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Monografía de bioética – año 2008 |
“Por
vez primera se dan las condiciones para que se cumpla el sueño de Cicerón:
crear un mundo de ciudadanos cosmopolitas que conviven con las mayores
posibilidades de libertad, y que se guían por unas normas éticas que
aspiran a la justicia. Puede parecer una utopía, pero hace poco más de
un siglo, la abolición de la esclavitud no era una premisa ética
incuestionable, y cuando hoy se practica nos produce horror”. ADELA CORTINA |
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Adela
Cortina es Catedrática de Ética y Filosofía Política en la Universidad
de Valencia. Ha publicado, entre otros trabajos “Razón comunicativa y
responsabilidad solidaria”, “Crítica y utopía”, “La escuela de
Frankfurt”, “La ética de la sociedad civil”, “Ética Mínima” y
“Ética de Consumo”. Sólo mencionar los títulos de sus libros
alcanza para decir que Adela
Cortina es, sin duda, participante activa e inquieta de la
Ética. Destacada filósofa de nuestros tiempos, hace girar su pensamiento
en torno al modo en que el ser humano puede alcanzar un total bienestar, o
más bien, como ella misma considera, el CÓMO puede hacer el hombre para
alcanzar una total madurez moral, para lo cual “tiene el deber”, entre
otras cosas, de ser “feliz”. El
eje de su temática filosófica se centra en la relación del ser humano
con su entorno en tanto y en cuanto pertenece a un mundo globalizado. Para
ello, la filósofa valenciana se adentra en las diferentes sendas de la Ética:
educación moral en un mundo globalizado; participación plena de todos
los ciudadanos; el poder del ciudadano-consumidor; educación de los
afectos; el alcance de las biotecnologías y la valorización de la
dignidad humana en su amplia concepción. Como
primer punto habría que destacar que, para Cortina, la Ética es
fundamental para “ser personas”, y para eso se deben tener ideales de
justicia y de vida buena. La Ética tiene que servir para ser seres justos
y felices. De
acuerdo al material consultado, Adela Cortina sostiene que habitamos un
mundo globalizado, algo que ya no tiene retorno. Es decir, si bien cada
uno de nosotros puede valorizar los pro y los contra que tiene vivir en un
mundo de estas características, Cortina plantea la necesidad de no
quedarse solamente en la retórica que expone estos temas sino en ir un
paso más allá y preguntarse por el ¿”CÓMO” vivir dignamente en un
mundo globalizado? Para
ella, la globalización es la gran oportunidad que el ser humano tiene
para hacer “ciudadanía cosmopolita”, es decir, donde el hombre sienta
que el universo es “la ciudad de todos y todos se sientan ciudadanos”,
de lo contrario, la globalización sólo sería la culminación de un
proceso en el que cada vez se abre más el abismo entre pobres y ricos, y
donde el consumismo se convierte en una carrera desenfrenada para obtener
más, pero no para sentirse mejor. Desde una óptica altamente optimista,
la filósofa apuesta a la cierta posibilidad de “globalizar lo bueno”
para contrarrestar el daño que se está observando a escala mundial. Para
ella, la “globalización” no es algo “malo” en sí mismo sino que
depende de lo que el ser humano haga con ella, puesto que ésta existe y
ha llegado para quedarse. La globalización es, ante todo, una puerta que
se abre al futuro y no únicamente una puerta que se cierra al buen
porvenir: “potenciar lo bueno” de la globalización para tener un
mejor mundo. Es entonces cuando Cortina reflexiona sobre la existencia
necesaria de una Ética Global – dado que el mundo está globalizado, la
ética debe ser también “global” - para aumentar la libertad, reducir
las desigualdades y potenciar la solidaridad. Determina que esta Ética
Global debe tener como base a la dignidad de todas las personas y para
ello es indispensable su coherencia. La
catedrática ha remarcado que la Ética está de moda, por eso muchos políticos
la toman muy en cuenta en sus discursos electorales; pero que al momento
de cumplir con determinado compromiso ante la sociedad, estos políticos
no cumplen, es entonces cuando la Ética se resiente y no puede tolerar la
incoherencia. Ética e incoherencia nunca van de la mano. Por
tal motivo considera que las democracias corren peligro puesto que a los
políticos se les exigen pocas responsabilidades, por lo que se requiere
una plena participación ciudadana. Asimismo destaca que el poder corrompe
y que el poder absoluto corrompe absolutamente. En
tal sentido y siempre abriendo una posibilidad para dar solución al tema,
considera que uno de los grandes desafíos del siglo XXI es conseguir que
aquellos quienes posean poder tengan también Ética. Y de manera taxativa
asevera que de ello dependerá, en parte, la salvación de la humanidad. Es
entonces cuando, para la catedrática valenciana, en una Ética Global es
indispensable la plena participación cívica: cada ciudadano debe ser
consciente del poder que tiene dentro de la sociedad. A tal punto lo
considera de esta manera que sostiene que el “consumidor” puede llegar
a “cambiar el mundo”. Algo que, tomado superficialmente, pudiera
parecer a muchos una postura utópica, cuando uno se detiene en ella,
advierte el poder efectivo que cada uno de los ciudadanos posee en tanto
habitante de una sociedad de consumo –consumidor porque “consume”,
no porque tenga mayor capacidad de gasto- Hasta podríamos preguntarnos ¿qué
ocurriría si los habitantes de determinado lugar acordaran no
“consumir” tal o cual producto o dejaran de abonar algún servicio por
considerarlo de mala calidad? A lo largo de los años, la Historia
Universal ha dado pruebas que dan cuenta del poder real del
“consumidor”. Asegura
que en la raíz de ese consumo se reflejan las motivaciones más o menos
morales, lo que indudablemente nos convierte en seres más o menos libres.
De tal forma que si las personas consumen de una manera moderada, sensata
y justa, la sociedad funcionará de esa manera. Adela Cortina destaca que
el consumidor debería saber que es él quien orienta la producción, y
asumir que si practica un consumo justo y exigente, actúa como el agente
activo y decisivo que es dentro de la cadena de producción. Además
reflexiona acerca de la manera en que el ciudadano/consumidor adquiere
determinadas cosas. De esta forma, cuando se piensa que “comprar” algo
es una manera de “autoafirmarse”, y peor aún, si se está convencido
de que si se paga un precio más alto es mejor todavía, el problema es
que quien piensa de esta manera, cree que el éxito no debe ser ante uno
mismo sino ante los demás, abandona su “yo” y se torna un consumidor
compulsivo. Este tipo de consumismo es el que ha expulsado a la
solidaridad. Cortina
sostiene que el consumidor ha de ser consciente de que es libre y
solidario, de que su posibilidad de libertad es enorme, y de que ejercerla
responsablemente produce gozo; no obstante reconoce que actualmente el
consumismo es la doctrina número uno, y que lo que nos une a todos cada
vez más no es ser personas, sino ser consumidores, de ahí la importancia
de un “consumo responsable”. Para
la filósofa valenciana se torna imprescindible educar en la “doble
ciudadanía”: nacional y universal, lo que supone introducir
afectivamente en el doble simbolismo e implicar a los niños en proyectos
tanto locales como de alcance universal. Sin
embargo, la participación ciudadana en esta Ética Global, para Cortina, no puede alcanzarse sin la Educación Moral, lo que
significa educar moralmente a los niños como
hombres y como ciudadanos al mismo tiempo, y para ello hay que ofrecerles
una Educación Moral entretenida a fin de interesarlos. Destaca
que para “educar moralmente” no debe considerarse solamente una
vertiente sino rescatar lo bueno de cada tradición. De este modo enumera:
base antropobiológica
por la que somos inevitablemente seres morales (tradición zubiriana); el
inevitable modo de ser persona
(tradición del raciovitalismo orteguiano); la pertenencia
a comunidades, entre ellas la comunidad política (tradición
comunitarista); la búsqueda de
la felicidad (tradición aristotélica); la necesidad del placer (tradición utilitarista) y la capacidad
de actuar por leyes (tradición kantiana). Para
Educar Moralmente, Cortina considera que se debe tener claro el
significado de “moral” como capacidad
para enfrentar la vida frente a “desmoralización”, para lo
cual hay que tener “altura moral”, algo que la filósofa sostiene que
no puede venir del exterior ni que se trata de deberes que hay que
imponer, sino que tiene que nacer del hombre mismo hasta alcanzar su
plenitud. Pero, ¿qué ocurre – según Cortina – con la
“autoestima”? Pues se debe hacer especial insistencia en ella: el ser
humano debe tener conciencia de que puede tener distintos proyectos
capaces de ilusionar y de que cuenta con capacidades como para llevarlos a
cabo. En
este sentido, “Educar Moralmente” sería ayudar a la persona de tal
manera que se sienta capaz y con deseos de proyectar; pero que también
necesita, a su vez, de otros igualmente estimables. Las personas, para
realizarse como tales, precisan, al decir de Cortina, de “señas
de identidad” que se dan en la sociedad a través de la
“pertenencia”. Adela
Cortina responde a la pregunta acerca del por qué es necesario educar en
la moral. De este modo explica que la
moral es ineludible, en principio, porque todos los seres humanos hemos de
elegir entre posibilidades y justificar nuestra elección. Estamos en el
mundo altos de moral o desmoralizados, y para levantar el ánimo son
indispensables, por lo menos, dos cosas: tratar de descubrir qué
proyectos nos son más propios y tener la autoestima suficiente para
intentar llevarlos a cabo. Y porque nuestra sociabilidad exige que
proyectos y autoestima surjan de una identidad psíquicamente estable,
ganada en la comunidad familiar, religiosa, cívica, sentirse desde los
inicios un ser valorado y valioso, tomar esas “señas de identidad”
desde niños y hacerlas propias para llegar a una plena madurez moral que
haga del ser humano un mejor habitante del planeta. Asimismo,
Cortina considera que existen distintas formas de entender la moral: como
búsqueda de la felicidad, como desarrollo de la capacidad de experimentar
placer; como capacidad autolegisladora; como actitud dialógica,
recordando siempre que el diálogo es algo bilateral y no un hecho
unilateral. Pero,
¿qué ocurre con la moral cuando se enfrenta a las biotecnologías? La
filósofa valenciana señala
que en el seno de la bioética se advierten dos tendencias a la
hora de interpretar su estructura y tarea, la de Potter y la de Hellegers.
A comienzos del siglo XXI ambas tendencias continúan vigentes; sin
embargo van configurando una tercera que consiste en considerar la bioética
como una forma de reflexión y acción que contiene dos dimensiones
esenciales: 1) La macrobioética, que coincide con la ética ecológica
("Ecoética") y se ocupa del conjunto de la vida amenazada,
tanto de las generaciones humanas actuales y futuras como del conjunto de
los seres vivos, e incluso de la vida de la Tierra. 2) La microbioética,
ocupada en los fenómenos de que tratan las "Ciencias de la
Salud" y las biotecnologías, es decir, la Ética de la Atención
Sanitaria y la GenÉtica (palabra escrita así por la propia Cortina). Se
trata de la “Bioética Cívica Transnacional”, especialmente
preocupada por las biotecnologías. Propia de sociedades con democracia
liberal se sustenta al menos sobre dos pilares: el reconocimiento de la
autonomía de las personas y el reconocimiento de su derecho a la
autorrealización, a llevar adelante sus planes vitales, siempre que no
perjudiquen los de otras personas. De ahí que el mandato supremo de esta
bioética sea el de "no instrumentalizar" a los seres humanos,
es decir, no intervenir en sus cuerpos, en sus mentes o en sus conductas
para conducirles adonde no desean ir. Expresa
que la globalización nos ha llevado al “corto plazo”, la globalización
impone un ritmo vertiginoso, incluso a la ciencia, por lo que destaca que
en temas como el del genoma,
el corto plazo puede ser terrible. Cita como ejemplo el caso de que si una
empresa ha gastado mucho dinero para patentar un gen, querrá
comercializarlo inmediatamente, entonces, cuando se entra en la
comercialización, ya nada se puede detener. Más aún porque hay países
que tienen capacidad adquisitiva para patentar genes y otros que no la
tienen, con lo que los países subdesarrollados cada vez se tornan más
dependientes. Cortina
reflexiona acerca de la biotecnología, a la que reconoce la capacidad de
alterar la genética de las personas, algo que, sin duda, obliga a los
científicos a asumir un alto grado de responsabilidad. Todo parece
conducir a que las investigaciones llevan consigo la consecución de
mejoras en las características físicas y en la capacidad intelectual del
ser humano, si bien esto otorga perspectivas favorables, también se debe
tener muy en cuenta – apunta Cortina – que esto puede significar que
sean en exclusiva los ricos o poderosos quienes se beneficien de esos
avances científicos. Aquí
se plantean entonces, problemas de injusticia, de ahí que la Ética deba
estar presente en todo el proceso del desarrollo científico, y no sólo
en el resultado final. Es
esta misma Ética la que, según Cortina, es la que debe predominar para
reconocer la dignidad de los seres humanos en el ámbito de la Genética.
En consecuencia, la inmoralidad de instrumentalizarlos exige actuar
teniendo en cuenta que la humanidad tiene que ser considerada como un fin
limitativo de las intervenciones científicas y técnicas, que no se debe
intervenir si con ello no se atiende a los fines de quien va a ser objeto
de la manipulación, se trate de fines expresados o de fines que se le
pueden suponer, sino a intereses ajenos, o a preferencias ajenas, y que la
manipulación no puede convertirse en instrumentalización. No es
moralmente justo utilizar a los seres humanos para metas ajenas a su bien,
sean económicas, científicas o políticas, ni tampoco suplantarles a la
hora de decidir en qué consiste su bien. Respetar
la dignidad humana no significa únicamente no utilizar a los seres
humanos como medios, tampoco significa únicamente no producirles daño,
sino que para Cortina, esta postura exige tratar de ayudar a las personas
de modo positivo a fin de que puedan llevar adelante sus proyectos de
autorrealización, siempre que esto no signifique perjudicar a otros seres
humanos. Como ya se expuso anteriormente, la catedrática hace especial
hincapié en la importancia de la “autoestima”. La
filósofa aclara que en el caso de las biotecnologías, el “principio de
precaución” no se opone al progreso, ni prohíbe seguir investigando,
sino todo lo contrario, requiere una investigación exhaustiva de las
posibles consecuencias de una técnica que puede beneficiar a los seres
humanos. Sostiene
que las decisiones sobre tecnologías con riesgo no puedan ser tomadas sólo
por los expertos, tampoco sólo por los expertos y las empresas que
financian las investigaciones, ni solamente por expertos, empresas y políticos,
sino también por los ciudadanos que son los afectados de tales
decisiones. Esta investigación plena exige que para reconocer la dignidad
humana, no instrumentalizar a los seres humanos, se debe potenciar la
participación de los afectados por las decisiones biotecnológicas en
esas mismas decisiones. Por ejemplo, ante la instalación de una
curtiembre, o de una papelera o de una nueva fábrica, se debe tener en
cuenta no sólo los intereses económicos y políticos sino, en especial,
la opinión de los posible afectados, para lo cual se requiere absoluta
participación ciudadana, algo que también considera indispensable
Cortina. Luego
de sobrevolar los ejes fundamentales de su pensamiento, me detengo para
hacer especial mención a lo que Adela Cortina denomina “Analfabetismo
Emocional”. Para ella, la base de toda educación debe estar basada en
la “Razón Sentimental” y no en la mera transmisión de conocimientos.
Dar conocimientos con afecto, sería una premisa. Cortina NO separa la
“Razón” de los “Afectos”, más bien los aúna y cree en esta unión
en tanto y en cuanto hacen del mundo un lugar mejor para vivir, donde la
dignidad humana – algo que la filósofa tiene en muy alta consideración
– adquiere verdadero valor. Y
como para Cortina es indispensable “Educar Moralmente”, también posee
la misma importancia el “Educar los Afectos”. Creo
firmemente, como ella, que sin esta educación se cae en el
“Analfabetismo Emocional”. Considero que este tipo de educación es la
base sobre la cual se sustenta la Ética, la Moral, porque es en ese
“educar los afectos” donde la “razón” puede reposar y valorar en
su plenitud la dignidad humana. Si
se mantuviera la división entre “afecto” y “razón” se continuará
corriendo el riesgo de que a la hora de actuar en ciencia, el hombre no
tenga reparos en caer en la “instrumentalización” de los seres,
condenado en el pensamiento de Cortina. Pero,
¿cómo se hace para “educar los afectos” en un mundo donde lo malo de
la globalización parece ocupar las primeras planas? Una
alternativa real, ya establecida por la catedrática valenciana, es la de
educar en la “doble ciudadanía”, es decir, ya no alcanza con que el
ser humano sea educado desde niño con sentido de pertenencia y
responsabilidades hacia su entorno local, sino que también es fundamental
inculcar la importancia crucial que tiene educarlo en la conciencia
universal, en tanto es habitante de un “mundo globalizado”. Educar
al niño en la solidaridad, en la importancia de los afectos, harán de
ese niño un hombre, sin duda alguna, mucho mejor que, al encontrarse, al
relacionarse con sus prójimos educados en esos mismos valores, contribuirá
crear una sociedad más justa, equitativa, donde no sea necesario
preguntarse acerca de qué cosa es la “dignidad humana” porque ella ya
estaría incorporada de tal manera que se vivenciaría como algo espontáneo,
natural. Educar
al ser humano desde temprana edad en la importancia vital de los
“afectos” para que se comprenda la “razón” poderosa que existe en
ello. Una mejor calidad de vida ganada mediante, por ejemplo, la
solidaridad, siempre siguiendo el pensamiento de Adela Cortina, podría
muy bien hacer que quienes posean poder no se sientan dueños absolutos de
los demás. Los “afectos educados” dan una mayor comprensión acerca
del mundo que nos toca vivir.
“Educar en los afectos” para contrarrestar el lado negativo de
la globalización, y por ende – como sostiene Cortina – “potenciar
lo bueno” de ella. Una
sociedad que padece “Analfabetismo Emocional” es una sociedad que
desconoce el sentido de la solidaridad, y no importa cuánto puedan
comprar sus ciudadanos/consumidores si interiormente se hallan escindidos,
si no unen afectos con razón. El
“Analfabetismo Emocional” afirma al hombre en tanto que consume
compulsivamente sin importarle el entorno que lo acompaña, el medio en
que se desarrolla. Este analfabetismo es quizás peor que el de no saber
leer y escribir, pues torna a los habitantes seres egoístas, impotentes e
indiferentes ante la vida. Es en la educación afectiva donde se sustenta
la capacidad del hombre para no “instrumentalizar” a otros seres
humanos. Si no se educa desde niño en esto, aun antes de aprender el
alfabeto, es muy probable que la moral pase como algo inadvertido en sus
vidas puesto que sólo existirá para ellos sus propias reglas de conducta
que no contemplaría al resto de la humanidad. “Educar los afectos” hará comprender la importancia del hombre no ya en este mundo globalizado sino en el Universo. Así, la siguiente reflexión de Gabriel García Márquez nos ayuda a reconciliarnos con el “ser humano”, y al igual que Cortina, a apostar a la potencialización de la parte noble y generosa que existe en esta vida cada vez más globalizada: "Debemos arrojar a los océanos del tiempo una botella de náufragos siderales, para que el universo sepa de nosotros lo que no han de contar las cucarachas que nos sobrevivirán: que aquí existió un mundo donde prevaleció el sufrimiento y la injusticia; pero donde conocimos el amor y donde fuimos capaces de imaginar la felicidad". |
por doctor Mario Jesús Casas López y María Laura Riba
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