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Genocidio: Máscaras
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Qué
queréis la puerta custodiaban Qué
queréis estábamos recluidos Qué
queréis la calle interceptaron Qué
queréis la ciudad estaba herida Qué
queréis la ciudad estaba hambrienta Qué
queréis estábamos sin armas Qué
queréis la noche había caído Qué
queréis así nos amamos. «Cubrefuego» Paul ÉLUARD |
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(Nótese
que esta entrevista tiene fecha 05 de abril de 1984. Si no, no podrá
leerse correctamente) Para quienes la vida del prójimo, que para ellos no es prójimo, se juega en una mesa de dinero o de tortura, él es un personaje polémico.
Para
quienes la vida es Belleza, Manos, Amor, Nido, Ángeles, Dios, Arte, Alegría,
Bien Común. Para quienes la vida es Universo todo en comunión, Monseñor
es una máscara de horror.
Ligado
al genocida militar Ramón
Camps, siempre se dijo que, a su manera, «gobernó»
la
provincia
de Buenos Aires. «Gobernó»:
modo, forma, estilo. Forma.
Pienso
en manera-modo-forma-estilo. Para creer. Crear. Construir. Soñar.
Acariciar. Ayudar. Amparar.
Para
disparar gaviotas que hilvanen estrellas.
Para
dibujar ternura en la mañana de a dos.
Cuando
el amor se recrea en tostadas crujidas con ojos de tanto amor.
Como
antes del instante vértice
del despojamiento y la entrega.
De
la entrega para la libertad. Monseñor
—¿monseñor?— Monseñor ríe ¡ríe¡ Ríe que muchos desaparecidos
se «desaparecieron
entre ellos». Ríe
y el enorme Víctor Hugo de «El Hombre que ríe» le hubiera parecido «subversivo».
Ríe
que al Padre Hapon «no lo mataron los genocidas, sino que se fue al Sur».
Niega haber dicho a Amnesty Internacional que en Argentina no había
detenidos políticos.
Después,
ante la evidencia, ríe, ríe. Ríe, bajo su máscara de horror. Quiera
Dios que esta entrevista consiga con los años, que algún un corazón
grite, susurre, clame. Para
que Nunca
Más. Nunca
Más. Nunca
Más.
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Rayos X
Es
arzobispo de La Plata desde 1956. A partir de entonces
tuvo influencia en el ámbito educativo de algunos gobiernos
provinciales. Se lo vinculó
con el Banco Popular de La Plata, liquidado por el Banco Central en 1964.
Desde el 11 de noviembre del ‘76 hasta
el 30 de diciembre de 1983, fue capellán general de la Policía de la
Provincia. De
la más genocida policía del genocidio, junto a la de Tucumán y Córdoba. Tuvo
jerarquía de Comisario General. Le
dio el cargo el entonces Jefe
de Policía. Ramón
Camps. Nombre que acecha el alma. El arzobispo y el hombre que acecha el alma se hicieron amigos. Y Plaza se ufana de ello. De su amistad con el asesino (C.C.) |
Para
llegar a él me acompaña alguien. Parece un parapolicial.
Me
lleva por pasadizos y sótanos. Inquietantes. Intimidatorios.
Cuando
llego a su despacho, sonríe. Como un cura bueno. Como un padrecito de
pueblo que tuviera a Dios en él.
Como
si de verdad fuera un ministro de Dios.
Elude
temas pero se refiere a otros, sin que medien mis preguntas.
Por
ejemplo y con cara de inocente: «A
ese cenicero me lo regaló Graiver (¡!)...es un amigo». El
arzobispo de La Plata me soporta, como si estuviera contento con mi
entrevista. Cargada de información y de preguntas.
Desde el fondo de mi amor a la vida y del sentido del deber, pregunto. Siento
en mí la muerte y/o los horrores de todos mis hermanos humanos, a quienes
nunca conocí. Pero eso: eran seres humanos.
El
hombre que ríe no se altera. Se muestra cordial y quiere seducirme con la
charla.
No
entiende que lo mío son valores, nota mediante o no.
No
sabe que los valores contienen el concepto de la existencia como hecho
trascendente. Y que son inmodificables.
No
entendería que mi estrella es la proa visionaria de José Ingenieros.
Me
ve tan joven y lo dice. Y por eso me cree vulnerable a su risa de máscara.
Ríe
que cree en Dios.
Diferentes
dioses los nuestros. No entiendo de dioses con pulsión de muerte.
Pero
él ríe. Y parece que yo tiro con granadas: las preguntas.
Y
él con pétalos de rosas. (C.C.) EL
HOMBRE QUE RÍE —Monseñor...
¿Qué me dice de la democracia?
—Y...yo
vivo tranquilo, pero parece que el pueblo no. No está acostumbrado.
—Ahora
hay destape. ¿Qué le parece?
—Que
es una porquería. Aunque personalmente me importa un cuerno, como pastor
de esta comunidad no puede agradarme.
—¿Por
qué?
—¿Usted
estudió la historia de Roma y Cartago? Bueno...los cartagineses cruzaron
los Alpes, llegaron hasta las puertas de Roma y se dedicaron a la dolce
vita.
—¿Y
entonces?
—Entonces
los romanos los echaron porque con ellos había llegado la degeneración. Estos
y aquellos, o los unos y los otros
— El país sabe hoy de qué manera se violaron los derechos humanos durante los últimos años. ¿Qué piensa de eso? —Creo que dar tanta difusión a esos hechos puede ser contraproducente. Si lo que queremos es levantar el espíritu sería mejor hablar de lo bueno.
—¿Qué de bueno tuvo el proceso? —La
idea fue buena, muy buena, aunque evidentemente la forma de ejecutarla no
fue la adecuada. Pero... yo no quiero hablar de eso. Mi tarea está
referida al orden espiritual; muchos trabajadores vienen a consultarme y
también lo hacían muchos señores como (el General) Viola y compañía.
—No
me dijo cuál fue la idea buena...
—Y...querían
restablecer la Constitución y la libertad. El país estaba desordenado y
ellos querían hacer las cosas bien. También éstos (por el gobierno del
doctor Alfonsín) tienen ideas buenas pero aquéllos tomaron por un camino y éstos
por otro... ¡y está bien¡ —El
camino de aquéllos fue terrorismo de Estado y el de éstos la Constitución...
—...
(Monseñor ríe con efusividad).
—¿De
qué se ríe?
—Porque
son iguales... (burlonamente): ¿Vos creés
que ahora hay libertad?
—No
convivimos con la muerte, ni con la desaparición forzada de personas, ni
con la tortura, ni...
—¡No,
no, no!... Para muchas cosas había antes mayor libertad que ahora.
—¿Para
qué cosas?
—No
me hagas hablar, no me haga hablar...
—¿Cómo
que no? Usted está defendiendo la dictadura...
—¡Qué
dictadura ni dictadura¡ No me hagas decir eso a mí, yo hablo de la «idea»
del proceso. He discutido con el General Viola estos temas porque
siempre quería hablar conmigo cuando era comandante y también cuando era
presidente.
—
¿Y con Jorge Rafael Videla?
—Lo
vi dos veces, nada más... ¿qué querés que le diga con tan poco?
—Hablamos
del responsable de desaparición de
niños y adultos, de torturas y actos que ni los animales harían...
—
Lo que pasa es que los que vulneraron todo desde el principio, se
organizaron, organizaron actos y mataron gente, ahora son considerados héroes.
Y bueno... ¿Qué hubiera pasado
si quedábamos en manos de
los subversivos? ¡Imagínate!... ¿Qué hubiera sido de nosotros?
—¿Defiende
el terrorismo de Estado?
—No.
—¿Y
las torturas?
—No.
—Tenemos
treinta mil desaparecidos, Monseñor: Le hablo de vidas.
—
¡Vamos...! No sé si son tantos y además hay muchos que
se desaparecieron entre ellos. No podemos decir ahora que los
subversivos son todos santos inocentes. ¿Vos conocés a
Patricio Kelly? Yo lo conozco mucho: cuando él cayó preso en el ‘55 o
’56 tenía dos hijos adolescentes y yo lo protegí. El escapó y fue a
Chile, después lo trajeron de nuevo acá y lo fui a ver porque me lo pidió.
Conozco bien a Kelly y te
aseguro que no es el indicado para decir ahora algo de alguien y que
–por sus palabras- a ese alguien lo metan preso....bah...bah...
—No
hablo de Kelly. ¡Hablo del testimonio del genocidio: tumbas N.N, torturas
y cuerpos que nunca aparecerán!
—Me
parece muy mal.... ¿Qué querés que te diga? Pero yo recién me entero.
—Quienes
quisimos enterarnos, por deber humano, nos enteramos....
—¿Sí?...Era
gente muy inteligente.
—Si
se encuentran culpables... ¿Qué se debería hacer con ellos?
—Ah...
Yo no puedo juzgarlos.
—¿Se
acuerda de la ley de olvido que propuso monseñor Quarracino?
—Sí.
Él es un gran obispo y no voy a contradecirlo nunca...Ni a él ni a
ninguno de mis hermanos.
—No
me dijo qué piensa de la ley de olvido...
—Ya
lo he dicho y no soy un reloj de repetición.
—Usted
dijo que hay que olvidar lo malo. Pero los criminales son un peligro para
la República. ¿Y usted, ministro de Dios no le da importancia?
—Bah,
bah.... muchos de los que
dicen eso tendrían que poner al día su conciencia con Dios. Pero además
no soy juez y no puedo opinar... ¿Qué me querés hacer decir? Mirá...Tomá...
voy a regalarle un catecismo: es el que le dábamos a la policía. Leelo...
¡A ver si te hace bien! Los
sacerdotes y los torturadores
—Qué actitud asumió con los sacerdotes que estuvieron detenidos? —Acá,
en La Plata, no había ningún detenido.
—Me
contó un sacerdote español –que salvó la vida por ser extranjero- que
él estuvo en la cárcel de La Plata y...
—Ah...
No sé... Nunca fui a la cárcel.
—Dijo
que el padre Callejas –que era capellán- compadecido de los presos políticos,
les pasaba dinero extraoficialmente pero...
—Ah...
No sé nada, eso es cosa de él... ¿por qué no leés el catecismo que te
regalé?
—Monseñor:
el curita español me dijo también que cuando los militares se lo
comentaron, usted destituyó a Callejas.
—¡Mentira,
mentira!... Calleja murió en diciembre y era canónigo de la Catedral de
La Plata.
—¿Y
qué me dice del padre Hapon?
—Y
bueno... El padre Hapon se fue al Sur. Pero... ¡qué lindos ojos tenés
Cristinita!
—¿Por
qué se fue?
—Porque
se enamoró de una mujer –a la culpa siempre la tienen las mujeres- y se
casó. Pero...te di el catecismo, no lo lees y estás como reloj de
repetición: preguntás y preguntás. Te digo un piropo y seguís nomás...
¡Tomá un caramelo¡ —Monseñor:
el Padre Hapon cobijó en la Iglesia a una pareja perseguida por la
represión y...
—Yo
no sé nada de eso....
—
...Y cuando los militares le pidieron a usted la cabeza del padre Hapon,
lo dejó solo. Le negó protección: lo condenó a muerte....
—No
señor, no señor. El se fue al Sur, allá puso una escuela y se casó... Tampoco lo maté yo.
—No
lo veo a usted matando directamente
a alguien.
—No,
no mato: ni directamente, ni de ninguna manera.
—Pero
usted dijo una vez que «no sólo es culpable el que roba una escalera,
sino el que la sostiene para que otro
lo haga».
—Sí,
sí... ¿Cómo sabés tanto de mí...vos sos de los «servicios»? (Monseñor
ríe y ríe) Sí, si vos robás y yo mientras tanto te sostengo la
escalera, soy tan culpable como usted.
—¿Acepta
su culpa?
—Ah,
no, Cristinita.....yo no le sostuve la escalera a nadie. (Busca algo en la
parte baja del escritorio)... ¿Querés un whisky?
—No,
gracias ¿También los obispos mienten?
—Los
obispos podemos equivocarnos porque somos seres humanos.
—
Equivocarse no es lo mismo que mentir. ¿Cómo es que usted no sabía que
había campos de concentración?
—
No sabía.
—Había...
—Ah...No
sabía...Mirá vos....pobrecitos, ¿no?
—Y
había detenidos sin proceso...
—Ah...
(Intenta cara de inocente)...Pobres... ¿a vos te dan pena?
—A
usted le llegó una solicitud de la Amnesty International del 9 de julio
de 1978. Tenía la firma de su presidente, Scott Hoffman. Era un pedido de
informes, al cual usted respondió: «Aseguro que en la Argentina no
existen detenidos políticos...», ¿se arrepiente ahora?
—Yo
no he dicho eso...
—¿Y
qué me dice de esto (le muestro una
fotocopia del pedido de informes y de su declaración)?
—Y bueno, sí.... ¡Ay que chica preguntona¡ ... Sí, yo sabía que había presos a disposición del Poder Ejecutivo.
Claro...
pero no iba a verlos, porque
iba el capellán.
—¿Y
cuál fue la actitud de los capellanes respecto de tanto crimen y tortura?
—Los
capellanes cumplían las funciones naturales: les daban auxilio
espiritual.
—¿Ve?
Reconoce usted que sabía de la tortura y la muerte...
—Yo
no reconozco nada
—¿Por
qué nunca los capellanes levantaron la voz para defender el derecho a la
vida?
—Y...
ellos cumplían con su deber y el deber sagrado del sacerdote es no
comunicar las cosas. Son secretos de oficio...
—Lo
que usted dice burla el sentido común y el respeto a la vida. ¡Cómo no
van a hacer nada si ve que matan o torturan?
—Usted
está hablando de una cosa hipotética.
—Estoy
hablando de las cárceles que usted
reconoció que
visitaban los capellanes...
—No
me consta que las visitaran. Ellos iban a la Unidad 9 de acá (La Plata,
provincia de Buenos Aires). Ahí había presos políticos que estaban a
disposición del Poder Ejecutivo.
—Estamos
hablando de lo mismo y hace rato reconoció que daban auxilio
espiritual....
—¿Y
qué? ¿A usted le consta que lo torturaban?
—Mire,
se sabe que mientras
torturaban a alguien, había siempre un sacerdote... (A
esta altura el padre Andrés, secretario de monseñor Plaza y
accidentalmente en el lugar, hace exclamaciones de horror).
—No,
eso es mentira, es una infamia.
—Se
dice también que en el ’76 se reunieron diez capellanes para establecer
si correspondía o no dar la absolución a los ejecutores de la tortura. Y
nueve –nueve ministros de Dios-
votaron por la afirmativa. Excomulgan a quienes se divorcian y
bendicen a los torturadores....
—No
sé nada de eso, es la primera noticia que tengo. Pero le hago saber que
si alguien se arrepiente y promete no hacerlo más, hay que darle la
absolución.
—¿Cómo
si hubiera cometido cualquier pecado, cómo si hubiera dicho una mala
palabra?
—No
hay malas palabras, pero... (Se ríe)... hay apellidos que parecen una
mala palabra.
—¿Cómo
cuál?
—Como
Caputo (Se refiere al entonces
Canciller, Dante Caputo, mientras ríe y ríe)) Las
manos con sangre del general Camps
—Cuénteme
de su amistad con Camps...
—El
era el jefe de policía y yo capellán general; lo conozco desde que era
Mayor. Pero... amigos... la amistad... yo puedo decir que tengo amistad
con una persona, pero no que sea amiga mía.
—Le
recuerdo sus palabras: «Yo
soy amigo de Camps y eso no es ningún delito».
¿Qué afinidades les permitían
ser amigos?
—Esas
son macanas que ponen en mi boca. Usted puede pensar lo que quiera, pero
yo digo la verdad.
—Usted
dijo en una ocasión que vio a Camps con sangre en las manos. ¿De quién
era esa sangre?
—El
venía de un operativo, de un enfrentamiento con guerrilleros y de ahí
vino a verme a mí. Trajo sangre en las manos, sí señor.
—¿Y
no le preguntó, reprochó, denunció?
—¿Y
por qué iba a denunciarlo?
—¿Y
llama enfrentamientos a
secuestrar personas de
madrugada, incluidos niños? —Sí,
sí, sí, y el policía que estaba al lado de Camps cayó herido.
—Monseñor...
Defender la represión es fomentarla....
—Eso
no es cierto. Ya lo ha dicho el arzobispo de San Juan: hay una confabulación
para hablar mal de mí.
—¿Por
qué no sale al cruce de esas versiones?
-Porque
yo lo he dicho una vez y porque no soy reloj de repetición.
—¿Qué
hizo usted como hombre de la Iglesia, por los perseguidos?
—Todo
lo que debía pero no puedo hablar de eso.
—¿Qué
opinión le merecen las organizaciones de derechos humanos?
—No actúan con sinceridad. ¿Usted cree que Ernesto Sábato es sincero en todo? (Monseñor ríe a carcajadas.)
Pero
Sábato comía con Videla, ¿no? (ríe como si le hicieran cosquillas) Muy
bien, sos muy linda y muy
simpática, pero esto se terminó.
—¿Usted
no cree en la CONADEP (Comisión para investigar la desaparición forzada
de personas)?
—No....esa
es una comisión inútil... está hecha a dedo.
—Hábleme
de Madres
y Abuelas de Plaza de Mayo, por favor...
—No
quiero hablar de eso. Se acabó.... ¿querés un café, linda?
—¿No
le parece significativo que nunca hayan acudido a usted en busca de su
consuelo?
—No,
porque lo tenían en otro lado, bah... La
polémica amistad de Herminio Iglesias
y Monseñor
—¿La
Iglesia descuidó el aspecto espiritual por el poder político?
—No.
Nosotros tenemos una Iglesia espiritual,
que también atiende los asuntos temporales y políticos.
—¡Qué
mundo este¡ En nombre de Dios y del amor una madre da a luz a un hijo. Y
con el nombre de Dios y del amor en la boca, se comenten crímenes
horribles...
—Es
que algunos se ponen el nombre de Dios en la boca, pero actúan de otra
manera.
—¿Como
usted?
—No...¿Cómo
se te ocurre?
—¿Y
qué opina de la actitud de la Iglesia respecto de los derechos humanos?
—(Mira
hacia la ventana)...Mirá vos cómo
llueve.
—Llueve,
Monseñor. Según la teología tomista la verdadera Iglesia se reconoce
por las persecuciones de que es objeto,
¿dónde está hoy la persecución?
—A
mí me persiguen los periodistas, así que debo de
ser bueno. (Llama a su secretario y le pide una Biblia. Me la da.)
Tomá... leela... Te la regalo... A ver si aprendés, a ver si va al
cielo...Te hace falta leerla.
—¿Cómo
era aquello de su amistad con Herminio Iglesias?
—El
vino acá con Amerise y compañía, cuando era candidato a vicepresidente.
Me preguntó que me parecía para ministro de Educación un señor a quien
trajo y yo le contesté que me parecía que podía ser útil. Bueno, después
salió todo eso de que yo lo apoyaba. No fue el único que vino acá,
también vinieron Balbín y
Anselmo Marini de quien aún soy amigo y...
—Usted
siempre cerca del poder...
-No
es cierto. Y cuando he tenido
que decirle algo a alguien se lo he dicho.
—¿Usted
es peronista?
-No soy peronista ni antiperonista. (Se pone de pié, me sonríe) Mirá, cuando llegaste te di cigarrillos, después te regalé un catecismo y la Biblia; y cuando te vayas te voy a dar un beso. Quiero a todos los seres humanos y vos sos una jovencita muy bella y simpática... Por eso te regalo todo. —Soy una profesional... ¿Simpática? —Sí,
porque decís todo lo que pensás. Preparate bien para ir al cielo porque
nos vamos a ir juntos después...
—Difícil, si piensa -como su amigo Camps- que los periodistas somos todos subversivos... —Y bueno alguna razón tiene. Todos no pero algunos...así que...(amenazante) pensá en vos, linda.
|
Cristina
Castello
Periodista y poeta
Publicado en la Revista La Semana, 5 de abril de 1984
Buenos Aires, Argentina
Texto posterior, en introducción, del 10 de febrero de 2002
En Letras-Uruguay el 28 de octubre de 2008.
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