«Enseñar es hacer nidos» |
«Y
los árboles y la noche no se mueven sino
desde los nidos» (G. Ungaretti) |
Los
nidos respingan tormentas y abrasan inviernos. Los nidos germinan plurales y labran «nosotros». «Nosotros» es música adagio, adagio y allegro o allegro con fuoco.
«Nosotros»
es música de ellos y ellas: «los chicos», clamor por justicia. Enseñar
es hacer nidos. Los
amé, los amo tanto. 90
alumnos1, me dijeron entonces.
90
almas, sentí. Tenían 15, 20, 22 años. Y
siempre que enseñé, fue universo nido. Pero
estas 90 almas, ojos con preguntas, fueron más intensidad que mi siempre
ardor. Hice
trampas y sabían. Les sembré poesía. Pero tomaron la antorcha. |
Les
enseñé «la entrevista periodística»; y les di lo que tengo para dar.
Todo lo mío. Para que ayudemos a un mundo sin amos ni esclavos; para días
suyos con luciérnagas. Los
agobié con «persistencia y dedicación»; y con que «talento sólo no
alcanza». Pero
tiré todas las semillas de poesía y fraternidades que mi alforja abriga. Y
las 90 almas también me sembraron. De ojos hambrientos de luz. De
su ampararse en mí, para ampararme. De sus sondeos al Absoluto. Luchamos
por utopías idénticas. Dije utopías,
no utopismos. Y
la mística de creer y crear para un mundo humano, cortó distancias de
generaciones. Terminada
la clase, vinito en el bar y al día siguiente y al otro y al otro, en el
bar, en clase, en mi casa. Vernos. Estudiaban, aprendían, soñaban,
luchaban. Indagaban la vida. Hacían barriletes con ella, los remontaban y
apresaban. Y
yo. La vida me latía en mí y en ellos. Y los veía crecer. Descansamos
en confianza. Los
árboles y las hojas danzaban, desde los nidos. Una
noche Mario Schiarolli
no
fue a una clase mía y supe que era grave. Desperté
al nido. Y todos y todas como guardia de ángeles, llegaron a él. Un
segundo antes. Entonces,
el hospital y turnos para acompañarlo; y Sergio, que transmutó en
contrabandista; y con chocolatines para enfermeros, nos franqueaba la
puerta de la terapia intensiva, helada. Y
Mario enrejado tras tubos. Pero en nido. La dicha se puede aún en horror,
cuando el amor alumbra. Lo
cuidamos, cobijamos, amamos; le dije poemas y que «al salir volaba el
vuelo». Mario,
vida difícil y siempre lágrimas de ojos sin llanto, mejoró. Y
primavereaba. Murió
de pronto. Ya
no volaba el vuelo. Y
adagio en desierto. Y hasta hoy, soplo ausente de presencia viva. Diez
años, ya. 90
almas entonces. 89
almas hoy son profesionales, padres, madres, novios. Bondades. Y
«nosotros» es de pronto y todavía: «Cris, me caso y vení»; «Cris,
te equivocás»; «Cris, ¿cómo era el poema de...?»; «Cris ‘no
quiero que seas fuerte»; «Cris,
tengo un problema ético»; «Cris, lo que nos dijiste ya no va...los
medios no quieren verdades»; «¡Crissss....es una urgencia y te necesito¡
... ¿Cómo hacíamos la caipiroska?».
«Cris, Cris, Cris....» Y
siempre la mística y el amor que son lo mismo y son Gracia. Los
amé, los amo tanto. Y
siempre el nido. Que
respinga tormentas, abrasa inviernos y gruñe intemperies. Y
el abrazo siempre 10
años, ya. Miro
el cielo y veo espejo. Por
tumulto de árboles y hojas. Que
se mueven desde sus Nidos. Di clases en TEA. Taller Escuela Agencia. Carrera de periodismo. Mi cátedra, «La entrevista periodística», en dos períodos, allí. Después, hice talleres. El relato anterior, corresponde al año 1992 de mi ejercicio de la docencia. Seguí dando clases de manera particular. Hoy, en París —octubre de 2007— siento lo mismo: los amé, los amo tanto. |
Cristina
Castello - octubre de 2007
Periodista y poeta
http://www.cristinacastello.com
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