Entrevista a Gustavo Caso Rosendi
“La poesía es la expresión justa para aquello que no podés decir” |
Nació en Chubut pero se crió en City Bell, provincia
de Buenos Aires. Es clase 62, hizo el servicio militar en el Regimiento 7
de La Plata y participó de la guerra de Malvinas en su condición de
soldado. Cuando volvió, contagiado del clima cultural de los primeros años
ochenta, decidió que su inclinación artística debía concretarse a través
de la poesía. Participó de talleres, leyó en cantidad, escribió en
bares, aprendió a reescribir y fue, de a poco, encontrando la palabra
justa. Sumó sus poemas en varias antologías y editó un primer libro
llamado Bufón
fúnebre. "Primero soy poeta, después ex
combatiente", repite a lo largo de una extensa entrevista realizada
en el patio de su casa de La Plata, donde vive con su mujer, sus dos hijos
adolescentes y su perro. Es hincha de Estudiantes, equipo al que suele
alentar desde la cancha. Trabajó desde muy jovencito en un organismo
estatal, durante casi treinta años, y hoy está jubilado. Veintisiete años después de la guerra
pudo terminar el libro Soldados,
que hoy publica el Ministerio de Educación a través de su
programa "Educación y Memoria". "No sé por qué diablos/ estoy escribiendo/ con esta sangre tan ajena/ y tan estrepitosamente mía", dice en uno de
los poemas. Cuatro versos que permiten vislumbrar algunas de las
presencias constantes del libro, sobre las que también habló en esta
entrevista: la experiencia de la guerra, la vida en las trincheras, la
relación con sus compañeros, el dolor, la muerte, la pasión por la poesía
y la necesidad de volver a Malvinas.
La voz de Caso Rosendi -tanto en los poemas como en la entrevista- es una voz arisca, que de alguna manera sigue en guerra. En sus palabras no hay amabilidad ni concesiones. No se conforma: sigue buscando la belleza, la palabra precisa para poder nombrar plenamente alguna vez a la memoria y la justicia.
Los
años de formación ¿Cómo
fue tu trayectoria escolar? Nací en Chubut en 1962, viví en Esquel, estuve un
tiempito en Córdoba y después con mí vieja nos instalamos en City
Bell, en las afueras de La Plata. Allí estudié la primaria -la llamo
así aunque suene antiguo- en una escuela pública que era un tanto católica.
Luego hice dos años de Bellas Artes en La Plata y, finalmente, terminé
el secundario en City Bell porque en la otra escuela me había llevado
dos materias y solo se podía tener una previa. Entonces, para no repetir
me fui a un colegio privado de City Bell, el Instituto Manuel Belgrano, y
terminé ahí sin dificultad porque era una escuela menos exigente. Después
quise estudiar geología pero me costaba mucho matemáticas. También me
gustaba dibujar -por eso había elegido la escuela de arte- y quería ser
pintor, pero me frustré, no pinté ni dibujé más y apunté para la
escritura. Tu
experiencia escolar ¿influyó en tu decisión de dedicarte a escribir? Uno de los primeros poemas lo escribí en sexto o séptimo
grado, cuando se murió un compañero mío ahogado en una pileta. Fue una
experiencia dolorosa y la escritura me permitió sacar la angustia que debía
tener adentro. Después escribía cuentitos sueltos. Era bastante fiaca
y, además, en mi casa no se leía mucho. Mi viejo era empleado público y
mi vieja peluquera. No tenía un ambiente muy favorable para salir bicho
raro como salí. ¿Te
gustaba leer? Tampoco leía mucho. En la secundaria,
por ejemplo, no leí un solo libro. Siempre estudiaba de oído. Y en la
primaria me llamaban más la atención otras cosas, como la música, los títeres.
Lo que tenía era una inclinación artística. Lo primero que leí sobre
poesía fue un libro de un familiar, un tío. De los pocos libros que había
en casa, ese era uno. Mi tío se llama Roberto Sánchez, igual que Sandro.
Ahí, en ese libro, me encontré con las palabras. Me acuerdo de que me
llamó la atención porque no entendía qué significaban las palabras. No
eran como los poemas simples del colegio, era otra cosa. Los poemas de mi
tío eran de la vida en general y tenían un contenido político también.
Era un libro previo a la dictadura. Con el tiempo, me contacté con un
vecino que se llamaba Mario Porro y que era poeta. Era el único con el
que podía charlar. A mi regreso de Malvinas, iba a visitarlo y él me
decía: "Vos tenes que leer esto". Ahí empecé a comprar mis
libros. Y después de Malvinas, participé en la experiencia de
distintos talleres literarios. Antes
de ir a Malvinas, ¿ya escribías? Algunos poemas de amor, nomás. Uno se enamoraba y canalizaba así. Después de Malvinas, escribí un solo poema de amor pero lo rompí. Yo soy muy autocrítico con lo que escribo. Y ahora detesto los poemas de amor, no me llaman, ya no escribo más poemas de amor. Ahora soy bastante negro para escribir. Escribo mucho sobre la muerte, el tiempo, lo que escriben todos los poetas... No sé si soy poeta en serio, pero lo intento, intento tomármelo en serio. |
El
servicio militar y el principio de la guerra ¿Hiciste
el servicio militar en La Plata? Si, en el Regimiento 7. La colimba fue un sufrimiento,
porque a esa edad no estás preparado para que te pase algo así; aunque
si pedías prórroga sufrías más porque tenías menos resistencia física
para los "bailes" que te pegaban. De pendejo no te hace nada
que te bailen, pero de grande se complica un poco más. Uno pensaba que la
colimba era el peor sufrimiento, pero no: siempre hay algo peor. ¿Qué
recuerdos tenés del servicio militar? Cuando entramos a la colimba, mi mayor impresión fue
encontrarme con algo demasiado "facho". Vos entrabas, te
pelaban, te cargaban, te dejaban un jopito y después había un milico -un
oficial- que nos iba ordenando: "Vos para allá, vos para acá".
Me acuerdo de que entré a mirar y me preguntaba cómo era que todos los
rubiecitos íbamos para un lado y los morochitos para otro. ¿Por qué
cuento esto? Porque a la hora del desfile militar, los que íbamos
adelante en la primera fila éramos la compañía A, o sea, los nenes de
mamá. Y en Malvinas era al revés la cosa, mandaron al frente a la compañía
B. Toda una cosa bastante deliberada, coherente con los milicos. Es como
que siempre hay una sociedad que está acomodada o se acomoda. La
estructura de la colimba reproducía la estructura de las clases sociales.
En la colimba la pasé lo mejor que pude y, si bien soy rebelde, tampoco
soy boludo. Nunca llamaba la atención, siempre estaba entre el montón.
Hacía lo que me decían, lo que había que hacer. No era como otros. A
Pedro (Vojkovic), por ejemplo, siempre lo estaban bailando. Igual que al
Sapo. A ellos, que eran mucho más rebeldes, los tenían en la mira... |
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¿Cómo
fue que te enteraste que tenías que ir a Malvinas? En la anteúltima baja, en la tercera, me fui de baja de la colimba. Estuve un año justo y al mes me reincorporaron. El 2 de abril estaba escuchando la radio y dije "Tenemos que ir". A los dos días me llegó la cédula. Ahí vino Pedro y me dijo: "No nos tenemos que presentar porque nos van a matar a todos". Yo le contesté que nos teníamos que presentar porque estaban todos nuestros compañeros adentro. Pedro, en realidad, seguía adentro pero estaba de franco y no quería volver. Al final volvió. Él lo dijo clarito: "Nos van a matar a todos"... Se ve que tenía algún presentimiento, yo no creo en cosas mágicas pero a veces... Fuimos y nos metieron de nuevo en el regimiento. No estábamos para nada seguros de que fuéramos a ir a Malvinas; o no sé, tal vez en realidad, no queríamos saber.
Mencionaste
a Pedro Vojkovic, a quien le dedicas un poema imaginando qué pasó cuando
él cayó en la guerra. ¿Era amigo tuyo del barrio? A Pedro lo conocía desde antes de la colimba, vivía a
media cuadra de mi casa en City Bell. Cuando volví de Malvinas fue
bastante tremendo porque veía a los viejos y me agarraba una culpa
enorme, me preguntaba "¿Por qué yo estoy acá y el no?". Una
de las causas por las que me fui de City Bell fue esa. Era que faltaba
algo, una ausencia demasiado presente. A él lo conocía del barrio, no éramos
amigos, pero sí conocidos. Cuando
te convocaron para ir a Malvinas ¿qué significaba para vos la frase
"Las Malvinas son argentinas"? Nada, yo no soy para nada nacionalista. Sí
me acuerdo de que en el Regimiento 7 hicieron una misa antes de irnos y
recuerdo que un padre, que podría haber sido el mío, gritó "Viva
la patria". Y para mí fue un golpe terrible. O sea: era un
"Viva la patria, mueran los hijos". Es así, hay un libro de
Arnaldo Rascovsky que habla sobre esto, se llama La
universalidad del filicidio. Dice que el filicidio se remonta al mito
griego de Kronos, cuando éste se comía a sus hijos porque sabía que en
algún momento le iban a ocupar su lugar. La guerra es el filicidio
porque los que van a la guerra son los hijos. ¿Salieron
del Regimiento 7 rumbo a Malvinas? De ahí, fuimos al Palomar en unos micros, luego tomamos
el avión a Río Gallegos -Aerolíneas Argentinas, pero sin asientos- y
después un Hércules; ahí nos enteramos de que íbamos a Malvinas. El
momento de ver Malvinas fue lindo porque nos parecía que no iba a pasar
nada. Cuando llegamos, tuvimos que caminar un largo trecho con los
bolsones. Me acuerdo de que llovía... Hasta que no pasó el primer
bombazo el 1° de mayo, a mí me parecía que la cosa se iba a arreglar.
Era una forma de estar tranquilo. Y
vos, en ese momento, ¿creías que tenías conocimientos militares para
estar en una guerra? Entrenados estábamos. No sé si para una
guerra, pero físicamente estábamos superbién. Tuvimos un montón de
instrucción, una es la que se solía hacer en San Miguel del Monte y otra
en el Parque Pereyra Iraola. Después fuimos a General Acha, en La Pampa,
y después hicimos algunas operaciones con helicópteros, o sea que había
cierta instrucción. Igualmente, preparado para la guerra no estás nunca.
No sos un profesional. Estábamos para defendernos un poco, pero para lo
que mejor estábamos preparados era para correr. La última noche corrimos
mucho, la cosa pasaba por estar atentos a los bombazos, levantarte cuando
no oías nada, después tirarte, después levantarte y así largo rato. ¡Si
lo hago ahora, no duro ni cien metros! Me acuerdo de que cuando volvimos
de Malvinas, jugaba al fútbol y, aunque no era muy bueno como jugador,
lo que corría era terrible. No había nadie que corriera como yo, estaba
en todos lados al mismo tiempo. ¿En
qué lugar estuviste de Malvinas? En Wireless Ridge. Nosotros estábamos más atrás que la compañía A,
como en una tercera sección. Éramos parte de la compañía A, pero estábamos
más atrás. O sea, que dentro de todo no nos agarró fuerte el frente que
atacó ahí porque nos agarraron por el costado. La última noche
comenzaron a bombardearnos. No podíamos hacer nada porque estábamos
encerrados, imposible escapar. Teníamos que salir por el frente que era
donde estaban atacando más, así que fue bastante complicado. En nuestra
sección éramos alrededor de 30. Era quedarse ahí a que te reviente un
bombazo porque no podíamos hacer nada con los fusiles. El subteniente
nuestro -que era un cagón y no quería replegarse porque tenía miedo de
que después el teniente coronel lo retara a él- me mandó a mí que, en
ese entonces, era el correo, el estafeta, a que le preguntara al teniente
coronel qué debía hacer. No había teléfono porque habían cortado los
cables. Entonces me mandó al pleno infierno. Yo iba caminando por arriba
de la montaña, era de noche, y miraba el quilombo que había, en un
momento me di cuenta de que me estaban tirando a mí, veía las balas de
la ametralladora. Ahí bajé y fui por el otro lado de la montaña. Quise
llegar, pero no pude, porque las balas me pasaban muy cerca y yo pensé:
"No sigo; si no, acá me matan". Entonces volví, le dije que no
se podía llegar, que era imposible y me contestó que era un cagón. Y
entonces le ordenó a Oviedo, el radioperador, que me acompañara. Yo decía
"Esta vez voy a llegar" pero gracias a Oviedo, que me dijo
"Gustavo, estás en pedo", volvimos. Él agarró la radio, que
no funcionaba porque se había quedado sin pilas, y la rompió contra
una piedra y nos volvimos. Y de nuevo: "Manga de cagones". Después,
el subteniente se subió a la montañita y cuando vio el quilombo, dijo:
"Tenían razón, che". Entonces ahí, un suboficial de artillería,
un tipo con un poco de coherencia, dijo: "Nos vamos,
muchachos" y nos fuimos todos con él. Salimos por un costado, nos caían
los bombazos a 50 metros y por todos lados veías pedazos de cosas, no se
podía avanzar porque tiraban bengalas y teníamos que arrojarnos al piso.
Esperabas y cuando te parecía que había caído la última bengala,
aparecía otra. Tenías que quedarte en medio de las balas y los bombazos.
De nosotros no murió nadie, pero había que aguantarse las bombas, íbamos
por debajo de la montaña, por una playa y caminábamos casi por el agua;
hacía mucho frío para mojarse pero yo igual tuve que meterme en un
charco de agua. Cuando quise cargar el fusil estaba lleno de agua, ya no
servía para nada. Me acuerdo de que el subteniente que nos mandaba al
muere, nos decía: "Yo tengo hijos". Lo repetía y lloraba. Y
entonces le contestábamos: "¿Y nosotros? ¿qué mierda
somos?". ¿Recibiste
cartas estando en las islas? Algunas llegaban. Pero cuando se armó el lío más
grande, dejamos de recibir cosas. A mi me llegó solo una encomienda.
Después, cuando estuvimos presos en el correo, pude recuperar varias
cosas, ahí encontré varias encomiendas. Nosotros no teníamos para comer
y en las encomiendas había comida, pero no te las subían. Yo le escribía
a mi familia pero no les contaba la verdad, trataba de que no se
preocuparan, les ponía algo más nacionalista o decía: "Acá no
pasa nada". Además, sabíamos que para que las cartas llegaran teníamos
que escribir una cosa medio lavada.
Sobre
sus escritos y soldados ¿Por
qué esperaste tantos años para escribir un libro acerca de tu
experiencia en Malvinas? En mi primer libro, ya había escrito algo. De todos
modos, al principio yo me planteé no escribir sobre Malvinas porque quería
primero ser poeta y, en todo caso, después ex combatiente. A mí me
molesta, en cierto sentido, que me digan que soy un poeta ex combatiente:
yo soy un poeta, lo de ex combatiente es un accidente. Lo que pasa es que
eso tiene mucha fuerza para la gente y el tema pega mucho. He estado en
Rosario leyendo mis poemas y cuando leo los de Soldados, la gente se queda impactada. Vienen a hablarme y tengo
la sensación de que se acercan más porque soy ex combatiente que porque
soy poeta. Por otro lado, sentía que no estaba preparado para decir lo
que tenía para decir sobre la guerra. Con el tiempo, uno se pudre de
hablar de Malvinas, ya hablaste tantas veces, que es como que si tuvieras
puesto un casete, en el que te repetís y te repetís. Un día me lo
planteé y dije: "¿Y si escribo un libro y ya no hablo más?".
Todas las historias que tengo y que cuento las pasé a los poemas. Además,
creo que era una necesidad sacarme todo esto porque había cosas que nunca
terminaba de decir. Y la poesía es eso: la expresión justa para aquello
que no podes decir. ¿Por
qué le pusiste como título Soldados? De haber sabido que había una revista militar que se
llamaba Soldados, le habría
puesto otro nombre. Pero cuando lo pensé fue un poco por el libro Cuentos de soldados
de Ambrose Bierce. Quería que fuera algo simple y que no dijera
la palabra Malvinas. Soldados me pareció algo
simple, y en los poemas nombro a muchos soldados. Además, los soldados
somos nosotros y es una forma de disputar esa palabra. En
los poemas, al momento de contar tu experiencia en Malvinas, ponés el
acento en la relación con tus compañeros y en la vida en la trinchera.
¿Por qué? Dentro de todo, la vida en la trinchera era bastante
buena. Hubo un par de episodios, pero como en todos lados, hay gente que
reacciona de una manera y gente que reacciona de otra. La única
encomienda que me llegó, la repartí entre todos. Me la habían mandado
mis compañeros de trabajo, en realidad me mandaron como 14 pero solo me
llegó una. Algunos hacían esto mismo y otros no, conseguían cosas pero
no las repartían. Cuando atacaron la compañía B fue porque el que
estaba haciendo guardia se había quedado dormido. Nosotros también dormíamos,
pero no cuando había que hacer guardia. Uno hacía guardia y después
tenía que despertar al que le seguía, y a veces se cortaba la cadena
porque
alguien no despertaba al siguiente. Una vez -yo
que soy medio obsesivo con eso y me gusta cumplir- cuando me tocó
despertar al compañero que me sucedía, él no se levantaba y entonces yo
no podía irme a dormir. Al rato volvía, lo quería despertar pero no podía,
hasta que en un momento me harté, cargué el fusil y le dije: "Salí
ya porque si no te reviento acá mismo, hijo de puta; yo estuve de guardia
mientras vos dormías y ahora me toca dormir a mí". Ahí se
restableció la guardia y yo me puse a llorar, me puse mal por la locura
que habría podido hacer. Esa situación me sacó. Eso fue lo único que
recuerdo como malo. Después, el trato cotidiano era bueno: tomar mate,
ver pasar aviones, escuchar la radio -Radio Provincia y Continental-, ver
cómo caían los bombazos, a lo que con el tiempo, te acostumbrabas porque
se volvía algo cotidiano. En fin, dentro de todo tratábamos de vivir
lo mejor posible.
Los
años ochenta, Malvinas y el contexto El
libro está notoriamente marcado por el clima cultural de la década del
ochenta, del regreso de la democracia. ¿Cómo se vivía ese clima en la
ciudad de La Plata? Ese momento coincidió con que yo empezaba a ir a los
talleres literarios, consumía abundantes lecturas y de las buenas. En
los talleres había mucha gente interesante, cada taller te daba
herramientas, te enseñaba a escribir, a construir un poema. Ahí nos decían
"Vos tenés que leer esto". Era un clima hermoso, en el 83,
cuando llega la democracia, se veía que había muchas ganas de hacer
cosas, había jóvenes con ganas de hacer cosas nuevas. Era una época en
la que, cuando no estaba en el trabajo, estaba en un bar, leyendo o
escribiendo. Ahí entablé relaciones con gente de diferentes ámbitos de
la cultura. Organizábamos espectáculos y me acuerdo de que, cuando
hicimos el primero, fue justo en el momento del levantamiento
Carapintada; y dudábamos si hacerlo o no, pero finalmente lo presentamos.
Fue una época muy linda y que ahora se añora. El paso del neoliberalismo
y de Menem le hizo bastante mal a la educación, a la gente... La
Plata es una ciudad muy musical, cuna de bandas muy conocidas (Virus, Los
Redonditos de Ricota, entre otras) y de otras más chicas pero muy
significativas. ¿Esa presencia musical fue una influencia en tu
escritura? Yo no soy un culto en cuanto a la música.
Escuché, como todo el mundo, temas de rock nacional pero no soy un
erudito, no sé casi nada de música. No solía ir a recitales, como otros
de mi generación. Me parece que un poco por la cultura que había en mi
casa y otro poco porque era bastante paisano. City Bell no era lo que es
ahora, era más campo. Yo era más de andar metiéndome en quintas y
robando naranjas que metido en la cultura. No estaba en ninguna cultura,
sino en cosas simples. Ahora me junto con poetas amigos y se ponen a
hablar y dicen: "¿Te acordás del recital del flaco Spinetta?",
y yo eso no lo viví. En realidad me llegó un poquito tarde, cuando entré
a Bellas Artes. Ahí sí se me despertó todo eso, porque me encontré con
otra gente y con las tapas de los discos de Deep Purple, Génesis, Yes...
Era un mundo nuevo para mí. En mi casa lo que sí se escuchaba, me
acuerdo, era Serrat. Eso era lo único más o menos pasable. Pero en el
libro aparecen otros músicos Charly (García), por ejemplo, por el tema No
bombardeen Buenos Aires. Lo elegí
como para establecer un icono, para mostrar lo que estaba pasando con la música
en ese momento y desarrollar una idea a partir de eso. Después está
mencionado el tema de Spínetta, Cantatas
de puentes amarillos. Lo elegí porque cuando -previo a Malvinas- nos
juntábamos en las peñas con mi amigo el Sapo, el soldado Martínez del
poema, él siempre decía: "El día que me muera quiero que me pasen Cantatas de puentes amarillos" y yo me acordé de eso. Establecí
un vínculo entre esa frase y lo que le pasó a él, que quedó sordo de
un oído. También aparece Let it be
(The Beatles) en un poema donde cuento algo cierto, algo que pasó tal
cual está dicho ahí.
La
cocina de la escritura En
la escuela es difícil explicarle a un estudiante qué significa
reescribir un texto, qué implica volver una y otra vez sobre el mismo
texto hasta que adquiere una forma bella, eficaz. ¿A vos te costó
aprender a reescribir, auto-criticarte y buscar la palabra justa? Al principio te resistís, como con todo. Pero cuando
entras en razón, te das cuenta de cómo es el proceso. El hecho de
escribir pasa más por no decir que por decir. A veces el silencio es más
importante para el lector que lo que realmente tenés para decir. Las
palabras no tienen que decir algo literal, tienen que decir otra cosa.
Ahora, esa otra cosa, ni yo ni el lector tenemos que saber qué es. Ahí
está la historia de la poesía para mí. Decir lo que tenés en las
tripas pero de una manera diferente. Como cuando pintás o cuando hacés música,
que no empleás palabras. Acá tenés que emplear palabras pero despojadas
del sentido literal. Como si fueran colores o música. Ese es, por lo
menos, el concepto que yo tengo para escribir. En
su prólogo, Martin Raninqueo se detiene a elogiar los remates de tus
poemas, las últimas frases que sorprenden o conmueven. ¿Cómo fue
aprender
eso? Me parece que la clave es siempre la misma: sacar más
que poner. Después, lo otro es una especie de música interna que te
permite desparramar la idea de cierta manera. Y que de repente no es
deliberado, sino que sale. Yo no estoy pensando en el final cuando empiezo
a escribir. El final es un producto, es como una fórmula, se va
desarrollando todo el poema y después surge ese final. No es algo
deliberado. En
algunos poemas te permitís hacer algunos chistes. Da la impresión de
que, aunque estés hablando de un tema terrible, no querés dar lástima
ni generar compasión... No me interesa dar lástima. Hay algunos reportajes a ex
combatientes que se ven en la tele que a mi me dan vergüenza ajena. Los
veo y siento que se detuvieron en aquellos años, que su rumbo es solo
Malvinas y que su vida es ser un ex combatiente. Me parece que uno tiene
que seguir la vida, experimentar con otras cosas y no quedar con la cabeza
siempre ahí. Cuando yo cuento las cosas, las cuento como me parece que
fueron, y salen de una manera natural. Sin lugar para la lástima. ¿Lees
tus poemas en voz alta? Si, muchas veces. Y me pasan cosas muy buenas porque con
la poesía hay un prejuicio, muchos creen que es un plomazo. Cuando leo en
las escuelas o en encuentros es impresionante cómo se quedan los chicos.
Me parece que hay una necesidad de poesía. Lo que creo que pasa es que a
las grandes editoriales no les importa editar poesías. Y eso de que la
poesía no vende es un verso, vendería igual que cualquier otro libro, lo
que pasa es que no se arriesgan. ¿Por
qué en los poemas decidiste no usar ni comas, ni puntos? Porque ya no son necesarios para mí, aunque en el libro
anterior sí los usaba y en Lo más lejano, mi segundo libro, mi escritura está todo
puntuada. Pero me siento más cómodo si no los uso. Me parece que con el
verso se maneja un ritmo que no necesita de la puntuación. ¿Quién
es la maestra Inés French, que mencionás en uno de los poemas? Era mi abuela. Ella se quedó en Esquel,
así que no tuve mucho contacto con ella. Me mandaba encomiendas para mis
cumpleaños. Cuando yo tenía cinco años me acuerdo de que me mandó unos
pulóveres Bariloche y chocolates. Según mi vieja, ella era inglesa, pero
después hablando con otra tía mía me di cuenta de que no era así. Su
mamá era escocesa y su papá inglés. Fue una de las primeras maestras
que se instaló para enseñar en el Sur.
Volver En
un tramo de la entrevista contaste que un padre había gritado "Viva
la patria", durante la misa que se brindó en el Regimiento 7 antes
de que fueras a Malvinas. Cuando volviste ¿tu familia te vio como un héroe
de guerra? Sí, tienen algo de eso. No sé si me dan tanta bola
pero me escuchan o cuando digo algo me contestan "No, claro, vos
por lo que pasaste" porque parece que mi palabra tuviera otro peso.
Ojo, después muchas veces hacen lo que les parece... El resto de la
sociedad donde yo me movía me siguió tratando igual, yo tenía mi laburo,
seguí trabajando, los mismos compañeros. En ese sentido no me pasó lo
que a otros chicos, a quienes les costó más. Yo me habré tomado un mes,
pero después me puse a laburar. Cuando volvimos, me estaban esperando en
City Bell mis tíos y toda mi familia. Había un montón de manjares en la
mesa, habían comprado todo en una rotisería de City Bell que tenía las
mejores cosas. Me acuerdo de que había una gran mesa, un banquete pero yo
no pude comer, no podía y eso que cuando estaba en Malvinas pensaba
"Cuando vuelva a mi casa, me voy a comer todo". Pero no pude
comer nada. Era el suplicio de Tántalo. Me fui a dormir y me quedé
unos días en la cama, no me quería mover. Me acuerdo de eso: tanto
tiempo esperando por la comida y cuando la tenía, no pude... Creo que fue
algo inconsciente, no sé, yo quería comer pero no podía. Uno
de los ejes del programa "Educación y Memoria" está vinculado
a cómo la escuela le transmite el pasado reciente a las nuevas
generaciones. Desearíamos que nos contaras cómo hablás vos con tus
hijos acerca de tu experiencia en Malvinas. Sólo he hablado cuando ellos me preguntaron, nunca
antes. Nunca puse sobre la mesa el tema Malvinas. Ahora que son más
grandes, les picó el bichito de la curiosidad y me preguntan, pero como
pregunta todo el mundo y ahí les respondo. Pero nunca los formé como
hijos de ex combatiente, como ha pasado
en
muchos casos. No quiero que sean abanderados del tema. Me parece que es
meterles a los chicos una cosa demasiado pesada... Prefiero mantenerlos
alejados del tema pero cuando me preguntan, por supuesto que les contesto.
El tema tiene que ser transmitido, sobre todo para que no pase de nuevo.
Ahora, a mí no me interesa el nacionalismo, o sea, a mi que las
Malvinas sean argentinas o no sean argentinas no me interesa. Desconfío
de esa cosa patriotera; si se venden todas las empresas, ¿cuál es la
soberanía? ¿Qué es la soberanía? Yo soy totalmente escéptico. Así
que en ese sentido, soy un ex combatiente atípico. ¿Qué significa decir
"es nuestro?". Es solo un nombre. Yo me pregunto ¿qué es lo
tuyo? Acá nada es de nadie. Aunque eso no quiere decir que no esté en
contra del colonialismo. ¿Te
gustaría volver a Malvinas? Sí, porque es una historia que, como
dice todo el mundo, tiene que cerrar. Nosotros cuando estábamos en las
islas, decíamos: "Ya vamos a volver, nos vamos a mamar acá, nos
vamos a cagar de risa". Y más que nada, uno quiere volver para eso,
para ver las cosas desde otro punto de vista, y ver qué pasa después de
tantos años, si te podés o no traer algo de allá. Me parece que es
algo que uno se debe. Más como un deber que como un deseo. Yo tengo la
sensación de que la tierra no nos pertenece, nada es nuestro. En todo
caso, nosotros pertenecemos a la tierra. Lo único nuestro, que nadie
puede quitarnos, es la propia muerte, como diría Heidegger. En
la dedicatoria del libro, escribiste "Por la Memoria". ¿Qué es
para vos la memoria? Este libro es mi aporte para que no se olvide lo que pasó, y es un aporte dicho de determinada manera. No de un modo nacionalista ni vendiendo un imancito con las Malvinas, sino desde un hecho artístico. La memoria queda más a través del arte que en un libro de historia. Y cuando digo "memoria" pienso en lo más obvio de todo: lo hice por mis compañeros. En realidad, me salió por mis compañeros. |
Soldados,
de Gustavo Caso Rosendi
Cuadernillo para docentes
Ministerio de Educación de la Nación
Programa Educación y Memoria
Plan LECTURA. Programa Educativo Nacional para el Mejoramiento de la Lectura
Julio 2009
Ver, además:
Gustavo Caso Rosendi en Letras Uruguay
Editor de Letras Uruguay: Carlos Echinope Arce
Email: echinope@gmail.com
Twitter: https://twitter.com/echinope
facebook: https://www.facebook.com/carlos.echinopearce
instagram: https://www.instagram.com/cechinope/
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