El pueblo voltea hacia las
casas malheridas
donde habita la indignación y la impotencia
en el asombro del secuestro de sus hijos;
ojos hundidos, enrojecidos pero despiertos.
Cuando pasan contemplan el llanto,
con el sudor en la frente saludan de cerca,
cavan las fosas de cada día de ausencia
en el camino de los sueños arrebatados.
Oyen las palabras al viento
y sus lamentos al paso de las horas
agobian el vacío lacerante,
se llena con la imagen del verdugo maldito;
encuentro de malnacidos, tormenta interminable
junto a las lágrimas del suplicio de los inocentes,
jóvenes combativos de los bosques sangrientos.
En las cocinas las madres lloran,
tarde llegaron los soldados inconscientes
a buscar bajo las piedras distraídas.
¿Qué hacen para no sentir vergüenza?
¿Qué hacen con los gritos de rabia a sus espaldas?
¿Dónde dejan sus manos de sangre manchadas?
La peregrinación del dolor
apareció cuando la ley se quedó callada;
caravanas de mujeres abatidas, acaloradas,
juntas, embarazadas por la esperanza
sienten como si hubieran abortado su destino
y temen viajar lejos de su sangre ausente
Interrogan al amanecer de las calles insomnes
que anuncian la desdicha de los tiempos venideros
donde no hay más camino que la mano alzada,
donde el grito compartido despierta la conciencia
de la palabra enardecida frente a los extraños.
La tiranía infame sólo cede al colectivo solidario
capaz de limpiar la historia del saqueo asesino,
de devolver el canto del bosque y las aves libres
por donde vengan saltando el sol y la sonrisa…
¡Porque vivos se los llevaron y
vivos los queremos de regreso. |