“Chile es una autopista” |
De todos es sabido que Chile, esa larga columna del sur, es tierra
de poetas. Desde la Gabriela Mistral y Huidobro, pasando por los Pablos
(Neruda y de Rocka) y los Parra, hasta Gonzalito Rojas y Raúl Zurita.
(Anoté los nombres que vinieron al recuento mientras escribo, pero,
obviamente, y que me perdonen los demás, quedan muchos, y buenos, sin
nombrar). De tal manera que hablar de un poeta joven chileno es hablar de
una tradición inmensa que se las trae. Por esas razones, o sinrazones oblicuas de la tecnología contemporánea,
he topado con un texto notable que firma Mario Alejandro Sepúlveda y que
lleva por título “Norte Grande”. Con sorpresa y beneficio lo he leído
de un tirón para saborearlo luego con un aguardientito a la luz de mi
ventana sampedrana (escribo desde San Pedro de Montes de Oca, San José,
Costa Rica, pa que se sepa). Pues bien, he aquí una poesía a toda madre como diría un poeta
mexicano. Es decir, con un claro sabor chileno (proveniente de aquélla
tradición), sobre todo norteño, desértico, de parajes donde se escucha,
o me parece que se escucha, el viento, las estrellas y los motores de la
modernidad. O algo peor. O mejor. No sé. Es Atacama. Por otra parte el
texto es como un road poem que parte de Santiago hacia una hoguera en la alta noche,
quizás de indígenas, o hasta una bencinera (gasolinera decimos acá) a
la orilla de la nada. Y en esa travesía viajan los sueños y pesadillas de una infancia
lejana y siempre presente con un perro llamado Jack, madre y padre, las
novias, una esposa, la vieja gorda que te guarece en una borrachera de
tres días… en fin, un poeta bien apertrechado con algo más que
palabras, imágenes y rabia. Todo ello junto como un hatillo. Eso que uno
echa de menos en algunas novedades líricas de esta época del derrumbe. Y
eso se agradece. ¡Sí señor! Es la poesía del sur (norteña) deshaciéndose del sueño
americano y de la escritura bien, para contaminarnos del polvo de los
caminos y de las luchas de los pobladores por una reivindicación que, a
estas alturas del partido, no se sabe de dónde vendrá. Acaso de la misma
poesía con su canto primordial. Porque es claro que “nunca tuvimos
futuro” tal y como apostilla
el hablante del largo poema dividido apenas con títulos certeros. Es la poesía de los “elegidos del sol” (ah, Huidobro bien
citado) que no se dieron ni dieron cuenta de ello. Porque ese día
murieron Borges y los Pablos y otros poetas y ángeles que no pudieron
penetrar la “línea continua de la cordillera”, ni la puesta del sol
en aquél desierto. Es evidente ahora: “Chile es una autopista”; una
larga autopista del sur donde muchos estopistas, cual fantasmas o manchas
de luz, te piden raid a mitad de
la noche. O se te encaraman sin más al auto, o al kabúz, como hilachas
de sangre que corren paralelas por su mineral y austral historia. Pero hay muchos nortes, es cierto. Y sin embargo, es uno del que se
habla. El poeta nos lo dice clarito: “mi norte es otro, está escondido
y reservado / a quien a veces sueño y aún no se devela, pero / como a
una profecía a tanta belleza espero”. No hay mayor claridad que la luna
de noche en el desierto. Eso supongo porque la he visto en California,
aunque nunca en Chile, qué atraso el mío. ¿O será acaso que “no hay
futuro / sin Norte”? Está bien. Sin embargo, “no abusemos del engaño haciendo
literatura”. Hablemos del desvelo y de la punzada que estas líneas me
han provocado. Insomnio de niebla coagulada en la noche tropical. Herida
de la furia en la mirada total de esta Nuestra América larga e imprecisa.
Porque es más que claro: “la poesía no salva sino a quien la
escribe”. Y a lo mejor estamos en el “valle de los desaparecidos” y
esto, todo esto que escribimos, no es más que un gesto in memoriam. No lo sabemos. Lo único que apunto por ahora es el agradecimiento al amigo que me
hizo llegar estos textos y a quien los escribió. No lo conozco pero desde
ya lo reconozco como un hermano por su día y su noche, por la sombra del
poniente en el oriente. Dicho de otra manera, porque me ha descolocado con
una serie de imágenes fuertes y tiernas, sobrias pero complejas, precisas
y deformes, pensadas y sentidas. Eso que, según mi humilde criterio, debe
llevar toda buena poesía. |
Adriano
Corrales Arias - Escritor
costarricense[1]
hachaencendida@gmail.com
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