La siesta |
Avanza por entre el monte el bochorno de la tarde y la chicharra le canta con translúcido ropaje. Pasó de largo la siesta donde lograron juntarse travesuras de los niños en ausencia de sus padres. Junto al aljibe las huellas descalzas dan el detalle de las veces que buscaron beber frescura y mojarse. La honda colgada al cuello que hace temblar los cristales y escapó de la requisa, no le ha de faltar a nadie. Aunque el rezongo materno marcó espacios especiales donde descansar la siesta, siempre fue lindo asolearse. La caza de lagartijas muy cerca de los tunales, con la iguana corredora fueron de esta fiesta parte. Estos niños que repiten las mismas barbaridades con que nosotros hicimos más llevadera la tarde, encuentran en la aventura gnomos, duendes y otros grandes habitantes de la siesta que la memoria me trae. Por eso recuerdo ahora raspones que aún me arden, las picaduras de abejas cuando bajaba panales, torceduras, moretones, ampollas, hilos de sangre, de escapadas sin permiso o en ausencia de mis padres. |
Jerónimo Castillo
De
“Vecindad cerril”
Capítulo de la tierra
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