APL) A los 101 años
ayer partió Juanita. Su primera tarea en la Asociación
Madres de Plaza de Mayo fue la de “Tesorera”, luego de
juntar dinero en una bolsa de nylon, para la solicitada que
publicaron las Madres en La Nación, en diciembre de 1977,
días en los que fueron desaparecidas tres referentes de la
organización: Azucena Villaflor, Mary Ponce y Esther Careaga.
Desde muy joven Juanita se acercó al anarquismo tomando las
causas de la libertad de Simón Radowitzky y de Sacco y
Vanzetti. En el siguiente reportaje habla de su infancia,
sus juegos de nena, de su nieto apropiado al que halló en
una increíble casualidad y de sus batallas en las nunca fue
vencida. La entrevista, (cuyos principales fragmentos
reproducimos) fue realizada – en 2004- e integra el volumen
“Ardiente y Pasional, dolores y rebeldías de la Argentina
misma”. La dictadura cívico militar iniciada en 1976
desapareció al hijo de Juanita: Alberto Pargament y este
hecho la catapultó al camino de una lucha en la que aulló de
desesperación, reclamó en las calles, marchó sin tregua,
creó literatura y amó con entereza hasta el final de su
hermosa vida. “Son esos pies/ que
cuando chica/ los metía en el charco para sentir/ su
frescura, como capricho./ Son esos pies/ que cuando llovía/
hacían que corriera/ para mojarme, y sentir/ algo distinto./
Son estos pies/ con los que recorrí el asfalto/ tantos días,
tantos años/ tantas calles, y atravesé/ tantos ríos./
También con ellos/ me fui muy lejos, siempre/ buscándote –
buscando amigos/ que me hablaran de vos- buscando sitios/
que te guardaban/ Todo fue inútil. / ¿Los pies? Siguen
cruzando/ todos los caminos, sin descansar/ como el torrente
que no descansa/ ni descansará/ jamás”,
escribió en uno sus textos: ¡Hasta la victoria siempre,
querida Juanita!
El joven alto y delgado, de unos 17
años, ingresó a la Casa de las Madres y, casi a la entrada,
casualmente estaba Juanita Pargament, quien le preguntó qué
necesitaba.
-Me dijo un amigo que ustedes tienen
un libro con fotos y datos sobre los desaparecidos, respondió el
muchacho.
-Así es, todo lo que tenemos
está en esta mesa, fijate cuál te puede servir, dijo
Juanita.
-Éste:“Nuestros hijos”, contesto el
joven tomando el libro, al tiempo que buscaba en su interior con
avidez.
-Lo llevo, ¿cuánto sale?, preguntó el
muchacho, luego de cerrarlo.
-Mirá, si vos tenés un
familiar desaparecido o vas a hacer un trabajo sobre las Madres te
lo regalamos. Y si no, no sale mucho. ¿Vos tenés a alguien
desaparecido?, interrogó Juanita.
-Sí, a mi padre, afirmó el muchacho.
-¿Y quién es tu padre?,
preguntó Juanita.
-Mi papá es Alberto Pargament,
contestó el joven.
De este modo Juanita se reencontró con
su nieto Javier, a quien no veía desde que era un bebé.
Entre Cátulo Castillo y
Radowitzky
Muchas décadas antes de este singular
suceso, exactamente el 20 de julio de 1914, Juana Meller arribaba al
mundo en el pueblo de Domínguez, Entre Ríos. Aunque por un curioso
hecho“me anotaron tres meses después porque en ese año hubo grandes
inundaciones, tanto es así que mi padre tuvo que ir a caballo para
inscribirme a otro pueblo, porque los puentes se desbordaron, los
caminos estaban anegados y encima me anotaron mal”, relata Juanita.
Resulta que el hombre a cargo de la oficina estaba totalmente
borracho y en vez de Juana le puso “Yaba”. Vaya uno a saber de qué
recoveco alcohólico sacaría el nombre, pero así quedó en el
documento de Juanita hasta que, años después y ya en la Capital,
merced a una gauchada le corrigieron aquel nombre mal escrito.
-¿Qué recuerdo viene desde tu
infancia?
-Tenía como cuatro años y decían que era muy linda, y me acuerdo que
un gran compositor de tango, Cátulo Castillo, se acercó mucho a
nosotros, se había encariñado especialmente conmigo. Entonces me
ponía arriba de un caballito petiso y me llevaba de puerta en puerta
saludando a toda la población. En esa época no nos iba muy bien
económicamente, mi madre tenía taller de ropas con mi hermana,
trabajaban demasiado. En casa no había muchos juguetes, las pocas
muñecas las hacíamos y las prestábamos. De manera que mis juegos
eran hacer pochoclos con los chicos del barrio, o brincar en algún
rincón del jardín o en el fondo.
¿Cuáles eran tus travesuras?
-Mi mamá tenía la costumbre de hacer dulces caseros. Entonces me iba
a una habitación donde estaba el dulce, agarraba mi cajita, lo
robaba y me lo iba comiendo…chorreando hasta que llegaba al fondo.
Cuándo llegaba mi madre y veía el caminito de dulce que cruzaba las
habitaciones ¡te imaginás!
-¿Hasta cuándo viviste en
Domínguez?
-A los 5 o 6 años vinimos a Buenos Aires y sufrí mucho el
transplante. Lloraba permanentemente, pero lloraba a los gritos. Eso
es lo que trastornaba a la familia porque no podía superarlo, tal es
así que cuando tuve unos 10 años me mandaron al campo porque había
sufrido por el cambio de vida, de temperatura, de ambiente. Y me
mandaban a los campos de los amigos, por ejemplo del dramaturgo
Osvaldo Dragún. Osvaldo tenía una abuela que a la noche cuando nos
acostábamos cada una en una cama nos leía en voz alta un cuento. Nos
llevaba tiempo hasta que terminaba el relato y tengo un lindo
recuerdo de eso.
-¿Qué más te gustaba del
campo?
-Toda la vida en el campo en sí me gustaba, el hombre criollo, la
trilladora, la cosecha de trigo, el mate cocido. Era un clima muy
particular porque había peonadas enteras que hacían la cosecha de
trigo. Recuerdo el sabor del mate cocido que se tomaba al lado de la
trilladora junto con toda la gente. Era una vida distinta, sobria.
Tenía una característica: eran colonias que se habían formado con
grupos inmigrantes y había una especial relación entre todos, los
sábados se reunían en una de las casas y se leían libros o se
discutía sobre relatos que aparecían. También se compartían obras de
teatro, que después se representaban en el pueblo. Algunas de
aquellas escenas me despertaban fuertes enojos y rencores, yo lo
vivía así. Todo eso disparaba en mi un ansia por saber, leer y
discutir. Una vida muy linda.
-¿De joven participabas en
política?
-Si, porque yo tenía una hermana 10 años mayor y me llevaba adonde
iba, ya sea a las marchas de izquierda, por la libertad de Sacco y
Vanzetti, por Simón Radowitzky, por el día de los trabajadores. Y
ahí fui acercándome al anarquismo. Recuerdo con gran respeto a esos
luchadores, muchos de los cuales fueron asesinados a mansalva. Ellos
sentían que la acción directa era un camino liberador, y tenían una
entrega desinteresada de verdadero amor a la causa. Y a los casi 90
años que tengo hoy nadie me ha podido demostrar semejante entrega,
sólo nuestros hijos.
-¿Y cuando te alejaste del
anarquismo?
-Cuando me casé, mi marido era socialista, trabajaba y viajaba
mucho, yo era secretaria en el Banco de Canadá. Él era muy
absorbente y celoso, y poco a poco me fui alejando. Y entonces me
dediqué a trabajar, nunca dejé de hacerlo hasta jubilarme, y a las
tareas de la casa.
Todos los hijos
-¿Cuáles fueron los
principales cambios en tu vida luego de la desaparición de tu hijo?
-A mi me afectó profundamente que se llevaran a Alberto, tenía que
buscarlo, necesitaba encontrarlo. En ese entonces yo trabajaba como
secretaria en un campo de deportes en la ruta 203 en Campo de Mayo.
Imaginate lo que sentía frente a todos esos grandes e impenetrables
terrenos. Diariamente veía subir y bajar aviones y pensaba que en
alguno de esos podían llevar a mi hijo. Entonces me transformé, ya
no era la misma, la que tenía optimismo frente a los hijos y la
vida. Ya no era la misma, porque mi compromiso era buscarlo y
encontrarlo. Y bueno, ingresar a las Madres me cambió todos los
proyectos de vida.
-¿Qué cosas empezaste a hacer
que antes no hacías?
-Me di cuenta cómo se va formando el compañerismo, la comprensión
entre los que estábamos afectados, y comprendíamos el dolor del que
camina al lado de una por el mismo motivo. Esto es una cosa
increíble. Sentís que te vas alejando de todo, te vas aislando de
todas las amistades, porque tu idea, tu necesidad es seguir buscando
al hijo. Entonces es cuando vos caminás a la par de gente que
siente, crea y lucha por lo mismo, cuyo dolor es el único que puede
comprender tu dolor.
-¿Qué otros cambios
registraste concretamente en tu persona?
-Pensé mucho y hasta escribí sobre este tema. Algo así como si un
plácido lago se transformara en un volcán que de golpe cambia la
calma por el estruendo. Toda la familia siente que algo se ha
modificado, ¿y de qué se trata? Se trata del amor antiguo pero
también nuevo, un amor distinto. Y como uno no puede encontrar al
ser que ama, no concibe otra salida que alejarse, buscar otros
horizontes que las cuatro paredes de su cocina. Al marcharse a una
se le desgarra el corazón y la acosan los miedos, deja a los suyos,
rompe el cordón que la ataba a tantas cosas, a la infancia, a sus
amigos, a su gente y se siente liberada. Y ya rodeada de compañeras
disfruta de esa libertad que cree logrará a despecho de todo. Ha
fortalecido la esperanza, al cambiar la vida por algo que vale la
pena, horizontes más amplios. Y entonces, ha encontrado en otros
hijos a los suyos. Y todos son sus hijos.
-¿Tu familia entendió tu
lucha?
-Un parte no, yo me alejé porque eran de derecha. Pero otros sí, la
tomaron con mucho respeto, desde los más grandes a los más chicos.
Entendieron y asumieron los riesgos. Así que yo recibí apoyo para
todas mis actividades. Me acuerdo que se pusieron contentos cuando
empecé a escribir literatura en el taller. Yo antes escribía
artículos en la revista de la Asociación Bancaria, hacía la página
de la mujer, pero no literatura.
-¿Qué texto recordás ahora que
les haya impactado?
– Algo que escribí sobre mis pies y
la búsqueda de Alberto: Son esos pies/ que cuando chica/ los
metía en el charco para sentir/ su frescura, como capricho./ Son
esos pies/ que cuando llovía/ hacían que corriera/ para mojarme, y
sentir/ algo distinto./ Son estos pies/ con los que recorrí el
asfalto/ tantos días, tantos años/ tantas calles, y atravesé/ tantos
ríos./ También con ellos/ me fui muy lejos, siempre/ buscándote –
buscando amigos/ que me hablaran de vos- buscando sitios/ que te
guardaban/ Todo fue inútil. / ¿Los pies? Siguen cruzando/ todos los
caminos, sin descansar/ como el torrente que no descansa/ ni
descansará/ jamás.
-Juanita, ¿qué etapas del país
padeciste y cuáles amaste en estas nueve décadas?
-Padecí la época del peronismo y odio profundamente la etapa de la
dictadura. En la época de Perón había mucho fascismo, ese fue un
hecho innegable. Por eso, me da bronca oír a la gente que habla del
peronismo con idolatría. Y bueno, hasta mi hijo Alberto era fanático
de Perón.
-¿Discutían sobre el tema?
No, yo no podía hablar con mi hijo de eso, encima mi marido ya había
muerto para que dialogaran. Le pedí a mi cuñado que lo hiciera para
que Alberto viera lo qué es el peronismo, pero él no quería
escuchar. No nos peleábamos porque hubo como un pacto: dejamos de
hablar sobre eso. Y yo no me siento gorila, sucede que conocía a los
verdaderos anarquistas, la fuerza y la honestidad que tenían. Ellos
no querían nada para sí. En cambio durante el peronismo se
propalaron los abusos, la represión y la corruptela.
-Me hablaste del odio a la
dictadura…
-Sí, fue la época más triste de la Argentina que yo haya visto. Los
treinta mil, la destrucción de la economía y la que pasamos las
Madres: Azucena, Mary, Esther secuestradas, los seguimientos, las
persecuciones. A ambos lados de mi casa, en la que aún vivo,
pusieron un cartel que decía “aquí vive Juana Pargament, madre de un
subversivo”. Recuerdo que cuando vi los carteles venía de acompañar
a una paraguaya exiliada que le habían secuestraron el marido. Fue
un impacto grande. Pero después tuve una alegría: al lado de los
carteles alguien había pegado una nota publicada en el Buenos Aires
Herald a favor de los militantes que se llevaban. Llamé a un
compañero y le conté, y él me dijo “ves Juanita, que hay un amigo en
el barrio”. También en la cuadra de la Casa de las Madres nos
pintaron las paredes de toda la calle “cueva de terroristas”. Y
nosotras pusimos en el segundo piso donde estábamos, en el balcón,
un cartel Asociación Madres de Plaza de Mayo, para que se sepa. La
gente que pasaba nos alentaba: “madres no paren, sigan, no cierren
la Casa”. Y seguimos, y seguimos y seguimos. No paramos nunca, los
gobiernos pasan y las Madres quedan firmes, así, con todo, hasta
hoy.
Construcciones
-¿Estuviste en Cuba?
-Sí, pero no viví en los grandes hoteles, viví con el pueblo. Ese
pueblo que admiro ardientemente, porque sufre necesidades y
angustias y sigue siendo un ejemplo moral para el mundo. Visité los
hospitales, las escuelas, vi a los pibes saludables y cultos. Mi
hijo y todos los compañeros tenían adoración por Cuba y por Fidel.
El pueblo admira a su líder, y yo quisiera que dure por muchos años,
quiero poder hablar con admiración por siempre de esta construcción
que hicieron el Che, Fidel y el pueblo de Cuba.
-¿Pensás en lo que pasará con
la construcción de las Madres cuándo ya no estén las Madres?
-Tenemos la esperanza de que el esfuerzo que hacemos con la
Universidad, con la lucha de la Plaza, tiene que generar
sentimientos, actitudes, conciencia. Habrá compañeros que
continuarán la obra y caminarán en la Plaza y desarrollarán aún más
la Universidad. Muchos van seguir con la formación del hombre nuevo,
que no empezó ni terminará con las Madres, me refiero al hombre
consciente, al que se va educando en hermandad con los otros y busca
y realiza una salida colectiva de justicia y dignidad para sus
semejantes. Tengo plena confianza en que va a ser así. Hace unos
años, mi nieta Denise estaba en primer grado y tenía que llevar a la
escuela una foto de la abuela. Ella solita recortó del diario una
foto mía en la que tenía puesto el pañuelo, luego la pegó en el
cuaderno y escribió “esta es mi abuela con pañuelo, porque va a la
Plaza de Mayo a reclamar por mi tío que se llevaron los milicos”. La
maestra puso el grito en el cielo, porque estaba en la vereda de
enfrente. Y así pasa en el país: hay que parir esa Argentina valiosa
que quieren abortar los dueños del poder, o los que reproducen su
ideología, pero que se gesta con fuerza en mis nietos, y no quiero
hablar sólo de mis nietos, hablo de miles de jóvenes y de todos los
compañeros. ¿O vamos a permitir que los sueños de treinta mil hijos
se los lleve el viento? ¿O vamos a permitir que el privilegio de
unos pocos le gane a nuestro amor empecinado?