La administración pública y su significación Autor: Dr. Ariel Enrique Cetina Bertruy |
Cuando nos adentramos
al mundo de los conocimientos y saberes de la ética, las gestiones públicas,
la administración pública, del funcionario público, de los bienes públicos
y del bien común, es necesario elaborar un marco conceptual para entender
la terminología. Estos conceptos, constituyen los ejes esenciales de una
rama del saber ético que pugna por establecerse. La administración pública
es la organización que lleva a cabo la acción pública, a quien se
encomienda el logro de los objetivos fijados por las instancias políticas.
Por lo que una ética de esta naturaleza se aproxima a la ética política,
o conocida también como
deontología política. La generalización del
Estado de Bienestar tras la II Guerra Mundial, término que encontró una
expresión concreta en Europa, hizo
que llamara la atención el tamaño alcanzado por los organismos públicos
y su omnipresencia. Hoy en día hay que
destacar de las administraciones públicas, la extrema complejidad y alta
diferenciación que han adquirido. Esto significa que la Administración Pública
posee ribetes distintivos. No es lo mismo la forma que adopta en España,
Francia, y EE. UU. que en países como Venezuela, Cuba, República
Dominicana, Puerto Rico, México, etc.
Aunque el concepto que asumimos
es interesante, puede variar en contextos históricos-concretos. Pese a que la imagen de
la administración que hoy más persiste en el mundo es la de una oficina
con ventanillas, despachos y papeleo, sobre todo, es administración pública:
el quirófano de un hospital, o también una clase en un colegio público,
la cabina de un vuelo de la línea aérea oficial de cada país, un banco
estatal, o el laboratorio donde se hace la predicción del tiempo por los
meteorólogos. Constituye un principio
básico de la democracia, que las instancias políticas decidan los
objetivos de la acción pública y las administraciones públicas los
hagan efectivos. El papel de la
administración ha de ser instrumental, no independiente, llevando a cabo
las políticas decididas por el Gobierno, lo que exige evitar, tanto la
tendencia de los funcionarios a ocupar parcelas de un poder que no les
corresponde, como su identificación ideológica o clientelar con el
partido gobernante. De no ser así, la
alternancia política implicaría quitar a unos para poner a otros, con la
imaginable discontinuidad en la acción pública.
Este es, precisamente, el deber ser del asunto, pero en muchos países
de América Latina ocurre lo contrario, cuando se cambian los niveles
gobiernos, se pierde el necesario peldaño de continuidad.
El volumen de bienes
alcanzado por el sector público (presupuestos próximos a la mitad del
PIB en los países de la Unión Europea y empleo público cercano al 20 %
de la población activa) y su incidencia en la vida cotidiana de la gente
hacen que la entrega efectiva de bienes y servicios a los ciudadanos se
haya convertido hoy en día en un factor clave para la legitimidad política,
por encima de otras consideraciones dotadas aparentemente de mayor
trascendencia. [1]
(Beltrán, 1998: 12)
Referencias:
[1] Miguel Beltrán. Diccionario
de Sociología, Editores Salvador Giner, Emilio Lamo de Espinosa y
Cristóbal Torres. Editado
por Alianza Editorial, Madrid, 1998, p. 12. |
Ariel Enrique Cetina Bertruy
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