Evocación a Codine |
Hay un refrán que dice: |
Su padre, un alcohólico empedernido, acostumbrado a pegarle a su esposa sumisa, arremetió violentamente contra ella culpándola de haber parido aquella cosa que no parecía humana. No satisfecho con la golpiza que le había dado, agarró aquel bicho raro y lo lanzó al granero para que muriera de hambre o los animales dieran cuenta de ello. La madre, respondiendo a sus instintos, no permitió que esto sucediera y a escondidas del padre, lo alimentó y crió hasta que llegara a ser un hombre, de diez y ocho años, que por supuesto, distaba mucho de ser una persona. Sólo sabía comer, gruñir y articular las pocas palabras que había aprendido de su madre cuando ésta por las noches, después de dormido el padre, le llevaba algún resto de comida. Así creció aquel monstruo cuya única salida era la de visitar de noche un pequeño riachuelo a pescar son sus propias manos, y así buscarse su sustento para no tener que depender de su madre, pues la comida que esta le suministraba, que era de la que ella se privaba ya no era suficiente para sostener aquella gigantesca bola de pelo negro que inspiraba horror. Además, así se mantenía alejado de la casa para no oír los gritos de su madre cuando el padre la golpeaba, pues esta le tenía prohibido acercarse a la casa, oyera lo que oyera. Una tarde que el hambre le arreció, decidió ir al riachuelo a pescar un poco mas temprano, cuando para su sorpresa, un niño de alrededor de cinco años, a quien el nunca había visto, pues debemos tener en cuenta que el nunca había tenido contacto con ser humano alguno salvo su madre, comenzó a pedir auxilio pues estaba siendo arrastrado por la corriente y el pequeño no sabía nadar. Sin pensarlo dos veces, Codine saltó al agua y tomando el niño entre sus brazos lo llevó hasta la orilla. El niño agradecido, lo abrazó y colmó de besos su cara peluda. Codine sintió que en su pecho nació una sensación hasta entonces no conocida, pues nunca nadie lo había abrazado ni besado, y a partir de ese momento se inició entre el monstruo y el niño una amistad secreta. Continuaron viéndose por las tardes. El niño lo enseñaba hablar y le llevaba golosinas desconocidas por el y a su vez Codine le guardaba los mejores pescados que comían asándolos en una hoguera a orillas del riachuelo y le tallaba juguetes de madera cortada de los árboles. Y así continuó esa amistad secreta que sólo se conoció hasta que los padres del pequeño, altamente preocupados y notando la ausencia de este durante las tardes, decidieron seguirlo para saber cual era el motivo de su tardanza en llegar a casa. Esa fatídica tarde, al ser sorprendido por los padres del niño, estos corrieron con su niño en brazos, gritando y dando cuenta a los vecinos y a la policía que su pequeño había sido víctima de las atrocidades de un monstruo que habitaba a la orilla del río y aunque el niño gritaba llorando que eso era incierto y que aquel monstruo era su amigo, hicieron caso omiso de sus palabras y por supuesto, Codine fue apresado y condenado a veinte años de prisión. Como era de esperar, en la cárcel, Codine tuvo que aprender a matar en más de una ocasión para defenderse y para defender a otros cuando se trataba de abuso hacía otro infeliz debilucho, por tanto, cuando salió de la cárcel ya era conocido por todos como un asesino consumado. Al regresar a su casa, mejor dicho al granero, que era el único hogar que había conocido, fue descubierto por su padre que no había cambiado sus costumbres durante tantos años y al conocer este que aquel monstruo había sido aquel bicho que el había pretendido dejar morir entre los animales, montó en cólera y arremetió contra la madre en la peor de las formas que jamás había hecho. Por supuesto, esta vez Codine no hizo caso de los consejos de su madre, y apretando la cabeza de su padre entre sus inmensas manos, la golpeó contra el piso hasta hacerle añicos el cráneo. Después de terminada su tarea se dirigió al granero y se acostó a dormir entre la paja; paja que la madre se ocupó de acomodar para que pasara inadvertido, salvo por los ronquidos que emitía por su gran boca abierta. Pasado el alboroto de los vecinos y la policía que se retiraron por no haber podido encontrar a Codine por ninguna parte, pero a sabiendas de era el culpable de aquel horrendo crimen, la madre se dirigió a la cocina y puso a hervir una olla de aceite. Cuando estuvo hirviendo el aceite, tomó la olla y la vertió dentro de la boca abierta de Codine, que no pudo hacer otra cosa que estremecerse en estertores, y esperó. Al cesar los estertores, la madre regresó a la cocina, tomó el cuchillo de cortar la carne y dio cuenta con este de sus muñecas y yugular. Cuando Catalina nació en el seno de una familia de intelectuales, su nacimiento creó cierto desconcierto entre sus familiares, pues a diferencia del resto de los niños nacidos en las otros ramas de un mismo árbol genealógico, no nació blanca, ni con el pelo lacio y además de fea y ñata, era bizca y miope, pero nadie hizo un comentario al respecto, ni tomaron una actitud rechazante, por lo menos en público. Solamente su padre, que acogiéndola como un bendición del cielo, extremó sus cuidados y cariños hacia la criatura recién llegada, hasta el punto de que en su presencia no se podía hacer la menor alusión a ninguno de sus defectos, ni a ninguna de sus malacrianzas, aunque estas malacrianzas fueran verídicas. El personalmente, con ayuda médica, se ocupó de sanar y perfeccionar sus defectos físicos, de su instrucción y de tratar siempre de que sus conocimientos se hallaran siempre por encima de los niños de su edad. Cuando esta entró a la escuela primaria ya sabía leer y escribir y conocía ya de la Edad de Oro y del Tesoro de la Juventud, y ya comenzaba a tocar el piano y la guitarra. Se sacrificó para que esta asistiera a las mejores escuelas y sacara las mejores notas. Una vez, siendo esta ya una Pre-Adolescente, llegó muy triste a la casa. Cuando su padre le preguntó, ella le contestó que durante el receso los niños estaban jugando a “¿con quien de estas niñas te vas casar cuando seas grande?” A lo que un niño contestó: “Yo me casaría con Catalina, pero la noche de la boda le pondría un cartucho en la cabeza”. La respuesta de Catalina no se hizo esperar. Se abalanzó sobre el niño y le dio tantos golpes que hasta le rompió el reloj. Fueron llevados a la Dirección y recibieron una reprimenda. El padre de ella aprobó su actitud y le recomendó que por eso ella debiera hacerse una profesional para que el día de mañana ningún hombre pretendiera ofenderla ni abusar de ella y de hacerlo, repitiera lo mismo que había hecho ese día, se divorciara y se buscara otro esposo. Catalina aprendió bien la lección, pero ese día, no dejó de marcarla para el resto de su vida. Los años pasaron y Catalina se hizo una profesional. Llegó la edad de enamorarse y por supuesto a ella también le tocó. Conoció un muchacho apuesto, con aspiraciones intelectuales, que componía poemas, y que la enamoró tal como a ella le gustaba que lo hubiera hecho, pero era muy pobre. Ella lo aceptó, pero surgió un inconveniente, la madre de esta, en su excesivo celo materno, le advirtió que ese hombre no era para ella, porque era muy bonito y cuando los hombres bonitos se casaban con muchachas feas, lo hacían por interés; y así aunque el matrimonio se efectuó con la aprobación del padre de esta, duró muy poco, porque siempre la madre se interpuso en la felicidad del matrimonio argumentando razones insólitas, que en realidad trataban de encubrir su verdadera y supuesta por ella razón, era que el hombre quería vivir del dinero que ella devengaba. De esa unión quedó un hijo que fue la felicidad futura de esa familia. Como todo pasa, pasaron los años y la juventud tiene que rehacer su vida, Catalina se volvió a casar. Esta vez con un ingeniero agrónomo; con solvencia económica, pero cuya personalidad se correspondía con su profesión. Su madre estuvo muy de acuerdo, aunque nunca dejó de mofarse del origen campesino de éste. Per esto no era lo peor. No había entre ellos nada en común y cuando Catalina quería que su marido le dijeran algo dulce, el le contestaba: “Dulce de guayaba con queso”. Y como el medio social de su entonces esposo era tan parecido al de él, ella terminó quedando fuera de grupo y que este mismo grupo la rechazara por no estar a tono con el colectivo; colectivo que ejercía una gran influencia sobre este. Y aunque tuvieron otro hijo, de hecho, se divorciaron. Por supuesto también tuvo que criar sola esos dos hijos con el esfuerzo de su trabajo, que por suerte y gracias a la preparación que le dieron sus padres, siempre fue bueno. Pero la suerte no la acompañó tan bien con el segundo hijo que sintió gran admiración y apego por su padre. A medida que pasaba el tiempo, las nuevas generaciones comenzaron a degradarse y a tornarse superficiales. Llegó a ser una gran preocupación de gran valor social entre los jóvenes, el amor por lo material y la presencia física. Un día, durante una discusión este le dijo: “No me gusta tu cara. Eres muy fea”. Como las madres todo lo perdonan, ella decidió perdonar la ofensa, aunque por eso, ella no lo iba a dejar de querer; pero el decidió irse a vivir con su padre, que contaba con mejor desenvolvimiento económico y tenía una mujer de mejor aspecto. Pero no todo es malo en la vida. Su hijo mayor, que nunca la abandonó y siempre le demostró su amor y que se hizo una gran personalidad, se casó con una mujer blanca y le dio dos nietas a quienes ella amó con la vida, hasta un día en que una de ellas le dijo: “eres una negra fea”. El mundo de Catalina, pareció desplomarse. Como parece ser que cuando un ser humano se retira de la vida social y laboral, la vejez hace sentir su presencia acompañada de la soledad, el hombre le da más importancia al mundo afectivo que a todo lo demás, una experiencia como esa hace parecer todo ha acabado definitivamente. De hecho, creo que Catalina nunca más ha salido a la calle para no disgustar a los demás con su fealdad. La humanidad no tolera la fealdad a no ser que venga rodeada de gloria y dinero. Como decía al principio, la vida no está llena de casualidades, sino de regularidades que se repiten y se repiten y se seguirán repitiendo, porque el hombre es el único animal que tropieza una y mil veces con la misma piedra, aunque presuma de culto y civilizado. |
Madalina
Cobián Madalina Cobián
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