De ceniza y memoria |
La
ceniza es lo que permanece en la memoria. O la memoria, paulatinamente, se
convierte en cenizas presagiando el olvido. Porque lo fugaz se conjuga con
la fragilidad de nuestras vidas que
son los ríos que van a dar en la mar… Pero nos queda la palabra.
Ella nos redime, o nos condena. He allí el valor intrínseco de la labor
poética y de su potencia iluminadora. Por eso el acto de reunir la poesía
publicada no debe mirarse solamente como un esfuerzo propio, sino como una
especie de legado a las futuras generaciones, el cual precisa de la
voluntad crítica y del ponderado criterio estético de cualquier poeta.
Dicho legado nos permite estudiar y analizar la obra de ese poeta con
mayor detenimiento y concisión En el caso de Armando Rodríguez
Ballesteros la selección que nos presenta es un salto vital entre dos
aguas, entre dos mundos, y en cuatro momentos claves. Dos aguas y dos
mundos porque su producción y actividad poética se extiende y cabalga
desde y entre su natal y querida Colombia, hasta su hospitalaria y huraña
Costa Rica. Desde el Festival Internacional de Poesía de Bogotá y el grupo de poetas
que lo hacen posible, hasta las Lunadas
Poéticas en barrio Escalante, San José, espacio diseñado por
Armando y que congregara, en su momento, a casi todas las generaciones poéticas
vivas del país. El fruto de esa extraordinaria labor se encuentra en las
dos compilaciones del mismo nombre editadas también por Ediciones Andrómeda. Y en cuatro momentos claves porque es una
recopilación de sus últimos cuatro libros en el siguiente orden: Ojos
de ritual, Pasos de gato,
Presagios y migraciones y Lubros. En el primer libro asistimos a una articulación de la
“realidad” con la historia personal del poeta a través de un lenguaje
carente de afeites pero cargado de humor negro y de una ironía que
lastima. En el segundo la relectura poética se realiza a partir del
exilio al que ha sido forzado el poeta, conjugado con la ausencia y el
desamor, de allí la nostalgia, la rasgadura existencial, el desarraigo y
la exasperación con su contexto en un tono casi iracundo. En el tercer libro se nos entrega la visión
de la ciudad sin tapujos: es el viaje nocturno del transeúnte por la
Bogotá de sus vivencias y
sueños en cuyo espacio sociocultural coexisten la violencia con puñales
y ángeles lúbricos a través de la cotidianeidad y el mito. El cuarto es
la celebración del amor y sus ramificaciones eróticas como contraparte
de un país que se desangra por su histórica, y a veces incomprensible,
violencia estructural. Cuatro grandes momentos en la obra de un
poeta inquieto que no se ha dejado sobornar por los oropeles ni la
fanfarria. Cuatro momentos en la síntesis de un trabajo donde se fusionan
dialógicamente vida y muerte, amor y desamor, pasión y desencanto,
llegada y huída. Todo ello con una vigilancia reflexiva sobre el
acontecer poético y con un rigor formal intenso cuyo sustrato es la
responsabilidad del poeta. Responsabilidad que arranca desde su condición
de ciudadano comprometido con la vida, pasando por la práctica de la
palabra solidaria hasta el abrazo compartido. Es decir, sin dejarle
aberturas a la improvisación, al facilismo y a la barahúnda posmoderna. Porque si algo hay que resaltar en esta
antología personal de Armando Rodríguez es su profunda honestidad con el
quehacer poético, el cual se refleja no solamente en la sobriedad de sus
páginas, producto del buen trato con el lenguaje, sino, como ya lo
anotamos, en su intensa actividad como gestor de la palabra, tanto en su
Colombia natal como en su Costa Rica adoptiva. Vida y obra se funden en un
armónico libro donde continente y contenido son eso mismo, es decir, el
enlace orgánico de un producto con su productor. Hay que resaltar en esta edición el
impecable aporte gráfico de uno de nuestros artistas visuales más
contundentes. Me refiero a Marco Chía, cuyas ilustraciones partieron de
la materialidad orgánica y ritual para luego ser capturadas por la
fotografía cual si de un poema matérico se tratase. Quiero decir que la
gráfica de Chía es verdadera poesía y que la poesía de Armando Rodríguez
está, de muchas maneras, contenida en las fotografías de Chía, quien
realiza una síntesis entre la fragilidad de la memoria, el rito, la
imagen y la palabra. Poesía directa y desnuda pero no exenta
del colorido de la imagen y de la eficacia lúdica, con ese toque de humor
necesario para hacernos sentir en casa. Es decir, poesía para ser
compartida, no declamada. Para repartirse en plazas, no en salones
triviales. Para dialogar con ella en tanto lírica de todos y para todos.
Acá, como en casi toda la buena poesía, el poeta sencillamente es el
tenaz traductor de la vida a través de sus palabras compartidas. Por
supuesto, en ese áspero acto de traducción también se la va la vida. Debo agradecer a Armando Rodríguez Ballesteros por permitirme, una vez más, la oportunidad de conversar con sus criaturas de memoria y ceniza. Pero además, por compartir afablemente su trabajo, el cual, sin duda, ha enriquecido y enriquecerá la plural producción poética de nuestro país. Y a Ediciones Andrómeda por tan notable esfuerzo de comunicación alternativa, el cual continúa su tradicional línea de enlace entre gráfica y poesía. |
Adriano Corrales Arias
Ir a índice de América |
Ir a índice de Corrales, Adriano |
Ir a página inicio |
Ir a mapa del sitio |