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¿Pueden los valores humanos formar parte del paisaje? |
El otro día, mientras venia hacia aquí,
pensaba sobre la conferencia que debía dar hoy sobre los “valores
humanos”. En ese momento reflexionaba sobre éstos, la crisis por la
cual atravesaban, sus cambios inevitables, sus cambios necesarios, los no
convenientes, en fin, sobre la idea de los valores en general, cuando el
chofer de la guagua giró bruscamente, atravesó calles a bastante
velocidad e insultó a otro conductor que había realizado quién sabe qué
extraña maniobra. Entre tanto, quienes viajábamos, nos vimos inmersos en
una especie de confusión que nos sorprendió, lo cual hizo que uno de los
pasajeros gritara al conductor: “¡¿Acaso crees que llevas
animales?!”, a lo que de manera inmediata, otro pasajero respondió con
ironía y gracia: “¡Claro… pero “razonables”!”. “Razonables”, pensé, efectivamente;
sin embargo reflexioné acerca de si, como se sabe, nuestra razón nos
diferencia de las bestias, es decir, nuestra razón nos hace seres con
“valores”, qué estaba ocurriendo actualmente con ellos, qué ocurre
con ellos cuando nos enfrentamos a una situación como esta en la cual la
“incoherencia” está presente: pues resulta que ese mismo chofer que
insultó y transgredió una norma vehicular, se sentía molesto por la
“falta de respeto” del otro conductor. Situación similar viví días
atrás cuando un conductor tiró el carro encima a un niño que iba en
bicicleta porque según él, “ese chama estaba bobeando”. Me puse a pensar en los “valores”, la
“moral”, la “ética” y su relación. De este modo, “moral”,
originariamente significaba “costumbre”; sin embargo, más tarde, pasó
a significar también “carácter” o “modo de ser”. Lo “moral”,
como categoría, designa un conjunto de normas, valores, cualidades e
ideales que forman parte de la vida social y espiritual de los hombres. Por otra parte, está la “ética” que originariamente significó “morada”, y luego devino en “el carácter”, el “modo de ser” que una persona o grupo va adquiriendo a lo largo de los años. Dado el tenue límite etimológico que existe entre ambos vocablos, es habitual que aparezcan como intercambiables. No obstante, siempre se debe tener presente que “ética” y “moral” son dos niveles de reflexión diferentes. Así, moral es ese conjunto de principios, normas y valores que cada generación deja a la que viene, y ética es la disciplina filosófica que reflexiona sobre los problemas morales. En toda sociedad existen principios, “valores”, normas que regulan las relaciones interpersonales. Es a través de los valores que llegamos a determinadas conclusiones, pues éstos nos instan a reflexionar. Es a partir de los valores que aprendemos a diferenciar lo que vale de lo que no, lo justo de lo injusto, lo que es debido frente a los indebido, y así vamos acercándonos a posibles respuestas sobre cuestiones existenciales Son los “valores” los que nos posibilitan distinguir lo principal de lo secundario. Nos hacen sentir bien con nosotros mismos y en consecuencia, con el resto de la sociedad; nos hacen crecer como personas. Varían de un país a otro acorde a la
realidad económica, su cultura, tradiciones, su historia, su religión,
su peculiaridad. A su vez, en un mismo país también varían según
sus regiones, zonas, barrios; según los grupos, familias e individuos. Hay que considerar que un valor significativo para una persona o un grupo, al mismo tiempo puede ser negativo para la sociedad o la humanidad. Por ejemplo, está el caso de los “mara salvatrucha”, para cuyos integrantes asesinar es considerado un “valor”, algo que es sin dudas negativo para el resto de la sociedad. En este caso, este fenómeno será considerado un “antivalor” con respecto a lo deseable socialmente. Los
“valores” son también históricos, es decir, cambian de una época a
otra, de unas generaciones a otras. Los valores se transforman, y
al hacerlo, algunos se conservan y refuerzan, nacen otros nuevos y otros
se quedan en el camino. Esta transformación, este movimiento, el hecho de
que los “valores” no sean estáticos, garantiza el progreso moral y
humanista de la sociedad. Existen ciertos valores que ya han perdido razón
de ser dentro de la familia actual. Un ejemplo lo hallamos en el libro
“Como agua para el chocolate” de la mexicana Laura Esquivel. Allí se
ve claramente reflejado un valor muy marcado en los matriarcados
campesinos de comienzos del siglo XX, fines del XIX: la hija menor no podía
casarse ni hacer su propia vida porque debía quedarse a cuidar a su madre
hasta el día de su muerte. Asimismo, esta hija menor, era la tía que debía
hacerse cargo de la casa y hasta de amamantar a los hijos de sus hermanas
si era necesario. Ese valor antes indiscutido, al pasar de generación en
generación se oxigenó y por ende terminó desapareciendo. No
es nuevo señalar que entre adultos y jóvenes existen encuentros y
desencuentros, que cada generación responde al tiempo que le toca vivir. Una generación no puede “vivir” por otra; sólo puede
transmitir sus experiencias. No obstante, al mismo tiempo son los jóvenes quienes de manera
activa conservan, desarrollan y transforman los valores, como así también,
necesitan tener sus propias vivencias, acertadas o no. Necesitan decidir,
elegir y autodeterminarse de manera dinámica. En
un párrafo del libro “Fiebre de Caballos” del cubano Leonardo Padura
se lee: “… Ella que se decía creyente y jamás asistía a una iglesia
– aunque con frecuencia lanzaba votos y promesas verbales pronto
olvidadas – se confesaba también enemiga irreconciliable de las
libertades sexuales. Eso iba contra la moral, la educación y Dios, y no
podía gustarle que su hijo saliera con una mujer mayor, de pasado
desconocido…” Un claro ejemplo de la diferencia
generacional, de la transformación de un valor; transformación realizada
de modo activo. Lo que es perfección en una época histórica específica
no lo es en otra. Lo que era “amoral” para esta madre no lo es para el
hijo. Lo que resulta valioso, correcto, adecuado para los adultos no tiene que
serlo obligatoriamente para los menores. Los valores se forman en marcos tan amplios como la humanidad o en espacios tan reducidos como la familia. La familia es la forma primaria de organización humana, el primer grupo de referencia para cualquier ser humano, el sitio donde se vivencian con mayor intensidad las tradiciones y su conservación. Es en ese marco donde se aprende a sentir, a pensar, a concebir el mundo de un determinado modo y se reciben las orientaciones primarias de valor. Los valores aprendidos en la infancia quedan casi siempre más prendidos en la personalidad, lo cual hace más difícil su
cambio. De ahí la importancia de que esa educación primera sea lo más adecuada posible.
La familia es en sí misma un valor, en tanto y en cuanto es útil a la sociedad
en su conjunto Pero a su vez, la familia está incluida en un mundo social, por lo que sus cambios están metidos dentro de determinados cambios globales.
La familia, como valor, puede formar, pero también, puede llegar a deformar. La familia puede actuar, como refugio de valores, como antídoto contra las influencias negativas que llegan desde la sociedad sin negar la realidad existente y la influencia que posee puertas adentro de la familia. Ni la rigidez ante la necesidad de cambio
ni la ruptura constante favorecen a la familia. Esta necesita de una armonía
derivada de la conciliación entre estabilidad y cambio que puede tener
ritmos diferentes en cada momento y en cada familia. Dentro de las familias, los jóvenes
son más sensibles a los cambios, tienden siempre a cierta rebeldía que
está asociada a la búsqueda de su independencia, a su propio desarrollo
como persona. Por otro lado, los adultos tienden a la conservación de sus
experiencias y valores y poseen
mayor resistencia a los cambios. Los
valores se interrelacionan entre sí, se subordinan unos a otros según la
mayor o menor importancia que tengan para cada cual, y es cada cual
quien los va ordenando en una jerarquía que va a constituirse en guía de
su conducta diaria y de su propio proyecto de vida. Es así como no existe una correlación exacta entre los valores defendidos por la
sociedad y los valores expresados en el ámbito de grupos, familias e
individuos. La
importancia de educar en los valores radica en que la persona encuentra su
sentido propio a las situaciones que le toca enfrentar en la sociedad y
que la sociedad le señala como “valor”. Educar
en los valores es reflexionar sobre ellos, debatir, hasta no estar de
acuerdo y fundamentar el porqué de esa discrepancia, y además, aceptar
que la otra persona tiene derecho a pensar y sentir diferente a mí. Como diría la filósofa
española Adela Cortina, hay que “educar en los afectos” para no caer
en el “analfabetismo emocional”, que nos haría caer,
irremediablemente en el quiebre total de los valores. El desarrollo de valores encierra
contenidos universales, eternos, que aunque se expresen de diferente
manera a lo largo de la historia de la humanidad siguen conservando su
importancia y sentido fundamental. A estos valores se los ha denominado,
según señala López Bombino, “fondo de oro”
de la cultura moral de la humanidad y representan conquistas históricas
de la civilización. Se trata de formas de relaciones entre los
individuos, entre padres e hijos, adultos y menores, entre personas sanas
y enfermas, entre mujeres y hombres, que se convierten en normas de convivencia. Los valores también llevan en sí los
remordimientos de conciencia, los sentimientos de vergüenza, el
arrepentimiento, pues están vinculados con el autocontrol del ser humano.
El exceso de normas actúa como elemento
estresante en la familia. A su vez, el cambio de normas explícitas se
hace difícil si no se esclarecen los valores que las sostienen o las
funciones reales que subyacen en dichas normas. Las normas para establecerse requieren de claridad, límites, fundamentación racional en los valores que
defienden. La observación de modelos próximos y adecuados facilita la adquisición de normas. La aplicación de la norma requiere de consistencia, límites claros y de coherencia entre lo verbal y la conducta, y de consenso entre los padres y adultos encargados de la educación en la familia.
Los valores que la familia establece surgen
de diferentes fuentes. La familia es un intermediario entre la comunidad y
otras instancias educativas, los medios masivos de comunicación, el
discurso político, las leyes, los preceptos morales y religiosos vigentes
en la sociedad, y también las tradiciones, mediante las generaciones
precedentes. Los valores contribuyen a la estabilidad
familiar, a la identidad y al sentimiento de pertenencia, de ahí la
resistencia ante un posible cambio en los mismos. Continuamente se está hablando de una “crisis de valores” que muchas veces se asocia a una crisis de
la familia. Comencemos por decir que “crisis” proviene del griego y
significa “separar”, “escindir”. No obstante, “atravesar
por una crisis” no significa, necesariamente, algo malo. Los chinos, por
ejemplo, ven una “oportunidad” en cada peligro, un “crecimiento”,
en cada momento difícil de la vida. De modo que si estamos atravesando por una crisis de valores, podemos decir que si
bien no es posible responsabilizar únicamente a la familia de esto, en
cambio es muy cierto que los cambios que se operan globalmente en el mundo
afectan a la familia. Con
este mundo globalizado y posmodernista, se ha instalado cierto nihilismo,
cierta desesperanza, se cree que los sueños son nada más que eso y que
no valen la pena, la solidaridad cada vez más va cerrando su espacio. Por ejemplo, el otro día alguien me dijo: “Mientras mi familia y yo estemos bien, los demás no me importan. Cada uno que se las arregle”. Los afectos van pasando a segundo plano y la sociedad se torna individualista. Se habla de la relación entre diferentes culturas, lo que a primera vista es bueno, pero no siempre es así, no siempre se producen enriquecedores encuentros culturales. Suele ocurrir que la “cultura” originada en determinado centro de poder es la que se impone, y se enseña al mundo una imagen simplificada de supuestos valores universales, cuando en realidad, se confunde “gusto”, “moda” por valor cultural. Gustos y modas que, por otra parte, no están al alcance de todos los habitantes del planeta. Por ejemplo, en muchos países la anorexia causa estragos, pues existe la moda de las “modelos” muy flacas y cuanto más delgadas mejor; pero ocurre que en muchos países el prototipo físico de la mujer no es el de ser alta y muy delgada, con lo cual, muchas jóvenes, al imitar, copiar esa moda a la cual dan categoría de valor, caen en la anorexia.
Un mismo valor puede expresarse en diversas
normas incluso contradictorias, por lo que es importante analizar la
coherencia entre el sistema de valores familiares y dichas normas. Las familias entre sí difieren en cuanto a
los valores que defienden y las jerarquías que le adjudican. Las
normas más relevantes son aquellas que regulan las relaciones
interpersonales entre los miembros y sus formas de comunicación. Por
ejemplo, los afectos y el modo de expresarlos, incluidos afectos
negativos. Sin embargo no hay que perder de vista que
al mismo tiempo, el
propio individuo es capaz de asumir actitudes personales, propias,
creativas, de ser activo. Y lo es más cuanto mejor está preparado y se
encuentra más firme en sus valores. El establecimiento de valores en la
familia, en razón de que se produce sobre todo a través de los afectos y
menos por argumentos racionales, es muchas veces más dependiente de su práctica
cotidiana que de su discurso retórico. En
la familia funcionan normas que no están escritas y ni siquiera dichas,
pero que todos sus miembros conocen porque se han convertido en
costumbres. Por
ejemplo, hay familias cuyos miembros “tienen que cenar todos juntos”.
Quizás porque es el único momento del día en que pueden estar todos
reunidos. También en esa familia está establecido que no se mira
televisión mientras se cena. Esta situación es ya una costumbre y no
existe ninguna regla ni norma escrita que establezca tal situación. Las fuerzas del cambio vienen de los
propios miembros de la familia en su proceso de evolución, otras vienen
de los propios sistemas o macrosistemas con los cuales la familia interactúa
o del propio contexto en el que la misma se encuentra. Conflictos de valores ¿Cuándo
existen conflictos en los valores? Pues cuando se producen algunas de
estas causas: 1)
Falta de conciencia explícita de los valores: al no quedar claros para la familia los valores que hereda, defiende y trasmite. Por ejemplo, un niño podría preguntar:
“¿Por qué yo no debería golpear a mi compañero de clases si todas las noches veo como mi papá golpea a mi mamá?”
Los
valores entran en conflicto cuando: 1) No
se tiene un proyecto de vida. Por ejemplo, cuando algún muchacho/a
pregunta: “¿Por qué tengo que estudiar?”. Si lo preguntan es porque
no ven valor en el estudio. 2) Los
toca el nihilismo que comentaba anteriormente, la desesperanza ante un
mundo que parece devorar todo a su paso 3) Cuando
los invade el afán de lucro: Un ejemplo son “los nuevos ricos”,
aquellos quienes hacen ostentación de su alto nivel económico,
generalmente acompañado de escasa o nula cultura. 4)
Cuando existe la “doble moral”, la hipocresía, el engaño:
Por ejemplo, determinados discursos políticos
que indican una cosa, pero que en la práctica se hace otra muy distinta.
Durante la Guerra de Malvinas, guerra entre Argentina e Inglaterra,
durante todo el conflicto, el gobierno y medios de comunicación
argentinos engañaron a su población diciendo que estaban ganando la
guerra, cuando en verdad no era cierto. 5)
Falta de comunicación familiar:
10)
El tráfico de influencias, el vale todo: “el fin justifica los
medios”. Al hablar de la crisis de valores en Cuba,
vale la pena citar textualmente a López Bombino quien señala que “en
nuestra sociedad investigaciones realizadas por el Centro de Estudios de
la Juventud han constatado que: 1)
Existe en algunos jóvenes la evidencia de un desequilibrio entre lo que
“expresan, piensan y hacen” en su quehacer diario. 2)
Incongruencia entre el conocimiento sobre el contenido de un valor social
y el sentido personal que este tiene para el joven, y su conducta.
En los adolescentes y jóvenes se hace más evidente, por ser esta
etapa de la vida un período de intenso desarrollo de la personalidad y
una etapa muy susceptible a todo tipo de influencia. 3)
La crisis no es un fenómeno que apareció repentinamente.
Sus gérmenes se vislumbraron – como ya señalé -
a comienzo de 1986, observándose una dispersión de la identidad
del joven sobre todo en lo referido a sus concepciones y expresiones. 4)
Se constatan conductas y actitudes negativas, sobre todo, en las que se
expresa un predominio de intereses de orden material como disponer de
dinero en abundancia haciendo cualquier cosa. a) tener un trabajo cómodo
que facilite la vida y b) casarse con un extranjero o extranjera para
solucionar los problemas y tener amigos que “resuelvan”. 5)
En este proceso ha influido en alguna medida el incremento del turismo que
ha generado delincuencia y prostitución en algunos jóvenes. 6)
Ha influido también, la devaluación social del trabajo (desvinculación
del trabajo con la vida). 7) Tendencia a la privatización de la vida y el
enclaustramiento en la familia. Para
contrarrestar las desventajas de atravesar por una crisis de valores, se
podría comenzar por: 1-
Hacer explícitos los valores. 2- Definir concretamente los valores elegidos. FINAL: Y habría que tener siempre presente que cuando los valores se repiten constantemente, y mecánicamente, pueden terminar por perderse, perdiendo el sentido de perfeccionamiento que posee el valor como formación espiritual. Terminan por formar “PARTE DEL PAISAJE” |
por doctor Mario Jesús Casas López
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