«Vivir peligrosamente. En la violencia de la paz» Por Cristina Castello |
A
la memoria de Anna Politkovskaïa, asesinada
en Moscú el 07/10/06, y
de todos los periodistas desaparecidos con
un ramo de semillas en la boca: La pasión por la verdad |
«Gajes del oficio» |
—Cristina, no intentes más la
entrevista con «Carlitos». —¿Cómo que no? Si estoy tras ella
desde hace dos meses, y para hacerla busqué muchísima información,
y... ¡vos sabés…! —¡Claro que lo sé...! —¿Entonces? —No quiere recibirte, pero lo entrevistará Renée (Sallas), no te preocupes. —Bueno, pero… ¿qué
pasó? —Dijo que nos concede una entrevista exclusiva, a condición de que no la hagas vos. ¡Pero vamos, Cris... deberías estar orgullosa! Sos un hito en el periodismo y él te cierra la puerta. —¿Qué estás diciendo? No entiendo. —Que el señor Presidente de la Nación
Argentina te tiene miedo y se niega a que lo entrevistes. No sabe cómo
contestar tus preguntas. |
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Cristina Castello |
Este
fue mi diálogo telefónico con Jorge de Luján Gutiérrez, director de
la revista «Gente», donde yo trabajaba. La fecha: la segunda
mitad de julio de 1989. «Carlitos» no era -no es- otro que Carlos Menem, quien era presidente de la Argentina desde el 8 de julio de aquel año. Quien informó de la decisión presidencial fue el entonces jefe de la SIDE (Secretaría de Informaciones del Estado), Juan Bautista «Tata» Yofre. |
«…
Mostrar la multitud y cada hombre en detalle/con eso que lo anima y que lo
desespera. /Bajo su vida de hombre todo lo que él alumbra/Su esperanza y
su sangre/Su historia y su dolor». (Paul Éluard, de «Poème pour tous»). La
poesía siempre alumbra. Con este fragmento empezaba yo mis clases de
periodismo; y la primera lectura que entregaba a los alumnos,
con la excusa de que hicieran con ella algún trabajo, era «Cartas a
un joven poeta», de Rainer Maria Rilke. Quería –quiero- encender
hogueras inextinguibles en cada ser cuyo camino confluya con el mío. Se
dice que en la profesión soy implacable. Es cierto. Nunca trabajé por la
fama, ni para ser
una «star»,
ni
por cantidades de dinero que jamás se ganan, salvo si se vende el alma. No
me conformo con «esto» que llaman «realidad», y rechazo lo que existe
por la certidumbre de lo que poco vi pero cuya existencia presiento. Tengo
hambre y sed de Verdad. Hacer
periodismo es tirar semillas. Y la siembra requiere fiereza y ternura para
defender la vida como experiencia creadora; la tarea del hombre es la
belleza y ella exige develar: quitar las máscaras. Todas. Empecé
a estudiar periodismo porque quería escribir. Me equivoqué. Había
terminado la escuela secundaria tres meses después de cumplir quince años,
había leído muchos libros y escrito muchos poemas. Sabía demasiado y no
sabía nada: mi «erudición» no era sino teoría. Sabía de lecturas y
de mi intensidad para vivir a corazón y a cielo abiertos.
Apasionadamente. Pero ignoraba mi ser, mi sed y mi destino de poeta. No «me»
sabía en mi raíz y no supe escuchar la voz de mi esencia; la que vivió
en mí desde que anidé en el vientre del amor, la poesía y la abnegación.
En el de Rosita «Chiquita» Batmalle, mi mamá. Sin embargo, tenía clara
conciencia de la otra fuerza que nutre y absorbe mi vida: darme a «mis»
demás. En
mi primer año como estudiante empecé a trabajar en un semanario, y
terminé la carrera con las más altas calificaciones y diploma de honor. Entonces
llegó el primer abismo. El que nos acontece frente a una etapa que
termina y otra que comienza, frente a ese preguntarse: «¿Y ahora, qué?».
El
abismo duró un instante. Porque ese sino y signo de darme a «mis» demás
se sumó a mi pluma de poeta, de la cual renegaba, y me entregué a la
profesión con fervor y mística de sembradora. Me
lancé a hostigar imposibles. A tratar de contribuir a «cambiar la vida»
(Rimbaud). Y persisto. Escribí kilómetros de palabras en los medios gráficos
de más venta y más conocidos de Argentina, donde nací: hacía los artículos
de la portada; mi voz, mi
palabra e imagen –mi mensaje- se multiplicaron por la radio y la
televisión; y disparé una lluvia de semillas en el alma y en el
conocimiento de mis discípulos de «La entrevista periodística». «Y
los árboles y la noche no se mueven sino desde los nidos» (Giuseppe
Ungaretti). Enseñar es nacer nidos. Amé a mis alumnos. Los amé, los
amo. Y recibí mucho de ellos
en nuestra historia hecha de rigor periodístico y de complicidades, de
risas, planteos «metafísicos», dolores y dichas compartidos: la vida. Fui
censurada, amordazada, amenazada de muerte y perseguida. Por haber
nacido en Argentina, durante el período 1976/83 padecí el horror por
tantos seres exterminados; el espanto ante 30.000 «desaparecidos»
(masacrados), por los militares genocidas, declarados después por la
Justicia culpables de «crímenes de lesa humanidad». Sin
militancia en ningún partido político y ajena a todo «ismo», sin ese
abrigo (y esclavitud) que puede dar el hecho de «pertenecer», estaba
ciertamente a la intemperie. Mientras tanto, andaba por la vida y por las
cárceles –cuando se podía entrar- en visita a los pobrecitos seres
clausurados, blandiendo una
ética de las ideas que deviniera en ética de la conducta. Era
casi una adolescente pero vivía sola -amo la libertad- y pasé noches
tendida en el piso de mi departamento, viendo por debajo de la puerta pies
que se movían con levedad y permanencia: eran de los represores y me
estaban intimidando; pasé mañanas de interrogatorios policíacos en mi
propia casa; sufrí «requisas» -término de la jerga
policial-militar, en este caso referido a la inspección humillante del
cuerpo, para descubrir si se ocultaba algo- cuando visitaba las cárceles,
por puro amor a la vida, por donarme a mi prójimo. Pasé,
pasé… pasé tantas cosas… Yo
no podía integrar el staff de ningún medio como periodista, pues «servicios
de Inteligencia» me habían «prohibido». Sólo
me permitían ser free-lance,
esto es perder el sueño frente al teclado y ganar casi nada de dinero. En
estos días de fin de 2006 siguen las amenazas… pero más aisladamente.
En realidad, nunca hubo tregua. Tienen mal gusto los enemigos de la vida.
En 1987, el día que desde la clínica donde había estado internada a
causa de un serio accidente de circulación, me llevaban provisoriamente a
mi casa, para seguir una
convalecencia de dos años, esta «gente» se hizo escuchar. Los
enfermeros acababan de «depositarme» en mi cama… ¡por fin la mía!,
hasta la siguiente internación, y la otra y la otra, y las otras
operaciones. «Sos boleta, Nena,
sos boleta, periodista», me amenazaron de muerte. La prensa argentina
pensó que mi accidente había sido un atentado. Por
gracia, superé por completo lo de aquel accidente. Mi cuerpo no registra
ninguna señal, y mi ser interior no abriga resentimientos; habrá alguna
huella o miedo oculto, sí, pero también el agradecimiento por estar viva
y entera… ¿Por qué si a otros les pasa, no iba a ocurrirme a mí? La
dialéctica de la vida y la muerte está en nosotros, pero soy muy
sensible a la caricia divina. Me salvó mi material de resistencia
espiritual y la poesía. «Entonces
no paré. Entonces anduve, aún con el dolor de frío. Anduve y vi que allí
estaba volando, que allí volvía -otra vez- la primavera»
(Pablo Neruda). Y mi compromiso en la profesión se hizo más fuerte aún.
Nunca di
un paso al costado. Jamás cometí una incoherencia, nunca me «vendí»,
aunque las «ofertas» para tratar de corromperme no fueron pocas.
Pero no es un mérito, sino un compromiso. Hasta
hoy pago los precios. Los pago, sí. Y duelen, sí. Y traen problemas, sí.
Pero soy ignorante: no sé claudicar. Y en mi trayectoria hay angustias,
pero –también- alegrías, triunfos, satisfacciones y, sobre todo, la
sensación del deber cumplido: de la palabra pronunciada a tiempo. De
la universidad me quedó la huella indeleble de mi maestro, Pablo Ponzano
–poeta, periodista, escritor- de quien aprendí también la importancia
de dejar un surco, de pasar la antorcha. « ¿Trabajamos
como»
o «somos»
periodistas?
», nos preguntábamos. «Somos»
personas y «trabajamos»
-cuando tenemos trabajo- como periodistas. Pero trabajar como periodista
es Ser Humano. Es -o debería ser- respetar la sacralidad de la vida. Es
estudio e investigación, responsabilidad y entrega. Es –o debería ser-
amor en acto, para intentar desde la comunicación que la existencia sea
plenitud y no vacío. El
periodismo es -o debería ser- coraje. Y cuando digo «coraje»
no hablo de ausencia de miedo sino de
dignidad frente al peligro. El
abismo. Aquel abismo. Y en este instante, otro brota a mis pies. «¿Y
ahora, qué?». ¿Y ahora cómo escribo que el buen periodismo no
existe en el mundo, salvo excepciones? ¿Cómo franqueo este precipicio? Con
la verdad: para poder burlar la realidad, hay que conocerla. ¿De
qué periodismo hablamos? En noviembre de 2006 el Congreso
de Estados Unidos votó por legalizar la tortura y otras atrocidades
similares, mientras la discusión en los medios masivos giraba alrededor
de ciertas alusiones sexuales de un legislador republicano a algunos jóvenes
empleados en el Parlamento. Y por cierto que esto es importante… si
el objetivo no es distraer la atención sobre semejante barbarie e ignorar
las masacres en el Líbano, en Palestina, en Irán...y siguen los
nombres. ¿Quién, qué medio de comunicación habla de los millones de dólares
que el mercado de la droga aporta a su economía, entre otras «pequeñeces»?
Pero esto no ocurre sólo en el país del Norte sino en todo el
mundo, salvo en algunos medios «alternativos»,
en Internet y en honrosas excepciones en ciertos medios masivos. ¿Cómo
puede ser que cada año mueran de hambre 15 millones de niños, a pesar de
que se produce el 10% más de alimentos que toda la humanidad necesita
para vivir? Y sobre todo, ¿cómo es posible que combatir la violencia del
hambre, no sea prioritario para la prensa? ¿Por
qué la cultura es la cenicienta en los medios? Pienso en Kafka y en su
certeza de que ella debería
despertarnos como un puño que nos golpea en el cráneo. La lucidez puede
perturbarnos o darnos paz; plantearnos preguntas o respondernos. Lo cierto
es que no nos deja iguales, pues la verdadera
revolución es la revolución de la cultura y de la verdad. Pero si el
más elemental manual de periodismo señala como objetivos: informar, educar
y entretener, y yo agregaría unos cuantos más, es indispensable que nos
preguntemos si esto es informar. Y educar. No.
Los medios son corporaciones y manipulan la opinión. El pensamiento
único centralizó la libertad de prensa en empresas y gobiernos, que
–paradójicamente- proclaman la independencia. Como
contrapartida, los
pocos periodistas que defienden la verdad –y a quienes los medios se lo
permiten- pueden ser silenciados. Exiliados de la profesión. O peor. Según
« Reporteros Sin Fronteras», hasta noviembre de 2006 -fecha de este
texto- 65 periodistas fueron asesinados y 131 encarcelados; y ya en
septiembre la Federación Internacional de Periodistas y otras
organizaciones promovieron una nueva iniciativa global para alentar los
esfuerzos internacionales, con miras a que el periodismo sea un trabajo más
seguro en todo el mundo. Me
pregunto si hay una contradicción entre afirmar que el buen periodismo y
los buenos medios casi no existen, y los casos que acabo de citar. No,
pues éstos son las excepciones. Salir
del abismo del «¿y ahora, qué?», escribí en líneas anteriores y ya
está hecho, está dicha una parte de la verdad. Pero intentaré
enriquecerla, pues no todo es terrible: hay momentos luminosos y, aun en
los más oscuros, el alba asoma empecinada. Trabajé
en distintas especialidades dentro de este oficio, pero cultura, crítica
de arte y política son las que más transité, sobre todo en Argentina
pero también para Europa. Fui redactora rasa, columnista, editorialista y
redactora jefe, en gráfica; y productora, guionista y conductora, en
radio y televisión; y docente. En 1982 apareció en Buenos Aires el
glorioso diario «Tiempo Argentino», creación de quien fue su director
en la primera etapa, nuestro querido Horacio Burzaco. Mi entonces jefe de
redacción en la sección «Cultura», fue el talentosísimo escritor y
miembro de la Academia Nacional de Periodismo, Ernesto Schoo. Él me vio
dotes de entrevistadora; y desde entonces me quedó ese rótulo y la casi
dedicación exclusiva a esa especialidad, que es un género de la
literatura, cuando se hace como se debe. Hice más de tres mil
entrevistas. Hasta
1986, fecha del cierre de aquel cotidiano, viví la etapa más feliz,
plena y enriquecedora. Mis compañeros eran personas cultivadas, alegres,
tan noctámbulas como es Buenos Aires, trabajábamos en lo que amábamos y
nos pagaban bien. Teníamos armonía: buscábamos la excelencia y sabíamos
divertirnos. Una delicia. Yo
hacía las entrevistas a las grandes personalidades de la cultura; tenía
para aquellos artículos las dos páginas centrales del diario y el
anuncio en la portada. Entrevisté
a personas ilustres, artistas, científicos, escritores, filósofos… Me
enriquecí espiritualmente en aquellos diálogos que podían durar de dos
a ocho horas, pero sobre todo, pude dar a los lectores otra mirada, otros
contenidos, otra visión del mundo más allá de lo contingente e
inmediato: el sentido de la trascendencia. Ese es el fin a no olvidar en
toda tarea de prensa: el público, y no el lucimiento personal. ¿Qué es hacer una
entrevista? Pues me reitero: es tirar semillas. Si la persona que tenemos
frente a nosotros tiene riquezas, se potencian con las buenas preguntas,
para lo cual hay que saber todo del personaje, antes del encuentro. Pero
«todo» quiere decir «todo», lo cual es un trabajo obligatorio: por
respeto a cada trayectoria, para evitar los lugares comunes… y para dar
riqueza al lector, televidente o radioescucha, quien quiere entender el
mundo y conocerse, quien necesita compañía, referencias e identidades. Aquéllos
eran los «dignos», a quienes yo había llegado con la experiencia de mi
trabajo anterior en todos los medios de la ciudad de Córdoba,
particularmente la de los diarios «Córdoba» y «La voz del Interior». Los
«dignos», pero también estaban «los otros», los «otros»….
Y vaya este aparente maniqueísmo, al que apelo para simplificar el
relato. «Los otros»: «raza de los que odian la vida, raza de los que
nunca dicen la verdad, raza que funde los huesos del pueblo, con la
mentira y el engaño» (William Yeats). En
«Tiempo Argentino» y después, sobre todo en las revistas «Gente», «Somos», «La Semana» (en ésta fui free-lance), «Para Ti», «El Gráfico», tuve que vérmelas con
mal llamados «políticos», aunque también hubo alguna excepción de
alguno bueno; estuve cara a cara con arribistas, con corruptos,
torturadores y asesinos. Y de la misma manera que había sido implacable
para encontrar lo mejor de los
« dignos» fui implacable con esta «gente». Cargada de información
– sabía «todo», lo que quiere decir «todo», de cada uno de ellos-
sembraba a voluntad del viento pero sin olvidar que quien conduce el diálogo
es el periodista. Lo cierto es que, así como con los «dignos» recogía
fragancias, colores y fragmentos de Absoluto, en estos casos y una vez
quitadas las máscaras, quedaba al desnudo que hay «personas» que
asustan la Naturaleza. Implacable,
fui y soy en mi trabajo como periodista. Para mostrar al público la
belleza y que ella lo atraiga y
lo acerque a la bondad; y para mostrar el horror y causar rechazo. Para «…
mostrar la multitud y cada hombre en detalle… ». En
la revista «Gente», donde trabajé durante muchos años y casi siempre
encargada de «los malos», el director –Jorge de Luján Gutiérrez- creó
una sección para mis entrevistas; se llamaba «A quemarropa». El nombre
actúa como adjetivo. Y
siguió el camino. Se decía que yo hacía hablar hasta a las piedras, mis
colegas bromeaban con que yo hacía el «trabajo insalubre» de la profesión.
En «Viva», la revista del diario «Clarín» -el de más venta en
Argentina- hice grandes entrevistas que ocupaban diez o doce páginas de aquella edición
dominical, a personas de la cultura y del espectáculo. La condición era
que fueran muy conocidos. ¿Los medios publican sólo a los «famosos», o
deberían hacer conocer a las personas por sus valores humanos,
ciudadanos, fraternales, profesionales o artísticos? Publican a los «famosos». Siempre
digo que todos tenemos en la vida uno, dos o más momentos de fractura.
Hechos felices o desdichados, que marcan una brecha, a partir de la cual
hay un antes y un después. Si pienso en mi vida profesional, hubo varias.
Pero la más bella fue una trampa que la vida hizo al horror.
Curiosamente, se la «debo» a los militares genocidas de la Argentina.
Ellos no sólo prohibieron que yo formara parte de cualquier staff
y me «castigaron» como colaboradora,
sino también que escribiera sobre “política” o “sociedad”. En el
diario me «condenaron» a escribir sobre arte. Entonces, al tiempo que se
cerraban muchas puertas bajo aquel Estado de terror, se abrió –más-
una puerta para mi alma. El arte, eje en mi vida. Escribir
sobre artes plásticas, que son la poesía dibujada o en colores,
enriqueció mi imaginación y me confirmó, más, como poeta. Volaba el
vuelo, en medio de/y a pesar de la muerte. Acostumbrada
a «vivir
peligrosamente»
en la violencia que significa amar la paz en un mundo que se volvió loco,
el remanso fue mi programa de televisión, «Sin Máscara». Una emisión
de cultura, atravesada por la vida, donde yo unía poesía, pintura y música
a mi tarea de periodista. Donde yo era la «dueña» y me permitía hacer
lo que quería, donde entrevisté a grandes personalidades para aprovechar
lo que de ellas podía enriquecer cultural y espiritualmente
al público. Para alimentar cultural y espiritualmente al público –a
los seres humanos- entrevisté a personas luminosas, para sacar de ellas « la
substantifique moelle», (Rabelais): la quintaesencia. Lo
mismo ocurrió en la radio con mi programa «Convengamos que… con
Cristina Castello» y con mi participación en otros, como editorialista.
La libertad es belleza y la belleza exige libertad. El
desafío es hoy cambiar al periodismo, para que sirva al bien común. Y
esa misión es de los periodistas y de los ciudadanos. No podemos ser
ovejas. Debemos exigir que ellos sirvan para intentar cambiar la vida. «He
intentado escribir el paraíso. / ¿Qué es el paraíso?/No os mováis/Dejad
hablar al viento/Ese es el paraíso. / Que los seres humanos perdonen lo
que he hecho» (Ezra Pound). Yo tomo las palabras del poeta. Que quienes lean este latido de vida perdonen lo que he hecho. Y que los periodistas actuales o futuros tomen el guante. Para escribir el paraíso y hacer escuchar la música del viento. |
«Los
volcanes arrojan piedras y las revoluciones, hombres» (Víctor Hugo) Escribí este artículo, por pedido gentil de la periodista y poeta francesa Maggy de Coster. Está publicado en su libro « Le journalisme expliqué aux non-initiés », «El periodismo explicado a los no iniciados», de reciente aparición. |
Cristina
Castello - 14 de noviembre de 2006
Periodista y poeta
http://www.cristinacastello.com
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