«Sobre
Canción para Viola de Jorge Smerling y su importancia |
Una
tarde de invierno en nuestro viejo piso de las afueras de París busco un
artículo perdido sobre un escritor del Siglo de Oro, Francisco de Lugo y
Dávila. Reviso cajas donde se acumulan cartas, fotografías, fichas y
apuntes. Uno de mis hijos me ayuda, seducido por la tarea y los
posibles encuentros, esperando dar con el objeto que despierte tal o cual
recuerdo. Entre
tantas cosas, en el carnaval de los papeles damos con un libro grande que
contiene un único poema: Canción
para Viola de Jorge Smerling, publicado en Buenos Aires por Ediciones
Carrá. En realidad las Ediciones Carrá eran más bien una imprenta y el
señor Carrá, a quien conocí en su taller de la calle Concepción
Arenal, era un artesano que conocía su oficio y lo llevaba adelante con
arte y esmerada lentitud. El colofón del libro de Smerling señala que su
Canción para Viola se terminó de imprimir el 6 de junio de 1986.
Ignoro la fecha de composición del poema, pero no sería tan anterior. El
ejemplar que poseo lleva el número 35 y me está dedicado junto con mi
mujer Elena el 19 de agosto de 1986, unos dos meses después de su impresión.
Creo justamente que en agosto de 1986 yo estaba en Buenos Aires y que
Jorge Smerling debió darme el ejemplar en mano. Canción para Viola, que lleva un dibujo de Héctor Miguel Ángeli,
también poeta, está firmado por éste. La firma de Smerling acompaña la
dedicatoria, que dice lo siguiente: « ...con un abrazo grande, esta
canción de amigos y toda mi amistad profunda... ». Si la transcribo
es porque el escritor pone en ella, acentúa, el significado de su obra:
es una « canción de amigos », su tema central parece ser la
« amistad », palabra que también aparece en la dedicatoria.
Para los que vivíamos en la Argentina de los años ochenta, y más para
los que habíamos vivido en la década anterior, alimentados desde la
adolescencia en la poesía española de la primera mitad del siglo XX, el
gran poema sobre la amistad era la « Elegía » de Miguel Hernández
a Ramón Sijé. Y algo hay de esa elegía
de Miguel Hernández en esta canción
de amistad, pero trataré de ser más preciso en las líneas
siguientes ya que Canción para
Viola evoca fundamentalmente al padre y al hijo o más bien un
nacimiento, una iniciación. Mi
ejemplar número 35 debe de formar parte de uno de los sesenta ejemplares
impresos en « papel Fabriano » que con los veinte ejemplares
en « papel Japón » y los demás de la « edición
corriente » (cuyo número no se especifica) constituyen la edición princeps de Canción para
Viola. Este esmero material que pone Smerling (el verdadero editor de
la obra) en su Canción para Viola
significa que considera, con razón, que este texto no es un poema más
dentro de su producción, que merece un puesto destacado que él le otorga
desde su doble perspectiva de creador y editor. El
estudio del paratexto, de la perigrafía de Canción
para Viola deberá tener en cuenta entonces este hecho fundamental:
Smerling como editor, en contacto directo con el impresor Carrá, debió
supervisar diversos elementos que conforman a su libro como objeto, y que
no podemos desdeñar en el análisis. Por ejemplo el título, tarjeta de
presentación de la obra y más todavía cuando la portada no contiene
ilustración alguna, se nos aparece en mayúsculas, CANCIÓN
PARA VIOLA, confundiendo el apellido Viola con el instrumento musical.
Esta bisemia, en torno a la cual se construye el poema, sólo es posible
en el juego de las mayúsculas. El poema en sí, que ignora la existencia
de las letras mayúsculas, nunca vuelve a nombrar a Viola. En
las páginas 4 y 5, que se enfrentan, nos encontramos con tres elementos
interesantes. En la página 4, el dibujo de Héctor Miguel Ángeli
elaborado en dos trazos: uno conforma a un ser que dirige uno de sus
brazos hacia una estrella, el otro diseña la estrella. Ese largo brazo es
una curva que seguramente alude a la palabra « curva » de rico
contenido en el texto de Smerling. El dibujo grabado ilustra la obra
escrita, pero no desea competir con ella. Incluso se le atribuye una hoja
par reservando la página 5 para el comienzo del poema, en letras de
cuerpo grande y redondas. La mano casi alcanza la estrella y su búsqueda
es lo que cuenta: como el caballo alado, Pegaso, símbolo de la poesía
que tantas veces ilustra las páginas preliminares de libros, esta figura
se eleva y busca. El
poema es precedido por una brevísima introducción a modo de epígrafe
del propio Smerling. En letras pequeñas, en bastardillas, estas palabras
se caracterizan por el empleo normal de la grafía: mayúsculas cuando es
necesario, puntuación. Se distingue así un discurso fuera del discurso
propiamente poético; este último obedece a otras reglas, más libres. Esta
introducción cumple dos funciones: es a la vez una dedicatoria a Miguel
Ángel Viola y permite traducir el segundo sentido de la palabra Viola
que se enriquece así en su ambigüedad. El carácter presentativo, el carácter
prologal del texto en bastardillas es evidente. En la primera frase llama
la atención la palabra inevitable:
« Esta canción es inevitable... », porque nos sitúa en un
registro que no es el de la pura poesía sino el de una lógica, una
seriedad que no son las características de la escritura de Smerling. Pero
es que el autor juega con la retórica del homenaje, para irla deshaciendo
poco a poco, por supuesto. La
dedicatoria recuerda la que presenta la Elegía
de Miguel Hernández en su voluntad de darle nombre y apellido a quien
podríamos llamar el personaje central de la obra. Evacuado el problema,
Miguel Ángel Viola pasará a ser designado como « un hombre »
dándole al texto contenidos universales. Finalmente « un hombre »
es el hombre Miguel Ángel Viola. No
conocí a Miguel Ángel Viola aunque sí leí sus poemas. Pertenecía a
una generación anterior a la de Smerling (cuyo nacimiento se sitúa en
1957) y se había creado entre ellos una relación que, en torno a la
escritura y a la vida, se transformaba en una amistad desigual: uno era el
iniciador mientras que el otro despertaba. Voy
a transcribir la segunda frase que me parece iluminar el sentido total del
poema: « Este hombre es el poeta Migule Ángel Viola, a quien dedico
la constante migración e inmigración de pajarerías del universo que
recorren nuestra amistad profunda ». Hay allí dos términos que me
parecen extremadamente interesantes: el sustantivo « pajarerías »
y el adjetivo « profunda » con que termina la oración. El término
« pajarerías » alude al vuelo, al ascenso, que es lo propio
de la poesía (y que el dibujo de Hector Miguel Ángeli ilustra
perfectamente). Pero también a Miguel Hernández le gustaba identificarse
con los pájaros y sus pajarerías se relacionaban con la poesía de San
Juan de la Cruz de quien tomaba un hondo lenguaje metafórico. Ese
ascenso, ese juego de los pájaros se confunde en la profundidad, antítesis
sólo aparente porque la profundidad de esa relación entre Smerling y
Viola se nutre de pajarerías y de vuelos. La
última frase de esta dedicatoria-presentación constituye la transición
hacia el poema propiamente dicho, al que se llama « canción »,
pero que elude la rima y el metro propio de las letras cantadas. Es canción
en un sentido más hondo y lo musical como concepto va a ir hilvanando los
itinerarios del texto. Esa musicalidad sí aparece en el ritmo que acentúa
una anáfora constante (« hablo de un hombre que... »), frase
esencial en una enumeración que va definiendo, cavando, evocando... y que
suele (pero no siempre) comenzar las estrofas. Porque hay en Canción
para Viola estrofas muy libres, de diferente extensión, cuyos límites
marca la tipografía con espacios algo más pronunciados. La
minúscula inicial y la falta absoluta de puntuación caracterizan al
texto. Pero al no incluir nombres propios, Smerling lleva adelante una
rebeldía muy mesurada con respecto a las normas ortográficas, situándose
en una postura bastante frecuente entre los poetas de su generación. El
espacio tipográfico se relaciona con la sintaxis, lo que permite
comprender sin trabas la lógica del texto porque las pausas tipográficas
suelen corresponderse con las pausas sintácticas: « y no
puedo más que abrir jardines cuando lo nombro
la
noche es hermosa
las
estrellas tienen sus manos blandas » Lo
musical constituye una suerte de idea fija pero que recién empieza a
estar presente a partir del verso 22 (el poema tiene unos 70 versos, pero
es difícil llegar a una definición clara porque algunos versos están
quebrados por una necesidad tipográfica, otros por un deseo evidente del
creador). Entonces, la primera referencia a lo musical es la siguiente: « y
hablo de un hombre donde nazco
donde
inclino
el
alba con un arpa felina » El
arpa es, como la viola, un instrumento de cuerdas. Lo musical se integra
en el poema en un momento esencial: se habla de un hombre en el que se
nace, lo que alude más bien al vientre femenino; ese nacimiento es una
inclinación -lo que hace pensar más bien en una caída-, pero es una caída
del « alba », es decir de la mañana, del comienzo. Y se nace
(¿o se vuelve a nacer ?) con un instrumento que es un arpa, metáfora
sin duda del lenguaje poético. Pero ese lenguaje poético aparece, a través
del adjetivo « felina », como algo enormemente sensual. Y está
allí otro de los elementos fundamentales de este poema: una atmósfera de
sensualidad que podría ser metafórica, pero que no sé si lo es siempre.
Porque ese nacimiento del que se habla parece ser a menudo una entrada en
la edad adulta con sus ritos y sus temores. Y esa edad adulta es la edad
de la creación, de la sexualidad. Ahora
bien, hay en el texto de Smerling una riqueza constante en la que lo
femenino y lo masculino aparecen asociados porque ese hombre del que se
habla es un « hombre parturiento » de donde nace otro con un
« arpa felina ». A partir de aquí lo musical empieza a
reiterarse: « este
hombre canta porque sus ojos son conciertos
sus
hombros y sus piernas
blancas
donde afina mi canción su música más violenta » Pero
si el hombre canta, ese canto es también biológico porque son partituras
sus piernas de donde afina la canción del otro, es decir del que nace:
partituras y parto, música violenta (la que surge de Viola y de su recién
nacido). El texto establece innumerables alusiones y juegos de palabras y
de sonoridades. Otro elemento que se perfila cada vez más claramente es
el recurrir a la antítesis y a lo doble, a lo contradictorio: la canción
se afina para ser música violenta. Reaparece
la música para relacionarse con los colores, el sonido con la imagen:
« hablo de un hombre que aprendió más música / cuando vio soñar
colores en mariposas [/...] porque la luz persiste en las canciones ».
Y sigue: « su cuerpo canta », « y es por eso que canto a
un hombre de libres y festivas danzas », « sus claros
movimientos y mi canción », « alza el agua musical »,
« y la luz la música y la canción ». Este
ritmo que crece y se acentúa a medida que avanza el poema, estas
referencias musicales van a culminar en el penúltimo verso
extraordinario: « porque me enseñó el silencio ». Pero
volvamos a otra de las oposiciones esenciales del poema, que se perfila ya
desde el primer verso con un recurso retórico que no puede más que
sorprendernos: me refiero al empleo del verbo sobrar de manera inusitada. El verso dice: « hablo
de un hombre que sobra en la muerte » La
incoherencia sintáctica acentúa la hipérbole en un poema que no desdeña
los ecos borgeanos en referencias al infinito ( « en la vaga
copia del infinito », « su calendario infinito ») .
Esa muerte infinita, que sobra, se expresa reiteradamente ya sea en la
frase « cree en la belleza de la muerte » o en la repetición
de la expresión « sobra en la muerte », que por cuarta vez se
enuncia así: « hablo
de un hombre que sobra en la muerte
y
esto lo repito porque lo siento necesario » Esta
obsesión por la muerte aparece en la dedicatoria misma donde se cita
concretamente un verso de Miguel Ángel Viola (« y morir en varios
sitios ») que alude ya a una muerte multiplicada. Pero Smerling
alterna ese placer por la muerte en un poema donde lo principal parece ser
el tema del nacimiento. Hay en el nacimiento y la muerte elementos comunes
y esto no puede extrañarnos en quien ve la realidad como un oxímoron. Pero
vayamos ahora a todos aquellos elementos que en el texto anuncian la
aventura, la creación, la libertad del individuo. Tratándose de un poema
cuya temática es la transición, es decir el paso de una etapa hacia
otra, de la « palidez de mi infancia » hacia los colores,
hacia las canciones, el concepto de muerte tiene también el sentido de lo
que permite abandonar un momento para pasar a otro. Pienso que esa
« belleza de la muerte » de la que habla el poema es la que
caracteriza a la etapa adulta, donde es posible la creación. De
transiciones, muertes y nacimientos está hecha la vida que alcanza el
poeta Smerling aprendida en el maestro Viola. Aunque este poema tiene el
peso de lo universal, no puedo evitar ponerles nombres y apellidos a sus
personajes, consciente de que lo autobiográfico o al menos lo íntimo están
hondamente presentes en estos versos. En
ese horizonte de la vida, del alba, me parece interesante señalar la
palabra « curva »: « su extensión [la del hombre] es
azul y ama en la curva señalada del planeta ». Esa curva señalada,
esa curva exacta es la del itinerario vital, que puede detenerse en
instantes precisos. Así, el sustantivo se transforma en verbo que en un
definido y preciso pretérito dice: « un hombre que curvó la noche
en la espalda precisa ». Lenguaje metafórico, lenguaje sensual que
se detiene en la noche y en el cuerpo. Y ese hombre-mujer, parturiento, se
transforma en la imagen masculina por excelencia, casi diría de violencia
enamorada: « es
revólver de estación en los viñedos perdidos
y
siento que se inclina su pecho por el cuello doblado del universo » Si el revólver es metáfora fálica e
incendiaria, es también referencia musical (pensemos el peso que tuvo el
album Revólver de los Beatles entre los hombres de la generación de
Smerling) que aquí se combina con ecos fértiles y bíblicos de viñedos,
aunque perdidos. Pero ese adjetivo « perdidos » podría ser
polivalente y significar « repartidos » señalando una
amplitud de semen que salpica de vida, referencia que aparece luego en
palabras como « árbol », « generación » o
« fuego ». A la vez el mundo aparece representado como un
cuerpo en cuyo cuello se inclina el pecho del revólver del poeta... Ese
« cuello doblado » es sin duda la curva en que se da el
encuentro. La manera contrastiva y opaca con la que
Smerling nos descubre su nacimiento alcanza su
significación plena en el verso siguiente: « yo nací un día
de otoño donde solté los remos ». A diferencia del ciclo natural
en que el origen se da en primavera, es aquí el otoño el tiempo de la
generación, generación tardía y madura que se vuelca en una imagen
relacionada con el mar y la navegación, tan clásica, tan greco-latina,
que encuentra ecos en la palabra « marea » con que se
identifican a menudo los dos poetas. Me resulta imposible detenerme en cada
verso, en su multiplicidad y en su riqueza. Pero querría acentuar el
hecho de que Smerling considera que nombrar es una manera de fundar y que
allí está la verdadera creación, la que perdura. Lo dice en estos
versos: « si lo
nombro
no
morirá jamás pues no escapa la palabra de la piedra » De
allí la necesidad del testimonio volcado en las letras. De allí el
silencio que es necesario traicionar, como lo dice en los versos que
concluyen: « porque me
enseñó el silencio
que
traiciono ahora » Soltar
los remos es una forma de traición que aquí cobra un camino musical, el
de la viola, que pasa del padre al hijo. La Canción
para Viola es el poema autobiográfico de la traición de un silencio,
para nacer. En el otro se construye Smerling, y encuentra su camino, que
vive en él « como un color furioso de la vida ». Hace muchos años recuerdo que Jorge
Smerling andaba por Francia recorriendo los caminos de Rimbaud, siempre
buscando un padre o un hermano, en el itinerario de la poesía. Y creo que
Canción para Viola » traduce esta búsqueda que es una búsqueda
introspectiva, donde se explica el hondo sentido de la creación. Pero
ello se hace con un lenguaje que es a la vez renovador y clásico,
violento y pausado, con una riqueza de imágenes y de contradicciones que
rara vez aparecen con una fuerza y una síntesis tan hondas. El peso de este texto, que representa además
a una generación argentina muy precisa, la de los que crecimos a la
sombra de la represión, irá cobrando poco a poco más importancia a
medida que la gente se acerque y lea estos versos. Finalmente las tardes de invierno, las
cajas olvidadas y los papeles perdidos tienen un sentido evidente en esta
curva del mundo en la que nos vamos inclinando. |
Fernando Copello
(Publicado en Poesía [Universidad de Carabobo, Valencia, Venezuela], XXV, 4, 2005, pp. 83-89)
Ir a índice de América |
Ir a índice de Copello, Fernando |
Ir a página inicio |
Ir a mapa del sitio |