Es entonces cuando intervienen las palabras: sonidos, imágenes,
símbolos, representaciones y una eufonía que embriaga de belleza los
significados y las referencias de la razón humana. La originalidad de
nuestra especie, la única en que acontece el pensar, consiste en la
explicación lógica de las cosas.
Poder y verdad
En las eras cosmogónicas y teológicas las creencias oscurecían el
pensar. O impedían que los trabajosos pasos de la razón desmixtificasen
las mentes. El problema no era solo el temor a la verdad. Era el
irrefrenable deseo del poder.
En el lenguaje se disputan el poder y la verdad. Con el tiempo, esta
deviene en poder. Y en total rebeldía. Pero al transformar el orden
establecido, la verdad se vuelve contra sí misma. No para flagelarse
sino para desprenderse de las sombras que todavía envuelven la lucidez
de su mirada. Y de nuevo su propia negación la llevará a dudar de sus
afirmaciones, para destruir el poder fragmentario que había instituido.
He aquí la causa por la que la tecnociencia desconfía del pensar. Y aún
cuando la epistemología le ha demostrado a la ciencia la provisionalidad
de su conocimiento, el carácter unívoco de su sistema lo trampea para
caer en lo doctrinario. La multidisciplinariedad y la
transdisciplinariedad le pasan la mano para superar la “objetividad”,
cuando no la autocrítica y la persistencia en la investigación.
Saber pensar
El pensar desde la filosofía “juega” con el habla para sembrar en la
inteligencia un fecundo paisaje del saber. Y para transponer los límites
de la ciencia, para alzarla en sus alas de libertad a observar la
desventurada complejidad de la vida humana.
Se trata de emancipar a la ciencia de la cosificación utilitaria a la
que le somete la sociedad mercantilista. Pues al pensar, el científico o
el investigador se preguntarán ¿para qué me dedico al conocimiento? El
filósofo sabe que es para caminar por la ruta más densa a fin de develar
la oculta verdad. No la suya, sino de la razón universal. ¿Para qué?
Para que el logos (la razón) tenga un telos (una
finalidad): liberar al mundo de las falsas conciencias.
Pero el teatro de la humanidad no solo debe presentar la tragedia del
mundo: la injusticia. También para oír las palabras iracundamente
provocadoras por su inconmensurable conjura y verdad. Siendo así, el
pensar enseña que el destino del ser humano no debe sujetarse a una sola
ancla ni su vida a una sola esperanza (Epicteto).
Mas la alternativa debe ser producto de su tenaz inteligencia. ¿De su
sagacidad o de su saber? La primera procede de la intuición, mientras
que la segunda emerge de una honda confrontación racional. Y en la que
convergen la agudeza del entendimiento y la irrebasabilidad del
pensamiento lógico.
Por eso, nuestras universidades necesitan las encumbradas metas de la
investigación; pero si no enseñan a aprender a pensar, no formarán seres
humanos erguidos, libres y solidarios.
|