XIX |
De pronto hay un jilguero que desciende a mis pies, la noche se ha tornado decisiva y remota. Los árboles repiten su fronda en cada prado, los pájaros renuevan partidas en sus plumas. Presido un abandono de hojas consumadas. Presenta la llovizna su versión del otoño. El ave es tan antigua como un ala del cielo, como un ángel marchito, como un atrio olvidado. De pronto hay un jilguero que desciende a mis pies, la noche es quizá un trazo de su breve plumaje. De abismo, paz y cárcel ha enfermado el jardín, las rutas hoy concurren en un patio de piedra. Los trinos ?¡qué de veces he ensayado su canto!, ¡cuán vanas las palabras, los labios!? ya comienzan. ¿Por qué será que el tiempo nos convence en su ruta, si es cifra que transcurre, si las cifras no existen? Un rostro de paloma persevera por siempre prendido de una estrella, conservado en los charcos. He visto tus caderas, tus pechos revelados: perviven desde siempre para siempre en la tierra. Las formas de tu cuerpo, de tus ojos desnudos, se ocultan con frecuencia tras las rejas del campo. De pronto hay un jilguero que desciende a mis pies, tu voz de ángela pura, sin palabras, emite. Entonces hay tus ojos tras cortinas y brumas, tus piernas delirantes bajo manta de arbustos. Entonces son tus manos dos gaviotas o incendios o llamas que calcinan a un guardián de las playas. Entonces todo aspecto de las cosas del mundo te guarda y te traduce, te examina y te imita. Las hojas, los caminos, los rituales, los siglos no son sino un recuento de tu nombre y tu sombra. No hay momento que nazca, no hay instante que muera: nihil novum sub sole, cada piedra es tu rostro. De súbito una lluvia repercute en mi olvido: las gotas son tus dedos sobre el labio y... silencio. De pronto hay un jilguero que desciende a mis pies, junto al charco y la piedra manifiesta su canto. |
Fernando
Corona
Selección del libro "Ángela"
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