El otoño de una
mariposa |
Mariposita, No porque tu naturaleza aventurera se hubiera mostrado en ti desde muy temprano, tuviste oportunidad de desarrollarte como tal, pues la inocencia, la docilidad y obediencia que te acompañaron siempre se ocuparon, no de matar, pero sí de controlar tu espíritu apasionado. Una vez, cuando tenías cuatro años, mientras tu madre compraba vegetales al chino verdulero que solía pasar por la puerta de tu casa, sentiste la inspiración de robar un plátano maduro de la carretilla y sin pensarlo, lo hiciste. Rápidamente escondiste el plátano entre tus dos manitas a tus espaldas. Cuando tu mamá terminó su compra, se volvió y tú hiciste lo mismo, pero sin antes haber cambiado el plátano de lugar, por lo que, al voltearte, el chino pudo percatarse de la presencia del plátano escondido y te gritó: -“Niña ladlona. Tú lobal plátano a chino. Mujel, tu sel mala. Tu enseñal niña a lobal dede chiquitica”. |
Tu madre, con las mejillas encendidas de vergüenza te retiró el plátano, lo puso en su lugar y entró a su casa. Dentro, se sentó contigo y te dio un gran responso. Tú, que permaneciste silente todo el tiempo, solo abriste la boca para decir: -“Yo no lo voy a hacer más, Mamita”. Esta frase parece que marcó tu vida, porque cuantas veces fuiste reprendida y prometiste no hacerlo más, lo cumpliste por el resto de tus días. Tu padre poseía un negocio pequeño en el centro del pueblo, un merendero que era famoso por sus sándwiches: “Lunch”. Abría a las 9.am y cerraba a las 9.pm. Y era costumbre de aquellas personas que no tenían hábito de cocinar de noche, o aquellas familias que salían los domingos y regresaban tarde para cocinar, degustar un sándwich que costaba cuarenta centavos acompañado de una malta que tenía el precio de veinticinco. Los emparedados de tu papá, tenían dentro abundante jamón, queso, pepinillos encurtidos, aceituna sin hueso picadita, lechuga y todo lo que llevara un sándwich de calidad y en abundancia, y luego de ponerse a la plancha, se servían calientes y tostados. Por la noche, cuando cerraba el local, tu padre acostumbraba llevar en un cartucho un emparedado y una malta que tú esperabas despierta, para comer tu sándwich antes de dormir. Tú eras muy blanca, pelirroja, con muchas pecas en tu carita bonita y en todo su cuerpo; cuerpo que nunca fue bien dotado en carnes en los lugares apropiados. Pero poseías una gracia y simpatía que a todos encantabas. Como tu familia era muy numerosa, por lógica, todos los años fallecía algún miembro de avanzada edad, y por ser tu madre tan tradicional y conservadora de las costumbres, a ti te vestían de medio luto, a rayitas blancas y negras o tela de ghingham o a cuadritos de los mismos colores, por tanto en muy pocas épocas del año se te veía vestida de colores. Era en estas oportunidades en que luciendo alegre, revoltosa, andariega y bailarina parecías una mariposita de primavera. Bueno… siempre que la voluntad materna no interviniera en bien de tu conducta, porque según ella, de tu conducta dependería tu futuro y tú debías aspirar a un futuro de bien. Por tanto, sin chistar, respondías al llamado de atención maternal con la docilidad de un tierno corderito. Sentías afición por la fotografía, a la que dedicabas mucho tiempo dentro de su casa. Te gustaba retratarte encima de un árbol, o sobre el techo de la casa pero no te atrevías a exteriorizar tu pasión fuera de esta por temor a aparentar perdida de la cordura. Tu inteligencia no era grandiosa, pero si suficiente como para vencer la Enseñanza Media y aprender una técnica que te ayudara a conseguir un trabajo para resolver tu economía y sufragar tus gastos. Lo que en realidad te caracterizaba como magnífica era tu disciplina. Poseías un carácter muy alegre y a todo le buscabas un motivo para reír con tu risa contagiosa y bullanguera; aunque a veces te extralimitabas cuando de forma incontrolable reías si veías a alguien caer, lo que te hacía parecer burlona y cruel. Luego de percatarte del error cometido, pedías disculpas por haber reído e inmediatamente y volvías a hacerlo. Así pasó tu niñez, adolescencia y juventud, sin grandes huellas que marcaran tu alma. Por aquel tiempo como buenas amigas que éramos nos prometimos bautizarnos el primogénito de cada una para ser comadres y seguir siendo amigas. Yo cumplí mi promesa. Tú todavía no me has dado la razón de porqué no cumpliste la tuya. He pensado más de una vez que ha sido la subestimación que ha estado presente en ti hacia mí más de una vez, pero que yo no he tomado cuenta. Cuando conociste el primer amor, la que considerabas ser tu mejor amiga entonces, te quitó el novio y se casó con el, sin embargo, a ti, o no pareció importarte o simplemente decidiste no darle importancia al asunto para no sufrir. Contradictoriamente, yo todavía siento desprecio por la que te hizo tan mala acción. Un tiempo después, conociste al que luego sería tu esposo. Era un médico por el cual no sentías gran atracción, pero como tu madre quedó fascinada por el brillante porvenir que auguraba ese matrimonio, te convenció de no dejar pasar la oportunidad y tú disciplinadamente contrajiste nupcias convencida de que estabas actuando correctamente y feliz de haber alcanzado la meta que se habían propuesto sus padres. Tu matrimonio se desarrolló felizmente, con un ventajoso nivel económico y comodidades propias de la vida de un médico. Realizaste un matrimonio de bien. Viajaste mucho, conociste lugares, tuviste tus hijos, les diste amor, pero siempre bajo la vigilancia y control de tu esposo quien llevara las riendas del hogar y te permitiera todos los caprichos, gustos y holgazanerías que pudieras desear, sin crearte responsabilidad alguna que pudiera entorpecer tu placentera vida. En tu casa siempre reinaba la risa y todos competían siempre en querer decir el chiste más gracioso. Hasta tu perro Chulo parecía querer participar en la risa y el jolgorio. ¿Lo recuerdas? No hubo ningún antojo que no te diste el gusto de permitirte. Tenías una familia y una vida envidiable. Hay un proverbio chino que dice: -“El hombre trabaja la primera mitad de su vida para garantizar la segunda mitad de esta.” Lamentablemente, Mariposita, tú no te preparaste para la segunda mitad de la tuya. La vida está también compuesta de otros elementos que no son sólo la risa y la alegría. Existen otras cosas que tú no conocías que, además de agriarla, enseñan a pensar y obligan a madurar para poder seguir viviendo y aceptarla tal como es. Pero eso tuviste que descubrirlo por ti misma, cuando tus hijos crecieron, se fueron de tu lado y se negaron a continuar haciendo tu voluntad; cuando asumieron su propia responsabilidad ante la vida y dejaron atrás la risa y el jolgorio. Mariposita, los hijos no nacen queriéndonos; ellos sólo nos necesitan. Aprenden a querernos cuando tienen sus propios hijos. Somos nosotros los que los queremos a ellos y responsablemente tratamos de estar cerca de ellos para que cuando nos necesiten, nos llamen y podamos demostrarles solidaridad y serle útiles. Pero nada más, porque si no nos llaman, estorbamos. Además, porque hay que demostrarles que además de ser madres, somos seres humanos con vida propia. Así es como mejor nos ganamos su respeto. Según tú, no naciste para tener familia, tu familia nació para tenerte a ti. Error craso. Si la hiciste, asúmela tal como es. Y demuéstrale a tus hijos que desde donde estés, pueden contar contigo, no para tu beneficio sino el de ellos, porque tu vida la puedes resolver tú. - ¿Qué quien soy yo para aconsejarte así? - Una madre que también cometió errores en la crianza de sus hijos y que te habla por experiencia. También descubriste otro lado oscuro de la vida cuando se murió tu perro y te quedaste sola con alguien a quien descubriste como ajeno; cuando gracias al desarrollo tecnológico y al Internet, conociste que existía algo muy importante que tu desconocías: el orgasmo; cuando descubriste el potencial erótico que escondía tu cuerpo y que aunque ahora conoces, no has podido dar curso sino virtualmente; cuando te percataste de cómo habías desperdiciado tanto tiempo de tu vida al no dar rienda suelta a la pasión que aún albergas; cuando te diste cuenta de cuan vacía estaba la superficial vida que tu decidiste llevar por disciplina y obediencia. No eres el único caso. Hiciste lo que hubiera hecho cualquier mujer “normal” de tu época que hasta podría haberse sentido dichosa de su vida de no ser porque tú no eres así de normal, sólo que tardaste en darte cuenta. No ha sido tu culpa, Mariposita. El medio, tu formación y la sociedad te obligaron a actuar de esa forma y va a ser esa misma sociedad la que te critique, te censure y te condene por querer emprender una tardía emancipación. Y ahora, en el otoño de tu vida, ¿Qué pretendes hacer, Mariposita? ¿Recuperar todo el tiempo que perdiste? ¿Saciar tus deseos reprimidos durante la infancia, adolescencia, juventud y aún madurez? ¿Aprender a rebelarte, a imponer tu criterio cuando las circunstancias te son adversas, el momento no lo requiere y no cuentas con el valor que se necesita para enfrentar la independencia porque en su momento no supiste llenarte de el? ¿Pretendes llevar una vida farandulera, compartiendo con artistas y gente joven aventurera como una más de ellos? Para los jóvenes esos casos son valorados en un primer momento como de valentía, pero luego, como severos jueces que son, los juzgan de excéntricos y fuera de tiempo; de ridículos. Y los halagos que recibes de ellos en ese momento son aduladores cumplidos, caso que les mueva un interés hacia ti, o sientan algún respeto por ti, de lo contrario son burlas a tus espaldas. Corres el riesgo de emprender un vuelo para el que no cuentas ya con suficiente energías y puedes colapsar, o en el mejor de los casos intentar volar sobre el lodo que puede manchar el oropel de tus alas. Mariposita, ya no es tiempo de risas irresponsables, ni de burlas alocadas. Es tiempo de asumir con responsabilidad la situación en que nos puso el destino o que nos pusimos nosotras mismas. Cada edad tiene su encanto y no hay nada más bello que vivir cada etapa de la vida con intensidad, pero con dignidad. Mariposita, aún estás a tiempo. Pon los pies sobre la tierra, mírate en el espejo y reconócete. Mírate a los ojos y busca la mujer madura que está escondida en ti y que está demorando en salir, la que va a saber sacrificar, parte de su tiempo e intereses, no todos, por los que la rodean o por aquellos de los que un día fuimos responsables. Y verás que cuando ella salga los que te rodean, si en un momento te rechazaron, ansiarán tu compañía. Piensa que la belleza física, el dinero y el poder se acaban y sólo quedan los valores que nosotras mismas pudimos habernos creado y los sentimientos que en otros pudimos haber despertado. La vida nos la dio Dios, no para que la poseyéramos, sino para que la administráramos, porque al final tenemos que rendirle cuenta de lo que hicimos con ella. Yo se que todo lo que pueda decirte herirá tus oídos y me vas a malinterpretar, porque tú, como muchas mariposas, estás acostumbrada a oír solo lo que quieres escuchar, lo que halague tu ego, lo agradable. Yo sólo seré capaz de decirte la verdad aunque por ello me desprecies, porque a los verdaderos amigos se les dice la verdad para evitarles hacer el ridículo. Mariposita, no vayas a pensar que te hablo así por envidia, como catalogan a los que critican; por el contrario, yo soy una mujer realizada, saturada de los placeres humanos que en cada etapa de la vida me tocó vivir, con pocos bienes materiales, pero con un mundo espiritual muy rico que disfruto desde la tranquilidad de mi hogar. Te hablo así porque te quiero y porque me das lástima que vayas a descender vertiginosamente desde el podio donde siempre te he tenido colocada, pero, si mis palabras no hacen eco en ti, mi única opción es dejarte sola hasta que reacciones por ti misma. No obstante, sabe que siempre podrás contar conmigo. De todas formas yo siempre seré tu amiga. |
Madalina
Cobián Madalina Cobián
madalinacobian2008@yahoo.com
http://www.enelatardecerdetuvida.blogspot.com/
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