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Filosofía |
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Juan Andrés Cardozo |
La universidad y la producción de conocimientos |
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¿Qué se entiende por investigación? En la teoría del conocimiento científico, la Epistemología, es la búsqueda sistemática y metodológica para resolver problemas. |
Es ya un lugar común la reiteración de que nuestras universidades deben mejorar la calidad de la formación que imparten. Este año el Congreso tiene la responsabilidad de sancionar una nueva ley con ese propósito. El proyecto contempla el requisito de la investigación, factor decisivo para que se pueda hablar de una universidad en serio. En esta materia, es tradicional el déficit. Y por tanto también la ausencia de producción de conocimientos.
Pero, ¿qué se entiende por investigación? En la teoría del conocimiento científico, la Epistemología, es la búsqueda sistemática y metodológica para resolver problemas. O para plantear una hipótesis con pretensiones de verdad. La epistemología es una metateoría, la intervención de la filosofía de la ciencia en la crítica de las proposiciones teóricas de los conocimientos científicos. |
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En consecuencia, su intervención en el ámbito de las investigaciones es demarcatoria. Define la validez y la lógica de sus métodos. Deslinda los criterios de verdad en los enunciados subjetivos y objetivos. Aún más, explica por qué un modelo de conocimientos es superior que otros, y establece, entonces, los nuevos paradigmas. Antes que Thomas Kuhn (Las revoluciones científicas), Platón utilizó primero este término, paradigma, para designar a los ejemplos de saberes verdaderos y universales.
Superar las limitaciones metodológicas
Esta aclaración no es gratuita para la producción de conocimientos en nuestro país. Pues hay que superar, en el sentido dialéctico de una negación que va más allá de una tesis, las limitaciones empiristas y positivistas, incluso las del neopositivismo.
Las empiristas, de Bacon para adelante, reducen la validez de un método de investigación científica a la experimentación. Sin la mediación de la experiencia, la hipótesis de verdad es improbable. Las limitaciones positivistas se originan en el postulado de las verificaciones prácticas, tal como proceden las ciencias naturales. Y las neopositivistas, como la lógica de las investigaciones científicas, de Karl Popper, a la mera tautología de las contrastaciones. Es decir, el método de la falsabilidad, del ensayo o del error. Aunque, ante las críticas, Popper ha insistido que este método es el de la conjetura: todas las teorías son provisionales.
Estos métodos son anticuados. Están desfasados. Muertos. Al igual que el positivismo lógico. Al respecto, Jhon Pasmore dijo: “El positivismo lógico, pues, está muerto, o tan muerto como jamás haya llegado a estarlo un movimiento filosófico”. Por su esencialismo: todo se reduce al lenguaje. Y por su desorden y confusión (galimatías) en el método y en los signos formales del habla.
Hacia la comunidad científica
Lo dicho quiere precavernos de la asimilación naturalista de las ciencias. Esa interpretación maniquea de que ninguna investigación que no siga los métodos de las ciencias naturales (los de la inducción, la intuición o de la selección natural darwiniana) no sirven. Y también contra el instruccionismo conservador, como el del anacrónico Raymond Aron, para quien la ciencia es inexorablemente hiperelitista, o peor, depende del talento innato.
Desde Imre Lakatos sabemos que el conocimiento se desarrolla en la comunidad científica. La que opera en las universidades, en los colegios y escuelas de investigación, y en los centros pos académicos de la transdisciplinariedad. Estos últimos, que persiguen la investigación continua o permanente, hoy tienen resultados fecundos en las formulaciones teóricas, conectadas con la técnica y el pensamiento crítico, en las escuelas –por sus corrientes de ideas-- de Edimburgo, Oxford, Londres, Frankfurt, Heidelberg, Berlín, Marburgo, Leipzig, París, Lyon, Toulouse, Copenhague, Estocolmo, Zurich, Helsinki, Viena, Barcelona, y otros centros de estudios sistemáticos. Los de Estados Unidos, como en Harvard y Stanford, producen individualidades, no escuelas. O, para hacer justicia, modelos conductistas y funcionalistas, peyorativamente “behaviorismos”.
Tras el cuestionamiento de Feyerabend al principio monometódico o dualista, las investigaciones científicas están abiertas al constructivismo (aplicar el método adecuado según el objeto de estudio), y pueden arribar a las teorías por distintos caminos. Más que lo establecido, lo importante es la libertad de aprender, criticar y pensar. La ruptura y el cambio. La ciencia, al igual que la filosofía, requiere autonomía. Autodeterminación que no impide perseguir la “teoría consensual de la verdad”, cuya ética del discurso conmina precisamente a no repetir (Karl Otto Apel).
Entonces, deberíamos fomentar las investigaciones en nuestras universidades. Y siempre con el objetivo de producir conocimientos. Para nuestro propio desarrollo y contribuir al saber universal. Con ese plan, hay que liberarse de las concepciones naturalistas y positivistas. Ello quiere decir, en primer lugar, que las ciencias son producciones humanas, culturales. En segundo lugar, que las teorías de las ciencias básicas o aplicadas son de la misma trascendencia histórica que las dedicadas a las ciencias humanas o sociales. Y, en tercer lugar, que exigiendo la investigación a las universidades que aspiran a esa categoría --no de fachada sino en lo real--, aportaremos desde nuestro espacio singular al debate dialéctico de la ciencia y del pensar.
Ese salto, no solo es posible. Es necesario. Pues solo el saber superior emancipará a nuestra sociedad del atraso y la pobreza.
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Juan Andrés Cardozo
galecar2003@yahoo.es
Publicado, originalmente, en ÚltimaHora (Asunción, Paraguay)
http://www.ultimahora.com/ el 31 de
marzo de 2012
Autorizado, para Letras-Uruguay, por el autor
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