“La poesía ya no existe en mí” |
“El
mundo ya no es mundo de la palabra. / Nos la ahogaron adentro /
como te asfixiaron / como te desgarraron a ti los pulmones / y el dolor no
se me aparta. / Sólo tengo al mundo. / Por el silencio de los justos / sólo
por tu silencio y por mi silencio, Juanelo… / El mundo ya no es digno de
la palabra, es mi último poema, no puedo escribir más poesía... la poesía
ya no existe en mí”. El anterior poema lo leyó el poeta, periodista y ensayista Javier Sicilia en la explanada de El Zócalo en Cuernavaca, México, donde, luego del asesinato de su hijo Juan Francisco el pasado 28 de marzo (junto a él cinco jóvenes más aparecieron muertos en un auto) ¿por narcotraficantes?, anunció su retiro del mundo de la poesía. Al concluir la lectura Sicilia abandonó la plaza de armas acompañado de
muestras de cariño y solidaridad. De hecho todavía se continúan
realizando inmensas marchas y jornadas
de protesta en todo el país clamando justicia por el asesinato de
“Juanelo” y de miles de mexicanos en la insensata guerra que el estado
le declaró al crimen organizado. Necesariamente
un hecho tan macabro y dramático como el que nos ocupa coloca en la
discusión, más que nunca, la responsabilidad del escritor y la validez
de la palabra. Este artículo/ensayo, por ejemplo, me ha costado insomnios
y meditaciones mientras un temblor interno me impedía colocar alguna
palabra en una libreta o en el monitor de mi compu. Y es que la
parafernalia publicitaria y “noticiosa” nos ahoga en un verdadero
tsunami de seudoinformación sin que las palabras, las que deberían
producir sentido, tengan sentido alguno. En
nuestro país, por ejemplo, el circo montado por el gobierno y ciertas
empresas publicitarias para inaugurar un estadio regalado y que alguna
persona, cual águila palaciego, desea endosarse como gestora y/o
constructora, emborracha y alucina a una “opinión pública” que no
distingue entre la estafa de una empresa extranjera
al erario público, “la platina”, la errática y fétida ley de
concesiones y la privatización galopante de las instituciones y empresas
del estado bajo la niebla de un nuevo plan fiscal. Por suerte la silbatina
en el “acto de inauguración” del regalo chino nos restituyó un poco
la confianza. Trato
de decir que la impugnación de la realidad por discursos político/ideológicos/publicitarios,
arremeten contra la resignificación de lo que humanamente nos compete: la
comunidad, la solidaridad, el diálogo, el consenso, la armonía con el
ambiente y la construcción de sociedades menos asimétricas e
independientes. Dicho de otra manera, la perspectiva de diseñar y hacer
posibles otras realidades a partir de lo razonable y del arte y la poesía,
elementos centrales de cualquier propuesta humanista y expresiones
condenadas por la razón instrumental moderna y el nihilismo economicista
posmoderno. No
es fácil entonces mirar el periscopio inducido de CNN (es un lugar común,
lo sé), o las transnacionales de la información con los receptáculos
locales, suplicando por la invasión a Libia, tal como ayer lo hicieron
con Afganistán e Irak. Ello para no hablar de República Dominicana,
Chile, Granada, Nicaragua, Venezuela, y un largo etcétera. Por supuesto,
nada de los conflictos laborales en Estados Unidos y la galopante
proletarización de su clase media, o el desastre económico de España y
la Unión Europea. Eso sí, todo ello adornado con la pasarela y el glamour
del espectáculo liviano y la vida del star
system o de los príncipes y reyes que, medievalmente, usufructúan aún
las haciendas de sus estados. Es decir, circo y más circo. Pero
volvamos al dolor del poeta y sus consecuencias. Ciertamente, en esas
circunstancias la palabra poética se traba, se estanca, se suicida: no es
digna del mundo y/o viceversa. Es decir, es contradictorio en semejante
estado de ánimo, y ante tremenda pérdida, seguir pergeñando poemas para
una minoría que se exilia en la poesía y el arte para no olisquear el
carnaval del mundo y su galopante autodestrucción. Porque la multitud
consume circo y soporta la crisis neoliberal. Y sin embargo, si algo
positivo ha promovido este duro acontecimiento en la vida de Sicilia y su
familia, así como su decisión de retirarse de la poesía, es la
multitudinaria solidaridad que han despertado sus últimas palabras y su
vertical gesto de denuncia de las autoridades mexicanas y su escabrosa
guerra contra el narcotráfico. Ha habido movilizaciones no solamente en
Cuernavaca sino en todo el país, incluido el distrito federal, exigiendo
respuesta política y justicia a un gobierno que hace aguas por sus mismos
errores. Porque en una cruzada como ésa, igual que en toda guerra, los
“enemigos” se confunden y se tocan. Y
acá me permito una digresión: mientras escribía este breve ensayo, y en
uno de mis frecuentes paseos por el parque de la urbanización “El
Cedral”, en Montes de Oca (San José, Costa Rica), sitio de mis
caminatas matutinas (día lunes 11 de abril, la hice vespertina porque era
feriado) observé a dos policías cateando a un joven. Cuando se marcharon
pregunté al joven por qué lo habían abordado de esa manera. Me dijo que
buscaban marihuana. Él se encontraba leyendo o estudiando en el parque y
“pasó la vergüenza” ante los concurrentes. Recordé entonces que en
Sagrada Familia, barriada del sur de San José, la población se encuentra
amedrentada porque había denunciado a una pandilla de delincuentes
juveniles que mantenía en vilo al barrio con asaltos a mano armada.
Ciertamente fueron detenidos por la policía en coordinación con el
Organismo Judicial, pero días más tarde fueron liberados por un “error
de la fiscalía”. En
el primer caso posiblemente algún vecino o vecina mojigatos llamaron a la
policía porque había un “mariguano” en el parque. Su indumentaria,
su cabello largo y su incipiente barba, así lo denunciaban. En el
segundo, el error judicial en cambio compromete las vidas de muchas
personas en un barrio popular asediado por la delincuencia organizada.
Apunto al hecho de que ya va siendo hora de que nos quitemos las máscaras
y legalicemos al menos la mariguana. Los adultos somos, o debemos ser,
responsables de lo que consumimos. El alcohol y otras drogas legales son
un buen ejemplo: acabada la ley seca se terminó la mafia en Chicago y en
Estados Unidos. (Mejor dicho, cambió de negocio: el juego, la prostitución,
los sobornos, el sicariato y más tarde las drogas ilícitas fuertes). En
el mismo Estados Unidos se expende marihuana con certificación médica,
son conocidas sus cualidades terapéuticas. Holanda la legalizó y no
presenta problemas al respecto: hay control de calidad y de sitios de
consumo. Es
llamativo cómo, en Costa Rica, se persigue la producción nacional de la
hierba, pero se satura el mercado proveniente de Colombia, México y
Jamaica. Ya hemos sido testigos de la guerra que libran los diversos
carteles de esos países en el nuestro por el control del mercado. Y en
cuanto a la cocaína y otras drogas químicas derivadas como el crack, es
clara la guerra de carteles y la insistencia de la DEA y el gobierno de
Estados Unidos por la captura en ciertos espacios y momentos sin que el
nivel de consumo baje en ese país y en el nuestro. Al contrario, según
las estadísticas, aumenta año tras año. Uno se pregunta entonces: ¿adónde
van los cientos de toneladas de droga incautada? O al revés, en el caso
de la marihuana, ¿no sería mejor incentivar la producción nacional
(“compre y use lo que Costa Rica produce” rezaba un slogan
nacionalista de los setenta/ochenta del siglo pasado) para controlar su
calidad y estimular el consumo controlado? Sin embargo, al parecer, la
consigna es destruir al productor nacional y permitir la entrada de
“mercancía” internacional, especialmente química. Lo
anterior, y la espiral de violencia indetenible en Colombia (de la cual no
hablan ni CNN ni las transnacionales de la publi/información, por
cierto), deberían servirnos de espejo ante la arremetida que,
supuestamente, desea hacer el
gobierno actual al narcotráfico y a la delincuencia
organizada. Para ello ha solicitado la presencia militar de Estados
Unidos en nuestro territorio marítimo y terrestre y ha conformado nuevos
“cuerpos policiales”. Si la guerra que se anuncia se materializa y nos
alcanza, probablemente dentro de poco estaremos lamentando la muerte de
algún hijo de poeta también, porque en los últimos años ya hemos
asistido al asesinato de un poeta joven sin que se esclareciera hasta
ahora el homicidio: Julio Acuña. La irracionalidad aumenta sus decibeles.
Sospechosa e impunemente se prepara una campaña militar sin reparar en
sus alcances y consecuencias. El país “sin ejército” se militariza a
ojos vista. Entonces sí, la palabra se nos atora o se envilece. Las palabras se bañan en el charco sangriento y nauseabundo de la realidad. Ya no son dignas en boca y mano de plumíferos y demagogos. Pero regresarán limpias luego de ese paso por la peste y el dolor. Porque la poesía, afortunadamente, no está hecha solamente de, o con, las palabras. Son los gestos y las actitudes de poetas como el mexicano Javier Sicilia las que la hacen posible y la llenan de contenido semiótico verdadero, no de palabrería trascendentalista y superflua. Tal vez al final eso es lo único que nos reconforta: la esperanza en la poesía como posible sanadora y redentora de una humanidad caída que se muerde la cola sin que se vislumbre el camino hacia una posible salida. |
Adriano
Corrales Arias - Escritor
costarricense[1]
hachaencendida@gmail.com
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