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La entrevista
del libro “Final de Sinfonía”
por Jerónimo Castillo
jeronimocastillo@yahoo.com.ar

 
 

No era la primera vez que caminaba hacia la torre.

Había intentado llegar muchas veces, pero nunca me atreví. En esa ocasión pensé que mi viaje a la península debía culminar con el objetivo propuesto, de modo que al fin di un aldabonazo en la pesada puerta, y decidí esperar.

Quería hablarle, quería decirle que hasta nuestros días habían llegado sus enseñanzas, sus reflexiones, su fama de caballero galante, junto con todo el universo poético y filosófico que nos había legado.

Esto me alentaba, pero también tenía cierta aprensión por su particular carácter, la fama de su maestría con la espada, que ya le había costado un auto exilio en los dominios sicilianos de aquel conde-duque amigo, cuando por defender el honor de una dama cargó su conciencia con la muerte de un hombre.

También estaba en conocimiento que la envidia cortesana lo había señalado como el autor de aquel memorial colocado anónimamente bajo la servilleta del rey, donde hacía los llamados a la reflexión a un país que había comenzado a adoquinar con sandeces y descomedimientos el camino de su decadencia.

No era, además, el momento más oportuno para una plática amena, en razón de su reciente separación de aquella mujer que habiendo pasado por una experiencia matrimonial anterior, no daba a su viudez la cordura y tranquilidad que nuestro caballero necesitaba para seguir con la producción literaria y filosófica.

Aún a sabiendas de esto, pero por la imperiosa necesidad que tenía de verle y escucharle, había atravesado espacios temporales y diferentes dimensiones, y ahora estaba allí a la espera de que mi llamado fuera atendido.

El chirrido de los goznes de la imponente puerta, me indicó que mi espera no había sido en vano.

El viejo criado se impuso de mis pretensiones, y con la promesa de traerme la respuesta, cerró la entrada.

- El señor os espera en su biblioteca – me dijo secamente, y con un gesto me indicó que lo siguiera.

La Torre de Juan Abad, tal el nombre del lugar y su heredad, del cual el ocupante había sido nombrado con el nobiliario título de Señor por el monarca, era un edificio clásico para la época, con amplios salones interconectados por pasillos que formaban un damero alrededor de un inmenso patio, de pérgolas, jardines, aljibe y una prolija distribución de estatuas.

Todo ello se caracterizaba por lo sombrío y la calefacción no existía.

Cuando llegamos al piso superior, fui anunciado y ante una señal del criado al momento que se retiraba, ingresé al despacho, encontrándome con un caballero de imponente figura.

En el instante que me adelanté a saludarlo, él, con un golpe de brazo echó la capa hacia atrás, dejando ver en la parte superior de sus gregüescos el reluciente pomo de su acero toledano. Tenía colocados sus binóculos, llamándome la atención la falta de armazón para sujetarlos a sus orejas.

Me recibió afablemente, por lo que recién entonces me atreví a explicarle el motivo de mi visita, tras lo cual agregué:

- Don Francisco - dije -, y perdone usted que no mencione sus apellidos y títulos, pero en nuestra era hemos debido prescindir de los tratamientos nobiliarios en aras de un mejor aprovechamiento del tiempo. Don Francisco - proseguí -, ¿Cree Ud. a la luz de los acontecimientos que nos toca vivir, que podría aportar alguna experiencia que ayude a mejorar la toma de decisiones por parte de nuestros gobernantes? -

- Pues... deberíais mirar la historia. Solamente con prestar atención a los resultados que las políticas terrenas adoptadas por los sucesivos señores del gobierno, llámense reyes, príncipes o como vosotros dais en llamar a quienes detentan el poder y nadie sabe de dónde emana su autoridad, podríais arribar al buen puerto que es la felicidad de los gobernantes y gobernados, en la conciencia de que buena cuenta se habrá tomado de aquellos errores que a mi patria le produjeron perder su presencia en el mundo, y confío en que no se hayan vuelto a repetir -

- ¿Qué les diría a los escritores de mi siglo, en especial los que cultivan el arte poético, para que logren la verdadera creación y la comunicación necesaria tanto con sus contemporáneos como con los tiempos venideros? -

- En primer lugar les pediría que tengan presente el uso correcto de la lengua; pero la lengua castellana, como todo elemento de expresión, conlleva la misma vitalidad que quienes la practican, por lo que las novaciones deberán encontrarse en igual forma sin falsos ornatos ni demasiadas alusiones a sobreentendidos, pues la creación deberá tender en forma permanente a la verdad, ya sea por los conocidos caminos de la belleza, la lógica y la matemática. Les conviene recordar que todo hermetismo, conceptismo, culteranismo, gongorismo, constituyen "ismos" que emparentan el buen camino con alguna adición desmesurada a determinantes que desvirtúan el buen decir. Además, para fijar el idioma a partir del "sermus rusticus", hemos estado nosotros en el Siglo de Oro. A vosotros os ha quedado el cúmulo de recursos que estos cuatro siglos de existencia fluida han establecido, por lo que no será bien visto quien quiera expresarse en castellano con simbología que le es extraña a la lengua -

- Dijo Ud. que en los caminos poéticos se encuentran las matemáticas, ¿cómo es eso? -

- La racionalidad del ser humano tiende a encontrar la verdad por distintos caminos y por diferentes posturas o comprobaciones de hechos, utilizando la simbología racionalmente conseguida y universalmente aceptada. La poesía tiende a la verdad, como tienden a la verdad las distintas disciplinas del pensamiento, entre las que se incluye, fundamentalmente, la lógica. La verdad como ente final y supremo del intelecto, acepta asimismo el uso de otros elementos que pongan de manifiesto este último estadio de la razón. Las matemáticas operan en ese sentido a través de una simbología alfanumérica, pero que en definitiva están mostrando una metodicidad del razonamiento ante diferentes premisas. Es exactamente lo que hace la poesía, cuando a partir de una idea génesis elabora los caminos y desarrolla el pensamiento sirviéndose de la elegancia o belleza del elemento utilizado, el lenguaje escrito, y llega a la verdad que es el fin supremo de toda búsqueda racional. Este emparentamiento con las ciencias matemáticas posibilita que pueda escribirse poéticamente siguiendo determinados postulados que son comunes para ambas disciplinas -

-¿Es posible que el descreimiento de los fenómenos sobrenaturales, en especial los que han sido difundidos a través de las prédicas religiosas influya para una resultante como la actual sociedad?-

- Poco a poco el hombre ha tendido a reemplazar los principios morales por acomodamientos a sus gustos y preferencias, so pretexto de una evolución en el pensamiento, pero no es el conjunto de normas dictadas por la moral y por la ética solamente las que pueden llevar por los caminos de la convivencia a los seres humanos, sino fundamentalmente que el hombre tome conciencia del hombre mismo, y deje de estratificarlo según valores monetarios, estado de instrucción, color de su piel o creencias de cualquier tipo.

Allí se encuentra la raíz del problema que desde la época de nuestra sociedad, a la que puede imputársela de no evolucionada, pero jamás impía, viene sufriendo la humanidad.

Que el hombre esté al servicio del hombre sin otro miramiento que su condición social, a la que los primeros contribuyen a sostener y mantener, pero que los segundos no puedan situarse en una dignidad especial, que en definitiva les es propia a todos los hombres.

Por ello no pueden los preceptos religiosos cambiar una realidad que está en directa relación con la dignidad a la que por sus condiciones de vida no pueden acceder muchos pueblos y naciones de la tierra –

La prisión sufrida por el memorial que deslizara bajo la servilleta del rey, había  hecho estragos en la salud de mi entrevistado, por lo que consideré oportuno agradecer y despedirme.

La noche ya caída no era el momento adecuado para alejar a Don Francisco de Quevedo y Villegas del calor que el fuego de su biblioteca le entregaba, donde sus manuscritos le estaban aguardando.

 

Jerónimo Castillo
jeronimocastillo@yahoo.com.ar

San Luis - Argentina
Del libro “Final de Sinfonía”

 

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