar que lo mataron pero no lo murieron. Porque acá sigue Julito con nosotros animando versos y prometiendo lucha. Por eso hablaremos del Julito que nos queda.

Julio Acuña Agüero nació el 5 de diciembre de 1973 en San José. Este año cumplirá 35 años. Poseía un Bachillerato en Ciencias de la Comunicación Colectiva extendido por la Universidad de Costa Rica. Realizó, además, estudios de Educación en la UNED, diversos cursos y talleres sobre artes visuales y cinematográficas, y viajó a España becado por el Ministerio de Cultura de ese país a seguir un curso sobre economía de la cultura y cooperación cultural. Durante ese viaje Julito aprovechó para dar a conocer su poesía y, de paso, saber de buena tinta sobre la poesía contemporánea de allá.

Pero, fundamentalmente, Julito se graduó de altruismo y compañerismo en la  dura universidad de la vida. Su pasión fue entregarles a los demás lo que correspondiera. Por ello se convirtió en un cronista del barrio, en un militante del abrazo, en el organizador de homenajes, lecturas y causas perdidas, en el sempiterno abanderado y chamán de las luchas justas.

Con su esposa, Tania Elena Álvarez Chavarría, Julito escribió y produjo uno de sus más sublimes poemas y guiones cinematográficos: Solaris Acuña Álvarez. Así, el poeta andariego erigió una familia que le acompaña más allá de una muerte que, contrario a lo que muchos creen y temen, no es la pura muerte. Además, publicó un único libro de poesía, Ontología Mayor, que lo sobrevivirá. Resta por conocer y organizar su obra inédita o inconclusa.

Julito no fue un bohemio en el sentido exacto de la palabra. Pero gozó de la vida como pocos. Su extraordinaria manera de enfrentarse a los problemas y su incansable humor, refinado y altruista, siempre lo protegieron de las malquerencias y de los sablazos propios de nuestro dúctil medio artístico. Porque Julito era un cronopio. Un verdadero cronopio que pisó tierra para traernos luz, júbilo y embriaguez.

En el justo momento en que escribo este tributo, Julito me acompaña con su inolvidable sonrisa, su mansa manera de acercarse y sus apacibles gestos: me guiña un ojo y con esa aflautada y meliflua vocecilla, casi al borde de la risotada, me dice: “Seguiremos adelante, porque la poesía no se detiene, es un eterno presente perfumado por el futuro y el pasado que nos amonesta y nos advierte”. Por eso, de la mano del Cronopio Mayor, podemos repetir incasablemente lo mismo: ¡te queremos tanto Julito! ¡Y siempre te tendremos presente!!!

Adriano Corrales Arias

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