Tierno y cruel; amigo y traidor... aquella
vez. Aunque ardió en su fuego, salió siempre ileso, él. Calcinaba a los
otros. A las otras. Las mujeres eran sus diosas, pero también, «frazadas
para limpiar pisos» y «máquinas para sufrir». Sus ojos desorbitaban
destinos. Lo rodeó la muerte y lo abrazó la vida, hasta los 91, cuando
nos dejó. ¿Quién fue: Eros o Tánatos?
Fue un chamán, un genio; el mayor artista
del siglo XX y hasta ahora sin parangón. Pintor, escultor, grabador,
dibujante, su obra fue decisiva para el desarrollo del arte, incluso
para el diseño gráfico, la ilustración y el cómic. Ganó un dinero
incalculable; mientras otros artistas morían de hambre, él vivía en
castillos y, cuando sus obras los desbordaban, no los vendía: compraba
otros.
Se declaraba pacifista y fue miembro del Partido Comunista Francés,
hasta su adiós. Pero si bien la obra del Picasso de los 20 años, refleja
el desconsuelo de los excomulgados de la humanidad, el de los cuerpos
abismados, y el de los ciegos, después nunca mostró explícitamente un
compromiso con el dolor universal. Hasta que el demonio nazi aliado a
ese otro amo de los infiernos —el Generalísimo español Francisco Franco—
se encaramó en pájaros asesinos. Pájaros-aviones que bombardearon la
ciudad vasca de Guernica el 26 de abril de 1937, y la muerte puso
huevos en la herida. ¡Oh ruiseñor de sus venas! (García Lorca).
El chamán Picasso reaccionó de inmediato en favor de los republicanos.
Henchido de ira y pletórico de arte, pintó el célebre «Guernica».
El «Guernica»— ese extracto de universo sin palomas. El «Guernica»— ese
extracto de sangre, rebeldía y llanto, a partir del cual hay un antes y
un después. Un antes y un después para la pintura;
un antes y un después —o debería haberlos— en las
conciencias de quienes miran esos tres metros de alto y ocho de largo,
de arte, furia y piedad.
Con esta pintura, nada más —y nada menos—, que está en el Museo «Reina
Sofía» de Madrid, hubiera sido suficiente para la gloria del genio.
El «Guernica» es un alegato contra la guerra, contra el terrorismo
franquista y contra todo fascismo. La violencia, las madres, las
mujeres, la maternidad, la sexualidad, laten en esa obra, como un
retrato del espanto. Fragmentos de vidas y muertes, son pequeñas
imágenes de la gran imagen de un caos organizado, en la obra suprema que
exige Libertad.
De un lenguaje pictórico sorprendente, es el trabajo de un maestro de la
composición que revela, a la vez, la mirada inocente de un niño.
Así fue Pablo Picasso. De pequeño pintó como un adulto, y recién en su
madurez, recuperó su mirada de infante: «Desde niño pintaba como Rafael,
y me llevó toda una vida aprender a dibujar como un niño». Cierto, no es
fácil recuperar la inocencia.
Pero nunca estuvo solo para buscar su mirada virgen; un año antes de
morir, cuando tenía ya 90, dijo que la muerte fue la única mujer que lo
acompañó siempre. Y entonces, las trece diosas «oficiales» que
fueron sus frazadas para limpiar pisos y que, sin embargo, lo
amaron incluso hasta el suicidio... ¿Qué hicieron?
Animal en celo
Quiso ser libre como el mar, y resultó esclavo de su sed hacia todo y
hacia todas. Como un animal en celo, necesitaba de las mujeres, con la
misma potencia con que las mimaba primero, y maltrataba después. Se
desesperaba por las adolescentes, quería probar toda forma de sexo,
ahogarse de pasión para mejor emerger. Si hasta fue sospechado de
homosexual por el novelista Norman Mailer. ¡Vaya «delito»!
Después de haber pintado «El picador», en La Coruña a los cuatro años,
se enamoró de Carmiña. Él tenía diez octubres; ella es «La niña de los
pies descalzos», cuadro que el Maestro conservó hasta su adiós.
Jadeante de deseo y tórrido de delectaciones, de allí en más todos sus
amores —¿sabía amar?— se convirtieron en pinturas. Por sus etapas: azul,
rosa, cubista, la de cercanía al surrealismo, la expresionista, las de
las máscaras africanas —por todas, después de Carmiña— desfilaron muchas
de sus mujeres. La cupletista célebre Josefa Sebastiá— «La Chelito»; las
que surgieron de aventuras, producto de la frecuentación de cabarés de
París, Barcelona y Madrid y más.
Hasta que llegó —le llegó— Fernande Olivier. Con ella convivió en el
barrio de Montmartre, en París, pero se escapó del hogar para
crear otro con Eva Gouel, a quien llamaba «Ma Jolie» («Mi
Linda»).
1917 le regaló a Olga Koklova, bailarina del ballet ruso, al que
abandonó por Don Pablo Ruiz Picasso, llamado así hasta que —por rechazo
hacia su padre— comenzó a firmar sólo son el apellido de su mamá. Al año
siguiente se casaron: la princesa fue la única esposa de Picasso
ante la ley; a partir de entonces, se integró la «alta sociedad» y vivió
como un burgués. La rusa aristocrática, se había presentado ante él,
altiva:
—«Soy Olga Koklova, la sobrina del Zar», tronó como si susurrara, al
tiempo que descubría su escote de aguas sediciosas frente al sediento de
toda sed.
Bellísima sobre su metro 55 de estatura, en las obras de su esposo
apareció como una tonta, empecinada, e insatisfecha. ¿Existe la realidad
o existen los ojos que la miran?
El primer hijo de ambos, Paulo, nació tres años más tarde, y ayudó a
disimular el fin del amor, que se anunciaba. Con sus monerías
infantiles, regocijaba a las arenas de la Costa Azul, al tiempo que la
decadencia de la pareja encontraba su apogeo.
Como si su vida hubiera sido un best-seller, la historia del
Genio estuvo signada también por la tragedia. Paulo, con quien siempre
había sido indiferente, murió de cirrosis y alcohólico; y —por una
perversión del destino— su nieto Pablito se suicidó el día de la muerte
del artista, pues Jacqueline Roque, su última y dictadora compañera, no
lo dejó entrar al funeral. El pequeño bebió cantidades de lavandina, y
se fue de la Tierra... ¿Con su abuelo, a Dios?
Picasso había fumado opio en París con Apollinaire, Mirbeau, Lautrec y
Modigliani. Buscaban semillas de sueños para sembrar la aurora. Fumaban
para soñar. Y como un sueño llegó a su vida Marie-Thérèse Walter, cuando
ella tenía 17 años y él 46. Era 1927.
El deseo erótico se sumaba al placer de la aventura; el secreto de los
encuentros era absoluto, para evitar problemas con la ley, por la edad
de la adolescente. Cuando nació María concepción, Maia, la hija de los
dos, Olga fue abandonada. Y también, a su turno, Marie-Thérèse, quien,
sin embargo, siguió asistiéndole con devoción: le cortaba las uñas y el
pelo y las guardaba, en un orden cronológico estricto, pues él temía que
le hicieran brujerías. Escribió a su amado durante treinta años;
y finalmente, cuando él murió, se suicidó en la casa de Picasso en la
Costa Azul.
Los ojos verdes de la fotógrafa yugoslava Dora Maar, le llegaron de la
mano de Paul Éluard y su dulce esposa Nush, quienes los presentaron en
un café de París. Corría 1936 y el chamán cayó rendido ante su belleza e
inteligencia. Pero... ¿Es que él se rendía ante algo o alguien?
No, también desertó de aquella mirada esmeralda, para tomar de la mano a
Françoise Gilot, en 1943, con quien tuvo otros dos hijos: Claude y
Paloma.
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