Cuando la música acabe |
Los amos del mundo deciden los destinos de los «más»: de los sufrientes y excluidos de toda esperanza. El desamparo se extiende como una telaraña. ¿Es el fin? Una mirada que no excluye el humor. ¿Qué
le han hecho a la tierra? ¿Qué
le han hecho a nuestra bella hermana? Perforada
con cuchillos en su amanecer The Doors |
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Foto ©Sebastião Salgado |
Fin del mundo, apocalipsis, epílogo de una Era... expresiones para nombrar el miedo que atraviesa el corazón del mundo. Sed de petróleo, guerras, hambre, huracanes, maremotos, discriminación, guerras, deforestación, calentamiento global. Extenso sería el inventario de las ignominias perpetradas por el Hombre contra la Tierra, y contra el hombre. El planeta se estremece, nos sacude y golpea, y cada uno trata de ampararse a su manera: por la fe, la negación de la realidad, el humor o... el ridículo; algunos asisten a cursos para «hacer milagros» [sic], otros comen dentro de un ataúd, y algunos intentan volar como los pájaros.
«Cuando
la música acabe», alertó Jim Morrison («The Doors») en 1967, como una
metáfora del fin del mundo. ¿Fue profético? ¿Desaparecerá? Cada vez
son más las voces de notables —entre ellos, la mayoría de los republicanos
estadounidenses—, que anuncian la caída
de la larga etapa liderada por la superpotencia del Norte. Los ojos de la
Humanidad, aun los que estuvieron sordos, ciegos y mudos, empezaron a
abrirse. Sí. Aunque el Poder mundial intente recrearlo, maquillado,
vivimos el principio del final del capitalismo,
la caída del Imperio Americano.
Por
cierto que este Régimen hegemónico
y unipolar que adoró al «Dios Mercado» en detrimento de las personas,
no se agotará de un día para otro. El futuro de Rusia no está definido;
China no piensa sino en alimentar a sus casi 1.400 millones de almas, y
Europa está desorientada. El presidente de Francia, Nicolas Sarkozy, es
el Amigo americano, el mejor
alumno de los USA de George W.
Bush. Este monsieur que está
liquidando los derechos sociales del ex-país de los derechos humanos; el mismo que está
rematando la France como si
fuera un mercadito; el que
construye un Estado policíaco, se
ha permitido decir que el capitalismo —el mismo con que él comulga—
es el «culpable». La música es tu
amigo especial / Baila sobre el fuego como te lo pide / La música es tu
único amigo / Hasta el final, tañe la voz de Jim Morrison, en medio
del disparate general.
El
silencio. El silencio que rasga
el alma del mundo —el miedo—
se quiebra en dislates, a veces divertidos. En Villa Borghese (Roma),
veinte personas comieron hace poco, a cincuenta metros de altura, sobre la
copa de los árboles, sostenidos por una grúa: querían disfrutar del
paisaje. Y a los pocos días, el alcalde de la ciudad
dijo a la prensa que el fascismo no encarnaba el «mal absoluto». ¡Vaya
tiramisú!
Desde
que en el «septiembre
negro» empezó la crisis financiera de Wall Street y se extendió
por el mundo, quedó claro que el precio no lo pagan los ricos, sino las
personas del común. Recesión, suba de precios, salarios caídos,
huelgas, estallidos sociales y aumento de la pobreza, son moneda
cotidiana. Y continuarán. Como contrapartida, las grandes fortunas, lejos
de volatilizarse, pasan de unas a otras manos; de las de Merrill Lynch a
las del Bank of América, por citar uno de los casos.
¿Es
el fin? El «septiembre
negro» — más que una causa de lo que vivimos hoy— fue un disparador.
Y es una consecuencia. Esta caída empezó en 1981 con Ronald Reagan y el
fundamentalismo del mercado: la «Reaganomics»,
como se conoció su invento. El de la más despiadada plutocracia, y también
el de la desvinculación de la responsabilidad del Estado para con sus
ciudadanos. Durante casi treinta años, los «amos del universo»
—llamados así por el escritor Tom Wolfe en La
Hoguera de las vanidades— dirigen los destinos del planeta. Los
amos, son los menos. Empalagados
de riquezas materiales incalculables, deciden
los destinos de los más:
de los sufrientes y cada vez
más excluidos de toda esperanza. El desamparo
crece y se extiende sobre las generaciones, como una telaraña.
Por otra parte, ni el
centroizquierda ni la izquierda pudieron todavía articular una propuesta
seria; están todavía bajo el shock de las sucesivas crisis —salvo en
algunos pocos países de América Latina—, y no tienen respuestas ante
al desastre.
¿Cuánto
durará esta caída? Según la mayoría de los analistas más
conservadores, entre diez y quince años, aunque más probablemente
veinte. Todo depende del resultado de la puja entre los menos
que quieren destruir en pro de esa oligarquía financiera; y los menos que abogan por el bien de los más: la mayoría doliente. Y aquí no caben ni pesimismo ni
optimismo sino la conciencia despierta del mundo, para recordar que la
responsabilidad es de todos. Porque tantas veces esos «todos» bendijeron
en las urnas lo mismo que los sacrificaba en la vida, y porque es tan
bello el paisaje de las ovejas en sus rebaños, como degradante que el
Hombre viva para dar balidos.
Titilan
las mariposas, despavoridas, ante la inminencia de lo desconocido,
mientras el hombre parece una hoja en la tormenta, sin saber siquiera cómo
reaccionar. «Voy a bailar el
Apocalipsis», dijo frente a multitudes el bailaor sevillano Israel Galván, y su danza tradujo en imágenes
esa sensación de final. Con sonidos reales de bombardeos y misiles. ¿Un
anuncio? Ya Francis Coppola había hecho su «Apocalypse
Now», pero el mundo siguió andando.
Bueno, ¿anduvo? La caída encantada Fue el escritor finlandés Arto Paasilinna quien encontró una salida armoniosa a este intríngulis universal. Escribió en 1991 El Cántico del apocalipsis alegre, traducido por ahora sólo en francés. Es una fábula gozosa que alumbra la esperanza, y nos conduce hasta 2023. Como una fantasía que alienta la imaginación, rescata la utopía y nos invita a un mundo fantástico, sin negar el pavor.
Curiosamente,
el apellido del autor —traducido a nuestra lengua—, significa «fortaleza
de piedra»; y es justamente lo que Arto nos ofrece en su Cántico:
un enjambre de luces sobre nuestro futuro azaroso. Pero –eso sí— nos
pide el deber de resistir durante este final
provisorio del mundo que él prevé en 2023... con más víctimas,
fruto de los estertores del capitalismo. Por
cierto que Paasilinna relata la caída del Muro de Berlín (1989) y
—aunque jubiloso e irónico— profetiza lo que vivimos y viviremos.
Con
el Muro, uno de cuyos iconos más conocidos fue la «Guerra Fría», se desplomaba el sistema económico, político y social
representado por la Unión Soviética, Hoy, según los especialistas más
lúcidos del mundo, entre ellos Joseph Stiglitz —Premio Nobel de la
Economía 2001—, la crisis de Wall Street fue al capitalismo
lo que la caída del Muro al
comunismo. Stiglitz, como tantas otras voces, vaticina el fin del
enriquecimiento obsceno de los sectores financieros y de las
multinacionales, que aún retienen el Poder.
Para revertir la situación, habrá que esperar años.
Sí,
el número de hambrientos en el mundo es de 925 millones: sólo en un año,
75 millones se sumaron a los famélicos. Y aunque, por un lado y con una
mirada idealizada, algunos ven en América latina una esperanza, no menos
de 26 millones de sus gentes engrosarán —casi de un día para el
otro— las filas de los hambrientos. La
música es tu amigo especial/Baila sobre el fuego como te lo pide/La música
es tu único amigo/Hasta el final, nos desafían «The Doors». ¿El
ojo de Dios? En la frontera entre
Francia y Suiza, los científicos buscan la «partícula de Dios».
Inventaron un Gran Colisionador de Hadrones (LHC), para descubrir el
origen del Universo. Todo está puesto en duda. «Todo lo sólido se
desvanece en el aire», como escribió en el ‘88 Marshall Bergman.
El
miedo, el miedo que lacera; la sensación de ser títeres bajo la locura
de los poderosos; lo desconocido y acechante incitan también al humor...
negro. Enterradores ucranianos de la empresa «Eternidad» hicieron un
restaurante en un espacio de veinte metros de largo. Es un ataúd —el mais
grande do mundo—, decorado con féretros y cuyos platos tienen
nombres relacionados con la muerte: «Nos vemos en el Paraíso», o «Ríase
del infierno», por ejemplo. Otro caso: enfermo de vacío y sediento de
sangre, un joven argentino mató a su papá, lo cocinó y... se lo comió.
Como contrapartida, el suizo Yves Rossi, provisto de alas equipadas
con reactores sobre sus espaldas y su cuerpo como fuselaje, voló sobre
los 35 kilómetros del Canal de la Mancha en diez minutos. Por gracia,
también hay pájaros.
Crisis energética, cambio climático,
calentamiento global, deforestación, discriminación, inmigrantes que
buscan un lugar bajo el sol y encuentran la muerte de la mano de su hermano,
el hombre; ocupaciones de países y masacres por parte del Imperio; la crisis financiera; la militarización de la América indígena;
la amenaza de carencia de agua, mientras los sin conciencia la despilfarran; la medicina inaccesible para la
mayoría, la falta de viviendas y de educación, las muertes por pánico…
El hombre horrorizó a la Naturaleza y hoy estamos expuestos a su justa furia. Pero ahora, cuando lo que se juega es nada menos que el destino de todos, lo peor es la pérdida del sentido de la vida, de los valores humanos. Tomados por las urgencias y por la banalidad con que el Sistema distrae la atención de los desprevenidos o indiferentes, no vemos el caleidoscopio que —como un milagro— nos convoca con mil imágenes a dar vida a la vida.
Hoy conocemos la realidad. ¿Qué viene
después? Sólo hay presunciones. ¿Se harán ciertas las profecías
mayas? Según ellas, después de sufrir no pocas desventuras, el 22 de
diciembre de 2012 comenzará una nueva Era.
¿Cambiamos de paradigmas... o elegimos las sombras?
Según Una breve historia del futuro, libro del economista y pensador francés Jacques Attali, hay tres alternativas. La primera —que todos, y aun los hechos, descartan— es la continuación del Imperio de los USA, lo que significaría el fin del mundo. Otra, igualmente grave, es el súper-conflicto que seguiría a su caída, en cuyo caso continuaría la mundialización capitalista, el caos seguiría in crescendo, mientras que la anomia internacional permitiría que nuevos grupos de depredadores —con acceso a armas de destrucción masiva— cruzaran el espacio y los mares. De cumplirse esta hipótesis, la especie humana se extinguirá.
Otra posibilidad: la súper-democracia.
Si la humanidad no quiere autoaniquilarse, el camino sería un contrato
social planetario, con instancias de gobernabilidad y acciones colectivas
en pro de la naturaleza. Así, podría inaugurarse la existencia, como una
posibilidad humana de transitar el tiempo.
Hoy sabemos que Barack Obama sucederá a
Georges W. Bush, calificado como «el peor entre todos los presidentes de
los USA». Mientras tanto, y hasta
que el 20 de enero entregue el Poder, sigue cometiendo atrocidades ¿Cuántas
puede perpetrar, si hasta hoy no se privó de ninguna?
Y después, con el flamante electo... ¿qué? Más que los ciudadanos estadounidenses, parece haberlo votado el mundo todo. Las esperanzas puestas en él no tienen ni asidero, ni posibilidades serias de concretarse.
Pareciera
que se trata de inventar una ilusión. ¿Seguiremos soñando ser «libres
como el viento», mientras vivimos prisioneros y amurallados por el miedo?
¿O quizá los pájaros nos mirarán desde
su camino aéreo y desearán ser «libres como los hombres»? |
©
Cristina Castello
Poeta y periodista
http://www.cristinacastello.com
http://les-risques-du-journalisme.over-blog.com
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