El horror de los espejos: Borges y Foucault
Apuntes sobre tres poemas de El hacedor

por Mariela Castañeda

Era todos los nombres y era el tigre
“El resto era el silencio”, Olga Orozco

 

En los espejos “todo acontece y nada se recuerda”, dirá Borges en el poema que puntea su horror en El hacedor. Preguntarse qué es ese todo que acontece es inútil; ese todo es enteramente aquella nada presa del olvido. La conjunción en el verso no solo contrasta, sino que une terriblemente al acontecimiento con su negación. Reverso y anverso, uno y otro, Borges y el doble: 

yo vivo, yo me dejo vivir, para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica.

[…] esas páginas no me pueden salvar, quizá porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino del lenguaje o la tradición. Por lo demás, yo estoy destinado a perderme, definitivamente, y sólo algún instante de mí podrá sobrevivir en el otro. Poco a poco voy cediéndole todo, aunque me consta su perversa costumbre de falsear y magnificar.

Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro. 

“Borges y yo”, muestra el contrapunteo del acontecer en su irrevocable fuga. Aquello que es ya del lenguaje, es, en la misma medida, del olvido, del otro. El sentido del otro me interesa porque no se recoge o introyecta en la subjetividad, ilusión frecuentemente atribuida al artificio del lenguaje, sino que señala un movimiento hacia lo exterior. La evidencia del otro revela esa exterioridad del lenguaje, decir(nos) obliga a cambiar el foco, desde un yo que habla, a un , que en realidad es un nosotros, una realidad que impela. 

Sirva volver a la imagen de "Los espejos" y, más aún, al instante del reflejo: ese buscarnos afuera, al mirar(nos) en ellos, evidencia la fricción inestable entre el uno y el otro representado, dicho, visto. En este sentido, el espejo solo reproduce lo humano, sin esto, su azogue es ojo glauco. Sin el rostro la imagen no está en ningún lado, y solo se concreta cuando alguien se mira y es mirado en ellos. Incluso entonces, lo que se asoma a ese espejo no es Borges mismo, con suerte, será aquello que ya es del lenguaje, que entonces mira al vacío. Se refleja ahí la cara más entrañable del observante, aquello que se construye con las constelaciones más ocultas del lenguaje. Una cara que no es nuestra, que nos resulta extraña por cuanto es cercana, por cuanto está oculta en la evidencia del reflejo. Esta revelación del afuera apunta su indisoluble relación en el aparente adentro: 

 

Espejos de metal, enmascarado

espejo de caoba que en la bruma

de su rojo crepúsculo disfuma

ese rostro que mira y es mirado 

No podemos nombrar lo que no acontece en el espejo, lo que se borra en el instante en que nos alejamos de él. Sin embargo, miramos ese vacío, y mientras permanecemos en esa paranoia lúcida, podemos asir algo de la experiencia del nombrar, aunque solo sea un destello.

Pese al horror, pese a la imposibilidad del conocimiento, nos sentimos atraídos al espejo, vamos también en su búsqueda. La atracción y la búsqueda también son anverso y reverso, el anclaje de ambas en el horror constituye un bello proceso de alquimia: el horror es estigma de todo cuanto es profundamente humano. La búsqueda del instante imposible en que el lenguaje se descubre en el otro, en el exterior, constituye un segundo acto volitivo:

Un tercer tigre buscaremos. Éste

será como los otros una forma

de mi sueño, un sistema de palabras

humanas y no el tigre vertebrado

que, más allá de las mitologías,

pisa la tierra.

Búsqueda y atracción se dan paralelamente en “El otro tigre”. La imposibilidad de hallar al tercer tigre muestra que la atracción “no es únicamente ciega; es ilusoria; no liga a nadie, pues estaría ligada ella misma a ese lazo y no podría ser más la pura atracción abierta”, según lo piensa Foucault en El pensamiento del afuera. Por eso no ha de hallarse al tigre, no ha de perturbarse el olvido del espejo: debe permanecer la atracción suspensa, atada por ningún hilo de memoria, ningún extremo de lo cierto. Esta liberación del lenguaje de la verdad, de la recompensa, del nombrar absoluto muestra lo opaco de la subjetividad, tan fundamentada en aquello que logra decir de lo que siente, observa, conoce. El “sujeto” del poema se erosiona, como diría Foucault, va borrándose como centro de significación, lo que importa en realidad es la búsqueda en sí, denominada ahora desde el plural: buscaremos.

Lo que distingue al tercer tigre de los dos primeros es su proximidad, la posibilidad de nombrarlos. En el poema, el primero de ellos se regala a Borges: “En vano se interponen los convexos / mares y los desiertos del planeta”. Producto de ese “Pienso” que abre el poema y, diría Foucault, "de que nuestra cultura trat[e] siempre de reflejarse en el lenguaje como si detentara el secreto de nuestra interioridad", ese tigre no nos dice nada. No se caza, está ahí, al alcance de la mano que lo señala. El segundo tigre, que se extrae de la tradición literaria, se sigue y se sueña, y por un momento se muestra hecho imagen. Ambos tigres terminan por ser uno: “ficción del arte”. La mente no ha hecho más que volver a sí misma, a la interioridad, para dragarlo. Hasta este punto, en el poema no existe movimiento, no hay lenguaje, sino representación. Para ser lenguaje del afuera, la caza del tigre ha de ser imposible. Solo así ha de volverse discurso en el sentido que afirma Foucault: “una etapa necesaria hacia aquello cuya luz, infinitamente tenue, no ha recibido nunca lenguaje”. Esa zona de la selva que no es ningún lugar, que existe eternamente en el umbral de serlo.

“El otro tigre” concluye con la inauguración, con el acontecimiento: “Un tercer tigre buscaremos”. Se sospecha la trampa, este tigre terminará por volverse, como los otros que le anteceden, sobre sus signos. Pese a esto se inicia la búsqueda; existe una justificación absoluta, una necesidad por volcarse hacia el olvido y la negación del acontecimiento, por continuar la búsqueda de otros tantos otros:

pisa la tierra. Bien lo sé, pero algo

me impone esta aventura indefinida

insensata y antigua, y persevero

en buscar por el tiempo de la tarde

el otro tigre, el que no está en el verso

La caza de este tercer tigre sigue, no su sinuoso movimiento, sino el cielo abierto, el espacio que rodea su presencia, su aire de ausencia. El afuera que se persigue, diría Foucault, que “no puede ofrecerse como una presencia positiva […] sino únicamente como la ausencia que se retira lo más lejos posible de sí misma y se abisma en la señal que emite para que se avance hacia ella, como si fuera posible alcanzarla”. El acontecimiento, pese a su imposibilidad, resplandece: avistar al tigre es percibir ese afuera.

Pienso en el tigre disolviéndose en la selva del lenguaje. En el infinito exilio del lenguaje. Justo esa disolución posibilita que quien lea, se observe en un espejo vacío. Lo que verá reflejado, aún bajo la apariencia de sí mismo, convoca al universo entero. Ese tercer Borges es devorado, vuelto hacia la selva / vacío que no ha de engullirlo, sino callarlo, silenciarlo, volverlo hacia fuera: “la irresistible erosión de la persona que habla”. Perdurar en el olvido y la fuga para poder volverse aquel otro, para liberar al lenguaje de la atadura fósil del acontecimiento y desatar la vuelta al inicio, el perenne origen: “…el ser del lenguaje es la visible desaparición del aquel que habla”.

Habremos de buscar al tercer tigre; desdoblarnos en la espera del relámpago. El lenguaje se manifiesta en ese lugar que es en realidad un movimiento sin descanso: “La espera, en cuanto a ella, no tiene ningún objeto, pues el objeto que viniera a colmarla no tendría más remedio que hacerla desaparecer. Y sin embargo tampoco es movilidad resignada sobre el propio terreno; tiene la resistencia de un movimiento que no tuviera término ni se prometiera jamás la recompensa de un descanso; no se encierra en ninguna interioridad; hasta sus más mínimas parcelas se encuentran en un irremediable afuera”. Quizás la alquimia entre atracción y búsqueda es esta espera de la que habla Foucault, un movimiento sigiloso, febril, que se da desde la subjetividad por cuanto fricciona con ese afuera que la contiene y la hace derramar.

Pienso en el olvido del espejo, “inhabitable, un imposible espacio de reflejos”. Pienso también en el otro tigre, irremediable bestia del afuera, que aparece cuanto más se oculta. Quizás aquel otro Borges sea un tercer tigre. 

 

Lecturas

"Borges y yo", "Los espejos", "El otro tigre" en Jorge Luis Borges, El hacedor. Madrid, Alianza, 1979. 
Michel Foucault, El pensamiento del afuera. Valencia, Pre–Textos, 2008.

 

por Mariela Castañeda
Originalmente publicado en Periódico de Poesía, Año 10, núm. 109, mayo 2018

Publicación mensual editada por la Universidad Nacional Autónoma de México http://www.periodicodepoesia.unam.mx/index.php

Link del texto: http://www.periodicodepoesia.unam.mx/index.php/5189

 

Editado por el editor de Letras Uruguay

Email: echinope@gmail.com

Twitter: https://twitter.com/echinope

Facebook: https://www.facebook.com/letrasuruguay/  o   https://www.facebook.com/carlos.echinopearce

Linkedin: https://www.linkedin.com/in/carlos-echinope-arce-1a628a35/ 

Círculos Google: https://plus.google.com/u/0/+CarlosEchinopeLetrasUruguay

 

Métodos para apoyar la labor cultural de Letras-Uruguay

 

Ir a índice de ensayo

Ir a índice de Mariela Castañeda

Ir a página inicio

Ir a índice de autores