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Filosofía |
Política y conocimiento científico |
En los países subdesarrollados --como el nuestro-- prácticamente no hay conocimiento científico. El dominio de la teoría y de la metodología de la ciencia, incluyendo las que operan bajo la denominación de las ciencias humanas, se limita a poquísimos investigadores y estudiosos. Y entre éstos predominan además los empíricos.
Esta situación incide para que las élites políticas no tengan el contrapeso de actores científicos e intelectuales que les conminen a reconocer el papel relevante de la ciencia y del pensamiento crítico. Pero asimismo es causal de la casi nula producción científica, investigativa y analítica.
El problema, sin embargo, no se limita a la ausencia de una práctica teórica y del conocimiento científico mismo, ya que la inexistencia del dominio de la teoría y de la metodología de la investigación científica se traduce en una cultura acrítica y reaccionaria de la sociedad toda. Cultura que a su vez es culpable de la aceptación sin más del sistema político y de la conducción pública. Esto es: de que la política sirva a intereses sectarios y esté completamente divorciada de sus fundamentos filosóficos y principios éticos. Y ello, además, de ignorar la relación de la política con la modernidad y las transformaciones de las estructuras sociales.
A raíz de esta incidentalidad negativa para el desarrollo de la ciencia, de la cultura y de la política, el pensamiento científico contemporáneo asume el deber de producir un análisis lógico de la realidad social. Análisis al que precede la investigación sociológica y antropolítica. Y al mismo tiempo, asume –el pensamiento teórico-- el compromiso de desplegar una racionalidad crítica capaz de modificar la conciencia social.
Esta es la razón por la cual no hay un “fin de la ideología”, un “fin de la historia”, o la superación de la diferencia programática y estratégica entre las derechas y las izquierdas. Enunciados al que son afectos los neoconservadores.
Superación del cientificismo
En principio, el pensamiento científico consideraba que su exclusiva responsabilidad se limitaba a la producción científica misma, a fin de instituir el conocimiento científico y la práctica teórica en un proceso histórico refractario a su recíproco desarrollo. Pero ahora comprende que esa fundamental y fundacional tarea no es posible en el marco de una sociedad donde la política ni siquiera tiene conocimiento de sus propios fines. De ahí su preocupación en la formación de los políticos en materia de la ciencia política, incluso en general de las ciencias sociales.
La ciencia --y específicamente la ciencia social-- está obligada a pensar lo político. Todavía más: tiene la responsabilidad de ejercer una influencia sobre la política. Hasta el momento ésta, la política, viene obstaculizando –como puede-- su libertad de pensar y de investigar, pero sobre todo la institución de la práctica científica. La política, en verdad, se convierte en un instrumento coactivo y fáctico que conspira contra el desarrollo de la ciencia. Esa realidad hay que invertirla. Contrariamente, es el conocimiento científico el que debe influir sobre la política, para su modernización y humanización. En especial, para irradiarla de racionalidad y procurar que sea idónea para corresponder al conjunto de valores que la civilización ha creado para su justificación.
En consecuencia, el pensamiento científico supera su pretensión de inclusividad y ensimismamiento para proyectarse hacia acciones abiertas y heterónomas, tal como desde luego enseña la experiencia histórica de aquellas naciones en las que su presencia y protagonismo ---en la educación y en la cultura, en la universidad y en la inteligencia-- transformaron la política y el Estado, pero así también la conciencia de la sociedad civil. Eso, sin desconocer la resignificación de esa tarea pedagógica igualmente en esas naciones donde la política se halla subsumida hoy a intereses financieros y del mercado.
Intervención social de la ciencia
Pero los ejemplos del trasvasamiento de la ciencia hacia el mundo social son múltiples y paradigmáticos. Y no se limitan a la politología, la sociología, al derecho, la economía o la antropología. También los cambios se observan en la biología, la ingeniería, la matemática y últimamente en la física, cuyas revoluciones teóricas --para usar una categoría de Thomas Kuhn-- modificaron la concepción del mundo de la política y su propia estructuración.
Al reafirmar esta responsabilidad sociopolítica del pensamiento científico, queda en claro otro problema que imputa a la inteligencia de nuestros países. Ésta, en gran medida, no es solamente acrítica por ser reaccionaria sino por desenvolverse en una práctica acientífica. Su diletantismo es el principal déficit intelectual que le impide asumir el compromiso de pensar lo político y de bajar los conceptos necesarios para reconstruir lo social.
De modo que hay que hacer ciencia, en estricto sentido pero también en la política, y con esa rigurosidad metodológica y crítica que exigen el conocimiento teórico y la práctica científica no instrumental, para intervenir en el curso de una racionalización de lo histórico-social. Pues el conocimiento crítico es la precondición dialéctica de todo cambio histórico. De lo contrario, la transformación se congela en la demagogia. O en la ignorancia.
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Juan Andrés Cardozo
galecar2003@yahoo.es
Publicado, originalmente, en ÚltimaHora (Asunción, Paraguay)
http://www.ultimahora.com/
Autorizado, para Letras-Uruguay, por el autor
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