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Una colorada (vale más que cien descoloridas) |
Cambiar mi cuerpo
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No son pocas las ocasiones en que las personas desean hacer cambios en su apariencia. Según la época, se usaron pelucas pesadas e incómodas que terminaban propiciando o acelerando la calvicie, la belleza femenina se asociaba antes con carnes abundantes para luego caer en el extremo de una delgadez casi famélica. Hombres y mujeres se tiñen el cabello y consultan cirujanos para ocultar arrugas, disminuir abdomen o cambiar nariz y orejas. Opciones menos drásticas, son el rubor, el lápiz labial y en general toda una gama de maquillajes, porque al parecer existe una intención –casi siempre consiente en cuanto a lo que debe usarse- que determine quienes somos, a que grupo pertenecemos y hasta donde llega nuestra libertad.[1] Cuando la moda supone una infiltración de tinta o una perforación de la piel –escogida en sitio y forma según la necesidad emocional de cada quien- el resultado al final del día será contar con un sello o marca que identifique al portador, sin importar el dolor durante el proceso o las consecuencias ulteriores del tatuaje o el piercing de que se trate. En la literatura, podemos leer de una joven japonesa que usaba su piel y la ofrecía al artista como si fuera el lienzo donde pintaba; históricamente han cambiado los perfiles de los usuarios de estas técnicas, que una época fueron delincuentes, presidiarios, sujetos de poca cultura que deseaban manifestar su amor a una joven; sin embargo durante cuando menos tres décadas, se ha convertido en elemento de identidad propia o con algún grupo al cual se pretende pertenecer. Psicólogos y sociólogos han realizado estudios e investigaciones, a fin de determinar si el tatuaje es una refinación del impulso de auto-lesionarse derivado de alguna culpa no resuelta, si se trata simplemente de actos de rebeldía –muy frecuente en los adolescentes, huérfanos o infractores juveniles- o si señala un suerte de compensación emocional por la pérdida de una parte de mi cuerpo –amputaciones o violaciones- de alguien amado –padres, hermanos, pareja o hijos- o encierra la intención de ser definido con ciertos rasgos de exclusividad en el ámbito sexual, de fortaleza física o de liderazgo por pertenecer a algún grupo específico al cual se respeta o teme. Pero más allá de si el tatuarse, refuerza aspectos débiles de mi identidad o si como en el caso de las marcas numéricas de los nazis en los campos de concentración, suponen un señalamiento discriminatorio[2], sería importante abordar temas relacionados con el funcionamiento cerebral de quienes eligen tatuarse y quienes no lo hacen, o que tan absoluta es la idea de si las personas al optar por estas técnicas de cambio corporales ganan belleza, potencia sexual o mejor imagen. Por lo pronto en la geografía de “la democracia por excelencia”, donde se pondera la premisa de que todo mundo es inocente hasta que se demuestre lo contrario, con un sistema judicial que suele compararse con el mexicano en demérito de este último, un joven de 23 años que siendo niño fue llevado a los Estados Unidos, y ha estudiado en dicha cultura, permanece encarcelado, bajo el cargo de pertenecer a una pandilla y usando como “prueba” un tatuaje. Si el sujeto fuera un héroe militar ex combatiente de Vietnam que selló su piel con una frase de protesta ¿También se le consideraría criminal? ¿Cuántos personajes cinematográficos portan tatuajes –muchos de ellos no permanentes- para lucir más fieros? ¿Qué secreto se esconde detrás de los tatuajes que luego difícilmente pueden removerse? ¿Cuál historia o condición psíquica nos cuenta esa marca? ¿Qué deseo o ideal se persigue? ¿Cuántas frustraciones, tensiones internas –casi siempre en el plano del subconsciente- pretenden aliviarse con una perforación o un tatuaje? En este mundo de comercialización, los tatuajes no son la excepción y de ellos se dice que han existido desde mucho antes de la era cristiana[3]. El mercado de los tattoo –término usado por James Cook en el siglo XVIII, como una derivación del vocablo tahitiano “tatua” que significa golpear- se promueve desde la infancia, con la venta de dibujos “no permanentes”, colocados por niños en sus manos aclarando siempre que se van a quitar con el agua. Se han identificado casos de enfermedades o adicciones propiciadas por este tipo de “calcomanías” y poco se dice del remedio más allá de haberlas retirado del mercado. Pocos padres de familia se sentirían cómodos de saber que por no haber definido a tiempo límites en cuanto al cuidado del cuerpo, en la edad adulta su hijo pueda ser encarcelado, excluido de un trabajo, imposibilitado de ayudar a un familiar enfermo que requiere de transfusión[4] y en los casos extremos, tener en su cuerpo, barras, clavos o varillas, con los cuales voluntariamente se infringe dolor[5]. Entre los muchos estudios –Peter Kappler, de la universidad de Göttingen entre otros- acerca de las motivaciones, para “cambiar el cuerpo”, algunos aducen que es para embellecerse, mostrar mayor potencia sexual, purificarse, -como parte de un ritual espiritual o de pertenencia- o estimularse por medio del dolor y, se empiezan a difundir estudios relacionados con los mecanismos del sistema mesolímbico -estructura cerebral, vinculada con la producción de dopamina- al parecer con diferencias en sujetos nacidos mediante cesárea, prematuros o con desequilibrios en el desarrollo y madurez de dicha parte del cerebro. En investigaciones diversas se comprueba que las personas tatuadas, tienen una menor auto estima y son más proclives a drogarse como parte de su búsqueda de “nuevas experiencias ”Notas: [1] Si los hombres las prefieren rubias, la moda es teñirse de ese color.
[2]
Las marcas en la piel han sido usadas a lo largo de la historia como
muestra de honor o de deshonor.
[5]
El negocio incluye: tatuaje ultravioleta, Play-piercing, Pocketing,
Surface bar, Suspensión, Sewings –de labios, ojos, vagina- tune,
cutting o branding. |
Lilia Cisneros Luján
13 de marzo de 2017
Al Natural es Mejor: Los tatuajes y sus riesgosPublicado el 31 ene. 2013
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