“La revolución en muletas” |
“De todas las
selvas”, novela de Daniela Trottier, Editorial de la Universidad de Costa Rica,
2006 |
La insurrección sandinista que derrocara al tristemente célebre dictador nicaragüense Anastasio “Tacho” Somoza, tuvo en Costa Rica su más amplia retaguardia. Con la hábil tolerancia del gobierno de Rodrigo Carazo Odio (1978-1982), basada en la solidaria indignación del pueblo costarricense y el apoyo internacional a la lucha guerrillera, nuestro país se convirtió en una enorme base de apoyo a la causa insurreccional del vecino país del norte, especialmente del Frente Sur, donde combatieron cientos de costarricenses, varios de ellos entregando heroicamente sus vidas. Sin embargo, no todo era permisividad, las fuerzas beligerantes y el espectro de la guerra fría conspiraban abiertamente en nuestro país. La novela de Daniela Trottier, “De todas las selvas” (presentada por la editorial como “Cuentos costarricenses” o “Relatos personales” y que bien pudo llamarse “De todas las sangres”, “De todas las trincheras”, “De todas las guerras” o “De todas las nostalgias”) es una galería de personajes que poblaron aquélla retaguardia por múltiples razones y procedencias, especialmente en las casas de seguridad, campamentos, hospitales, oficinas, cantinas y rincones de un San José poco acostumbrado a la conjura político/militar. Nombres y seudónimos van desfilando por las páginas de estos relatos unidos por el hilo conductor de la lucha desde un frente poco heroico, donde los ideales se entretejían entre lecturas, conversaciones, amores fugaces, despedidas, pérdidas, furias, llantos y la ambigua y lejana convicción por la victoria. Cada relato, o capítulo de la novela, lleva el nombre de uno de esos personajes anónimos para la historia patriótica y militar: Ernesto, Emiliano, Luigi, María de los Ángeles, Juan, Elena, Santiago, Daniela Segunda, Carlos el hondureño, Ramiro, Laura, Diana… Hasta Pueblo, quien, en principio, podría figurar como un personaje colectivo, es el alias de un combatiente herido que luego de la guerra se desempeña como oficial de migración en la frontera. Así, la revolución se encarna en cada uno de esos personajes que, con más pena que gloria, representan el lado oscuro, o el otro sitio, el más soslayado, de la guerra revolucionaria. La galería de personajes se complementa con el montaje, o, si se quiere un lenguaje más visual, la “instalación”, de la parafernalia clínico/hospitalario/forense que sintetiza lo agudo y lo irregular de toda retaguardia de campaña bélica: “El tráfico de frascos y pastilleros de la Caja Costarricense de Seguro Social con sus indicaciones y contraindicaciones, el trasvase de líquidos diversos, del fungicida importado al desinfectante de ferretería para los veteranos de trincheras, el contrabando de muletas, suelas ortopédicas, tablillas, prótesis y corsés usados, el comercio subterráneo de anteojos y dientes postizos, de radiografías de cráneos y vértebras, fantasmas en blanco y negro de muertes futuras, todo aquello merecía alguna atención y en todo caso una sabia planificación para no intoxicar a un manco o despachar una muleta a un asmático.” Si algo llama la atención, como vimos en la cita anterior, es el humor contenido y distanciado que se respira en toda la narración. Humorismo (podríamos enlazar humor con sus variados significados de supuración, transpiración, flujo, bilis e ingenio, gracia, salero o sarcasmo) que nos permite comprender de mejor manera ese mundo antiheroico donde, a veces, la desolación, la incoherencia, la confrontación ideológica y hasta la traición, son cuestiones habituales. Por lo demás, se nos permite, como lectores, asimilar mejor aquélla realidad aparentemente enigmática y rutinaria de la militancia revolucionaria en condiciones de clandestinidad, o tras las bambalinas del teatro de operaciones de la guerrilla. Porque las labores del trabajo revolucionario de apoyo al frente de combate no consistían solamente en lo referido a la sección clínica, también requería esfuerzos en el campo del avituallamiento, las comunicaciones, el trasiego y embutido de armamento y combatientes de paso, hasta las tareas de casera, compañera del combatiente en la línea de fuego, madre ocasional, profesora de español, amante transitoria y virtual o psicóloga empírica, encargadas a la narradora protagonista. Esa voz en primera persona que describe y detalla paisajes urbanos y rurales, así como los caracteres, actitudes, conflictos y mentalidades de los demás personajes, es precisamente el hilo primordial que engarza todo el tejido de la trama novelística, otorgándole coherencia al argumento de la misma. Podríamos señalar leves ripios, repeticiones innecesarias y frágiles intersticios de discordancia narrativa, pero no vale la pena frente a la autenticidad del documento narrativo que, entre testimonio y ficción, nos ofrece un vasto fresco de las calamidades de la guerra, contextualizadas en la Costa Rica sandinista y en la Nicaragua revolucionaria de entonces. Además, el mérito narrativo de la autora, para quien el castellano es su segunda lengua, la cual maneja con notable y atinada corrección, consiste justamente en captar perfiles, rostros, acciones y texturas de una realidad sociocultural y lingüística de alguna manera “ajena” para ella, aunque la misma novela es alegato y evidencia de su acertada aprehensión. Por esas razones y muchas otras que no me permiten el tiempo y el espacio, la primera novela de Daniela Trottier trasciende cualquier análisis crítico que pudiese, por ahora, intentar. Su riqueza está en la polifonía de sus mismos personajes y en la apropiada manera de presentárnoslos. Y en la perspectiva nostálgica y apasionada, en su humor negro contenido, en la difracción erótica y en la capacidad discursiva para acercarnos a una época donde la guerra revolucionaria fue seguida ansiosamente por millones de latinoamericanos y habitantes del planeta. En Costa Rica muchos participamos de esa ansiedad y aquél apasionamiento, por ello más de alguno podría repetir con la narradora que esa “guerra la tengo aún adentro, que no me la puedo sacar, que es lo más terrible y lo más sublime que me ha pasado…” |
Adriano Corrales Arias - Escritor
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