Carnicero cuchillo,
bestial sombra parricida
sobrevuela los techos del pueblo,
silente estela de muerte
burla los ojos del vigía,
rastrea su presa indefensa
¡Los árboles tiemblan!
¡La tierra se estremece!
Una lluvia de metal despiadado
picotea incansable la noche entera,
uno a uno, los hermanos del viento,
del rio y de la lluvia,
heridos de muerte, impotentes
lanzan gemidos de dolor en su fatal caída,
con su último aliento
suplican piedad, piden ayuda.
Nubes de pájaros indignados,
huérfanos de sus nidos,
claman el perdón de los verdugos
herederos de La Malinche
que arrebatan las entrañas
y saquean en pedazos
el fruto herido de los bosques
para llenar sus vidas huecas
de marihuana y aguardiente.
Sigue y sigue el cuchillo matando
inmisericorde bacanal de los enfermos
desahuciados de los cielos.
El pueblo acude al estertor del sismo,
despiertan los espíritus
de más de quinientos años,
piedra y lodo hundidos
en la marginación y el odio.
Encaran con sus manos de arado
a los bastardos sin futuro,
cierran el paso a los extraños,
prenden las calles con la ira acumulada
en señal del hartazgo colectivo
sin otra cosa más que su corazón encendido,
ponen su pecho a las balas
y entregan sus vidas al infortunio.
Los que siguen vivos
se desvelan llorando a sus ausentes,
sacan de sus venas el espanto,
se colman de tristeza y de coraje
cansados del mutismo
y de la imagen del mártir desolado.
Ven crecer el mal a toda prisa,
afilan el machete del jornal,
visten la piel del sol curtida de sueños rotos,
juntos sueño a sueño, pecho a pecho,
a una sola voz con la fuerza de su dignidad
lanzan a los cuatro vientos el grito de…
¡justicia y libertad! |