Oprah Winfrey con Obama... ¡A morir! |
Ganó
1.000 millones de dólares consecutivamente los últimos tres años, y su
fortuna es de 2.5 billones. ¿Nada más? Periodista, actriz, escritora,
empresaria y editora, es la persona de raza negra más influyente de su
generación. Pacifista en el Imperio invasor, Bush no la
pudo colonizar. No... ¡Qué va! Fanática de Barack Obama, aseguró que
el entonces candidato dará «fuerza, convicción, honor y compasión»; y
en la pantalla, con su «The Oprah Winfrey Show», apuntaló al demócrata
con inteligencia y pasión. Treinta millones de espectadores de 112 países
la siguen con devoción,
y bajo su lema,
«Si yo puedo, todos pueden», se reflejan en ese espejo donde aprenden a
soñar. Oprah
nació Cenicienta y sus piececitos recorrieron la infancia, descalzos y
ateridos; tanta era la pobreza, que la pequeña hacía sus vestidos con
bolsas de patatas. Aun así, a los tres años la llamaban La
predicadora, pues recitaba los salmos en la Iglesia: ya asomaban su
carisma e inteligencia. Hasta los seis vivió con su abuela, quien criaba
cerdos en una granja de Mississippi. Después, Vernita Lee —su madre—,
la llevó a Milwaukee, donde la miseria y las vejaciones tomaron cuerpo y
alma de niña con un furor sin piedad.
Desde
los nueve a los trece años, los familiares la abusaron sexualmente; a los
14 quedó embarazada y tuvo a su hijo que—nacido prematuro— murió
poco después. Aunque Oprah no sabía —ni sabrá— quién era el
padre del bebé, escondió su gravidez mientras pudo. Defensora de la
vida, no quiso que la obligaran a abortar. Parientes temibles los suyos,
vendieron a la revista «National Enquierer» la historia perversa que
ellos mismos habían provocado; y la muchacha debió salirles al paso para
contar toda la verdad
en «O, The Oprah Magazine», donde también narró su entonces
huida hacia las drogas. Para olvidar.
Valerosa,
eligió
el amor al prójimo
en lugar del rencor. Frente a las cámaras se muestra franca y
sencilla, llora, ríe y se conmueve; parece una persona del común, con
quien la mayoría encuentra identidades. Como
el poeta René Daumal —aun sin saberlo— convierte sus palabras
en un
llamado y un clamor: «La tentativa que te propongo hacer conmigo,
puede resumirse en dos palabras
/ Permanecer despiertos».
Oprah
es la imagen de la Self made woman, que tanto aman sus coterráneos.
Defiende los derechos de niños, mujeres, homosexuales, desheredados por
la vida y, por cierto, los de las personas de raza negra. Ella se abre a
su público, y consigue que sus entrevistados cuenten lo que siempre
callaron; fue en ese talk-show,
y en 2000, que George W. Bush confesó por primera vez su pasado de
alcoholismo.
La
Reina no es de izquierdas, por cierto, pero abomina la violencia.
Contraria a la ocupación de Irak cuando planteó: «¿Es
la guerra la única respuesta?», la acusaron de «antiamericana», y le
enviaron innumerables correos cargados de odio. Pero su convicción pudo más
y otra vez exhortó a todos a desconfiar de la política exterior:
«¿Qué piensa el mundo de nosotros?» — preguntó—, y la voz potente
de Michael Moore la acompañó; él valora también que Oprah se preocupe
por el desamparo de los estadounidenses en materia de salud, como el
cineasta lo
mostró en su filme «Sicko».
Oprah
es filántropa. Entre otras menudencias, donó 300 millones de dólares
para los más pobres; cuando en 2006 su programa cumplió veinte años,
pagó las vacaciones en Hawai de sus mil empleados, familias incluidas;
financió las carreras universitarias de jóvenes negros, y —cada vez más—
está allí donde el dolor la reclama.
Culta
y anhelante de infancias felices, invirtió 40 millones de dólares en dos
escuelas para niños en Sudáfrica, gesto que Nelson Mandela elogió. Pero
hay más: tiene una fundación para ayudar a mujeres y chiquillos; y su
propuesta del ‘91de crear un registro de abusadores de niños se plasmó
en la Oprah-Bill
(ley). Fue en el ‘93, con Clinton en el Poder. La otrora
Cenicienta
también escribe la historia.
Y será Historia. El
vendaval Oprah No
le importa afectar intereses. «Nunca más comeré una hamburguesa», dijo
en plena crisis de las vacas locas. Y de pronto, la industria cárnica
perdió 12 millones de dólares. «Life» la consideró la mujer más
influyente de su generación y «Time», una de las cuatro personas que
dieron forma al siglo XX y a los comienzos del XXI.
También
la Academia Nacional de Artes y Ciencias le entregó la medalla de oro,
por su aporte a la lectura y a los escritores. Sí. Todo libro que Oprah
recomienda, significa una venta de un millón de ejemplares. Cuando
aconsejó leer «El amor en los tiempos del cólera», de Gabriel García
Márquez, que desde hacía veinte años dormía
en los archivos, hubo que imprimir un millón de copias.
Voluntariosa:
fue bulímica, se curó, y cuando engordó, adelgazó 35 kilos
a fuerza de dieta y gimnasia. También enseñó a las mujeres cómo
vestirse, perfumarse, maquillarse
y agradar. Live your best («Vive
lo mejor de ti»), convoca desde su portal. Mientras tanto, las crueldades
de su madre continúan:
en julio provocó un escándalo
en la elegante tienda «Valentina» por una deuda de 156.000 dólares
que se negaba a pagar.
¡Qué familia!
Y
su padre amadísimo... ¿qué dirá? Vernon Winfrey está escribiendo «Things
Unspoken» («Cosas no dichas»), sobre su hija, sin habérselo
consultado. ¡Caramba! Desde su embarazo,
la entonces Cenicienta había vivido en Nashville con el papá. Fue él
quien le enseñó la disciplina y los valores, y la acostumbró a leer un
libro y escribir un resumen por semana. Y ahora... ¿qué?
Graduada
en Comunicación y Arte en la Universidad, a los 17 había empezado a
trabajar en la radio, hasta que en el ‘78 la tevé la descubrió. De allí
al talk-show, que continúa hoy — en México se ve por «American
Network»—,
no hubo más que un soplo. «The Oprah Winfrey Show» cautivó también al
público de Arabia Saudí, donde —curiosamente, por la diferencia de
culturas— se dice que ella da energía y esperanza: la siguen
multitudes.
El
vendaval Oprah continúa su derrotero; compró el canal de televisión «Discovery
Networks», que ahora se llamará «OWN» (The Oprah Winfrey Network).
Libre como el horizonte, en agosto estrenó un novio: Tyler Perry, actor,
escritor y productor. Dejó atrás un pasado de largos años en pareja con
Stedman Graham,
comentarista,
escritor y empresario:
fue con éste
que eligió tres de sus tres perritos, blanquísimos todos ellos.
Después, cuando murió el cuarto y más viejo —una cocker spaniel—,
le dedicó un programa, y sus 30 millones de telespectadores lloraron por
Sophie. Así se llamaba, como el personaje que interpretó en «El color púrpura»,
su primera actuación en el cine,
donde hizo el papel de
una esclava. Ahora se prepara para dar su voz a un personaje de «La princesa y la rana», de Walt Disney. Oprah será Su Alteza, madre de la princesa Tiana. De esclava a reina, en el cine y en la tevé. |
Cristina Castello - 29 septiembre 2008
Periodista
y poeta
http://www.cristinacastello.com
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