Arte poética |
“Te perdono, hombre débil, capaz de satisfacer tu fatuidad con tus propias mentiras” |
Es la dama que duerme desnuda o la carroza que encabeza los funerales Quizá sostiene un cigarro el paracaídas de Altazor o el ego de todos los poetas Es el ángel asesino de luciérnagas El ambiguo dios que profesa la vida tras los ventanales El espejo la brújula el insomnio El visitante/ladrón del fuego que llega sin previo aviso La cenicienta sin dientes y con andadera que conforta a altos precios El caballo de Troya para todo aquel que no ejerza el oficio Pero aquí también hay que saber decir me rindo Derrochar toda la tinta en ofrecer disculpas por lo escrito a partir de ese instante Pagar la deuda expuesta como ganado de subasta Sentir vergüenza deshojarnos abuchear los galardones Redimirnos en la banca de un parque con los ojos fijos en la calle Pedir perdón al cantinero por la botella que nos apropiamos a punta de palabras Perdón al usurero a la guitarra que despreciamos Excusarnos por tomar nuestros rechazos con cierto aire de gratitud y hacerlos de conocimiento público a cambio de un aplauso una risa o una copa semivacía Ofrecer disculpas al amor a la muerte Al hotel de paso que albergó un par de versos y una falda A la silla vacía Al colchón a los ojos verdes a las fotografías Disculparse ante la biblioteca ante los templos en donde hemos escrito sacando provecho por ser los ausentes los eternos fingidores los sin dinero Los siempre expuestos a la policía y al beso ajeno Los que por su equipaje nunca pagan seguros Los que se confunden con la gente sin que ésta diga Ahí va con su pluma enorme al hombro Ofrecer disculpas a las estaciones sobre todo al invierno Humillarse ante los monumentos que incendiamos como epitafios propios o ajenos y justificarnos por no tener más aniversario que el rencor. |
Alejandro Cordero
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