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El turismo en Oaxaca (México) en la época prehispánica y en la Colonia |
Sinopsis Por
la trascendencia que tiene el impacto económico del turismo, es necesario
conocer el origen del turismo en Oaxaca. Introducción La
vocación de los oaxaqueños, para lo que servimos es para el turismo, y
todas nuestras actividades deben estar orientadas a esta actividad para
aprovechar al máximo los recursos naturales y culturales de nuestro
estado; por la trascendencia que tiene el impacto económico del turismo,
pienso que, por todo lo anterior, es necesario conocer el origen del
turismo en Oaxaca. Con
este propósito pongo en sus manos un breve trabajo de investigación histórica;
serio, formal, documentado; las fuentes históricas, bibliográficas, que
tuve a mi alcance fueron escritas por un soldado español que vino con
Hernán Cortés, un religioso oaxaqueño de la Colonia y mi maestro de
Historia de México, Jorge Fernando Iturribarría.
Averiguando
cuidadosamente en las fuentes citadas, pude encontrar en el pasado el
origen del turismo en Oaxaca en la época prehispánica y en la Colonia. Cuando se toca el tema de turismo, se habla de visitantes nacionales y extranjeros que se desplazan a Oaxaca de manera voluntaria y temporal, por razón de ocio o de negocio, a disfrutar de sus playas de arena blanca |
finísima… del folklore… de su grandioso legado arqueológico… de la grandeza de su monumental arquitectura colonial… sus encantadoras artesanías… el incomparable sabor de su gastronomía… su música tan especial… las tradiciones y costumbres tan arraigadas y, además, respetadas en un porcentaje muy elevado… de la quietud provinciana donde parece que el tiempo transcurre más lentamente de lo normal… de la reconocida y tradicional hospitalidad de los oaxaqueños. Puedo decir, sin exagerar, que Oaxaca y turismo deben ser sinónimos.
Época prehispánica El
modo de vida de los zapotecos, el clima,
lo avanzado de su cultura, su riqueza y población fueron atrayendo a
colonizadores, comerciantes, orfebres, industriales de otros lugares,
cercanos y lejanos, que traían sus productos y llevaban los de esta
cultura a lugares como Tehuantepec, Tututepec, Huatulco, Nochixtlán,
Yanhuitlán, Coixtlahuaca, los mixes, Teotihuacan, Chalco, Azcapotzalco,
Guatemala, y Nicaragua, con quienes tenían un vasto y sostenido comercio.
Usaban interpretes para comunicarse, pero también hablaban mixteco, náhuatl
y mixe; los sacerdotes eran los encargados de la educación de los jóvenes.
La
mayor parte de las guerras que sostuvieron con los reyes de México se
debieron a quejas de los mercaderes. Coahuixtlahuacán fue asolado por haber negado el paso a ciertos comerciantes. Yanhuitlán enviaba sus granos y sus frutos hasta más allá de Guatemala. Nochixtlán era un pueblo de negociantes, cuyos viajes utilizaba el cacique de Achiutla para promover alianzas y amistades con otros soberanos, adquirir noticias, concertar su política y prepararse para los combates. La grana de este pueblo se expendía frecuentemente en Nicaragua según Gay (Historia de Oaxaca, Editorial Porrúa.1982, p. 34).
Del comercio interior quedan vestigios en los tianguis que aún tienen lugar en días específicos en los pueblos del Valle, por ejemplo el jueves en Zaachila, el viernes en Ocotlán, el domingo en Tlacolula; hasta 1999 había uno de madera en la entrada de Zaachila, que era un atractivo turístico, y que fue destruido por las autoridades para hacer uno moderno; hasta el día de hoy, los jueves, día de plaza en Zaachila en lugar de moneda usan el trueque, “feriar” le llaman al cambio de un producto por otro, en lugar de moneda; si quieren conocerlo sólo tienen que ir a Zaachila un jueves y observar a compradores y vendedores de los pueblos aledaños.
“La
moneda corriente eran las almendras de cacao, diez de la cuales equivalían
a un octavo de real (Gay, ob. cit. p. 34) y del comercio exterior, en el báculo
que sirve de apoyo a los indios viajeros, resto de antiquísimas
supersticiones.”
“Para
la comodidad de los comerciantes, había caminos públicos
que se arreglaban todos los años pasada la temporada de lluvias.
En los montes y en los sitios despoblados había casas a propósito para
albergar a los caminantes; y para el paso de los ríos se tenían
preparadas chalanas o pangas de forma especial, chatas, sin quilla ni
velamen. También se servían de un tablado cuadrado, compuesto de
“otatli” y cañas sólidas atadas sobre unas calabazas grandes, duras
y vacías, que de una orilla a la otra del río eran conducidas por dos o
cuatro nadadores.”
“Entre
los varios puentes que cruzaban los ríos, había unos de forma singular,
llamados hamacas hasta la fecha: era un tejido de cuerdas naturales de
cierto árbol, más flexibles que el mimbre, llamados bejucos y cuyas
extremidades se ligaban a los árboles de las orillas opuestas.”
“La
seguridad de los caminos era perfecta, pues el hurto se castigaba con las
penas más severas, y el más leve atentado contra un comerciantes
extranjero, era motivo para que estallasen guerras sangrientas. A pesar de
esto, para conducir las mercancías a tierras lejanas, se juntaban muchos
que pudiesen mutuamente socorrerse en el camino: cada cual tomaba su
“petlacalli” o “tlascalli” como lo llaman en Oaxaca (Gay, ob. cit.
p. 34), para llevarlo a las espaldas pendiente de la cabeza
por medio de una cuerda —¿mecapal y petate o tenate?—, y empuñaban
un bastón negro y liso, que decían ser la imagen de su dios y con el que
se creían seguros de peligros. Al llegar a una posada reunían y ataban
todos los bastones para tributarles culto. Era pues, el bastón de camino,
la imagen de Tacateutli, dios del comercio y protector de quienes se
consagraban a su profesión.
Como
dejé asentado arriba, la moneda que usaban eran almendras de cacao; del
mismo modo acostumbraban láminas de cobre recortadas de un modo
particular, según el uso de los toltecas, y también usaban oro en polvo;
pues de Oaxaca salía casi todo el que circulaba en Anáhuac y acumulaban
en su tesoro los emperadores aztecas.
Los
granos de oro se recogían en cañones de plumas… “y que era cada uno
del tamaño de un dedo de la mano, el medio, y eran un poco más anchos
que cañones de patos de Castilla”, según Bernal Díaz del Castillo
(Historia Verdadera de la Conquista de la Nuevas España, Editorial Porrúa,
1998, p. 392). Servían para cambiar en los mercados por otros objetos de
utilidad, adquiriendo por este medio cada familia, cuanto necesitaba para
vestirse y vivir descansadamente. El
mapa que conocemos de Oaxaca era diferente en la época de la Colonia;
Coatzacoalcos, Alvarado y algunos pueblos de Campeche y Tabasco pertenecían
a Oaxaca. Como
todos sabemos, la ciudad de Oaxaca también era diferente; era un pueblo
grande con calles sin pavimento, sin iluminación eléctrica, sin vehículos
de motor, sin agua potable, sin drenaje. Las
faldas del Cerro de La Soledad —después de Zaragoza y más tarde El
Fortín— llegaban hasta la Calzada Madero, Calle Crespo y Calle Alcalá,
sólo hay que observar el terreno actual. Oaxaca
es, hasta la fecha, una ciudad bien situada, geográficamente, “para el
comercio entre los puertos de Veracruz y Acapulco y entre las ciudades de
México y Puebla, por una parte, y Guatemala y Centroamérica, por la
otra. Su condición de lugar de paso, la necesidad de hacer escala en
ella, le garantizaba la presencia de nutrida población foránea y el tránsito
constante de arrierías [arrieros]. De ambos puertos y de la capital de la
Nueva España nos llegaba infinidad de mercaderías[1].”
“Tres
fuentes de riqueza tuvo Oaxaca: la seda, la grana y la minería. En rigor,
a las dos últimas debió su crecimiento y riqueza monumental…” [el
maestro Iturribarría —en mi opinión— se olvidó del añil.] En
la época de la Colonia, los viajeros decían de Oaxaca: “es un pueblo
muy lindo y muy alegre” con “una virtud eminentemente social,
cultivada con esmero por los oaxaqueños y que no ha desaparecido: la
hospitalidad…” “no hay paraje alguno en toda la América donde yo
hubiera deseado más establecer mi morada que en esta ciudad, decía Tomás
Gage, viajero inglés —fraile—, en 1620”. “Su
aire es tan templado, tanta su abundancia de todas las cosas necesarias a
la vida, y tal y tan cómodo su asiento entre ambos mares del Norte y del
Sur, teniendo á un lado a San Juan de Ulua
[Ulúa] y al otro Tecoantepec,
pequeño puerto sin fortificación…” Gay. op. cit. p. 330 Hablando
del turismo en la época colonial, Antonio Gay cuenta que: “Favorecía
la circulación del animado, aunque naciente comercio de aquel tiempo, una
virtud eminentemente social, cultivada con esmero por los oaxaqueños y
que no ha desaparecido: la hospitalidad. Los mesones y las hospederías
son allí de fecha muy reciente. En los caminos había parajes destinados
a la remuda de las caballerías que usaban los correos y los viajeros. En
las casas comunales de cada pueblo podían éstos hospedarse, siendo en
tal caso atendidos gratuitamente o con gastos moderados por los ministros
de las respectivas repúblicas. Pero todo pasajero podía estar seguro de
ser bien recibido a donde quiera que llegase, de tener por suyas todas las
casas oaxaqueñas y de no
encontrar tal vez uno solo que no estuviese dispuesto a dividir con él su
mesa. A esta recomendación reunían los oaxaqueños ingenua sencillez,
constante buena fe, lealtad incontrastable y cierta igualdad que
aproximaba las clases sociales, haciendo de todas una sola familia. La
fama de Oaxaca, atraía la mayor parte de extranjeros
que solían dirigirse por cualquier motivo al Valle de Antequera,
por lo común no resistían los encantos de una sociedad rica, amable y
quieta, fijaban allí su residencia y contribuían al aumento de la
población. La regularidad, el orden y la paz eran los elementos en medio
de los cuales se desarrollaba la sociedad oaxaqueña: tal vez haya sido
aquella su más feliz época”. op. cit. pp.330-331 Realmente
las leyes civiles sólo alcanzaron a los mixtecas por el concurso de españoles
que vivían entre ellos a causa del activo y ventajoso comercio que se había
desarrollado entre ellos; otro tanto aconteció en los pueblos cercanos a
la ciudad, por su misma inmediación al centro del gobierno; mas los
pueblos de la Sierra, salvando las apariencias de la ley y obedeciendo
ostensiblemente a las autoridades, se regían, principalmente en su
interior economía por sus tradiciones y costumbres, y por el consejo de
sus ancianos, respetados y obedecidos por ellos ciegamente hasta hoy. “Por
otra parte, los mixtecas habían manifestado instintos comerciales que,
desarrollados con el tiempo, produjeron su resultado. Los españoles se
establecieron entre ellos; de modo que si se hace excepción de los
pueblos montañeses, en los demás la raza pura indígena desapareció. “Gran
número de indios se dieron a viajar, en términos de quedar su respectivo
pueblo prácticamente despoblado, como ya se notó de Nochistlán,
sic. En
México había tanto número de mixtecos, zapotecos y otros de Oaxaca, que
fue necesario construir especial parroquia para ellos. Desde 1610, con
beneplácito del arzobispo, se habían reunido en la Capilla del Rosario,
situada entre la del Señor de la Espiración y de la Tercera orden de
Santo Domingo, con la dirección de los religiosos de este hábito[2]. Como
he dejado asentado, históricamente el turismo es la actividad natural de
los oaxaqueños que han cultivado la hospitalidad como una de sus virtudes
y saben aprovechar sus
playas de arena blanca finísima, el folklore, su grandioso legado arqueológico,
la grandeza de su monumental arquitectura colonial, las artesanías, el
incomparable sabor de su gastronomía, su música, las tradiciones y
costumbres, de la quietud provinciana donde parece que el tiempo
transcurre más lentamente de lo normal. Puedo decir, sin exagerar, que
Oaxaca y turismo deben ser sinónimos. Si
saben a dónde van, encontrarán el camino Notas: [1]
Ruiz Cervantes, José Francisco (Compilador). México.
Artículos históricos de Jorge Fernando Iturribarría. Instituto
Oaxaqueño de las Culturas, Fondo Estatal para la Cultura y las Artes,
Universidad Autónoma “Benito Juárez” de Oaxaca. 1998. p. 110 [2]
Gay, José Antonio. Historia de Oaxaca. México, Editorial Porrúa,
1982. p.331 Bibliografía Díaz
del Castillo, Bernal. Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva
España. México, Editorial Porrúa, 1998. Gay,
José Antonio. Historia de Oaxaca. México, Editorial Porrúa, 1982. Iturribarría,
Jorge Fernando. Historia
de Oaxaca, Tomo I y II, México, Comité Organizador del CDL
Aniversario de la Ciudad de Oaxaca de Juárez, 1982. Reedición de la Historia
de Oaxaca, Publicaciones del Gobierno del Estado de Oaxaca, 1956. Martínez
Gracida, Manuel. El Rey Cosijoeza y su familia. México, Oficina
Tipográfica de la Secretaría de Fomento, 1888. Reimpresión 1972. Ruiz
Cervantes, José Francisco (Compilador). México. Artículos históricos
de Jorge Fernando Iturribarría. Instituto Oaxaqueño de las Culturas,
Fondo Estatal para la Cultura y las Artes, Universidad Autónoma
“Benito Juárez” de Oaxaca. 1998. Autor:
|
Gerardo F. Castellanos Bolaños
castilan1o@yahoo.com
México, Oaxaca de Juárez, Oax., 13 de abril de 2007
De "Tierra de sol, suspiro por verte..."
Autorizado por el autor
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