Bailarinas con perfiles de redondas matronas,
tan insolentes que no cuidaban el patio recién baldeado
y me cercaban con manchas y aureolas espumadas.
Su baile por momentos era alocado, en otros la cadencia no existía.
Ese pequeño vuelo transparente las llevaba no más allá del rosal
porque algunas al querer besarlo morían de amor en sus espinas.
Para las que sobrevivían, el destino no era mejor,
en los brazos del viento, la suave caída provocaba su estallido sin ruido.
Patio con sombras añosas, galería con puertas a mi historia.
Ahora sé que tenía un arco iris al alcance de mis ojos.
Las pompas de jabón de todos los tamaños
emborrachaban mi corazón
igual que las burbujas de champagne con el que brindo por mi niñez.
Apoyada en el tronco de un parral, busco el rosal y contemplo el milagro.
En una de las espinas se luce con boina irisada,
la única matrona redonda que se salvó de ellas
se posa en mi mano, me guiña un ojo cómplice
y me entrega su efímera vida, manchándome la piel
con una indeleble aureola de jabón y nostalgia. |