Gonzalo Vivián, pintor |
En
«Tangocho»[1]
el abrazo de las parejas que danzan es una forma de sofocar el espanto de
una ¿humanidad? devenida atroz. Gonzalo Vivián tiene un arco iris en su
esencia. Solísimo —destino de profeta— y poblado de colores, pinta la
negritud del mundo sin abjurar de la ternura. Su obra no es denuncia sino
testimonio. No es mera gestualidad ni panfleto. No es esperanza. Es
generosidad. Su pluma pictórica arrulla un cosmos distante de la prosa.
El de un poeta en cuyo universo abriga la resonancia altruista del «nosotros»,
sin que por ello la forma desvanezca su luz. Ojos.
En vigilia, vigilantes, desesperados, lúcidos, ojos con preguntas y otros
con respuestas. Ojos de Gonzalo como los de un Cristo que demanda a Dios,
en alguno de sus autorretratos. Ojos-cavernas que aúllan silentes el
desamparo de los justos del planeta. Ojos en obras que se hermanan con «El
grito», de Edward Munch. Ojos de un tiempo detenido y en busca del
Absoluto en pinturas de la «Serie de la
Ausencia», que acercan a Vivián a «mi» amadísimo Eugène Carrière.
Desde el hecho figurativo hasta la abstracción, nuestro artista es libre
de todo «ismo» y no es ajeno a ninguno: «Che bandoneón», óleo lumínico,
lo testimonia a través de los varios estilos que conviven en él,
armoniosamente. Y ahí el tango, que en este caso y en la pareja danzante,
es un juego y la promesa de un pasado que insinúa avanzar hacia un
futuro, ¿humano? El
«Tango Vivián», un pas de deux.
Ese momento dramático y lírico, de
amor y muerte y de la muerte de amor. En sus obras, seres de cuerpos rudos
se rozan deliciosamente en el dos por cuatro. Azules y amarillos se
abrazan en un compás. Las parejas se entremezclan, se enlazan, danzan en
la pista o entre el cielo y la tierra: en el «Azul Vivián». Y la
soledad, y el horror, y siempre los ojos. Sí. Pero el tango aparece como
una caricia entre seres que son un bandoneón, un piano o un violín. «Violín
Vivian». Alma de violín. Tal vez porque según Kandinsky, el artista es
como un violín en manos de experto: el menor toque de arco lo hace
vibrar. Y así, aun entre los
grises cuando hay grises en esos cuadros, la vida se abre como un mosaico
y muestra todos los rasgos donde la esencia del hombre se condensa. Las
«Mujeres Vivián», pintadas, dibujadas o apenas sugeridas y casi siempre
solitarias, son el faro del misterio. Ellas vieron nacer la serie «Los
caminantes», personajes que cinco años después fueron (y son) personas:
los piqueteros. «Poeta Vivián» profetiza desde sus obras sin proponérselo
y testimonia la deshonra que padece el hombre. Pero hay un secreto: de
noche duerme en la axila de una mariposa e inunda de arco iris sus
alforjas para dibujar en el mundo su sueño mejor. La fraternidad. [1] Tangocho es el último libro de Gonzalo Vivián |
Cristina
Castello
Periodista y poeta
http://www.cristinacastello.com
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