De la patria del criollo al graffiti de la sociedad transnacional, pasando por el maximón y la carnavalización (Apuntes y reflexiones sobre las lecturas de Severo Martínez, Roberto Morales, Alexander Jiménez, Jorge Jiménez-Solom Dunas y un poquito de Bajtín pa que no les falte). Adriano Corrales |
Desde
entonces la historia de ese país, otrora asiento de Si
en algo falla la propuesta de Roberto Morales (La articulación de
las diferencias o el síndrome de Maximón, Consucultura Palo de
Hormigo, Guatemala, 2002) es precisamente en obviar la contradicción
implícita entre nación y estado (la cual desarrolla muy bien Alexander
Jiménez en su texto El imposible país de los filósofos,
Ediciones Perro Azul, 2002). El estado está constituido por el
pueblo estatal (Staatsvolk), dentro del cual, según Mao Tse
Tung, por citar un dirigente clásico del socialismo real no ortodoxo,
habría contradicciones socioeconómicas, y por lo tanto culturales. La
nación en cambio designaría, en principio, una comunidad de
procedencia, lengua, cultura e historia (Jiménez, 2002: 96). En
otras palabras, el ámbito político es el del pueblo del estado (de los
ciudadanos: la ciudad estado), y el cultural el de la nación. El pueblo
del estado es el conjunto de sus ciudadanos, compartan o no la comunidad
de procedencia, cultura e historia. Por eso dividir la lucha interétnica
en Guatemala entre ladinos y mayas no solo es
de un reduccionismo conceptual chato, sino de una pérdida de
perspectiva histórica, en tanto obvia la lucha de clases y deja de lado
las relaciones entre política y cultura (estado / nación), es decir
entre cultura y poder. Dicho en palabras de Focucault y con ribetes
marxistas, obvia las relaciones de poder históricamente constituidas
dentro de una Formación Discursiva que obedece a determinada Formación
Social. Si
bien es cierto Morales desactiva el esencialismo y el fundamentalismo
(para citar sus mismos conceptos) metafísico de una supuesta identidad
mayense - preconizada por algunos dirigentes indígenas e indigenistas -
que se opondría al mundo ladino, queda atrapado en esa concepción
binaria y propone una suerte de transacción híbrida, al estilo de García
Canclini - a quien obviamente debe mucho en términos de su teorización
cultural - en una especie de alianza interétnica popular ladina-indígena,
que en nada se desprende de la concepción metafísica que le asigna a
lo mayense, en tanto evita hablar de las necesarias transformaciones
sociopolíticas del estado capitalista en la actual etapa de globalización
bajo esquema neoliberal. (Claro, hay que anotar que la propuesta de
Morales debe entenderse, ubicarse, mejor aún, contextualizarse, en ese
marco de polémica no solo conceptual y teórica en los estudios
culturales guatemaltecos y estadounidenses desde donde ejerce Morales y
desea ser protagonista sino a nivel nacional en términos políticos,
entre la intelectualidad de izquierda de la cual Mario Roberto es un
renegado y dispara desde su columna periodística en uno de los diarios
ladinos - y las instituciones y ONGs, respecto de la canalización de la
ayuda de la cooperación internacional, y un proyecto de nueva
izquierda, por llamarlo de alguna manera, que tenazmente busca las vías
de resolución del problema indígena no saldado históricamente ni por
la línea correcta ni por, obviamente, la clase dominante, ladino / oligárquica). Se
trata pues de entender la evolución de lo nacional / popular, en las
condiciones de la mal llamada Posmodernidad en un país tan complejo y
plural como Guatemala, el cual no ha superado aún la modernidad
impuesta por las metrópolis a sangre y fuego, y conserva serios
reductos feudales y cacicales. Esa evolución se da en la coyuntura de
globalización neoliberal, lo que implica la imbricación de una serie
de elementos internacionales vinculados con la realidad guatemalteca y
centroamericana. Pero por ello mismo con una serie de
preconceptualizaciones en términos de un imaginario nacional que no se
desprende aún de los discursos de legitimación elaborados en la
modernidad. Como lo plantea Alexander Jiménez en su texto, las
sociedades actuales necesariamente son heterogéneas, plurales. Y no se
debe olvidar la historia en tanto las víctimas sigan presentes en la
memoria popular y los victimarios vivos y actuando. Se debe hablar de
las luchas por el reconocimiento de la discriminación y la desigualdad.
Por eso hay que acudir a las imaginaciones generosas para concebir
nuevos espacios de cooperación entre individuos, grupos y pueblos
distintos, pero no necesariamente desiguales, lo cual no precisamente
implica transacción y olvido. Para
el caso de Costa Rica, Alexander Jiménez en el texto ya mencionado,
también logra desactivar el discurso legitimador de la filosofía
institucional costarricense, que el mismo Jiménez denomina nacional
étnico metafísico (o nacionalismo étnico metafísico), y
que nos narra una Costa Rica idílica, blanca, homogénea, de pobreza
igualitaria, con destino democrático, geografía sin excesos y un
pasado colonial sin mayores contradicciones, casi primitiva socialista.
Un país ciertamente imaginario. Se trata de revisar algunas tradiciones
narrativas que han construido un discurso nacional ahistórico y alejado
de las luchas sociales y culturales, es decir un discurso que topa con límites
fácticos y conceptuales. Sin embargo, a pesar del aporte que hace Jiménez
por descodificar las metáforas nacionales y sus elementos metafísicos,
se percibe en el texto una especie de golpe de pecho porque los filósofos
hasta ahora no habían acudido a Por
lo demás, de alguna manera, el discurso de Jiménez
descuida el patio trasero histórico, al sospechar, lúcidamente
es cierto, de un país imaginario que al final queda desnudo conceptual
y políticamente, por lo que, en la actual etapa de globalización bajo
esquema neoliberal, podría ser objeto de reelaboración y arbitraje
para un nuevo mapa internacional. Dicho de manera más clara: puede ser
subsumido por los voraces apetitos transnacionales del imperio y sus
nuevas reconfiguraciones geopolíticas. Si el país es imaginario no
existe y como no existe nos lo pueden birlar. Así, la
incitación justificaría el contrasentido: lo que no existe no
se incauta. Que
el filosofo (el académico, el estudioso, el artista, en fin, el
intelectual) baje a He allí el reto del intelectual centroamericano, hoy casi programado por la falsa globalidad. |
Adriano Corrales Arias
Ir a índice de América |
Ir a índice de Corrales, Adriano |
Ir a página inicio |
Ir a mapa del sitio |