Nelson
Mandela, 46664
Pájaros de libertad por Cristina Castello[1] |
En
el atardecer del 2 de febrero de 1990, pudo respirar de nuevo a corazón
abierto, después de haber sufrido 27 años de cárcel, acusado
de ser Inocente. Nelson Mandela comenzó por tratar de cambiar su aldea para poder cambiar el
mundo (Gandhi dixit). Había
empeñado su vida en la lucha contra el apartheid,
que segregaba a la población negra de Sudáfrica y la obligaba a
vivir de manera infrahumana. Por cierto que para aquel régimen
discriminatorio esto fue
suficiente para considerarlo un «terrorista». La
respuesta del gobierno sudafricano ―hambriento de injusticia y de la
mano de la CIA yanqui― al intento ininterrumpido y heroico de
terminar con la exclusión, fue una cifra. Una cifra atroz. 46664. 46664
fue el número de prisionero que selló a Mandela tras las rejas, primero
en la mazmorra de Robben Island y luego en la de Pollsmoor. Pero
también fueron 46664 las palomas que surcaron el cielo hace veinte años,
el día de la liberación del pájaro de la libertad, el 2 de febrero de
1990.
Mandela había abierto sus ojos a la vida el 18 de julio de 1918 en Umtata, Sudáfrica, hijo del jefe de la tribu de los Tembu, quien lo bautizó Rolihlahla. Después de la educación primaria en una escuela de misioneros británicos, hizo el bachillerato en artes y luego la carrera de abogado. A los 24 años se inició en la política, durante su tiempo estudiantil en Johannesburgo y se incorporó al Congreso Nacional Africano. (ANC). Desde allí, con otros jóvenes, se dio a la tarea de rescatar de la exclusión a millones de trabajadores casi esclavos, a campesinos de zonas rurales y a profesionales. |
Portar
sangre negra en las venas, era ―y es, aún― un estigma y una
condena, para un mundo sin piedad. Pero nuestro hombre soñaba con la
emancipación.
Mandela
ama la música de Händel y de Tchaikovski y su vida inspiró a no pocos músicos,
que convirtieron su itinerario de piel negra y albas interiores, en canción.
Él ama la escritura, los libros y el cine: su propia historia fue llevada
a la pantalla, en «Invictus», flamante filme de Clint Eastwood,
protagonizado por Morgan Freeman y Matt Damon. Ama los atardeceres, amó a
sus tres esposas, con la última de las cuales ― Graça Machel―
se casó cuando tenía 80 años. «Quiero al ser humano. Es un símbolo,
no un santo», dijo ella de su marido.
Sí.
Mandela es un ícono de la paz y de la entereza para enfrentar la
adversidad, y un emblema de
la resistencia ante la menor posibilidad de renunciar a sus principios,
aunque eso lo haya sumido en más y más años de prisión. Pájaros
del amor «En prisión uno está frente a frente con el paso del tiempo. No hay nada más aterrador», había escrito Mandela en su celda, que es hoy un sitio de atracción turística. ¿El morbo no tiene límites, como parece tenerlos la memoria? |
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Después
de los primeros años de prisión, nuestro hombre no era para los jóvenes,
más que una referencia, un recuerdo vago, sólo una mención. La
conciencia pública no guardaba con interés su nombre ni su lucha: era un
candidato para el olvido. Pero estaba Winnie. Winnie fue su segunda esposa, después de Evelyn ― su amor de juventud― con la cual estuvo casado en el período 1944-1950 y con quien tuvo cuatro hijos. A Winnie, una trabajadora social ―un huracán de pasión― la desposó en 1958 y la pareja tuvo dos bebés. Inteligente,
bella, infatigable, tomó la antorcha, a pesar del odio y las
persecuciones de la policía. Fue varias veces arrestada, se convirtió en
un símbolo de la resistencia y fue conocida entre la población negra,
como Madre de la Nación. Fue
tal su fuerza y tan potentes sus convicciones que, con el tiempo, surgió
como una figura en sí misma, más allá de Mandela. Se separaron en 1996. La pasionaria sudafricana se habría rodeado de un grupo violento, en resistencia por la cárcel de su amado, y por las masacres con que el Poder causaba millares de muertos; la cometida en Soweto, es un «ejemplo» del horror que el hombre puede causar al hombre.
El
grupo de Winnie fue implicado en acusaciones de asesinato, secuestro y
violación; y ella misma, en 1991 fue juzgada por el supuesto asesinato de
un escolar. No fue condenada. El hombre de los pájaros de libertad la
acompañó en todo momento, pero luego ambos anunciaron el fin del
matrimonio. Fue entonces Zinzi, una de las hijas el matrimonio, quien
escoltó y representó muchas veces a su padre en el extranjero. Él había
sido elegido presidente de su país en 1994, cargo que mantuvo hasta 1999.
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Pájaro
de la paz «Siempre
he atesorado el ideal de una sociedad libre y democrática, en la que las
personas puedan vivir juntas en armonía y con igualdad de oportunidades.
Es un ideal para el que he vivido. Es un ideal por el que espero vivir, y
si es necesario, es un ideal por el que estoy dispuesto a morir».
Con
esta declaración de principios, Nelson Mandela cerró su alegato ante la
justicia en 1961. Las supuestas «causas» de su detención y acusación
de alta traición, había sido
su resistencia frente al apartheid. Con aquellas palabras, desafiaba al Tribunal a condenarlo
a la pena de muerte. El público lloraba en los palcos; las Naciones
Unidas habían impuesto sanciones contra Sudáfrica y la resistencia
contra la ignominia era cada vez mayor, pero el líder sostuvo en palabras
la actitud de toda una vida, con la serenidad de la verdad, con esos
valores que lo mantuvieron erguido, cuando todo zozobraba.
Y
siguió ese camino. En 1985, cuando llevaba 25 años de cárcel, resultaba
una molestia para el gobierno sudafricano, a causa de la presión
internacional. Entonces, le ofreció la liberación, con ciertas
condiciones. Entonces, Mandela ―a través de una carta que leyó su
hija Zini― esgrimió de nuevo su esencia incorruptible. Rechazó
dejar las rejas, hasta que toda la población negra alcanzara sus
derechos. |
Mandela, en la cárcel de Robben, con Bill Clinton | Nelson Mandela |
Nelson Mandela y Angela Merkel |
Fue
una conducta que le valió cinco años más de prisión. En 1988, en el
estadio Wembley de Londres, miles más miles de personas celebraron su
setenta cumpleaños, en un concierto que vieron millones de personas en
todo el mundo. «Te saludamos Nelson Mandela. Y queremos verte a ti y a
los otros prisioneros políticos en libertad», bramó la voz del cantante
Harry Belafonte y su voz estremeció al Poder. El
día del vuelo de las 46664 palomas, cuando las calles recuperaron los
pasos del hombre de piel azabache para transitar la libertad, él habló
de reconciliación. ¿Reconciliación con el opresor? Mandela explicó la
necesidad de evitar una masacre: «si no, la única sangre que correría
sería la del hombre negro», sentenció. Es
curioso, el líder había dicho siempre que el enemigo era la supremacía
blanca y, sin embargo, hasta el blanquísimo ex-presidente Pik W. Botha,
uno de los responsables de sus 27 años de cárcel, pensó que su víctima
era la única esperanza hacia una salida pacífica. En
1948, el Partido Nacional había ganado las elecciones, donde sólo los
blancos tenían permitido votar, y empezó a instalar el apartheid.
Y casi hasta los finales del siglo XX, el Poder en Sudáfrica provino
de ese partido y de la Iglesia Reformista Holandesa. En aquel año, entre
otros códigos que deberían ser extraños a la naturaleza humana, se
establecieron una serie de normas, como la Ley de Clasificación Racial,
la Ley de Matrimonios mixtos, que prohibía las uniones entre personas de
diferentes razas y la Ley de Áreas, que confinaba a los negros a vivir en
zonas delimitadas. Por
cierto, estos horrores no existen ya, en la evidencia cotidiana, sino
disfrazados de democracia; y hay otros horrores: siempre hay más.
¿Pudo Mandela cambiar su aldea,
su África del Sud? ¿La idea de reconciliación fue una idea o es una
realidad? Todo parece indicar que fue sólo un sueño. Este
hombre ejemplar dejó un surco; él es una huella y una antorcha, pero la
historia enseña que tratar de negociar con el enemigo en el Poder, aunque
sea con la más sana intención, sólo lleva al influencismo.
A creer que, dentro de las filas del enemigo, se podrá influenciar, sin pensar que siempre es el enemigo quien decide sobre
la vida de las personas. Hoy gobierna Jacob Zuma, negro y en representación
de negros y mestizos. Pero, ¿gobierna para
los excluidos, por la justicia y la igualdad, tan caros a Mandela? ¿Pájaros
libres? En
2004 Nelson Mandela se retiró de la vida pública. «No me llamen, yo los
llamaré», dijo. De cualquier manera, continúa trabajando por la paz,
como gran estadista y se dedica muy especialmente a combatir el SIDA,
desde hace mucho; su hijo
― Makgatho― murió a causa de esa enfermedad en 2005, a los 54
años, y son más del 20% las personas que la padecen en las tierras
sudafricanas. Hoy,
a pesar del sacrificio de 27 años de prisión de Mandiba― así lo
llaman, con ese título honorario que daban los ancianos de su
tribu― el dolor recorre los senderos de su país. La pobreza aumenta
en progresión geométrica, según las cifras oficiales hay un 26% de
desempleados, que en realidad es del 40%. La lucha contra el apartheid
parecía ganada y, de hecho, el apartheid
no existe en lo formal; y los adeptos al gobierno, y en particular el
Partido Comunista, afirman que están dispuestos a «matar o morir» por
Zuma. En
los hechos, la clase dirigente es la misma del capitalismo del apartheid.
Un hombre de raza negra gobierna, sí. Pero sigue tutelando a una
minoría. Más del 43% de la población vive con menos de 22 euros por
mes; y ya desde 1994 las tierras están distribuidas con cifras que
cuentan la verdadera historia: el 3,6 por ciento de ellas es para los
negros; y más del 80% para los blancos. Para
mantener el sistema, estas políticas
aseguran la perpetuación del capitalismo del apartheid.
Dicho sin máscara: garantizan la súper explotación de la población
negra y refuerzan los obstáculos para la constitución de una nación
unida y soberana. 9855 días de `prisión, 27 años de 46669 pájaros sin libertad. Y ahora, ¿qué? El
carnaval del mundo engaña tanto....* *Juan
de Dios Peza 9
de diciembre de 2009 [1]
Cristina
Castello es poeta y periodista, bilingüe (español-francés) y vive en
París. |
por
Cristina Castello
castello.cristina@gmail.com
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