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Filosofía |
Homenaje al historiador Eric Hobsbawm |
La actualización de la inteligencia |
Las posiciones conservadoras se aferran al pasado. Y eso que el presente no es siempre lo actual. En materia del conocimiento, las verdades cambian. Y también sobreviven. Las teorías y los hechos modifican incesantemente la realidad. Pero permanecen aquellos enunciados verdaderos a los cuales la razón todavía hoy puede apelar. La cuestión pasa por distinguir lo que aún tiene validez, y por no repetir lo superado. Es decir, por no estancarse allí en posición dogmática, al igual que la fe empeñada a seguir una relevación improbable. Sobre el pavimento del pasado caminamos. El tiempo ido es para nosotros, en lo personal y como sociedad, el soporte de nuestra perspectiva. Importa la historia porque los seres humanos tenemos un futuro que construir. La vida misma es un despliegue del ser, un continuo movimiento que deja detrás de sí una ruta y tiene por delante una tarea de empalme y dirección. Mas ésta –la dirección-- ya se encuentra prefigurada en el ayer. Por eso el pasado cuenta y su conocimiento es esencial. Sin historia nada sabemos de nosotros mismos y, por lo tanto, el horizonte que nos aguarda está cubierto de espesa niebla. Se nos oscurece el camino. Hegel --antes que KarI Jaspers-- ha dicho que la historia clarea el horizonte de la humanidad. La existencia habita en la memoria porque su condición es un saber qué hacer con su futuro. Navegamos hacia el mañana, nos advierte Eric Hobsbawm –quien acaba de fallecer-- provistos y cargados de todas las herramientas para conquistar el denso tiempo que el presente va abriendo. O después de haber cerrado el movimiento de la libertad a un mundo que necesariamente cambiará, “porque la humanidad no puede vivir oprimida en un sistema de alienación” (Cómo cambiar el mundo, 2011). La actualidad del saber que cambia Para semejante tarea, la de abrir en el presente la senda del porvenir, la historia realmente puede servirnos siempre y cuando haya venido haciendo lo necesario para posicionarnos en la avenida de la actualidad. Para ser actuales. En el saber de la ciencia que no es prisionera de ningún método, y de una filosofía que se niega a ser instrumento de una ideología conservadora. Más aún si viene arropada de un cientificismo decadente. Esto ocurre con la vida, la cultura y el mundo del conocimiento. Una existencia hundida en el atraso es producto de un pasado que no ha podido empalmar con el presente. El pasado se ha convertido en forma de vida. En su cárcel. La aísla del movimiento de la historia, que se traslada de época en época al impulso de la diferencia que crea la energía de su pasado/presente. El ayer es válido porque ha sido capaz de empujarme y darme la posibilidad de subirme a este presente. A este presente de la vida actual, de la cultura moderna y de la ciencia o de la filosofía contemporáneas. Lo actual es de esta manera una especial forma de insertarse en la compleja mutación del tiempo. Es la forma de su historicidad, en la que acontecen el ser, el saber y la técnica. En efecto, la existencia moderna tiene una específica forma de mostrarse: libre, dotada de derechos que le garantizan el autónomo desenvolvimiento de su personalidad. El ser es en tanto sujeto emancipado. Y acontece autorrealizándose en su libertad. La modernidad del saber experimenta ese mismo condicionamiento de la libertad, pues su conocimiento y afán de conocer hoy no tienen límite en el sentido de una sujeción a teorías o doctrinas preestablecidas. Éstas son, por el contrario, las bases que desfasan al saber, a la investigación, a la búsqueda de nuevas verdades y originales paradigmas. La técnica, en particular, no descansa en su proceso de renovación y cambio. De ahí que no es casual su cada vez mayor imbricación con la ciencia. De la mano de ella se adelanta a instalarse en la posmodernidad con las tecnologías que han dado un salto histórico hacia la cibernética. El condicionamiento de lo actual Dos consecuencias se derivan de este proceso de emancipación de la vida moderna. Se repliegan y desacralizan los megarrelatos, nos dice Jean Francois Lyotard, y se performatizan las actividades humanas. Por la primera, la vida actual, individual y social, ya no ciñe su conducta estrictamente a los dictados de una ideología o de una religión. Tiende a ser más reflexiva y autosuficiente. Y, por la segunda, no bastan el credencialismo y el origen de una legitimidad, ya que los conocimientos y las técnicas se renuevan sin cesar. Entonces, cada día urge actualizarse, capacitarse, pues lo que se exige es la eficiencia en una sociedad donde la lógica de la investigación inaugura nuevos ethos –culturas-- al resistirse a un modelo de dominación. Es este desplazamiento de la historicidad moderna hacia un episteme –teoría-- que privilegia el conocimiento, el que identifica lo actual y condiciona el ser actual. El presente, lo contemporáneo, emerge de una historia, de un pasado, en el que la ciencia y la investigación científica fueron adquiriendo centralidad y protagonismo. Y son ellas, integradas en un saber tecnocientífico, junto con un pensar posmetafísico —que analiza lo real demostrable—, los factores que abren el camino del futuro. Ésa es la diferencia con lo no actual, con el pasado-pasado, con la forma desfasada de la historia, de la a-historia. En el contexto de lo ahistórico sólo excepcionalmente se puede ser actual, saltando sobre las limitaciones del medio social. Es la reflexión que nos suscita Hobsbawm, el más científico de los historiadores de todos los tiempos, al afirmar que “la posibilidad de una desintegración, incluso de un desmoronamiento, del sistema existente, ya no se puede descartar”.
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Juan Andrés Cardozo
galecar2003@yahoo.es
Publicado, originalmente, en ÚltimaHora (Asunción, Paraguay)
http://www.ultimahora.com/
Autorizado, para Letras-Uruguay, por el autor
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