Fernando de Alva Ixtlilxóchitl: |
Una
de las etapas menos conocidas por los mexicanos es, sin duda, el México
prehispánico; de aquí que se deduzca que si bien no nos agrada la
lectura –mucho menos histórica-, los elementos con los que podemos
contar para describir un pasaje de la antigüedad mexicana sean nimios.
Esta situación ha comprometido, entonces, que el conocimiento sobre
nuestras raíces indígenas sólo tenga unos cuanto visos, con lo que
estaremos expuestos a caer en malas interpretaciones sobre nuestra
historia. Al
respecto de esta literatura sobre el México prehispánico han existido
innumerables plumas que han tratado de difundir sus conocimientos para dar
a conocer el proceso por el que se llevó a cabo ese encuentro de dos
mundos. Entre estos escritores localizamos a los religiosos, Sahagún,
Motolinia, Duran, entre otros, y los participantes directos, como podrían
ser Cortés y Bernal Díaz del Castillo. Este tipo de historiadores serían
netamente españoles, mientras que otro grupo estaría representado por
los cronistas mestizos que se encargaron de rescatar la historia indígena
a la luz de una educación ya españolizada, como es el caso de
Chimalpahin, Alvarado Tezozómoc y Alva Ixtlilxóchitl). Este hecho lo
afirma Léon-Portilla: “En
México mismo, especialmente a principios del XVII, varios indígenas o
mestizos como don Fernando Alvarado Tezozómoc, Chimalpain e Ixtilixóchitl,
descendientes de la antigua nobleza indígena, escribieron en idioma náhuatl
o en castellano sus propias historias, basadas principalmente en
documentos de procedencia prehispánica. Imbuidos ya en la manera europea
de escribir la historia, sus imágenes del mundo antiguo pueden
describirse, no obstante como los primeros intentos indígenas de defender
ante el mundo español sus tradiciones e historia”[1] Posteriormente
se podría hacer referencia de historiadores que poseen ya mejores
herramientas para hacer una historia más objetiva y que dé pie a la
controversia, como el caso de Ignacio Manuel Altamirano en su Paisajes y
Leyendas o, bien, García Izcalbaceta en sus Indagaciones..., los cuales
crearon todo un debate en cuanto a que la aparición de la virgen María
fue tan sólo una invención. Cuestión que hasta nuestros días continua
siendo tema de estudio, ya sea por enigmático –poco probable- o porque
uno de los límites a los que se enfrenta el historiador es la fe
intocable del humano. Actualmente,
podemos apreciar trabajos más elaborados y que también han dado pie a la
crítica sobre la temática del México prehispánico y poshispánico, en
este caso no podía faltar Edmundo O´Gorman con su Invención de América,
la cual abriría el horizonte sobre ese manejo de la sociedad a través de
la religiosidad, para conseguir fines políticos o económicos. O también
podemos apreciar el caso de los historiadores que han buscado rescatar y
hacer de dominio público los escritos y poesías indígenas, entre los
que resaltarían León-Pórtilla y Garibay (aquí también figura O´Gorman). De
esta forma podemos reconocer que el trabajo realizado por algunos
personajes de oficio histórico ha contribuido seriamente a reconocer la
historia de ese México que muchos creen perdido, pero que nada hacen para
encontrarlo. En este sentido, urgiría en las aulas una buena dosis de
historia del México Antiguo para reconocer cómo fue el proceso que
condujo al mestizaje y no caer en fanatismos como el de “yo odio a los
españoles porque nos conquistaron” o frases de ese estilo. Con
el propósito de reconocer un episodio de esa historia de la que ya he
hecho tanta publicidad, opté por escoger a un personaje que no figurará
como español “puro” (si así puedo llamarle) y que tampoco contuviera
elementos netamente indígenas. Por esta razón me incliné por leer a
Fernando de Alva Ixtlixóchitl, que si bien tenía por descendencia el
linaje texcocano, fue también un hombre que pasó por ese proceso de
mestizaje, en el cual recibió una educación a la española, dejando de
lado la idolatría de los dioses aztecas para recibir el catolicismo. Asimismo,
Ixtlilxóchitl representa a ese linaje texcocano del que sobresale el rey
Nezahualcóyotl como emisario de las buenas artes y del cual se encargará
de rescatar los escritos y códices que mejor pueda para realizar una
historia sobre él y enaltecerlo. El
presente trabajo tiene como propósito reflejar esa función que Ixtlilxóchitl
representa como un rescatista de las tradiciones prehispánicas, que si
bien ya podían haberlo realizado los clérigos (donde resalta Sahagún)
él expone su historia con el ahínco que representa hablar de los
antepasados que enorgullecen tras memorizarlos. Este trabajo busca visualizar si en verdad Ixtlilxóchitl pugnó por el rescate de la fuentes indígenas para realizar una historia que los enalteciera o, en el mejor de los casos, los rememorara. El rescatista de las tradiciones prehispánicas A
Ixtlilxóchitl se le debe gran parte de la historia que habla de Nezahualcóyotl,
ya que es de suponer que tendría mayor interés en hacer alusión sobre
este personaje por haber sido antepasado suyo. La obra de Ixtlilxóchitl
puede localizarse en sus Obras Históricas, las cuales se traducen en la
práctica a dos espesos libros[2]
que exponen sus historias desde el nacimiento de la cultura tolteca hasta
la elección de Cuauhtémoc en Tenochtitlán. De entres estos escritos el
que se refiere a las hazañas y creaciones del rey Nezahualcóyotl fue
llamado “Historia de la nación chichimeca”. Así,
comenzaré a relatar algunos pasajes que Ixtlilxóchitl nos regala dentro
de “La historia de los señores tultecas”, donde describe a esta
cultura como la primigenia del pensamiento indígena mexicano, por lo que
abunda mucho en tratar acerca de su cosmogonía, la cual giraba en torno a
la dualidad; es decir daban relevancia equitativa tanto a lo masculino
como a lo femenino. Dentro de sus creencias los toltecas decían haber
nacido de tal dualidad que era representada por dos dioses: Tonacatecuhtli
y Tonacacihuatl, como lo definiría mejor Ixtlixóchitl: “Los
ídolos de los tultecas que antiguamente tuvieron, fueron los más
principales que fue Tonacateuhtli, y hoy en día está su personaje en el
cu más alto, que es dedicado al sol, de este pueblo, que quiere decir
dios del sustento y [a] su mujer tenían [por][3] otra diosa, y dicen que
este dios del sustento era figurado al sol y su mujer a la luna, y otras
diosas que llamaban las hermanas del sol y la luna, que todavía hay
pedazos de ellas en los cues de este pueblo”[4]
Asimismo hace un repaso de esa leyenda en la que se describe las
diferentes etapas por las que ha pasado el hombre en la conformación de
sus historia, relatando, por ejemplo que: “y
dicen que el mundo fue criado en el año ce técpatl, y este tiempo hasta
el diluvio le llamaron Atonatiuh, quiere decir, edad del sol de agua,
porque se destruyó el mundo por diluvio. (...)duró esta edad y mundo
primero, como ellos le llaman, mil setecientos dieciséis años, que se
destruyeron los hombres con grandísimos aguaceros y rayos del cielo y
toda la tierra sin quedar cosa alguna”[5]
En estas líneas cabría reflexionar que si bien Ixtlilxóchitl
explica una historia indígena americana muy alejada en espacio geográfico
y pensamiento –según mi parecer- nos regala una serie de analogías que
hablan sobre la similitud en el relato del diluvio, tal y como lo relata
el Antiguo Testamento. Y no conforme con este anacronismo explica líneas
atrás que también el relato se asemeja en cuanto al nacimiento de los
hombres de un hombre y una mujer, cuando, como ya quedo asentado, vimos
que este nacimiento se dio por dioses (o si somos más directos de la
naturaleza, recordemos que Tonacacihuatl y Tonacatecuhtli son luna y sol,
respectivamente), por lo que cuál similitud existe si queda asentado en
el nuevo Testamento que Adán y Eva fueron ya humanos creados por Dios.
por si esto no fuera poco también relata que: “y
se escondieron y se metieron dentro de las aguas los más altos montes cáxtol
moletltli, que son quince codos; y de aquí, añaden asimismo otras fábulas,
y de cómo tornaron a multiplicar los hombre de unos pocos que escaparon
de esta destrucción dentro de un toptlipetlacali, que casi significa este
vocablo arca cerrada; y como después, multiplicándose los hombres,
hicieron un zacuali muy alto, y fuerte que quiere decir, la torre altísima,
para guarecerse en él cuando se tornase a destruir el segundo mundo.”[6] Estos
párrafos no permiten la duda en cuanto a que Ixtlilxóchitl, quien escribía
principalmente para los religiosos y nobles españoles, trata de moldear
una historia indígena a los parámetros de la fe católica, la cual
predominaba en su tiempo como un factor de consolidación del poder ante
los indígenas que pretendían convertir. Y es que, lo vuelvo a repetir,
las líneas de Ixtlilxóchitl no permiten margen de duda para reconocer
que, o bien trata de hacer la moldura de la que hable, o simplemente no
puede ir en contra de los valores que
le fueron enseñados; es decir que su educación ya occidentalizada no le
permitiera traer al presente las ideas antiguas, tal y como son para
reafirmar que el catolicismo es la única fe del mundo. Si no es así, cómo
explicar que Ixtlilxóchitl haga analogías tales como un arca de Noé y
una torre de Babel en la ideología indígena. Más
adelante, Ixtlilxóchitl relata la cronología de los reyes toltecas, en
este apartado resalta su gran intelectualidad, puesto que en cada crónica
que hace de los reinados de esta cultura, anexa –supongo que para una
mejor ubicación cronológica- los personajes europeos que gobernaban al
mismo tiempo que los reyes toltecas. Esta situación da a entender que
Ixtlilxóchitl no era un neófito en letras y que posiblemente su estatus
de noble le permitía el acceso a los libros provenientes de Europa, donde
resaltaban los escritos griegos y la literatura religiosa medieval. Para
ejemplificar mejor esta situación expondré un párrafo de Ixtlixóchitl
narrando el tiempo de gobierno de un rey tolteca: “Cumplidos
los cincuenta y dos [años] murió el rey Nacáxcoc, heredándole su hijo
Mitl que fue en el año de 5 calli, y ajustado este tiempo con la nuestra,
fue en el de 822, al sexto año de pontificado de Pashal romano, y el
octavo año del imperio de Ludovico primero de este nombre y emperador
romano, y en España, el rey Ramiro I de este nombre, y al primer año de
su gobierno.”[7] Es
así que Ixtlixóchitl da cuenta de la cronología tolteca hasta su
decadencia. Dentro del relato tolteca encontramos la presencia de Quetzalcóatl,
aquel humano o, mejor dicho semidios, a los ojos de nuestro autor, que
proveyó a la sociedad tolteca de los conocimientos que llevaron a esta
cultura a ser una de las más prósperas de Mesoamérica; él, el barbado
y buen hombre, que prometió regresar para enmendar su culpa, fue el que
debió incorporar la duda en los indígenas para no exteriorizar su
rechazo a los españoles. Asimismo no debemos obviar al gran sabio
Topiltzin sobre el que Ixtlixóchitl da gran relación. Ixtlilxóchitl,
a pesar de la subjetividad que maneja en cuanto a su credo religioso,
busca enaltecer, como dije anteriormente, la cultura prehispánica para
evitar su olvido. En este sentido cabe exponer lo que él piensa sobre
otros autores que manejaron, también, la historia del México Antiguo: “Muchas
historias he leído de españoles que han escrito las cosas de esta
tierra, que todas ellas son tan fuera de los que está en la original y
las de todos éstos, y entre las falsas, la que en alguna cosa conforma es
la de Francisco Gómara, clérigo, historiador que fue del emperador Don
Carlos, nuestro señor, que tenga Dios
en su gloria, y no me espantó que como son relaciones de pasada unos
dicen cestas y otros ballestas , como se suele decir, por demás por decir
una cosa dicen otra, hablan unos de pasión, otros de afición, y otros
cuentan fábulas compuestas por palabras sucedidas y ciertas , y otros no
entendiendo bien la lengua y lo que lo viejos les dicen, como a mi me ha
sucedido muchas veces con los naturales, siendo nacido y criado entre
ellos”[8] Aquí
bien se aprecia la forma en la que Ixtlixóchitl desea hacer la historia
y, por lo tanto, el objetivo que busca al realizarla: el hecho de poner
gran énfasis en los testimonios, habla sobre que el historiador cree que
sería la información de primera mano y la más confiable, en
consecuencia. Ixtlixóchitl hace patente que para escribir una historia
verdadera es necesario tener gran cuenta de los hechos que conforman a la
sociedad a la que se quiere estudiar; es decir no es viable que una
persona, como él dice, que no sepa la lengua del lugar del que quiere
hacer crónica o, bien, si no sabe nada sobre la población que la
conforma, va a ser muy difícil que haga una historia que resulte veraz.
En este aspecto estoy de acuerdo con Ixtlilxóchitl, es necesario estar
vinculado en un buen porcentaje con aquello
que se quiere estudiar, pues sólo esto permitirá que nos comprometamos
con nuestro estudio y tenga una finalidad básica para la región o lugar
donde vivimos. Regresando
a los escritos de Ixtlilxóchitl es necesario recordar que uno de los
temas por los que es más conocido es, sin duda, el que habla sobre
Texcoco durante la época de Nezahualcóyotl. En su Obras Históricas
explica qué circunstancias hicieron que Nezahualcoyótl no pudiera
ingresar en buenos términos al reino de su padre Ixtlilxóchitl el viejo,
las peripecias que tuvo que soportar durante su exilio y cómo fue la
llegada al reino y el auge que obtuvo Texcoco a su llegada. Es por esta
razón que creo importante hacer un recuento de esas líneas para darnos
una idea de quién fue Nezahualcóyotl y qué significó para Mesoamérica
durante su mandato. Esta circunstancia permitirá reconocer la inclinación
de Ixtlilxóchitl por hacer la historia de uno de sus antepasados. Los
texcocanos, durante el tiempo de Ixtlilxóchitl el viejo, tenían
rencillas con los guerreros tepanecos (que vivían en una región cercana
a Texcoco: Atzcapotzalco) por que éstos buscaban ampliar su territorio y
Texcoco obstaculizaba sus pretensiones. Por esta razón Nezahualcóyotl
tiene que apoyar a su padre en la guerra contra estos personas desde pequeño.
Los
tepanecas eran liderados por el jefe militar Tezozómoc, y a pesar de que
los texcocanos eran gente agresiva siempre llevaban las de perder en el
combate contra los tepanecas. Esta situación se repetía repetidamente y
un día no favorable para los texcocanos, las huestes tepanecas matarían
a Ixtlilxóchitl el viejo. El príncipe, por entonces, Acolmiztli[9]
tendría que huir después de presenciar el sacrificio de su padre. Tras
su huida, líder tepaneca, Tezozómoc, ofrecería una recompensa para aquél
que lograra la captura del texcocano y lo llevara ante él. Acolmiztli,
para estos efectos, no tuvo otra alternativa que esconderse en los montes
y tratar de sobrevivir en este ambiente, cuestión que le daría el nombre
de Nezahualcóyotl (coyote[10]
hambriento o ayunado) tras haber vivido hambres y fríos. Es hasta el año
de 1420 cuando varias mujeres, entre ellas sus tías, interceden por él
ante Tezozómoc y logran una tregua que le permitiría a Nezahualcóyotl
vivir en la Ciudad de México y terminar sus estudios.[11]
Con
la muerte de Tezozómoc acaecida en el año de 1427 se pensaba que la
persecución de la cual era objeto Nezahualcóyotl cesaría; sin embargo
al líder tepaneca le sucedería su hijo llamado Maxtla, el cual tendería,
también, infinidad de emboscadas al príncipe texcocano. Así, pues,
Nezahualcóyotl buscó apoyo en otros pueblos y lo encontró con el Itzcoátl,
señor de México, que había sufrido de igual manera los combates de los
tepanecas. Para
el año de 1428 derrotan al enemigo y, según Alva Ixtlilxóchitl, Maxtla
muere a manos de Nezahualcóyotl. A partir de este momento se lleva a cabo
una reorganización política, que traería la creación de la Triple
Alianza formada por Texcoco, con Nezahualcóyotl, Tenochtitlán, con Itzcoátl
y Tlacopan, con Totoquiyauhtzin. Con respecto a este último señorío se
entiende la anexión como una forma en la que los tepanecas tendrían una
representación justa dentro de la nueva organización con el fin de
evitar la guerra. En
1431, Nezahualcóyotl es declarado formalmente soberano de Texcoco y a
partir de entonces da rienda suelta a sus ideas innovadoras. Con respecto
a la administración pública: Nezahualcóyotl se sirvió de la división
de tierras para una mejor organización. Así se tenían las tlatecalli
(tierra del rey), tecpantlali (tierra de palacios), teopantlalli (tierra
de templos, pillali (tierra de nobles y señores) y calpulli (tierras
exclusivas del pueblo, las cuales no podían ser vendidas, solamente
heredadas). Dentro del palacio era auxiliado por sacerdotes y nobles que
se encargaban de aconsejarlo cuando sucedían problemas con el pueblo, el
cual era regido por alguaciles. No contento con esto Nezahualcóyotl
convocaba cada 80 días a juntas de discusión sobre los problemas que tenía
el pueblo con el fin de resolverlos. Acudían a estas sesiones la familia
del tlatoani, sacerdotes, nobles y alguaciles. En
cuanto a construcción, Nezahualcóyotl hizo edificar grandes palacios
dentro de Texcoco, de los que figuran los atribuidos a Huitzilopóchtli y
Tezcatlipoca. El palacio en el que residía contenía infinidad de
habitaciones, en la cual moraban los sacerdotes y los creadores de arte.
Este edificio contenía uno de los archivos más grandes de documentos indígenas,
así como un jardín botánico y los inconfundibles baños reales en los
que el tlatoani solía descansar. En el año 1430 llevo a cabo, en la
Ciudad de México, la siembra del Bosque de Chapultepec y la construcción
de la atarjea que distribuye el agua en la región.
El
arte de la guerra de Texcoco es uno de los puntos más discutidos. Por una
parte, Alva Iixtilixóchitl afirma que Nezahualcóyotl mató por su propia
mano a 12 reyes, participó en 30 batallas y sujeto a 44 reinos. En suma
se entiende que Texcoco fue una gran máquina militar que utilizaba la
guerra con el fin de extender territorios y dominar a los pueblos
sometidos; sin embargo, por otra parte, Nigel Davies[12] explica que Texcoco no
tuvo esa gran táctica militar, puesto que Nezahualcóyotl dependió
demasiado de la alianza con los mexicas (que si eran grandes guerreros)
cuando llevaba a cabo batallas contra otros pueblos. Esto se puede
entender, quizá, a partir del pensamiento de Nezahualcóyotl quien estaba
en contra del sacrificio de vidas humanas o, bien, por la actitud
estadista y diplomática que cumplía dentro de la Triple Alianza, lo que
hacía que los mexicas fueran los verdaderos protagonistas en la guerra. Con
respecto a esto último, Ixtlilxóchitl explica, apoyado en la poesía
generada por Nezahualcóyotl, que concebía al Tloque Nahuaque como ese
dios único e invisible que fomentaba el amor y estaba en contra de los
sacrificios. No obstante hay que recordar que estas ideas fueron ya
descritas por los toltecas -en particular por Quetzalcóatl- por lo tanto
debe tomarse esto como uno de los elementos más a la serie del
historiador texcocano que hace referencia al pensamiento católico como
universalmente único e infranqueable. Para ejemplificarlo esta la
referencia que hace Ixtlilxóchitl sobre la edificación del templo en
honor a este Tloque Nahuaque: “(...)le
edificó un templo muy suntuoso, frontero y opuesto al templo mayor de
Huitzilopóchtli, el cual demás de tener cuatro descansos, el cu y el
fundamento de una torre altísima estaba edificado sobre él con nueve
sobrados, que significaban nueve cielos; el décimo que servía de remate
de los otro nueve sobrados, era por la parte de afuera matizado de negro y
estrellado, y por la parte inferior estaba todo engastado de oro, pedrería
y plumas preciosas, colocándolo al Dios referido y no conocido, noi visto
hasta entonces, sin ninguna estatua ni formar su figura.”[13] La
vida íntima de Nezahualcóyotl gira en torno a una mujer llamada
Azcalxochitzin, que él toma como esposa genuina mediante un acto indigno,
según palabras de su nieto Ixtlixóchitl. Esta mujer era hermana de uno
de sus vasallos más respetables, el cual se llamaba Cuacuauhtzin. Con el
fin de poseer a esta mujer Nezahualcóyotl prepara una emboscada y mata a
su vasallo. Sin embargo muy caro pagó este episodio, pues a partir del año
1446 (dos años después de la ejecución del vasallo) sobreviene una
plaga de langostas que acaba con las cosechas y que es rematada con una
gran helada en el año de 1450. Esto trajo consigo la necesidad del
alimento y, por consiguiente, los constantes problemas con la población. José
Luis Martínez en su Nezahualcóyotl, incluso hace referencia
que la gente “truequeaba” a sus hijos por maíz por la
extenuante hambruna que existía. Como consecuencia la Triple Alianza
decide suspender el pago de tributos y, además, se ve en la necesidad de
repartir las reservas de maíz para evitar conflictos. Ixtlilxóchitl ve
esto como un castigo de los dioses por la reprobable acción de Nezahualcóyotl. Para el año de
1464 a Nezahualcóyotl le ocurrieron sucesos dolorosos en torno a su
familia: algunos de sus hijos fueron muertos de diversa manera y su esposa
original no lograba concebir el heredero que tanto ansiaba, aunado a esto
se viene una insurrección chalca que lo mete en problemas. Agobiado
por esta situación decide pedir el consejo de los sacerdotes, los cuales
le explican que remediaría sus males sólo si ofrendaba una gran cantidad
de vidas humanas a los dioses. Nezahualcóyotl llevó a cabo esta acción,
pero los males siguieron presentes. A partir de ese momento vive con la
duda sobre la eficacia de los dioses que adoraba y decide buscar por otro
lado la verdad. Según esto, Nezahualcóyotl se oculta en el bosque de
Tetzcotzinco por cuarenta días en los que rinde homenaje al dios no
conocido (en el que pensaba
ya desde hace tiempo) a través de poemas y reflexiones sobre su
existencia. Al término de su sacrificio a Nezahualcóyotl se le resuelven
sus problemas y entonces comienza a intuir que existe un único dios que
es el dador de la vida.[14] Es
evidente nuevamente que Ixtlilxóchitl da rienda suelta a su fe, puesto
que da a entender que las doctrinas o, mejor dicho, los ritos que llevaban
a cabo los antiguos mexicanos eran obras demoníacas que debían ser
erradicadas por la fe católica. Y es que no se discute el hecho de que así
se expresaran casi todos los religiosos con respecto al sacrificio humano
e, incluso, la antropofagia, como lo demuestra un pasaje de un relato que
ofrece Fray Bernardino de
Sahagún en su Historia general de las cosas de la Nueva España es que
durante las fiestas en honor del dios Xipe Totec (Tlacaxipehualiztli)[15],
a Moctezuma se le enviaba un pozole con el muslo de algún muchacho
sacrificado en honor al dios. Ahora
si nos detenemos a pensar la utilidad que ha tenido, incluso hoy, la obra
de Ixtlilxóchitl podemos expresar que sus relatos representan
la nueva voz de los indígenas que se pagaron tras la conquista. Y
es que aquí quisiera detenerme para realizar o, mejor dicho traer a la
reflexión, la opinión de Luis González de Alba, con respecto a esos
mitos que se generan tras la parcialidad de conocimiento que se tiene de
nuestra historia antigua: “Cuando
los aztecas lograron independizarse de Azcapotzalco, un siglo antes de la
llegada de Cortés, resolvieron que no les gustaba la historia como estaba
relatada en los códices de los pueblos que habitaban el valle mucho antes
que ellos, pues el pueblo azteca no aparecía en tales relatos o no con la
suficiente importancia. (...)Así que, como los nuevos ricos que se crean
ancestros nobles, los gobernantes aztecas fueron los primeros, 100 años
antes que los españoles, en ordenar la quema de códices porque ``dicen
muchas mentiras''. Y reescribieron la historia con ellos en primer plano.
Nada nos da una más exacta idea de la naturaleza implacable del
poder que ejercían los aztecas, como el tributo de sangre que impusieron
a Tlaxcala, comenta Laurette Sejourné. Ocurrió así: tras un sitio
extenuante, Tlaxcala se rindió, pero ``¿qué tributo podía exigir
Tenochtitlán a una ciudad tan pobre? Fue entonces cuando se decretó que
se convertiría en un campo de batalla permanente para capturar hombres
destinados a alimentar al Sol'', una ``idea ingeniosa'' de los aztecas.
``Es indiscutible que la necesidad cósmica del sacrificio humano
constituyó un slogan ideal, porque en su nombre se realizaron las
infinitamente numerosas hazañas guerreras que forman su historia y se
consolidó su régimen de terror'', continúa Sejourné en La traición a
Quetzalcóatl, y concluye: ``Parece evidente que los aztecas no actuaban más
que con un fin político. Tomar en serio sus explicaciones religiosas de
la guerra es caer en la trampa de una grosera propaganda de Estado
Hemos recuperado, con creces, nuestro pasado indígena. Ahora falta
recuperar nuestra herencia española, sobre la cual se asienta, nada
menos, que el nuevo país y la nueva población emergidas no de la
derrota, como se le ha enseñado a tantas generaciones de mexicanos
nacidos para perder, sino de la victoria que los pueblos indígenas,
guiados por Cortés, obtuvieron ``en 13 de agosto, a hora de vísperas, día
de señor San Hipólito, año de 1521, gracias a nuestro señor Jesucristo
y a nuestra señora la virgen santa María, su bendita madre, amén''.
Bernal Díaz del Castillo. Los estrategas de esa victoria, Cortés y sus
hombres, se volvieron después los nuevos opresores, y así pasaron otros
300 años: una historia muy repetida en este agobiado país, pero seguimos
sin entenderla y cantando al caudillo del momento”[16] Es
así como la obra de Ixtlilxóchitl da la visión conjunta de estas dos
culturas que vinieron a mezclarse para conformar el mestizaje. Ixtlilxóchitl
no se deja llevar por una sola postura, en este sentido, si bien logra a
veces embaucar con tanta flor religiosa, tambipen aporta grandes datos
sobre la civilización indígena exaltándola. No se verá en Ixtlixóchitl
esa historia que ofrece a los españoles como dioses auténticos, como
vimos con González de Alba, que vinieron a conquistar a unos
“huarachudos” torpes para la guerra, ni tampoco encontraremos esa
historia que ofrece a los indígenas como victimas de las circunstancias,
dóciles ante el hierro (cuando se ha visto con mayor presencia que la
duda radicó en creer a los españoles los enviados, o el mismo, Quetzalcóatl);
con lo que nos haria formarnos la mala idea de aborrecer “todo lo que
suene a español”. Es
de esta manera que los historiadores deben contribuir al descubrimiento de
una historia que nos acerque más a reconocer los verdaderos hechos. Si
bien cada quien dice tener su “Historia verdadera”, cada cual deberá
decir porqué está seguro de lo que afirma; en estos tiempos está de
moda aquello de “papelito habla”, entonces debemos hacerlo valer para
que podamos contribuir si bien con una historia completamente verdadera si
con algo innovador que permita ampliar más el objeto de estudio. Es,
pues, bajo este esquema que Ixtlixóchitl escribe su historia, él, a
diferencia de los indígenas, estaba consciente de que iba a realizar una
historia que iba a ser consultada y sometida a crítica, por esto no evadió
nunca el hecho de describir una historia que hablara más sobre Texcoco,
como un sucesor chichimeca, para enaltecerlo frente a la historia
arrasante de los mexicas, como únicos portadores de información sobre el
México antiguo. Ixtlilxóchitl representó ese sentimiento del mexicano por conocer sobre sus raíces sin dejar de voltear a ver la otra parte de su ser que le permite definirse como mexicano: la parte española. · Las Obras históricas de Fernando de Alva Iixtlilxóchitl permiten reconocer los primeros pensamientos mestizos sobre el origen de su cultura. · Ixtlixóchitl estaba grandemente influido por la ideología occidental, por lo que en muchas partes de su escrito refleja su religiosidad; no obstante a pesar de quitarle objetividad ofrece una visión que puede someterse a discusión para ampliar el horizonte de conocimiento. · La obra de Ixtlixóchitl permite hacer una diferencia entre Ixtlixóchitl el viejo (padre de Nezahualcóyotl), Ixtlixóchitl II (hijo de Nezahualpilli y a la vez nieto de Nezahualcóyotl, y aquí radica la confusión) y Fernando de Alva Ixtlixóchitl (quien fue bautizado como Hernando de Peraleda Ixtlixóchitl[17]). · La obra de Ixtlixóchitl da cuenta de los orígenes de la civilización mesoamericana, ubicando su génesis en los toltecas y sublimación con los aztecas tras el sacrificio de Cuauhtémoc. · La obra de Ixtlixóchitl brinda un recorrido sustancioso sobre la vida de Nezahualcóyotl, rey texcocano que refleja el auge que obtuvieron los habitantes de América en cuanto a poesía, construcción y legislación. Se habla incluso que Texcoco figuró como la Atenas de América[18]. ALVA
Ixtlilxóchitl, Fernando, Obras Históricas (edición, estudio
introductorio y un apéndice documental por Edmundo O´Gorman), Tomo I,
UNAM, México, 1997, p.272-273. DAVIES,
Nigel, El Imperio Azteca, Alianza Editorial, México, 1999, p. 193. LEÓN
Portilla, Miguel, Los antiguos mexicanos a través de sus crónicas y
cantares, FCE, México, 1961, p.9 MARTÍNEZ,
José Luis, Nezahualcóyotl, SEP-Setentas, México, 1981, p. 13 Hemerografía Luis
González de Alba "La ciencia en la calle" en
La Jornada, 11 de octubre de 2000 DATOS
DEL AUTOR: Javier Cervantes Mejía, Estudiante
del cuarto semestre de la carrera de Historia en la Facultad de
Humanidades de la Universidad Autónoma del Estado de México. javier_cervantes_mejia@hotmail.com Referencias: [1] LEÓN Portilla, Miguel, Los antiguos mexicanos a través de sus crónicas y cantares, FCE, México, 1961, p.9. [2] En este caso habló de la edición que Edmundo O´Gorman realizó. [3] Los corchetes son de O´Gorman. [4] ALVA Ixtlilxóchitl, Fernando, Obras Históricas (edición, estudio introductorio y un apéndice documental por Edmundo O´Gorman), Tomo I, UNAM, México, 1997, p.272-273. [5] Ibídem, p. 263. [6] idem [7] Ibídem, p.272. [8] Ibídem, p.287. [9] Acolmiztli fue el primer nombre que recibió Nezahualcóyotl para su nacimiento, el cual parece traducirse como brazo o fuerza de león; sin embargo hay que tener en cuenta que este animal no fue conocido por los prehispánicos hasta la llegada de los españoles. Como sucede con el borrego y el cerdo. [10] Aquí cabría la reflexión anterior si el adjetivo para el nombre fuera lobo en lugar de coyote. [11] MARTÍNEZ, José Luis, Nezahualcóyotl, SEP-Setentas, México, 1981, p. 13 [12] DAVIES, Nigel, El Imperio Azteca, Alianza Editorial, México, 1999, p. 193. [13] IXTLILXÓCHITL, Fernando de Alva, op.cit., Tomo II, p.94. [14] MARTÍNEZ, José Luis, op.cit., p.20-22. [15]
Tlacaxipehualiztli,
o fiesta del "Desollamiento de Hombres", en la segunda
veintena del año, era una de las ceremonias más importantes. En ella
los ritos de desollamiento estaban dedicados al dios Xipe-Tótec.
Este ritual, de cuyo desarrollo dan cuenta Sahagún, Durán y otros
testigos del siglo XVI, iba más allá del simple horror y crueldad
que en él vislumbraron. Recordemos que Xipe-Tótec
es el dios de la primavera; la tierra debe cambiar su piel muerta por
una nueva y fresca que permita
el surgimiento de nueva vegetación. [16] Luis González de Alba “La ciencia en la calle”en La Jornada, 11 de octubre de 2000. [17] O´Gorman opina que quizás tomó el apellido de Alva por idolatrar a un militar que combatió en la Conquista de México. [18] Situación que se pondría a discutir si pugnamos por no occidentalizar la historia antigua de México. |
Javier Cervantes Mejía
Publicación autorizada, para Letras-Uruguay, por parte del autor, el día 25 de enero 2008
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