Al año siguiente
se trasladaron a la ciudad de Heredia, donde,
dos años más tarde, para viajar a clases
vespertinas a la Universidad de Costa Rica en
San José, había comprado la fatídica motocicleta
del accidente. Fue la suya una vida a la deriva,
humilde, sin apoyo ni ayudas
institucionales.
Sabemos que la vida de
un autor no determina su obra, ni mucho menos.
Pero en el caso del poeta que nos ocupa, su paso
entre Nosotros los hombres –título de uno
de sus mejores poemarios, el último publicado en
vida– es importante para comprender su labor
artística, no solo por la exigüidad material y
carencias culturales de la misma, a la cuales se
sobrepuso estoica y lúcidamente, sino porque su
existencia se imbrica, armoniosa y
creativamente, con la poesía y sus principales
soportes estéticos e ideológicos. Porque en
Debravo tenemos, ante todo, a un poeta franco y
directo, es decir auténtico y sincero,
justamente lo que fue Jorge el hombre: una
persona solidaria con los oprimidos, un
compañero insobornable, un promotor
inclaudicable.
Cierto, lo anterior no
hace a un poeta, sino su producción.
Precisamente lo que coloca a Jorge Debravo como
un parteaguas en la lírica nacional es una
poesía que apuesta por la comunicabilidad y la
cotidianeidad con un lenguaje simplificado y
directo frente a una tradición nobiliaria,
solipsista y de trascendentalismo lingüístico
basado en la metáfora y la alegoría con un
trasnochado parnaso/modernismo de formas vacías,
salvo serias excepciones: casos de Max Jiménez y
Eunice Odio –sin olvidar a Rafael Estrada, Ninfa
Santos, Alfredo Sancho, Alfredo Cardona Peña,
Arturo Montero Vega, Joaquín Gutiérrez, Fabián
Dobles, Francisco Amighetti, Carlos Rafael
Duverrán, Mario Picado e Isaac Felipe Azofeifa–,
poetas que en mucho despejaron la tentativa de
Debravo.
La poesía debraviana irrumpe
como un río enfurecido por la llanura lírica
nacional, portando una diáfana y refrescante
visión de realidad con una simplificación
expresiva inédita hasta ese momento. Sin
renunciar completamente a la tradición de la
transfiguración metafórica y la simbología, los
libros Canciones Cotidianas y Nosotros
los hombres fundamentalmente, (y en eso
coincido con el poeta e investigador Carlos
Francisco Monge: 1984, pp.186-187) se convierten
en los puntos de partida de una nueva
sensibilidad que pretende procurarle contexto y
testimonio histórico al poema. Lo anterior
consigue lo que todo poeta persigue en su época,
aunque no lo confiese: un considerable arraigo
entre los lectores y un entusiasmo inusitado por
la poesía, especialmente en un país que le había
encomendado las tareas críticas de develamiento
social a la narrativa y al ensayo.
A
partir de Jorge Debravo la poesía pasa a ocupar
en nuestro país el lugar que los poetas
anteriores, aristocratizantes de un yo
conflictivo y de cenáculo liberal, salvo serias
excepciones, como ya subrayamos, habían deseado
pero no habían conseguido. Las paredes de la
ciudad se llenaron de graffitis y carteles que
exhortaban directamente: lea poesía, y
los libros de Debravo y sus compañeros de viaje
–los del “Círculo de Poetas de Turrialba” –
impresos manualmente en polígrafos, corrían de
mano en mano, ya no en ateneos de señoritas e
intelectuales burgueses, sino en sitios de
labor, aulas y casas de trabajadores,
estudiantes y “gentes sencillas”. La poesía tica
adquiría carta de ciudadanía con un
inconfundible acento humanístico y popular,
sacudiendo a su vez un entorno aletargado y
deplorando un pasado de pálida impasividad.
Una necesaria digresión: el
trascendentalismo
Al
hablar de sus “compañeros de viaje” es necesaria
una digresión aclaratoria: luego de la muerte
del poeta, y ya instalados en la capital y en
sus principales instituciones, los miembros del
Círculo de Turrialba (fundado en 1960 además de
Debravo por Laureano Albán y Marco Aguilar; el
tercero permanece en Turrialba), ampliado y
convertido para entonces en el Círculo de Poetas
Costarricenses, apadrina a uno de ellos, el más
conspicuo, Laureano Albán, en sus audaces
aventuras por la búsqueda de reconocimiento y
poder simbólico, quien redacta un manifiesto que
luego firmarán su entonces esposa, la poeta
Julieta Dobles, y los jóvenes poetas Carlos
Francisco Monge y Ronald Bonilla, y que será
conocido como Manifiesto
Trascendentalista.
Dicho documento,
de escasa repercusión, fanfarronea y aboga por
una poesía metafórica y de lenguaje figurado,
donde la intuición sería el centro de la
creación poética en contraste abierto con el
legado debraviano, dejando de lado la
investigación y la experimentación, elementos
sine qua non de toda actividad artística. Jorge
Debravo decía: “Estoy con todo lo que signifique
revolución artística (Debravo: 1978: 24). Dice
Albán: “prefiero jugar con los niños, pasear por
la ribera de un río, sorprender a las nubes y
hasta dormir bajo la lluvia, que leer muchos
libros y porquerías literarias” (Albán y otros:
1977).
En una especie de traición
estética y ética, con una actitud de soberbia,
presumiblemente iluminada por la única verdad,
la suya, proclaman el abecedario de grupo y
denostan la poesía que propusiera el autor de
Milagro Abierto, pero citándolo
(paradójicamente en su apartado V aparece la
cita “La poesía es un arma”) siempre como
coterráneo, compañero de generación y de viaje.
Si algo importante sugiere esa proclama
trascendentalista es la constatación de que la
poesía es una labor marginal para la sociedad de
consumo y la cultura de masas. Lo que sucede es
que, además de ser un texto contradictorio, con
generalidades y repeticiones incluso
antagónicas, la gestualidad un tanto prepotente
de su redactor y firmantes buscará lo contrario:
ocupar los pedestales del canon y la fama.
Otro logro que podemos endosarle es su
calidad de autorretrato en grupo, al describir
en mucho la posterior producción poética de los
firmantes subrayando la “mediocridad mimética,
comodidosa y superficial de la poesía de nuestro
país”. Es imprescindible, por lo demás, ubicar
el trasfondo histórico de esa sui generis toma
de posición en una Centroamérica convulsionada
por la violencia política y la lucha social con
una poesía militante que produjo numerosos
mártires: Otto René Castillo, Roberto Obregón
Morales, Roque Dalton, Ricardo Morales Avilés,
Leonel Rugama, entre otros.
Es de suyo
interesante recalcar la invisibilización que se
hace de la poesía nicaragüense, nuestra vecina
ineludible, con toda su tradicional riqueza
expresiva, especialmente a partir del Movimiento
de Vanguardia comandado por José Coronel Urtecho
en Granada, y su posterior franja de producción
“exteriorista” y coloquial. No cabe duda que
Albán y acompañantes pretendían alejarse de esa
fuerte influencia para fundar su propia
nombradía con una poesía cargada de
abstracciones y vaguedades
parnasiano/simbolistas, con ciertas excepciones:
los poemarios Solamérica, Chile de pie en la
sangre, Sonetos cotidianos y Sonetos
laborales, de Laureano Albán, pero un tanto
impostados, lejos de la médula
debraviana.
Pero lo más incongruente del
manifiesto de marras es que en 1965, en la
revista Polémica, Laureano Albán y
Julieta Dobles habían firmado el Manifiesto
65 redactado por el propio Jorge Debravo,
conjuntamente con Albán, Marco Aguilar y Edith
Fernández (Boccanera, 2004: 116). Allí se
precisa, con anticipación y en grupo, la
posición del autor que nos ocupa, insinuando que
“un día la política será una canción”. Semejante
contradicción conceptual y ética pocas veces se
ha visto en nuestro país.
Por esas y
otras razones, estéticas fundamentalmente, hasta
hoy no he podido descifrar cabalmente qué es la
poesía “trascendentalista” –término más cercano
a la poesía de esa otra cumbre costarricense,
Eunice Odio, en el sentido de trascenderse más
allá del ser y de su propia imagen; por
supuesto, nada que ver con la filosofía de
Emerson, Thoreau y demás feligreses
norteamericanos– aunque sí su peligrosa
articulación con los ámbitos del poder y el
rejuego institucional y editorial, oficializando
una forma de hacer poesía acartonada y
desvinculada del entorno sociohistórico, pero
con la complicidad de los círculos literarios
más conservadores, de la academia y los premios
oficializados (léase fosilizados), y siempre
pronunciando el apellido Debravo, en vano.
Justamente esa actitud ha llevado al
Círculo de Poetas Costarricenses al “autoexilio”
en el amplio y plural campo literario
costarricense, hecho parangonado en la historia
reciente solamente con el grupo Alambique que,
luego de aparecer, a mediados de los años 90,
con una propuesta editorial cooperativa e
incluyente, los escasos miembros que
sobrevivieron a sus purgas fueron paulatinamente
desdiciéndose y autoaislándose con una
arrogancia y altisonancia discursiva ciertamente
patéticas y con una producción literaria
profundamente
endogámica.
Aportes, valores,
contradicciones e influencia de la obra
debraviana
El arraigo popular
alcanzado por la poesía debraviana propició la
paradoja: por una parte se popularizó una forma
de hacer poesía más clara y directa que optaba
claramente por los “desheredados de la tierra”
proponiendo un nuevo paradigma donde la utopía
estaba a flor de la palabra, con un creciente
número de lectores; y por otra parte, y por eso
mismo, la creciente vulgarización de esa forma
de poetizar la realidad hasta caer en el
panfleto y la versificación pedestre y sectaria.
Pero además, y debido a la trágica muerte del
poeta, sobreviene la temprana canonización
oficial que vacía de los principales contenidos
a la poesía debraviana reformándola como lectura
obligatoria de nuestra empobrecida enseñanza,
relegando así su rebeldía y su energía creadoras
para dar paso a la anécdota ramplona y a la
reseña escolar. Muerto el revolucionario se
confisca su fuego.
Pienso que lo último
es lo que ha favorecido una confusión entre
defensores y detractores. Los primeros lo
reivindican como el poeta del pueblo con justo
entusiasmo y no menos razón, pero fetichizando
en mucho su obra y despojándolo, a contrapelo de
la misma propuesta estético ideológica del
creador y de su visión dialéctica del arte y la
historia, de sus más profundos postulados.
Los segundos le cobran la oficialización
y proposición de su poesía como paradigma
poético “nacional”, recelosos, en el fondo, de
su popularidad y de su abundante lectura en
todos los estratos sociales. Ello habla de la
autenticidad de una poesía y de un autor que aún
hoy provocan serias y bizantinas discusiones, y
hasta poemas que ambiguamente reclaman, deploran
y justifican la muerte del humilde pero grande
vate de Guayabo.
Muchos de los poetas
menores de 40 años, es decir: nacidos luego de
la muerte de Debravo, han querido perpetrar el
parricidio simbólico del poeta, a la manera de
José Coronel Urtecho con su “paisano
inevitable”, Rubén Darío, en Nicaragua.
Es el caso de Mauricio Molina y Luis
Chaves. El primero se autocrítica de tal
tentativa radical al publicar el ya célebre
Manifiesto fragmentario en el número 10
de la revista Kasandra en 1997, que
“decía que pasábamos criticando a Debravo para
luego escondernos bajo la noche a devorar sus
libros”.
Textualmente en la revista citada:
Todos renegábamos de Debravo en las tardes, y
lo devorábamos con placer en las noches, como a
un(a) amante, pero definitivamente odiábamos a
Albán. (Boccanera, 2004: 108).
El
segundo intenta ajustar cuentas y desacralizarlo
en su polémico poema Arte poética II:
“_Murió el Gran Poeta de la Patria / en fatal
accidente de tránsito. / _ ¿Y qué le pasó a la
moto?”. (Chaves, 2000: 42). Y lleva razón
Molina: a Debravo no se le puede ver como el
“padre” poético de las nuevas generaciones
porque su actitud y su postura no pretendieron
fundar movimientos ni dejar discípulos (lo
contrario de sus “compañeros de viaje” como ya
vimos, aunque Carlos Francisco Monge y Julieta
Dobles se hayan desmarcado, veinticinco años más
tarde, de los postulados “trascendentalistas”),
mucho menos convertirse en el papá de las
siguientes generaciones. Al contrario, su
poesía, canto de esperanza y solidaridad que no
descuida los códigos formales que implican un
trabajo riguroso con el lenguaje y sus claves,
es una convocatoria humanista donde el poeta es
el hermano de los demás.
Por eso debemos
percibirlo y recepcionarlo como tal: el hermano,
el mayor hasta ahora si pensamos en su obra como
urgente búsqueda de nuevos caminos para
comunicar las “buenas nuevas” con una prosodia y
una dicción muy personales. Esos mismos caminos
que desbroza la nueva poesía costarricense en
sus disoluciones del hablante en verso y prosa,
atmósferas oníricas y alucinadas, imágenes
cerradas y abiertas, parodias, musicalidades,
testimonios y pastiches, para expresarse por
otras vías tratando de comunicarse con su tiempo
y sus congéneres.
La poesía de Debravo,
cuyo eje, como ya vimos, es la solidaridad
humana y lo fraterno como propuesta; cabe decir
–a riesgo de parecer ridículos, como apostillaba
el Che Guevara– el amor por los semejantes y la
confianza en las “multitudes” de quien se asume
como parte de una comunidad con la que dialoga
francamente, es su núcleo, su razón de ser;
además de la insistencia acerca del papel del
poeta como instrumento de liberación,
insistencia que lo convierte, a veces, en
mesiánico y redentor; y de su nítida raigambre
social y popular, por lo tanto política y con
posiciones patrióticas, antiimperialistas, sin
concebirse como un poeta militantemente
partidario; perfila temáticas y tendencias como
la ecologista, la erótica y la cristiana
liberadora.
Esas tres tendencias o
temáticas, como grandes bandas del interés
poético del turrialbeño, se entrelazan por el
ancho río debraviano, forjando y disponiendo una
poesía vital, placentera y cuestionadora a la
vez.
En su obra se percibe un cosmos
vegetal, agrario, que parte de la madre tierra y
lo que produce, lo que germina, como el maíz y
los bosques (Salmo de los tres reinos, Salmo
a la tierra animal de tu vientre, Salmo de las
maderas).
En el segundo y tercer
poemas señalados hay una fusión de lo ecológico
y lo erótico con una armonía particularmente
espléndida. Veamos un fragmento del
tercero:
“Hay maderas recias y macizas
como tus piernas y tus espaldas… Hay maderas
húmedas y rojas como la piel de tus labios y de
tu lengua / Porque la piel de tus labios y de tu
lengua es como una madera roja y empapada de
savia” (Todos los fragmentos de poemas de
Debravo que se citen están tomados de la
Antología Mayor, 1986).
En la
zona erótica es explícito el tratamiento del
tópico sexual. En el poema Desvestido del libro
Devocionario del amor sexual,
leemos:
“Luego –por diversión, sin decir
nada– / la noche se llevó tu blusa larga / y te
arrancó la falda ensimismada / como una cosa
tímida y amarga (…) porque sí y porque no, a
medio reproche, / desnudaste también, entre la
noche, / la noche pequeñita de tu sexo”.
Lo erótico se integra con los demás
temas, o subyace en casi toda su producción,
relacionándolo también con lo religioso En el
poema La Yerba hay una conjunción de lo
ecológico con el cristianismo, liberador y
desacralizado, y con el hecho poético como
parábola:
“Dicen que Jesús predicaba a
las gentes / sentadas sobre la yerba… Por eso
sus palabras se parecen / a los cogollos de los
cedros en la época de las lluvias”. Igual lo
hace en el Prólogo de Consejos para Cristo al
comenzar el año: “Nunca he sabido lo que es la
poesía. Se me parece a Dios. La intuyo cuando se
acerca. Después no sé si se fue. O si la dejé
amarrada en la palabra”.
La raíz (por lo
tanto la radicalidad) cristiana de la poesía de
Debravo es evidente y ya muchas/os críticas/os y
estudiosas/sos lo han señalado. Incluso alguno
de ellos –el chileno Alberto Baeza Flores: 1978:
282– plantea que probablemente provenga del
recóndito sentimiento cristiano del campesino
costarricense.
Podríamos aventurarnos
incluso a sugerir la presencia, mas bien la
resonancia, de algunas huellas de la tradición
del Milenarismo y del Evangelio permanent” (The
everlasting gospel) de los disidentes del
protestantismo inglés de los siglos XVII y
XVIII, y su influencia en un poeta
presumiblemente desconocido para Debravo como
William Blake, con su dosis de inconformismo
antiestatal, anticlerical, plebeyo, promiscuo,
escandaloso y siempre descontento, que
humanizaba al Dios/Cristo, o que divinizaba al
hombre, y, primordialmente, de la doctrina de
los contrarios en su dimensión social,
antecedentes del revolucionarismo libertario y
del anarquismo comunista (Blake: 2001: 140-176).
Pero lo que llama la atención es su imbricación
con lo sexual y lo vegetal, lo germinal, creando
un cosmos erótico y panteísta que se aviene muy
bien con la naturaleza creadora y con el proceso
del lenguaje poético, anclado en una visión
religiosa de la sociedad, donde Cristo adquiere
una faz de redentor y de libertador de los
humildes y explotados, presentándose como un
amigo del poeta.
Es un Cristo
definitivamente a la izquierda de la ortodoxia,
el Cristo de la Iglesia Joven, un Cristo
militante, humano. Esa opción por los pobres es
anterior a lo que luego conoceremos como
Teología de la liberación y corre pareja,
presuntamente sin conocerlas, a elaboraciones
poéticas dentro de esa perspectiva creyente
liberadora como la de Ernesto Cardenal, el
conocido poeta nicaragüense, y a expresiones
músico/poéticas posteriores como la Misa
Campesina del también nicaragüense Carlos Mejía
Godoy.
Jorge Debravo es un volcán en
ebullición en la breve cordillera de la poesía
costarricense. Volcán inflamado de violenta
ternura que pugnaba por expresarse a toda costa,
a pesar de las carencias de su entorno cultural.
Su voz se despojó de la anécdota fácil para
–igual que César Vallejo y Miguel Hernández, sus
influencias más notorias– transitar a la
anécdota humana y arribar al esencialismo de las
cosas y lo seres con un lenguaje poético claro y
eficaz, vigoroso en su tono vital.
Y a
pesar de cierta candorosidad, o ingenuidad
poética (candorosidad que es siempre honesta
porque es consecuencia de una emoción profunda),
palpable a veces en una sencillez de sonsonete
rural y provinciano, no sucumbió al
costumbrismo, o folclorismo, de antecesores como
Aquileo Echeverría o Arturo Agüero. Mucho menos
aplicó la chota a sus congéneres campesinos a
quienes reunió con los demás trabajadores en un
grupo de sencillos “hombres”. Y eso lo logró
debido a las dotes de verdadero poeta.
Posiblemente con Max Jiménez y Eunice
Odio –ambos desparecidos también de forma
trágica y fuera del país, como signos de una
sociedad que ha rechazado siempre la
autenticidad artística porque no tolera la
verdad de frente– sea el autor con mayor
“gracia” poética de nuestros creadores. Jorge
nació poseído por el demonio de la poesía y el
ángel de la denuncia. Era un poeta orgánico que
no necesitó de impostaciones, retruécanos o vaga
retórica, como muchos de sus epígonos, para
entregarnos una poesía fresca, sensual, crítica,
ecuménica, de profunda raíz ética y germinal.
Es muy difícil, como señala el poeta,
periodista y estudioso argentino Jorge Boccanera
(2004: 148), verificar la influencia de la
poesía debraviana en los poetas de las últimas
tres décadas. Sin embargo, su voz es rastreable
en algunos textos del mismo Laureano Albán, de
Carlos Francisco Monge, Julieta Dobles, Ana
Istarú, Alfonso Chase, Janina Fernández, Mayra
Jiménez, Carlos Bonilla, Norberto Salinas,
Rodolfo Dada, Macarena Barahona, Erick Gil
Salas, Miguel Fajardo, Edmundo Retana y Helio
Gallardo, entre otros.
Lo cierto es que
la influencia de Jorge Debravo es amplia y
definitiva, tanto en términos de su asimilación
estética y ética por parte de las nuevas
generaciones, como en su negación y hasta en el
intento de “asesinarla”, como he tratado de
mostrarlo. A pesar del tiempo transcurrido desde
su trágica desaparición, la presencia del
hermano mayor, para tirios y troyanos, es
incuestionable.
Colofón
Si
la muerte no hubiese pisado su huerto tan
temprano, a lo mejor podríamos parafrasear al
poeta cuando, a propósito de Max Jiménez,
expresara lo siguiente: “Si alguna vez Costa
Rica estuvo a punto de producir un genio, fue
cuando (Jorge, en vez de Max, o ambos al
unísono) luchaba contra las cosas y los
seres, contra la palabra y contra sí mismo
(Debravo: 1986, pp. 26, 27). He allí dos
naturalezas consumiéndose en el fuego creador en
un país que, de manera diversa pero
paradójicamente semejante, trató de despojarlos
de su vibrante y avasallador discurso.
Al primero (Max) se le cobró su
ascendencia burguesa y cosmopolita, tanto que su
propia clase lo denostó como “loco” (para
variar) y atrabiliario; y al segundo (Jorge) se
le acosó en vida por su procedencia
campesino/proletaria y por su ideario
humanístico y social, para cooptarlo después de
su muerte colgándole el sambenito de “poeta
nacional”. Hasta en el sepelio no tuvo sosiego.
Bajo un pertinaz aguacero, un cura reaccionario
cerró las puertas del templo donde familiares y
amigos pretendían oficiarle misa, negándole su
entrada por considerarlo ateo y comunista”y
“porque le ha hecho mucho daño a nuestra santa
madre iglesia”. (“Dios no quiere rodillas
humilladas en los templos…” había escrito el
poeta).
Al final solamente cuatro de sus
amigos, el escultor Néstor Zeledón Guzmán y los
escritores José León Sánchez, Laureano Albán y
Alfonso Chase, lograron depositar el féretro en
un pozo lleno de agua que fue rellenado con
barro y lágrimas por sus improvisados
enterradores (Zeledón Guzmán: 1988). Por cierto,
llama poderosamente la atención el hecho de que
siendo tres de ellos escritores, ninguno se haya
tomado el tiempo para narrarnos esa oscura y
torrencial despedida; solamente el artista
Néstor Zeledón, quien guardaba un poema inédito
del poeta, el cual diera a conocer en el
homenaje del 23 de febrero de 1993 en
conmemoración de su natalicio (probablemente el
último que Debravo escribiera: En la mano del
poeta), se atrevió a contarnos esa violenta
tarde de intolerancia religiosa, viento, espanto
y lluvia. ¿Voluntad invisibilizadora por parte
de sus colegas?
Hoy, celosa, sospechosa y
contradictoriamente, se le reprocha al poeta de
Guayabo de Turrialba (aunque a Max Jiménez
también se le rebaja aduciendo su “todología”;
recordemos que era un artista múltiple e
integral: pintor, escultor, grabador, dibujante,
poeta, narrador, ensayista) el entusiasmo que
despierta, así como su permanencia distintiva,
lo que lo convierte en el poeta más vendido y
leído de esta ínsula globalitaria.
Afortunadamente, más allá de la polémica y la
mezquindad, su poesía y su legado en términos de
actitud creadora, ética combativa y modo de vida
auténticos, lo sobreviven.
El hermano
mayor prevalece.
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