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Monografía de bioética – año 2008
Aproximaciones a la ética personalista de Adela Cortina
Maria Laura Riba (periodista y escritora)
Dr. Mario Jesús Casas López (medico pediatra)

“Por vez primera se dan las condiciones para que se cumpla el sueño de Cicerón: crear un mundo de ciudadanos cosmopolitas que conviven con las mayores posibilidades de libertad, y que se guían por unas normas éticas que aspiran a la justicia. Puede parecer una utopía, pero hace poco más de un siglo, la abolición de la esclavitud no era una premisa ética incuestionable, y cuando hoy se practica nos produce horror”.

ADELA CORTINA

Adela Cortina es Catedrática de Ética y Filosofía Política en la Universidad de Valencia. Ha publicado, entre otros trabajos “Razón comunicativa y responsabilidad solidaria”, “Crítica y utopía”, “La escuela de Frankfurt”, “La ética de la sociedad civil”, “Ética Mínima” y “Ética de Consumo”. Sólo mencionar los títulos de sus libros alcanza para decir que Adela Cortina es, sin duda, participante activa e inquieta de la Ética. Destacada filósofa de nuestros tiempos, hace girar su pensamiento en torno al modo en que el ser humano puede alcanzar un total bienestar, o más bien, como ella misma considera, el CÓMO puede hacer el hombre para alcanzar una total madurez moral, para lo cual “tiene el deber”, entre otras cosas, de ser “feliz”.

El eje de su temática filosófica se centra en la relación del ser humano con su entorno en tanto y en cuanto pertenece a un mundo globalizado. Para ello, la filósofa valenciana se adentra en las diferentes sendas de la Ética: educación moral en un mundo globalizado; participación plena de todos los ciudadanos; el poder del ciudadano-consumidor; educación de los afectos; el alcance de las biotecnologías y la valorización de la dignidad humana en su amplia concepción.

Como primer punto habría que destacar que, para Cortina, la Ética es fundamental para “ser personas”, y para eso se deben tener ideales de justicia y de vida buena. La Ética tiene que servir para ser seres justos y felices.

De acuerdo al material consultado, Adela Cortina sostiene que habitamos un mundo globalizado, algo que ya no tiene retorno. Es decir, si bien cada uno de nosotros puede valorizar los pro y los contra que tiene vivir en un mundo de estas características, Cortina plantea la necesidad de no quedarse solamente en la retórica que expone estos temas sino en ir un paso más allá y preguntarse por el ¿”CÓMO” vivir dignamente en un mundo globalizado?

Para ella, la globalización es la gran oportunidad que el ser humano tiene para hacer “ciudadanía cosmopolita”, es decir, donde el hombre sienta que el universo es “la ciudad de todos y todos se sientan ciudadanos”, de lo contrario, la globalización sólo sería la culminación de un proceso en el que cada vez se abre más el abismo entre pobres y ricos, y donde el consumismo se convierte en una carrera desenfrenada para obtener más, pero no para sentirse mejor. Desde una óptica altamente optimista, la filósofa apuesta a la cierta posibilidad de “globalizar lo bueno” para contrarrestar el daño que se está observando a escala mundial.

Para ella, la “globalización” no es algo “malo” en sí mismo sino que depende de lo que el ser humano haga con ella, puesto que ésta existe y ha llegado para quedarse. La globalización es, ante todo, una puerta que se abre al futuro y no únicamente una puerta que se cierra al buen porvenir: “potenciar lo bueno” de la globalización para tener un mejor mundo. Es entonces cuando Cortina reflexiona sobre la existencia necesaria de una Ética Global – dado que el mundo está globalizado, la ética debe ser también “global” - para aumentar la libertad, reducir las desigualdades y potenciar la solidaridad. Determina que esta Ética Global debe tener como base a la dignidad de todas las personas y para ello es indispensable su coherencia.

La catedrática ha remarcado que la Ética está de moda, por eso muchos políticos la toman muy en cuenta en sus discursos electorales; pero que al momento de cumplir con determinado compromiso ante la sociedad, estos políticos no cumplen, es entonces cuando la Ética se resiente y no puede tolerar la incoherencia. Ética e incoherencia nunca van de la mano.

Por tal motivo considera que las democracias corren peligro puesto que a los políticos se les exigen pocas responsabilidades, por lo que se requiere una plena participación ciudadana. Asimismo destaca que el poder corrompe y que el poder absoluto corrompe absolutamente.

En tal sentido y siempre abriendo una posibilidad para dar solución al tema, considera que uno de los grandes desafíos del siglo XXI es conseguir que aquellos quienes posean poder tengan también Ética. Y de manera taxativa asevera que de ello dependerá, en parte, la salvación de la humanidad.   

Es entonces cuando, para la catedrática valenciana, en una Ética Global es indispensable la plena participación cívica: cada ciudadano debe ser consciente del poder que tiene dentro de la sociedad. A tal punto lo considera de esta manera que sostiene que el “consumidor” puede llegar a “cambiar el mundo”. Algo que, tomado superficialmente, pudiera parecer a muchos una postura utópica, cuando uno se detiene en ella, advierte el poder efectivo que cada uno de los ciudadanos posee en tanto habitante de una sociedad de consumo –consumidor porque “consume”, no porque tenga mayor capacidad de gasto- Hasta podríamos preguntarnos ¿qué ocurriría si los habitantes de determinado lugar acordaran no “consumir” tal o cual producto o dejaran de abonar algún servicio por considerarlo de mala calidad? A lo largo de los años, la Historia Universal ha dado pruebas que dan cuenta del poder real del “consumidor”.

Asegura que en la raíz de ese consumo se reflejan las motivaciones más o menos morales, lo que indudablemente nos convierte en seres más o menos libres. De tal forma que si las personas consumen de una manera moderada, sensata y justa, la sociedad funcionará de esa manera. Adela Cortina destaca que el consumidor debería saber que es él quien orienta la producción, y asumir que si practica un consumo justo y exigente, actúa como el agente activo y decisivo que es dentro de la cadena de producción.

Además reflexiona acerca de la manera en que el ciudadano/consumidor adquiere determinadas cosas. De esta forma, cuando se piensa que “comprar” algo es una manera de “autoafirmarse”, y peor aún, si se está convencido de que si se paga un precio más alto es mejor todavía, el problema es que quien piensa de esta manera, cree que el éxito no debe ser ante uno mismo sino ante los demás, abandona su “yo” y se torna un consumidor compulsivo. Este tipo de consumismo es el que ha expulsado a la solidaridad.

Cortina sostiene que el consumidor ha de ser consciente de que es libre y solidario, de que su posibilidad de libertad es enorme, y de que ejercerla responsablemente produce gozo; no obstante reconoce que actualmente el consumismo es la doctrina número uno, y que lo que nos une a todos cada vez más no es ser personas, sino ser consumidores, de ahí la importancia de un “consumo responsable”.

Para la filósofa valenciana se torna imprescindible educar en la “doble ciudadanía”: nacional y universal, lo que supone introducir afectivamente en el doble simbolismo e implicar a los niños en proyectos tanto locales como de alcance universal.

Sin embargo, la participación ciudadana en esta Ética Global, para  Cortina, no puede alcanzarse sin la Educación Moral, lo que significa educar moralmente a los niños como hombres y como ciudadanos al mismo tiempo, y para ello hay que ofrecerles una Educación Moral entretenida a fin de interesarlos.

Destaca que para “educar moralmente” no debe considerarse solamente una vertiente sino rescatar lo bueno de cada tradición. De este modo enumera: base antropobiológica por la que somos inevitablemente seres morales (tradición zubiriana); el inevitable modo de ser persona (tradición del raciovitalismo orteguiano); la pertenencia a comunidades, entre ellas la comunidad política (tradición comunitarista); la búsqueda de la felicidad (tradición aristotélica); la necesidad del placer (tradición utilitarista) y la capacidad de actuar por leyes (tradición kantiana).

Para Educar Moralmente, Cortina considera que se debe tener claro el significado de “moral” como capacidad para enfrentar la vida frente a “desmoralización”, para lo cual hay que tener “altura moral”, algo que la filósofa sostiene que no puede venir del exterior ni que se trata de deberes que hay que imponer, sino que tiene que nacer del hombre mismo hasta alcanzar su plenitud. Pero, ¿qué ocurre – según Cortina – con la “autoestima”? Pues se debe hacer especial insistencia en ella: el ser humano debe tener conciencia de que puede tener distintos proyectos capaces de ilusionar y de que cuenta con capacidades como para llevarlos a cabo.

En este sentido, “Educar Moralmente” sería ayudar a la persona de tal manera que se sienta capaz y con deseos de proyectar; pero que también necesita, a su vez, de otros igualmente estimables. Las personas, para realizarse como tales, precisan, al decir de Cortina, de “señas de identidad” que se dan en la sociedad a través de la “pertenencia”.

Adela Cortina responde a la pregunta acerca del por qué es necesario educar en la moral. De este modo explica que la moral es ineludible, en principio, porque todos los seres humanos hemos de elegir entre posibilidades y justificar nuestra elección. Estamos en el mundo altos de moral o desmoralizados, y para levantar el ánimo son indispensables, por lo menos, dos cosas: tratar de descubrir qué proyectos nos son más propios y tener la autoestima suficiente para intentar llevarlos a cabo. Y porque nuestra sociabilidad exige que proyectos y autoestima surjan de una identidad psíquicamente estable, ganada en la comunidad familiar, religiosa, cívica, sentirse desde los inicios un ser valorado y valioso, tomar esas “señas de identidad” desde niños y hacerlas propias para llegar a una plena madurez moral que haga del ser humano un mejor habitante del planeta.

Asimismo, Cortina considera que existen distintas formas de entender la moral: como búsqueda de la felicidad, como desarrollo de la capacidad de experimentar placer; como capacidad autolegisladora; como actitud dialógica, recordando siempre que el diálogo es algo bilateral y no un hecho unilateral.

Pero, ¿qué ocurre con la moral cuando se enfrenta a las biotecnologías? La filósofa valenciana  señala que en el seno de la bioética se advierten dos tendencias a la hora de interpretar su estructura y tarea, la de Potter y la de Hellegers. A comienzos del siglo XXI ambas tendencias continúan vigentes; sin embargo van configurando una tercera que consiste en considerar la bioética como una forma de reflexión y acción que contiene dos dimensiones esenciales: 1) La macrobioética, que coincide con la ética ecológica ("Ecoética") y se ocupa del conjunto de la vida amenazada, tanto de las generaciones humanas actuales y futuras como del conjunto de los seres vivos, e incluso de la vida de la Tierra. 2) La microbioética, ocupada en los fenómenos de que tratan las "Ciencias de la Salud" y las biotecnologías, es decir, la Ética de la Atención Sanitaria y la GenÉtica (palabra escrita así por la propia Cortina).

Se trata de la “Bioética Cívica Transnacional”, especialmente preocupada por las biotecnologías. Propia de sociedades con democracia liberal se sustenta al menos sobre dos pilares: el reconocimiento de la autonomía de las personas y el reconocimiento de su derecho a la autorrealización, a llevar adelante sus planes vitales, siempre que no perjudiquen los de otras personas. De ahí que el mandato supremo de esta bioética sea el de "no instrumentalizar" a los seres humanos, es decir, no intervenir en sus cuerpos, en sus mentes o en sus conductas para conducirles adonde no desean ir.

Expresa que la globalización nos ha llevado al “corto plazo”, la globalización impone un ritmo vertiginoso, incluso a la ciencia, por lo que destaca que en  temas como el del genoma, el corto plazo puede ser terrible. Cita como ejemplo el caso de que si una empresa ha gastado mucho dinero para patentar un gen, querrá comercializarlo inmediatamente, entonces, cuando se entra en la comercialización, ya nada se puede detener. Más aún porque hay países que tienen capacidad adquisitiva para patentar genes y otros que no la tienen, con lo que los países subdesarrollados cada vez se tornan más dependientes.

Cortina reflexiona acerca de la biotecnología, a la que reconoce la capacidad de alterar la genética de las personas, algo que, sin duda, obliga a los científicos a asumir un alto grado de responsabilidad. Todo parece conducir a que las investigaciones llevan consigo la consecución de mejoras en las características físicas y en la capacidad intelectual del ser humano, si bien esto otorga perspectivas favorables, también se debe tener muy en cuenta – apunta Cortina – que esto puede significar que sean en exclusiva los ricos o poderosos quienes se beneficien de esos avances científicos.

Aquí se plantean entonces, problemas de injusticia, de ahí que la Ética deba estar presente en todo el proceso del desarrollo científico, y no sólo en el resultado final.

Es esta misma Ética la que, según Cortina, es la que debe predominar para reconocer la dignidad de los seres humanos en el ámbito de la Genética. En consecuencia, la inmoralidad de instrumentalizarlos exige actuar teniendo en cuenta que la humanidad tiene que ser considerada como un fin limitativo de las intervenciones científicas y técnicas, que no se debe intervenir si con ello no se atiende a los fines de quien va a ser objeto de la manipulación, se trate de fines expresados o de fines que se le pueden suponer, sino a intereses ajenos, o a preferencias ajenas, y que la manipulación no puede convertirse en instrumentalización. No es moralmente justo utilizar a los seres humanos para metas ajenas a su bien, sean económicas, científicas o políticas, ni tampoco suplantarles a la hora de decidir en qué consiste su bien.

Respetar la dignidad humana no significa únicamente no utilizar a los seres humanos como medios, tampoco significa únicamente no producirles daño, sino que para Cortina, esta postura exige tratar de ayudar a las personas de modo positivo a fin de que puedan llevar adelante sus proyectos de autorrealización, siempre que esto no signifique perjudicar a otros seres humanos. Como ya se expuso anteriormente, la catedrática hace especial hincapié en la importancia de la “autoestima”.

La filósofa aclara que en el caso de las biotecnologías, el “principio de precaución” no se opone al progreso, ni prohíbe seguir investigando, sino todo lo contrario, requiere una investigación exhaustiva de las posibles consecuencias de una técnica que puede beneficiar a los seres humanos.

Sostiene que las decisiones sobre tecnologías con riesgo no puedan ser tomadas sólo por los expertos, tampoco sólo por los expertos y las empresas que financian las investigaciones, ni solamente por expertos, empresas y políticos, sino también por los ciudadanos que son los afectados de tales decisiones. Esta investigación plena exige que para reconocer la dignidad humana, no instrumentalizar a los seres humanos, se debe potenciar la participación de los afectados por las decisiones biotecnológicas en esas mismas decisiones. Por ejemplo, ante la instalación de una curtiembre, o de una papelera o de una nueva fábrica, se debe tener en cuenta no sólo los intereses económicos y políticos sino, en especial, la opinión de los posible afectados, para lo cual se requiere absoluta participación ciudadana, algo que también considera indispensable Cortina.

Luego de sobrevolar los ejes fundamentales de su pensamiento, me detengo para hacer especial mención a lo que Adela Cortina denomina “Analfabetismo Emocional”. Para ella, la base de toda educación debe estar basada en la “Razón Sentimental” y no en la mera transmisión de conocimientos. Dar conocimientos con afecto, sería una premisa. Cortina NO separa la “Razón” de los “Afectos”, más bien los aúna y cree en esta unión en tanto y en cuanto hacen del mundo un lugar mejor para vivir, donde la dignidad humana – algo que la filósofa tiene en muy alta consideración – adquiere verdadero valor.

Y como para Cortina es indispensable “Educar Moralmente”, también posee la misma importancia el “Educar los Afectos”.

Creo firmemente, como ella, que sin esta educación se cae en el “Analfabetismo Emocional”. Considero que este tipo de educación es la base sobre la cual se sustenta la Ética, la Moral, porque es en ese “educar los afectos” donde la “razón” puede reposar y valorar en su plenitud la dignidad humana.

Si se mantuviera la división entre “afecto” y “razón” se continuará corriendo el riesgo de que a la hora de actuar en ciencia, el hombre no tenga reparos en caer en la “instrumentalización” de los seres, condenado en el pensamiento de Cortina.

Pero, ¿cómo se hace para “educar los afectos” en un mundo donde lo malo de la globalización parece ocupar las primeras planas?

Una alternativa real, ya establecida por la catedrática valenciana, es la de educar en la “doble ciudadanía”, es decir, ya no alcanza con que el ser humano sea educado desde niño con sentido de pertenencia y responsabilidades hacia su entorno local, sino que también es fundamental inculcar la importancia crucial que tiene educarlo en la conciencia universal, en tanto es habitante de un “mundo globalizado”.

Educar al niño en la solidaridad, en la importancia de los afectos, harán de ese niño un hombre, sin duda alguna, mucho mejor que, al encontrarse, al relacionarse con sus prójimos educados en esos mismos valores, contribuirá crear una sociedad más justa, equitativa, donde no sea necesario preguntarse acerca de qué cosa es la “dignidad humana” porque ella ya estaría incorporada de tal manera que se vivenciaría como algo espontáneo, natural.

Educar al ser humano desde temprana edad en la importancia vital de los “afectos” para que se comprenda la “razón” poderosa que existe en ello. Una mejor calidad de vida ganada mediante, por ejemplo, la solidaridad, siempre siguiendo el pensamiento de Adela Cortina, podría muy bien hacer que quienes posean poder no se sientan dueños absolutos de los demás. Los “afectos educados” dan una mayor comprensión acerca del mundo que nos toca vivir.        “Educar en los afectos” para contrarrestar el lado negativo de la globalización, y por ende – como sostiene Cortina – “potenciar lo bueno” de ella.

Una sociedad que padece “Analfabetismo Emocional” es una sociedad que desconoce el sentido de la solidaridad, y no importa cuánto puedan comprar sus ciudadanos/consumidores si interiormente se hallan escindidos, si no unen afectos con razón.

El “Analfabetismo Emocional” afirma al hombre en tanto que consume compulsivamente sin importarle el entorno que lo acompaña, el medio en que se desarrolla. Este analfabetismo es quizás peor que el de no saber leer y escribir, pues torna a los habitantes seres egoístas, impotentes e indiferentes ante la vida. Es en la educación afectiva donde se sustenta la capacidad del hombre para no “instrumentalizar” a otros seres humanos. Si no se educa desde niño en esto, aun antes de aprender el alfabeto, es muy probable que la moral pase como algo inadvertido en sus vidas puesto que sólo existirá para ellos sus propias reglas de conducta que no contemplaría al resto de la humanidad.

“Educar los afectos” hará comprender la importancia del hombre no ya en este mundo globalizado sino en el Universo. Así, la siguiente reflexión de Gabriel García Márquez nos ayuda a reconciliarnos con el “ser humano”, y al igual que Cortina, a apostar a la potencialización de la parte noble y generosa que existe en esta vida cada vez más globalizada: "Debemos arrojar a los océanos del tiempo una botella de náufragos siderales, para que el universo sepa de nosotros lo que no han de contar las cucarachas que nos sobrevivirán: que aquí existió un mundo donde prevaleció el sufrimiento y la injusticia; pero donde conocimos el amor y donde fuimos capaces de imaginar la felicidad".

por doctor Mario Jesús Casas López y María Laura Riba

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