Décimas de octubre |
Si quiero fijar la idea con la palabra sencilla, aparece, ¡oh, maravilla! La estructura como sea, y aunque liberado crea que puedo hacer a mi gusto aquel equilibrio justo de palabra y contenido, a veces caigo vencido en medio de un gran disgusto. Me incorporo, lucho, insisto; cada pulgada me cuesta horrores, si sé que es ésta la dimensión que conquisto y a cada instante resisto por conservar mi universo, dando el revés o el anverso del sano y loable juicio, al tener firme el inicio con qué volar con mi verso. Y al final, cuando he logrado aquietar el desenfreno del espíritu y sereno se constituye en estado de quietud, un ser alado que su lenguaje cultiva, señala la senda activa de las márgenes, en tanto, encuentra en el propio canto su vena más sensitiva. Y los himnos, de este modo suman páginas sonoras, en profusión por las horas insumidas en el todo y al empeñar, codo a codo, los esfuerzos contenidos, surgen prístinos latidos que en elegante detalle grafican talle por talle rubores amanecidos. Estos iriados avíos desgranan cada mañana la luz que los engalana al sacudir sus rocíos de armoniosos desvaríos, cuando rumbo al altozano eleva el sol rubia mano dejando brillos y hechura de auténtica galanura con su toque soberano. Allí conjuga su esencia tanto natural descuido, cuando abandona su nido la pícara adolescencia del pájaro, en su creencia de tener mundo ganado, porque su plumón alado le ha señalado otro rumbo, y será apenas un tumbo del primer vuelo iniciado. También la coqueta dama que de pétalos se cubre no bien promedia el octubre que la primavera inflama, quiere imitar a la rama cuando desbordan las hojas, si la miras, la sonrojas, si la tocas, palidece, pero le agrada y se mece bebiendo lágrimas rojas. Así, en murmullo quebrado introduce su destino el arroyo cristalino cuando desangra el costado del cerro maravillado que por el mismo desciende, y en él la belleza esplende camino de la llanura, cuando mensajes de altura de entre los cerros desprende. La piedra en silencio dijo estoy aquí, mi lenguaje constituye este bagaje de testimonio prolijo, y devela el acertijo que enloquece la memoria, sin que constituya gloria de haber sido descubierta, teniendo apenas la puerta entornada de la historia. Cada versión del suceso que se encuentra dispersada, ha conformada la entrada de un enigma, y sólo eso queda en firme y en congreso de preclaras voluntades, se consolidan edades, se afirman conocimientos, sin que por ellos los cientos de tratados sean verdades. Cuando deviene en el modo inicial del laberinto, sólo conserva un instinto que dé razones de todo, y al deshacerse del lodo y broza del pensamiento, siento al final, porque siento de ello duda no me cabe, que por más que tono alabe, sólo constituye intento. Sin embargo persevero aunque la lucha me aterre, que al final, sólo que yerre en la apreciación, infiero andar camino certero con pretensión de verdades, y si logro por mitades conocer el pensamiento, habré de hallarme contento y ausente de vanidades. |
Jerónimo Castillo
De
“Vecindad cerril”
Capítulo de la tierra
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