“Queremos tanto a Julito” |
El
poeta David Cruz, en uno de sus poemas, afirma que no es difícil matar un
poeta, lo difícil es cortarle la lengua. Nada más cierto. Porque los
poetas, aunque se les torture y asesine, continúan viviendo. Así fue
siempre. Así será. Y no es que los poetas sean seres especiales, por
ello inmortales. Lo que sucede es que prolongan su duende a través de las
palabras que son la energía vital de su tiempo. Recientemente,
en circunstancias aún no esclarecidas, alguien, o algunos criminales,
amparados por la oscuridad, asesinaron al poeta, periodista y videasta
Julio Acuña Agüero. Esa noche Julito, que así le llamábamos, salió,
presuntamente hacia su casa, luego de la presentación de la última
novela de Alexander Obando en la Casa Cultural Amón del ITCR. Allí le
vimos por última vez. Volver
sobre esos macabros acontecimientos no vale la pena. Los asesinos ya están
pagando su necrófila soberbia al constatar que lo mataron pero no lo
murieron. Porque acá sigue Julito con nosotros animando versos y
prometiendo lucha. Por eso hablaremos del Julito que nos queda. Julio
Acuña Agüero nació el 5 de diciembre de 1973 en San José. Este año
cumplirá 35 años. Poseía un Bachillerato en Ciencias de la Comunicación
Colectiva extendido por la Universidad de Costa Rica. Realizó, además,
estudios de Educación en la UNED, diversos cursos y talleres sobre artes
visuales y cinematográficas, y viajó a España becado por el Ministerio
de Cultura de ese país a seguir un curso sobre economía de la cultura y
cooperación cultural. Durante ese viaje Julito aprovechó para dar a
conocer su poesía y, de paso, saber de buena tinta sobre la poesía
contemporánea de allá. Pero,
fundamentalmente, Julito se graduó de altruismo y compañerismo en la
dura universidad de la vida. Su pasión fue entregarles a los demás
lo que correspondiera. Por ello se convirtió en un cronista del barrio,
en un militante del abrazo, en el organizador de homenajes, lecturas y
causas perdidas, en el sempiterno abanderado y chamán de las luchas
justas. Con
su esposa, Tania Elena Álvarez Chavarría, Julito escribió y produjo uno
de sus más sublimes poemas y guiones cinematográficos: Solaris Acuña Álvarez.
Así, el poeta andariego erigió una familia que le acompaña más allá
de una muerte que, contrario a lo que muchos creen y temen, no es la pura
muerte. Además, publicó un único libro de poesía, Ontología
Mayor, que lo sobrevivirá. Resta por conocer y organizar su obra inédita
o inconclusa. Julito
no fue un bohemio en el sentido exacto de la palabra. Pero gozó de la
vida como pocos. Su extraordinaria manera de enfrentarse a los problemas y
su incansable humor, refinado y altruista, siempre lo protegieron de las
malquerencias y de los sablazos propios de nuestro dúctil medio artístico.
Porque Julito era un cronopio. Un verdadero cronopio que pisó tierra para
traernos luz, júbilo y embriaguez. En el justo momento en que escribo este tributo, Julito me acompaña con su inolvidable sonrisa, su mansa manera de acercarse y sus apacibles gestos: me guiña un ojo y con esa aflautada y meliflua vocecilla, casi al borde de la risotada, me dice: “Seguiremos adelante, porque la poesía no se detiene, es un eterno presente perfumado por el futuro y el pasado que nos amonesta y nos advierte”. Por eso, de la mano del Cronopio Mayor, podemos repetir incasablemente lo mismo: ¡te queremos tanto Julito! ¡Y siempre te tendremos presente!!! |
Adriano Corrales Arias
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