¿Quién es ella en realidad? ¿Tal vez una ficción montada por un
burócrata trasnochado? ¿Quizá una mentira encubierta que se desvela
a cada paso? Definitivamente no. Ella es de carne y hueso, tiene una
voz capaz de destapar conciencias con sus denuncias en todo el
planeta y, ante todo, un alma empecinada en desafiar las reglas. A
saber: refutó el mandato de su propia biología; contrarió el nombre
que le habían puesto ante el Estado burgués; contradijo la voluntad
de su padre, ex militar en la católica Salta; fue una mujer atrapada
en un cuerpo de varón; resistió las humillaciones padecidas en
innumerables comisarías y cárceles durante más de siete años (si se
suman sus días de detención); se forjó comunista en medio de la
brutal avanzada del neoliberalismo exitoso de la Argentina; puso el
cuerpo para prostituirse, primero, y luego para rescatarse a sí
misma y a tantas otras como ella. Fue así que su cuerpo, su voz y su
alma se unieron para impulsar una lucha por la legitimidad de un
deseo, el respeto a una identidad y el derecho a la vida. Fue así
que desde los arrabales lascivos de Salta, desde el prostibulario
barrio Villa San Antonio llegó a las Naciones Unidas, Sudáfrica,
Roma, Nueva York y San Francisco, donde le otorgaron un
reconocimiento mundial a su lucha en defensa de los perseguidos,
entre más de 500 luchadores postulados. También llamó a las cosas
por su nombre. Luego de un largo proceso en el cual se desarticuló y
rearmó su humanidad, varias veces, afirma que no es varón ni mujer:
es travesti. Ahora bien, si no es mujer y si según su propia
definición pertenece a un género distinto, ¿por qué Lohana Berkins,
transgrediendo las normas una vez más, puede o debe integrar un
libro de reportajes a mujeres que desmienten lógicas? Así responde
ella:
-Porque todas las desventuras que sufrí sucedieron por ser
portadora de una feminidad que desafía a la cultura hegemónica que
impone el sistema esquemático sexo-género: o sos varón o sos nena de
acuerdo a los genitales con que naciste. Lógica binaria que rechazo
de plano. Entonces, todo mi devenir y el de las compañeras
travestis: desde la expulsión familiar y social, pasando por la
cárcel, la prostitución, la persecución, y el cuerpo golpeado, hasta
el desprecio soportado y el alma en pedazos, todo eso nos pasa por
ser portadoras de esta feminidad y, a su vez, por renegar del
privilegio de ser varones y de pertenecer a la supremacía. Yo parto
de la idea de que este sistema binario sigue sosteniendo que sólo
hay hombres y mujeres. A quien no se encuadra en esa norma, el poder
tiende a encajarlo a la fuerza en uno de esos dos lugares con
menoscabo y represión. Y ahí se entrecruza nuestra realidad con la
de las mujeres: los que oprimen a las mujeres, cuando hablamos de
hegemonía de género, son los mismos que nos avasallan a nosotras. En
definitiva, sufrimos la represión cómo travestis por ser portadoras
de esa parte femenina.
-Pero esta es una conclusión a la que llegas hoy. En otra
época sostenías que tu identidad travesti era una forma distinta y
singular de ser mujer.
-En realidad ni siquiera decía “identidad travesti”, así con todas
las letras. Es que simplemente yo viví muchos años de mi vida, los
primeros sobre todo, convencidísima de que era mujer. Creía que Dios
se había equivocado, y que un día la sociedad se iba a dar cuenta de
que yo era una mujer atrapada en el cuerpo de un hombre. También
tenía fantasías que hoy rechazo de plano: encontrar un marido,
casarme con el príncipe azul y todas estas cosas. Aunque hoy las
impugne, en su momento todas esas rotulaciones me eran funcionales y
me servían como los únicos instrumentos que yo tenía para definirme
y justificar mi existencia en el mundo. Creo que pasaba por ahí.
- En ese mismo sentido, ¿Qué recordás de tu infancia?
-Hay una cosa que graficaría exactamente esa etapa: mi primera
comunión. Si bien mi familia no era precisamente atea, tampoco eran
católicos fanáticos. Yo insistí para tomar la comunión, supongo que
porque lo hacían todos los niños y porque de chica pude tomar
decisiones. Recuerdo que mis compañeras estaban con sus vestiditos
blancos y yo no. Todo el tiempo me fantaseaba que entraba a la
Iglesia con la ropita blanca, con mis moños y que era la más linda
de todas.
-Entonces, ¿Tomaste la comunión con el trajecito?
-No, menos mal. No tuve que ponerme el furioso traje con corbata de
varón porque la tomé con guardapolvo. Yo siempre tuve facilidad de
neutralizar la cuestión.
-¿Cuándo comenzaste a sentirte diferente?
-En la comunidad travesti se da un patrón repetitivo de las
historias: el travestismo lo asumimos entre los ocho y los trece
años de edad, y además no sé por qué razón la mayoría somos del
noroeste. Te imaginarás la situación que se produce en esas ciudades
cuando nosotras nos manifestamos abiertamente con nuestro deseo más
íntimo de vivir como travestis: es directamente la expulsión del
hogar. Entonces, comenzamos a vivir a esa temprana edad una orfandad
no solo familiar, sino también social.
“Todavía sigo esperando”
-¿A qué edad te echaron de tu casa?
-A los trece. Al principio me fui como jugando y creyendo que mis
padres por una cuestión lógica me iban a venir a buscar.
-¿Y…?
-Todavía sigo esperando.
-¿Qué características tenía tu familia?
-Nací en una familia con padre y madre. Previo a casarse con mi
papá, mi mamá tuvo cuatro hijos en sus primeras nupcias. A su vez,
mi padre tenía un chico de su primer matrimonio. Después juntos
tuvieron ocho críos más. Lo cual suma 13 en total.
-¿Todos sabían todo?
-No. De hecho, si tuviera que dar una característica de mi familia
diría que estuvo muy signada de silencios. Nunca se hablaba nada,
nunca se explicaba nada. Las cosas sucedían, lo que era evidente era
evidente. Por ejemplo, de los hijos de mi mamá y de mi papá nos
enteramos muchos años después, siendo más bien grandecitos. Los
cuatro de mi mamá se habían quedado con su respectivo padre, y el de
mi papá con su madre.
-¿Dónde vivían?
-Por entonces yo vivía en Salvador Maza, que es un pueblo fronterizo
con Bolivia. Pero en realidad nací en Bolivia, en Yacuiba. Aunque
estoy asentada legalmente en Tartagal, Salta.
-¿Y por qué naciste en Bolivia si no vivían allí?
-Porque mi mamá iba a tenernos en Bolivia. Supongo que lo haría
porque ella era boliviana, aunque no asumía mucho que lo fuera. Era
una mujer que medía 1,70, la recuerdo muy blanca, muy bella, con el
pelo negro, muy flaquita y bien vestida. Mi mamá venía de un origen
muy pobre, en cambio mi papá no. Cuando se casaron mi padre
trabajaba en YPF y ganaba muy buen dinero. Ella en seguidita se
convirtió en una especie de super dama.
-¿Pero ella quería que fueran bolivianos?
-No lo sé. Había esa cuestión de los silencios, nunca nos explicaron
por qué.
-¿Quién era tu papá?
-Él había sido marino. Se retiró muchísimos años antes de la última
dictadura y entró a trabajar en YPF. Siempre nos contaba que había
navegado en la Fragata Libertad. Era un tipo muy instruido, muy
inteligente. En YPF ocupaba cargos muy altos, y como jefe tenía a
200 o 300 personas a su cargo en el área de perforación. Y también
era gremialista.
-¿Podrías recordar la escena de cuando te echaron de tu
casa?
-Mi papá se sentó en una mesa grande que teníamos, se notaba que con
mucho esfuerzo, y dijo que quería hacerme un planteo: “esto ya no
puede ser más”, recuerdo que dijo.
-¿Qué no podía ser más?
-No sé, no lo explicitaba. Dijo: “Yo no voy a seguir agachando la
cabeza por vos. Esto ya se ha pasado de la raya. Mirá lo que te
quiero decir…”. Y no lo decía, hasta que de golpe lo lanzó: “o te
hacés bien hombre o te vas”. Esas fueron las palabras exactas. No me
explicó qué era ser bien hombre, ni por qué me tenía que ir. Eso fue
todo.
-¿Por ese entonces te vestías de mujer?
-No, yo nunca me vestí de mujer cuando era chica. Creo que habían
varias cosas que molestaban de mi. En el Colegio San Francisco lo
habían llamado a mi papá para cuestionarle mi comportamiento, mis
constantes desobediencias al orden de la escuela. Por ejemplo, yo a
los curas les cuestionaba todo, que por qué vivían así, que dónde
estaba Dios, que por qué no tenían más actitud de pobreza. Y ellos
decían que era un instituto de muchachos, que ahí sí que había que
ir con uniforme y pantaloncito gris, camisa celestita, y corbatita y
saco azul. Entonces ahí el problema no sólo era que fuera bien
afeminado, sino también mis cuestionamientos. Un buen día le dijeron
a mi viejo: “su hijo no viene más al colegio”.
-¿Tu mamá nunca intuyó nada sobre tu diferencia?
-Sí, en esa época nos mudábamos de pueblo a cada rato. Yo le contaba
a mi mamá que en el lugar nuevo donde estábamos había conocido una
niña muy bonita, que vestía bien y tenía una casa muy linda. Un día
ella me miró y me dijo: “me parece que tu amiguita sos vos misma”.
Entiendo que esa era mi manera de canalizar mi propia fantasía de lo
que quería ser.
-¿Como nació el nombre Lohana?
-Cuando era niña tenía la certeza de ser mujer y que cuando fuera
grande me iba que operar las tetas y me llamaría Ana, como mi mamá.
Años más tarde, cuando empecé a alternar entre la prostitución en la
calle y el cabaret, efectivamente me llamé Ana. En el cabaret
rápidamente me convertí en una especie de figura. Y una amiga me
sugirió cambiarme el nombre “porque Ana no dice nada”. Entonces
comencé a pensar en otro que incluyera la palabra “Ana”, pero que
además no fuera de los que conocía, como Yohana o Anabella. Buscaba
algo más rimbombante. Recordé que un tío solía anteponerle a todo el
artículo “lo” (lo Oscar, lo Adolfo, lo chicos, lo mesa, etc…).
Cuando llegaba a casa y preguntaba por mi mamá, decía: “¿dónde está
lo Ana?”. Ahí se me ocurrió fusionar este “lo Ana”, y le agregué la
hache intermedia para que quede más fantástico. Así surgió Lohana.
Berkins lo adopté cuando fui más grande y tuve de una historia de
amor medio platónica con un chico norteamericano, cuyo apellido me
sonaba parecido a como se pronuncia Berkins.
-¿Cuándo eras chica tenías amigos, amigas, novios?
-Tenía mi bandita: la Dalia, la Iris, la Odile, quienes eran mis
amigas y chicas muy bonitas.
-¿Qué hacías con ellas?
-Eramos chicas de pueblo, las tremendas del pueblo. Todas eran más
grandes que yo, y ellas salían con camioneros, que allá era “la”
diversión. Bueno, y yo también fui novia de un par de camioneros
cuando recién había entrado a la secundaria.
-¿A los trece?
-Si, la verdad es que era tremenda.
Singular feligresía
-¿Qué pasó después?
-Me fui metiendo en la calle, en un mundo que era muy difícil.
Siendo aún niña tenía que negociar en un espacio de adultos. Así fue
como conocí a La Pocha, una travesti salteña, que era la gran
madraza de nosotras. Todas las que habíamos sido echadas de nuestros
hogares íbamos a parar a su casa.
-¿De qué modo diste el paso de la casa paterna a la
prostitución en la calle?
-Empezó como un juego. Había que vivir de algo y esa casa debíamos
sustentarla, porque La Pocha no trabajaba. Había que poner lo que en
el léxico travesti se llama “la diaria”. Pero insisto en que empezó
como un juego y después se fue convirtiendo en la única forma de
subsistencia, acompañado con la cárcel y golpizas.
-¿Cómo fue ese recorrido inicial?
-Me fui a Salta, así de bien atrevida, y llegué a la casa de mi tía,
quien vive en un barrio. Una noche, por ejemplo, me fui al centro y
me encontré con un chico (allá no se usa mucho la palabra gay, ese
es un término de grandes ciudades. Se les dice maricas) Entonces me
encontré con una marica y me dijo que podría trabajar en el Parque
San Martín. Y aunque esa vez no llegué al Parque, ya presentía que
quería buscar un mundo que estaba por ahí, y que era mi espacio,
donde no iba a ser censurada. Eso lo pienso hoy, no en su momento,
pero fue algo así como una búsqueda.
-¿Por qué no llegaste al Parque San Martín?
-Porque me llevaron presa. Ahí fue el inicio de un raid
ininterrumpido de encierros, violaciones, abusos y maltrato. Creo
que las travestis somos de las pocas personas que conocemos casi
todas las cárceles y comisarías del país.
-¿Y de esa comisaría adónde fuiste a parar?
-A la casa de La Pocha. Ahí se vivía una estructura de hogar y
también una economía cooperativa, donde compartíamos todo. La Pocha
era la madre, la que impartía las reglas y nos cuidaba. Esa relación
madre-hija travesti duró muchos años hasta que ella murió. Incluso
todos los veranos volvía a su casa. La Pocha falleció hace unos años
y su velorio fue como el gran acontecimiento en Salta. Hasta el
propio gobernador le tuvo que mandar una corona. La casa quedaba en
el barrio Villa San Antonio, que eran manzanas y manzanas de casitas
donde las chicas y las travestis nos dedicábamos a la prostitución.
En el invierno hace un frío que te la regalo y trabajábamos con los
braseritos encendidos. El barrio queda en el bajo, a orillas del Río
Arenales, un río de dos centímetros de agua que cruzábamos cuando
venían los milicos a reprimir.
-¿Qué hacías ante la represión?
– De acuerdo a cómo estaban de pesados los milicos iba rotando
entre el Parque San Martín y el Cabaret 1514 hasta que volvía al
barrio cuando amanaiba la persecución. Y así un día llegué al
cabaret Macumba Internacional, de mejor nivel que el 1514, y conocí
a la primera travesti con tetas: Mónica Mayo. Era una rubia
descomunal, yo quedé enloquecida y la acribillé a preguntas sobre
cómo había sido, cuándo, y cuánto. Confirmé mi sospecha de que
nosotras podíamos tener tetas. Ahí dije “a mi no me para nadie” y me
fui al centro de Salta. Me convertí en la primer travesti en
hacerlo, porque el circuito céntrico era sólo para las mujeres
prostitutas. Tuve mis problemas pero fui ganando posiciones
centímetro a centímetro, paso a paso, cuadra a cuadra, con los
codos, con las uñas, con los dientes, hasta llegar al podio, al
sitio que todas las putas queríamos llegar: la esquina de la
Catedral de Salta.
-Singular feligresía la que anhelaba ese espacio…
-Sí, ni te cuento el horror que causábamos. Estamos hablando del
centro de la provincia más conservadora de la Argentina. Pero fijate
la hipocresía: los mismos que se horrorizaban de día nos contrataban
de noche.
-¿Cuánto te llevó llegar a esa esquina?
-Más de un año, varias palizas y muchas noches en cana. En el país
gobernaba la dictadura. Yo tenía 15 años y recuerdo que me sentí una
reina.
-¿A pesar de la cana y de los milicos?
-Sí. Todos los años yo era la Reina del Carnaval de Salta en la
famosa murga “Los caballeros de la Noche”, que incluía sólo a
travestis. Antes se llamaba “Arde París”, pero cuando los milicos
llegaron con el gobernador Capitan Ulloa, no dejaban salir a murgas
de travestis. Entonces mandamos a la hermana de La Pocha para que
nos inscribiera y finalmente lo logró. Si le poníamos “Arde París”
se iba a notar que había una relación directa con las mariconas,
pero ¿quién iba a sospechar de Los Caballeros de la Noche? Cuando
anotó la murga le preguntaron de qué era, y la hermana de La Pocha
contestó que se trataba de chicas y muchachos disfrazados de época.
Cuando llegamos al carnaval y salimos a desfilar, ¡la policía se
puso loca! Por lo que al final fuimos todas presas. Muchas maricas
se habían metido en otras murgas, pero de varones, nosotras
insistimos en salir al carnaval siendo nosotras mismas.
-¿En qué otra ocasión te sentiste una reina?
-El día en que me miré desnuda frente al espejo luego de hacerme las
tetas. Me las operó un médico en Brasil. Eran siliconas de verdad,
no eran “siliconas para pobres”. Igualmente me agarró una infección
y el médico no me dio ni bola, porque había sido una intervención
ilegal, trucha, sin condiciones óptimas de higiene y cuidados. Aún
así, ese fue el día más feliz de mi vida. Cuando vi que mi cuerpo
tenía tetas no me importó del dolor, la fiebre, el riesgo, nada. Si
hubiese muerto ahí, hubiese muerto feliz.
“Ser travesti te cuesta la vida”
-¿Qué son exactamente las siliconas para pobres?
-Se trata de aceite para aviones o para máquinas industriales que te
inyecta otra travesti “especializada”, sin ninguna condición de
asepsia. De hecho, esta práctica condujo a muchas compañeras a la
muerte.
-¿Te aplicaste esas “siliconas”?
-Sí, en las caderas. No tenía miedo ni nada, era parte de lo que yo
quería ser. Todas queríamos tener esas caderas turgentes, esas tetas
tremendas, ser un mujerón, era el modelo de las travestis en su
momento.
-¿Cuál es el promedio vida de las travestis?
-En casi toda América Latina no supera los 40 años. Una de las
causas de muerte más recurrente son los asesinatos a manos de la
policía, sin que nadie investigue nada: ni juez, ni Estado…nadie.
Otra causa relevante es el uso indiscriminado de las cirugías, de
las siliconas para pobres. Sucede que el sistema capitalista ha
creado un modelo de mujer único: linda, dulce y muy bella, que es la
que consume el patriarcado. Entonces, cuando vivimos nuestra
realidad, cuya única alternativa de supervivencia es la
prostitución, la sociedad nos dice “si este chico no quiere ser
varón, pues que sea mujer”. Pero no cualquier mujer, una mina
espléndida superbella, superpotra. Ese es el modelo que imponen. Y
por distintas causas ser travesti te cuesta la vida. Ni más, ni
menos. Además, mientras estás viva te cuesta dolor y humillaciones
hasta el día de tu muerte. Es como si nuestro sufrimiento no fuera
el mismo que el de otros seres humanos…para algunos habremos nacido
en travestilandia. Si a mi cualquier dolor me interpela, ¿por qué a
mucha gente no le interpela mi padecimiento? Como si lo mío
perteneciera a otra especie de un planeta sin sentimientos.
-¿Nunca pensaste en operarte, en ser transexual?
-Si de chica siempre repetía “ya me voy a operar, ya me voy a
operar…”.
-¿Y por qué no lo concretaste?
-Porque a partir de que tomo conciencia política, si algo me
entristeció es el haber agredido a mi cuerpo. Nada de lo que yo me
hice lo volvería a hacer.
-¿Nada?
-Bueno… solamente las tetas, pero mucho más chicas y buscaría todas
las garantías médicas. Siento una especie de dolor por haber
agredido mi cuerpo, que es lo que más amo. Creo que este sistema me
había metido tanta mierda en la cabeza que a pesar de lo mucho que
yo amo vivir no me importó ponerme en una camilla ilegal y morir.
Mirá el nivel de inconciencia que tenía, que con tal de obtener una
imagen no vacilé un segundo en exponer mi vida. También
recurrentemente pienso que muchas amigas mías murieron en ese
intento. Y es así como me encierro en dolores y en silencios.
Tampoco juzgo a la travesti que las aplica, porque creo que tanto
una como otra somos todas fruto de la mierda que te meten y de la
ilegalidad y marginalidad en la que vivimos. Pero bueno, mis amigas
murieron por causa de las siliconas.
Ese es otro error que nos impone la sociedad: que no sólo tengamos
un cuerpo, sino que además sea visible en labios y tetas enormes.
Pero la cuestión no pasa por ahí.
-¿Por dónde pasa?
-Está en lo más profundo de mí, no en la superficie. Una vez cuando
estaba en la cárcel nos cortaron el pelo, nos cachetearon y nos
pusieron ropa de varones. Había un milico que se llamaba Quiroga, lo
miré y le dije: “Si querés vestime de gaucho, pero adentro soy
Lohana Berkins”. Eso al milico lo quebró, porque la imagen
tranquilizaba a su mirada, no a mí. Ahí adentro cuando nos hacían
hacer un pozo, yo seguía siendo Lohana Berkins. Porque son muchos
los elementos que constituyen a una persona y no solo la
circunstancial realidad de sus genitales, ni de su ropa, el
maquillaje y las cirujías, se trata de maneras de sentir, de pensar,
de relacionarnos y de ver la realidad.
-De los hechos surge que parte de la identidad travesti
es construida a partir de una violencia inevitable…
-Absolutamente. A diferencia de muchas identidades, el travestismo
se forja en un contexto de violencia. La primera es la violencia
familiar, que va del maltrato hasta la expulsión de ese niño o niña
de su hogar para desterrar el pecado del living familiar. Después
viene la violencia que se empieza a sufrir en la calle. Y, luego, la
brutal transformación del cuerpo, que no se da en un marco de
cuidado porque el Estado, cuando no te mata a balazos o a golpes, se
desentiende de tus necesidades. Además, está la intrínseca relación
con las prostitución, lo que plantea otro contexto de violencia. Hay
que tener mucho coraje y bastante valor para atreverse a ser
travesti.
-¿Qué es ser travesti?
-No lo sé con certeza, pero podemos reflexionar sobre el tema.
Porque si algo cuestiono es que no hay una sola posibilidad de ser
mujer, tampoco hay un solo modo de ser varón, ni una sola manera de
ser nada. De la forma más primaria, más clara, travestis somos
quiénes nos atrevemos a desafiar a un sistema sexo-género. Así nos
convertimos en la prueba viviente de que quien nace con un genital
puede construirse o autoconstruirse en otra identidad que no le haya
sido asignada por esa relación sexo-género. Ser travesti es tener
una actitud muy íntima y profunda de vivir un género distinto al que
la sociedad asignó a su sexo. O sea, que quienes tenemos un pito
podemos construirnos en una imagen femenina, o en otras imágenes y
gozar en correspondencia, vivir sin miedo y ser felices. Con el paso
del tiempo nosotras proponemos erradicar los encasillamientos en
identidades preconstituídas por el mismo sistema opresor. En otras
palabras, quiero decir que el travestismo constituye un giro hacia
el no identitarismo, porque en la medida en que las identidades se
convierten en definiciones señalan límites y se vuelven separatistas
y excluyentes. Hoy tratamos de no pensar en sentido dicotómico o
binario. Creemos que es posible convivir con el sexo que tenemos y
construir un género distinto, propio, nuestro. Estoy convencida de
que los seres humanos somos un punto de partida más que un punto de
llegada, constituimos un largo proceso.
El activismo
-¿Cómo comienza tu activismo?
-Me inicié, mejor dicho me desperté, al conocer a las lesbianas
feministas. Ellas empezaron a poner elementos en mí y desencadenaron
una furia de lucha por justicia y reivindicaciones que eclosionan de
manera instantánea cuando empiezo a descubrir que en el mundo había
mucho más de lo que yo pensaba. Para mí fundar en 1992 la Asociación
de Meretrices de la Argentina (AMAR) fue un primer paso muy
importante, porque significó comenzar a ver qué nos pasaba y quiénes
éramos.
¿De qué modo se inicia la lucha organizada en defensa de
las travestis específicamente?
-Esta lucha política se inicia en el año 1992, cuando un grupo de
compañeras forman la primera Asociación de Travestis Argentinas
(ATA). Por entonces tuvimos el primer contacto con Carlos Jáuregui,
integrante de Gays por los Derechos Civiles, y él no sólo nos brinda
el apoyo, sino que nos impulsa a organizarnos. Recuerdo que nos
dijo: “es la pata que le faltaba al movimiento”. Por ese entonces
nosotras hicimos un Programa que se llama Construyendo la ciudadanía
travesti. Ojo, no tiene nada que ver con la ciudadanía del
liberalismo, sino que está expresado en un sentido mucho mas amplio
y revolucionario. Allí apuntábamos a cuatro cosas: la educación, la
salud, la vivienda y el trabajo. Recuerden que no gozamos de ninguno
de los beneficios del Estado, sus planes sociales no nos llegan,
según las definiciones no somos ni jefes ni jefas de Hogar, y no hay
puestos de trabajo dignos para nosotras ya que nadie contrata a una
travesti.
-¿Cómo fueron recibidas por el conjunto de organizaciones
de gays y lesbianas?
-Una parte de estas organizaciones sintieron nuestra presencia como
una invasión.
-¿Por qué?
-Algunas lesbianas discutían nuestro “femenino” y decían que nos
organizáramos dentro del espacio gay, o sea que nos veían como una
versión dentro de esa orientación sexual. Y por su parte los gays
oscilaban entre el maravillarse por el glamour travesti y el rechazo
al mismo. Es así como en el marco de la Tercera Marcha del Orgullo
Gay-lésbico se da nuestra primera lucha por un espacio en el
movimiento, ya que cuando la estábamos preparando fuimos excluidas
de los volantes que la convocaban y en el cartel principal casi,
casi, nos caíamos del contorno. Sin embargo, la participación de las
travestis en las marchas fue no sólo numéricamente mayor a la de
otros grupos sino que nuestro colorido y nuestra vestimenta nos
destacaban del conjunto. La decisión de llevar esos atuendos fue una
estrategia contra la invisibilidad que se nos había impuesto.
-¿Qué otro momento importante recordás en este trayecto
político?
-Por ejemplo, cuando nosotras presentamos la obra “Una Noche en la
Comisaría” durante el Primer Encuentro Nacional Gay, Lésbico,
Travesti, Transexual y Bisexual (Glttb) en Rosario. Así fue como por
primera vez nuestra realidad fue vista por otros que no fueran ni la
policía ni nosotras mismas. También por primera vez, públicamente,
expresamos nuestros sueños y deseos. Fue un hecho muy importante.
Las lesbianas y los gays allí presentes nos pidieron disculpas por
los prejuicios que tenían hacía nosotras. Y si bien Rosario marca un
antes y un después, ahí logramos una victoria pero todavía no
trasponíamos la frontera del movimiento Glttb. Deberían pasar varios
años para autopercibirnos como personas con derechos o con una
identidad propia, ni masculina ni femenina. Estos temas nos llegan a
través del feminismo porque el contacto con las mujeres feministas
nos puso ante una serie de preguntas vinculadas a nuestra identidad:
¿qué somos las travestis? ¿somos varones? ¿somos mujeres? ¿somos
travestis?. Y en la búsqueda de respuestas a estos interrogantes
creamos dos organizaciones más: la Asociación de Lucha por la
Identidad Travesti y Transexual (ALITT) y la Organización de
Travestis Argentinas (OTRA).
-¿Desde que sectores o ámbitos comienzan a recibir apoyo?
-Por ejemplo, desde el sector universitario. Ahí articulamos
nuestras primeras alianzas con estudiantes y docentes. Pero no todo
eran rosas. Recuerdo que en ocasión de un debate sobre travestismo e
identidad un alumno avanzado de antropología se refirió a mí como un
homosexual con tetas. Fijate la falta de lenguaje para nombrar una
diversidad y la carencia de amplitud para ver la pluralidad de la
vida.
Otros espacios donde fuimos creciendo y recibiendo apoyo fueron los
debates en la Estatuyente de la Ciudad, o durante las discusiones
para derogar los edictos policiales y para aprobar el mal llamado
Código de Convivencia Urbana. También por entonces comenzamos a
tener relación con organismos de derechos humanos y partidos de
izquierda porque, al ser blanco de la represión policial, éramos un
grupo destinado al exterminio. Nos asesinaban a mansalva en la
Panamericana, en las comisarías, en los callejones y descampados de
cualquier provincia argentina. En el año 98 teníamos una lista de
casi cien compañeras asesinadas por la represión. Hoy tenemos 110
chicas asesinadas y ni un solo responsable castigado.
-¿Cuándo y cómo llegaste a las ideas revolucionarias, de
izquierda?
-Yo creo que en el fondo mi espíritu libertario siempre estuvo
presente. Una vez escuché a Vargas Llosa que dijo que su padre era
tan autoritario que se lo agradecía, porque así le enseñó a amar la
libertad. Yo también agradezco que mi padre haya sido tan
autoritario, ya que desde niña amé la libertad.
En 1998 tuvimos una reunión con Patricia Walsh y eso también nos
marcó. Ella era candidata a presidenta y empezamos a articular con
Izquierda Unida (IU). Fuimos fiscales de mesa de IU y cuando hicimos
una protesta de 24 horas impidiendo que se inaugure la cárcel
contravencional frente al Teatro Colón, IU fue la única fuerza
política presente dándonos apoyó en la movilización. En ese momento
la política pasaba por ver quién era más represivo con las
travestis, por lo que a nosotros esa actitud solidaria nos flasheó.
De todos modos, nosotros ya íbamos a las marchas de la Resistencia y
las del 24 de marzo. Estábamos con las Madres y habíamos tenido un
trabajo super interesante con HIJOS. Ya estábamos encausadas en todo
esto. De todo ese contacto lo primero que me surgió fue ser
anticapitalista. Entonces estas organizaciones que se oponían al
capitalismo, para mí, eran muy afines. También comprendí que la
única alternativa posible es el socialismo. Entendí la profundidad
del cinismo del capitalismo, no hubo que explicarme nada.
-¿En que circunstancias te incorporaste al Partido
Comunista?
-Fue un año después de que empecé a trabajar en el despacho del PC
como asesora de Derechos Humanos. Y acá debo destacar lo respetuosos
que fueron conmigo al darme trabajo sin ser del Partido, nunca se me
condicionó a una afiliación o pertenencia partidaria. Creo que se
pusieron en juego muchas cosas, porque era darle el trabajo a
alguien que nunca había tenido ese tipo de experiencia laboral.
Recuerdo que primero me tenían ahí sin saber bien en qué ocuparme,
hasta que plantee que no sabía hacer nada, pero que si me lo
enseñaban podría aprender. A partir de entonces todos/as tuvieron
una actitud de docencia conmigo. Aprendí el manejo de una oficina,
de la computadora, los trámites, cosas de tipo técnico, y distintos
aspecto del manejo de la Legislatura. Estoy orgullosa de esa
experiencia.
-¿Ese fue tu primer trabajo después de la prostitución?
-Mi primer trabajo formal donde tenía papeles, cumplía horarios y me
pagaban fue ese en la Legislatura. Significó un cambio tremendo
pasar de estar en la calle corriendo peligros, poniendo el cuerpo,
el arreglo, la policía y la humillación, a tener respeto y
compañeros. Para mí es algo muy profundo, porque era la misma
persona que en determinadas horas tenía que ir a parar en una
esquina arriesgando la vida, la que de repente ahora estaba en una
oficina ocupando un cargo. Sobre mí había otro tipo de miradas,
sobre todo por parte de mí misma. Empezaba conocer otra
cotidianeidad que me era absolutamente ajena, otros códigos, nuevas
formas de expresarse y negociar, otras formas de resolución de un
conflicto donde no siempre había que poner el cuerpo, el manotazo o
la violencia. Bueno, también entendí rápidamente que la política de
los partidos del sistema es también la prostitución legalizada.
Y el nuevo trabajo me dio impulso para hacer otras cosas: pude
terminar la escuela secundaria y estoy haciendo un profesorado en el
que me falta un año para recibirme de maestra. Eso no fue fácil,
tuvo que intervenir la defensora del Pueblo Diana Maffia porque no
me querían aceptar. Luego de una amenaza de juicio pude estar segura
en el aula y lograr que, en las listas oficiales, me llamen Lohana
Berkins… todo un logro.
-¿Qué incidencias tuvo tu empleo en el movimiento
Travesti?
-El que me dieran un empleo como secretaria de Patricio no solo
significo contribuir a mi dignidad como trabajadora, sino que sirvió
como un ejemplo para muchas compañeras, en el sentido de decir: esto
empieza a ser posible. Se contribuyó a generar otra imagen de la
travesti, que hasta ese momento era la de ser prostituta.
Otro logro importante fue cuando Izquierda Unida me llevó como
candidata. Esto se leyó dentro de la comunidad travesti como que no
solo entrábamos en el juego democrático a votar, sino que también
podíamos ser elegidas para legislar. Y también adentro de los
partidos políticos se rompió con el mito de que las minorías
sexuales somos “piantavotos”.
Siempre vivimos en estado de sitio
¿Qué significaron las jornadas del 19 y 20 de diciembre
de 2001 para el movimiento travesti?
-Fue un hito histórico. El pueblo ganó las calles, desafió el Estado
de sitio y determinó la huída de De La Rúa, y nosotras fuimos parte
activa de esa lucha. Muchas compañeras travestis esa noche empezaban
a producirse, ( a vestirse, pintarse) y de pronto fuimos
sorprendidas por algo que a primer oído parecían los tambores
llamando a participar de los carnavales. Como es sabido, el carnaval
es para nosotras el único lugar de aceptación. Pero estos eran otros
tambores, sonaban para resistir el Estado de sitio que De la Rúa
había declarado minutos antes. Entonces, desde los barrios de
Palermo, San Telmo, Constitución y Flores las travestis a medio
maquillar comenzamos a caminar y nos sumamos a ese grito rebelde que
se reunía en cada esquina, en las calles y las avenidas: ¡Qué se
vayan todos! Y allí, al lado de nuestros vecinos fue un gran asombro
no escuchar los insultos con que muchos nos recibían apenas notaban
nuestra presencia. Fue una sorpresa ver que las exageradas
siliconas, los pudorosos genitales, las indecorosas pinturas y
corpiños se fundían y se desvanecían en la protesta social.
-¿Se desvanecían?
-Te quiero decir que cuando no nos miraban, cuando no llamábamos la
atención, cuando éramos unas más fue cuando mejor miradas nos
sentimos.
-¿Por primera vez se sentían parte de un reclamo común?
-Sí, por primera vez nos sentimos unidas a un reclamo general, que
en ese momento era el “No” rotundo al estado de sitio. Pero ¿sabés
qué pasaba?, las travestis vivimos en estado de sitio todos los
días. La rutinaria persecución policial, el no poder circular
libremente por las calles porque portamos una identidad subversiva,
y el carecer de derechos consagrados para todos los ciudadanos
convierten la vida de las travestis en un Estado de sitio
permanente. Y ese 19 y 20 hasta pudimos cantar contra la burocracia
sindical, porque Hugo Moyano, el dirigente camionero, había dicho
públicamente en una entrevista televisiva “digame todo, menos puto”.
Las travestis le contestamos desde la Plaza de Mayo “dígannos de
todo, menos Moyano”.
-¿Por qué pensás que jode tanto la diferencia sexual?
-Porque el sexo asociado a la libertad es una fórmula subversiva,
cuestionadora del orden establecido. Por eso cuando travestis, gays,
lesbianas y otras personas manifestamos algo distinto se vuelve una
hecatombe. A mi me impactó mucho un texto de Octavio Paz que define
muy bien la cuestión: “Sin sexo no hay sociedad porque no hay
procreación; pero el sexo también amenaza a la sociedad. Como el
dios Pan es creación y destrucción. Es instinto: temblor pánico,
explosión vital. Es un volcán y cada uno de sus estallidos puede
cubrir a la sociedad con una erupción de sangre y semen. El sexo es
subversivo: ignora las clases y las jerarquías, las artes y las
ciencias, el día y la noche: duerme y sólo despierta para fornicar y
volver a dormir”. ¿Qué te parece? La jerarquía eclesiástica, el
establishment, los burócratas, los vecinos “correctos”, todos se
ponen algo nerviosos, ¿no?
Por el mundo
-¿Qué te aportaron los viajes internacionales donde
denunciaste violación de los derechos de las travestis? –
Significó un crecimiento notable para el movimiento travesti y ni te
cuento en lo personal. Fui la primera travesti que entró a las
Naciones Unidas, donde además dimos talleres sobre nuestra realidad
en Argentina y Latinoamérica. Viajé invitada por la Comisión
Internacional de Derechos Humanos para Gays y Lesbianas y llevé
documentos con denuncias contundentes. Por ejemplo, presenté el caso
de Vanesa Piedrabuena, quien fue torturada en Córdoba por nueve
policías, entre otros casos de violación a los derechos humanos,
detenciones y muertes causadas por la policía.
También nos entrevistamos con los relatores de la ONU y,
curiosamente, el único que no nos recibió fue la delegación
Argentina, pero fuimos recibidos por la paraguaya y la cubana. Fue
en la época que gobernaba De la Rua y el presidente de la Comisión
de Derechos Humanos de la ONU era Alejandro Despuy, de la Alianza.
Nos entrevistamos con delegados de la Comisión de Detenciones
Arbitrarias y la Comisión por la Libertad de Imágenes. Hasta
entonces jamás los relatores de la ONU habían incluido a las
travestis en sus informes. A partir de esa intervención fue cuando
comenzaron a incluir a las minorías sexuales en sus relatorías.
-¿Y luego adónde llevaste tu voz?
-De ahí fui a Londres donde estuve con Amnistía Internacional dando
charlas de esclarecimiento y denuncias. En Roma me reuní con
organizaciones travestis, lideradas por una compañera brasilera
llamada Líela. Después participé en la Convención Mundial contra el
Racismo, y en forma conexa contra la Intolerancia y la
Discriminación que se hizo en Sudáfrica, donde también fui becada y
tuve participación en distintos talleres con Rigoberta Menchú,
Winnie Mandela y Angela Davis. Y el último viaje fue San Francisco y
Nueva York, donde me dieron el premio Felipa de Souza y me pude
relacionar con distintas organizaciones de Estados Unidos, y di unas
30 charlas en Universidades y centros de lucha con reconocidos
dirigentes que, incluso, integraban la Comisión contra el Bloqueo a
Cuba.
“Quiero ser el deseo lícito de un revolucionario”
-¿Qué aspectos de la discriminación cotidiana te molestan
más? -La sutil discriminación y las formas que ésta va
adoptando. Por ejemplo, cuando muy alegres de cuerpo dicen delante
de nosotras “putos, hijos de puta”, y ante nuestra interpelación
inmediata responden: “Bueno, es una cuestión cultural, es una
costumbre”. Una vez, durante una marcha un compañero le gritó“puto”
a un policía delante de mío. Cuando llegué a mi casa me puse a
pensar en la escena, y me pregunté: ¿Por qué “puto” es un insulto en
boca de un revolucionario?
-¿Por qué?
-Porque es más fácil marcar, “delatar”, el deseo de los otros como
un disvalor que hacerse cargo del propio deseo. Porque es más
sencillo cuestionar el sistema en general que tratar de modificar
nuestras propias miserias.
-¿A qué atribuís la demanda de travestis en la Argentina
y en otros países?
-No estoy segura si se incrementó o es que ahora somos mucho más
visibles. Yo suelo decir que las travestis somos el deseo ilegal de
la burguesía capitalista. Aunque también nos desean desde diversos
sectores populares. Imaginate que hay cinco mil compañeras
trabajando sólo en la Ciudad de Buenos Aires. La pregunta que yo me
hago es si algún día seremos el deseo lícito de la izquierda
revolucionaria. Para mí cuando vos encarás una lucha debés hacerlo
en plenitud. Cuando se habla de las travestis, los compañeros de
izquierda deben plantearse (por ellos mismos, no porque lo
establezca ningún Partido) venir a una marcha nuestra y apoyar todas
las reivindaciones y no quejarse si hay una travesti desnuda, sino
tratar de entender por qué en ese espacio lo único que puede mostrar
es un cuerpo desnudo. Además, pareciera que unas luchas aparentan
ser mucho más valiosas que otras. Si es por víctimas, nosotras
tenemos víctimas. Si es por cárcel, tenemos cárceles. Si es por
represión, tenemos represiones. Entonces yo no veo por qué no se
puede pensar de una forma totalizadora y pedir por todos los
derechos. Si yo voy a las marchas contra el FMI o contra el
imperialismo yanqui, entre tantas otras, ¿por qué los
revolucionarios, los compañeros de izquierda y los luchadores en
general no vienen masivamente a apoyar nuestra lucha?
-¿Qué estás expresando concretamente cuando anhelás ser
«el deseo lícito de los revolucionarios»?
-Lo que quiero decir con esto es que si acaso alguien me amara, yo
desearía que sin ningún tipo de prejuicios él dijera: “mi compañera
es una travesti”. Quisiera, con toda mi alma, que ese revolucionario
fuera capaz de sentir y gritar a los cuatro vientos: amo a una
travesti y se llama Lohana Berkins.