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Las Sombras |
Rebanadas de Realidad - Buenos Aires, 17/08/12.- I Si las sombras tuviesen rostros, si al menos las diferenciáramos... simplemente están, ocupan lugares, andan entre los nuestros todos los días y por más que nos empeñemos en cerrar los ojos para recordar si la sombra que nos codea es la misma que desayunó junto a nosotros, no lo conseguiremos, como tampoco evitar el escalofrío al entrar a un bar y ver el mismo espectáculo de siempre; pocillos, vasos, tenedores que ascienden, se inclinan, se bajan; el aparecer de la nada billetes, lapiceras, cigarrillos, encendedores, objetos en los cuales ya no quedan sus huellas y cuando intentamos aprehenderlas, con sutiles ambages desaparecen, desaparecen por un encanto anónimo, congénito, en el más desolador de los silencios... en fin... nuestra contemporánea ignorancia es casi total sobre sus modos, aunque coincidan con nosotros en agruparse en lugares públicos y supuestamente dialogar sobre... en realidad no me imagino qué pueden hablar, o mejor dicho, no me imaginaba hasta aquella noche que llegué a mí departamento, puse música y colocando en posición el blanco comencé a arrojar los dardos dando todos en el centro, claro, así hasta el tercer güisky en el que el mejor tirado no pegaba en la puerta, o no quedaba punzando algún libro. En eso, el dardo lanzado queda suspendido en el espacio y brota una gota de sangre: una gran lágrima roja que baja hasta la alfombra dejando un surco vertical que comenzó donde la punta del dardo se hundía. Alegre o apenado, el acontecimiento estaba, le había dado a una, después de tantas persecuciones, intrigas, tenía una a mí entera disposición; fue como poseer el enigma, como deshojar una margarita ¡por fin! el secreto de las sombras sería develado. Fui al teléfono, disqué para despertar a todos, para informar del hallazgo y antes de poder hacerlo, sentí un llanto, pasos livianos, dejé caer el tubo y giré en el instante en que estaba por saltar por la ventana; corrí aseguré los postigos bajé la persiana: disculpame, le dije y sin esperar, de un manotazo se lo quité... la hoja que estaba en la máquina de escribir la puse sobre la mesa, en ella al dardo, encendí un cigarrillo y al darle la segunda pitada, el rojo me hizo pensar que tenía las manos sucias, que yo también las tenía. Al lado de la hoja, acomodé dos vasos, vertí en ellos güisky a saturación y pregunté sin suerte de respuestas. Anoche fui derrotado por el sueño mientras terminaba de compaginar los escasos datos obtenidos, al despertar no pude distinguir a cuál de todas las presentes había alcanzado con mí dardo. Desayuné un café cargado y antes de terminarlo sonó el teléfono, no pensé que la noticia correría tan rápido, cuando corté, estaba seguro que el plan se había puesto en marcha, sin embargo, o a pesar de éso, acomodé los papeles en una carpeta, di dos vueltas de llave del otro lado y descendí las escaleras: en el terreno de los transeúntes, paré un taxi, subí... escribo... escribo estas líneas a modo de ayuda memoria, porque el verdadero descubrimiento quiero dártelo frente a frente, es algo delicado... sospecho... faltan escasos metros para llegar y a mi entender, el taxista tomó el camino más largo, ya tendría que estar, se detiene, mete su mano en el saco, no levanto la cabeza, sigo escribiendo como si nada, como si no me diera cuenta que... 2 -¿La encontraste, dónde? -Como dos meses atrás, iba caminando por Gualeguaychú, un poco antes de llegar a Juan B. Justo y me llamó la atención... -¿Pero cómo, la tiraron? ¿No viste para dónde siguió? -Me agarró de sorpresa: una carpeta que cae, la puerta trasera del taxi que cierran desde adentro y el rechinar de gomas. -¿Y qué hiciste? -Seguí caminando, fui hasta un teléfono público para hacer tiempo, campeaba de reojo y cuando pensé que nadie estaba cerca de esas hojas, corrí, las puse en la carpeta y me tomé el 1O6 sin mirar atrás. -¿Estás seguro que no te siguieron? -Creo que no, aunque en realidad... preparate unos mates... -Vamos para la cocina, mientras me contás. -Dale. Lo que me sorprende es que no hayan regresado por la carpeta, salvo que el conductor no advirtiera que, llamémosle "A", la tirara. -Tal vez el tipo se quiso tirar del coche y el otro de un manotón lo desparramó en el asiento y no se dio cuenta que "A" tiró la carpeta, su informe, la ayuda memoria, como quieras llamarla. -Puede ser, pero ¿dónde está "A", a dónde se dirigía? -Esto parece ser un caso típico -dijo ella alcanzándole el mate. -¡Con espumita! qué bueno... "un caso típico", decías... -¿Buscaste entre los papeles si hay alguna dirección? -Una boleta de gas... posiblemente de "A". -Ahora comprendo, si no hubieses tardado tanto tiempo en comentarme ésto, no hubiese sospechado que había otra en tu vida, ni siquiera en la cama dejabas de pensar en "A" y ya que... -En un principio pensé que lo mejor sería quemarla, borrar todo rastro de mí conexión con esta existencia que se me apareció sin pretenderlo; cuando la puse en la parrilla, un instante antes de encender el fósforo algo paralizó mí mano, ladee mí cabeza y en semicírculo, las sombras me contemplaban. Subí a mí habitación y detrás del mueble la guardé nuevamente hasta hoy que por un descuido cayó una de las hojas al piso y bueno... -Me lo tendrías que haber dicho el primer día. -Tendría, sí, posiblemente, pero no quería comprometerme, comprometerte, comprometernos. Calentá el agua que está un poco fría. -¿Alguien te vio con la carpeta? -Vine directamente... creo que no. -Cuidá que no hierva el agua, quiero llamarlo. -Preguntale si puede venir para acá, es mejor que no salgamos: son las dos y no deben andar los colectivos. -Pará que está llamando. Hola, hola ¿Raúl? Marcela... -¿Qué contás borrada, cómo anda Javier? -Está conmigo y queremos hablar unas cositas. -Bueno, dale, soy todo oídos. -Sería mejor hablarlo personalmente, creo que... -Adelantame algo, sino, lo dejamos para la semana que viene. -Imposible, Javier encontró unos apuntes sobre las sombras y parece que hay algo pesado detrás de todo ésto. -¿Dónde están esos papeles? -Aquí, en casa y creemos que al tipo que los escribió le pasó algo. -Pará -dijo Raúl con voz quebrada-,dejá la carpeta en la boca del incinerador ¿está fuera de uso? -Sí, no hay problemas. -Bueno, dejala ahí y vengan que los espero con mate. No hablen de ésto con nadie. 3 Al tercer día, cuando creyó que las cosas estarían más calmas, me llamó por teléfono para avisarme que a las cinco de la tarde pasaría por las hojas: recuerdo sus palabras en clave, aquella que usábamos para copiarnos en la secundaria: "Ernesto, debajo del piano que está en la cima de la montaña", no es para tanto, le dije, "por las dudas", me replicó. Me lo imagino caminando las cuadras bajo un triste sol de otoño con sus mejores pilchas para disimular, supongo que fingió ser un vendedor ambulante, que subió los cuatro pisos con el corazón en la boca y la borde del infarto metió la mano por la portezuela del incinerador; la agarró y se la puso en el forro descosido del sobretodo, se habrá metido las manos en los bolsillos, como era su costumbre y fue a dejarla en nuestro escondite de niños. Cuando me avisaron que Raúl ya no estaba en ninguna parte, que había corrido la misma suerte de Marcela, de Javier y de ese anónimo "A", además de llorar no supe qué hacer; quería estar con ellos pero algo me decía que nunca más nos encontraríamos ante un vaso de vino a esperar el amanecer. "Cuidate viejo", me había dicho Raúl en nuestra última charla por teléfono, "cuidate pero sobre todo pensá que pueden hacer que nuestros rostros no vean la luz del día, pero contamos con la memoria, con la memoria que jamás olvida...". Quise tomarme mí tiempo, las palabras de Raúl en vez de darme valor, me hicieron retroceder, porque a escasos días de su "ausencia", ya no existía para nadie, a su departamento entraron, no se sabe quienes, lo desvalijaron por completo, desaparecieron los documentos, todo, se podría decir, a la manera de Orwell,en "1984", que Raúl, jamás había existido. -¿Y? ¡para qué me contás todo ésto! -Pienso ir mañana a "la montaña" a buscar esa carpeta, es algo pendiente que tengo con Raúl, Marcela, Javier e incluso con ese "A" y quiero que me des una manito. -Es algo embromado Ernesto... sigamos caminando, no nos quedemos parados más tiempo en esta esquina, una nunca sabe. -Patricia, tengo miedo, es la primera vez que siento un miedo tan concreto: miedo al prójimo. -Hagamos algo parecido ¿dónde está el árbol ese? -En la placita de Las Heras y Canning. -Y bueno, andá a buscarla y cruzate al bar de la esquina, voy a estar tomando té; entrá, metete en el baño de mujeres que está en el primer piso y generalmente no hay nadie, dejá la carpeta atrás del tanque de agua y andate; yo me encargo cuando esté segura que no pasa nada y en unos días te llamo... Qué ingenuos fuimos, cuando apenas salió a la calle, lo metieron en un auto sin patente y no lo vi más ¡pobre Ernesto! te juro que quedé petrificada, recién a las dos horas, cuando se me acabaron los puchos, dejé el billete debajo de la taza y me fui sin mirar para los costados. -¿Está allá todavía? -Claro... -Si la descubren ¡todo habrá sido al cohete! -Estoy aterrada: Ernesto, Raúl, Marcela, Javier, "A"... -Tenemos que rescatarla, es como diría Raúl, un asunto de memoria. -Al tratar de convencer a Patricia, me convencía yo mismo y así lo hicimos después de planificar el modo y aunque Patricia ya no está, tenemos la famosa carpeta. -Leela en voz alta así escuchamos todos -sugirió Claudio. -Prendé la radio y ponela en la puerta de entrada... -dijo Aníbal manipulando las hojas. -Ya está -informó Gustavo. -Esperemos a Marta que fue al baño. -Estoy, estoy -expresó Marta regresando. -Lo que vamos a escuchar -comenzó diciendo Aníbal-, lo tenemos que grabar bien en nuestra memoria, porque para nosotros, las sombras tienen nombres y apellidos. -Callate -interrumpió Claudio. -Sí, son pasos por las escaleras -aseguró Cristina. -Son como veinte -intervino Pablo. -Al suelo todos y apaguen las luces -ordenó Miguel, creo... una detonación, vidrios rotos, el tableteo de las ametralladora, los tenebrosos tiros de gracia y el arrastrar de cuerpos; el televisor que no entraba en el falcon y el equipo de música que molestaba a los vecinos: botín de guerra, decían, pero yo no les creí nada, menos a los que vinieron a limpiar la sangre y se llevaron los cuerpos: aún recuerdo el ruido al desplomarse que hizo cada uno mientras yo, en el departamento de abajo, quería conciliar mí sueño; oí todo, lo oí y es mentira que ellos dispararon, no tenían ni una gomera, fueron los otros, los aparecidos de siempre los que tiraron y reían cuando se llevaban las cosas, incluso recuerdo que entre dos se disputaban las obras completas de un tal Jorge Luis ¡qué impunidad! al otro día estaba el cartelito de "se alquila departamento" y como si nada hubiese pasado... los cargaron como bolsas de papas. -Tenés que tener cuidado con este tema Mónica -argumentó Jorge. -Cuando Quique me lo contó, quise olvidar y se lo dije, pero claro, él estaba en el piso de abajo, lo escuchó todo, incluso se había cruzado con los chicos por los pasillos varias veces: los conocía. Cuando le dije que se olvide de todo, me contestó: "La memoria es nuestro último recurso", creo que lo había dicho un tal Raúl. -Se lo dije, pero Mónica no me hizo caso y bueno, después de todo, yo también fui amigo de Quique. -¿Y te acordás de Jorge? y pensar que él se lo había dicho a Mónica: "Tenés que tener cuidado con este tema..." -dijo Gabriel. -¡Cómo no me voy a acordar de Gabriel! -expresó Carlos lanzando los dardos justo al centro, claro, así hasta el tercer güisky... hasta que una lágrima roja... etcétera etcétera etcétera
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Luis M. Casado Ledo
casadoledo@hotmail.com
Director de Rebanadas de Realidad
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