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Filosofía |
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Juan Andrés Cardozo |
Hacia un modelo de sociedad |
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Los debates sobre la perspectiva de país se limitan a meros enunciados. Responden de esa manera a nuestra realidad política y cultural. No a la necesidad de trasformaciones estructurales. |
En realidad, prevalece la intención de reproducir la tradicional estratificación social. Contribuir a su consolidación. De ahí que no se plantea siquiera una reforma. La de la Constitución es al solo efecto de una supuesta funcionalidad del poder. Lo que predomina es la posición refractaria al cambio.
Ello explica la causa de las repeticiones. Frente a la orfandad de ideas, abundan las rituales coincidencias. Y aparecen los ejes temáticos: educación, salud, reducción de la pobreza, empleo, seguridad, etc. Puede variar el orden de prioridades. Pero las diferencias delatan el no muy oculto consenso de una voluntad de continuidades. |
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Los programas de gobierno solo eventualmente mejorarán la gestión pública. Y aun cuando intentan vincular a la sociedad civil. Para producir las transformaciones estructurales --una verdadera revolución histórica--, hace falta un modelo de país. O un proyecto de sociedad. Es lo que hizo Finlandia, por citar una referencia paradigmática. A la cabeza de un equipo interdisciplinario, el filósofo Georg Henrik von Wrigtt, y otros pensadores, diseñaron un modelo diferente de sociedad. Y todavía más, pretendiendo que el país sea un “espacio de la razón”, quisieron elevarlo al frente de la civilización con la construcción de una “sociedad modelo”.
Sospecho que algún lector cuestionará este texto afirmando: “Nosotros no somos finlandeses. Somos paraguayos”. Es la forma de acostumbrarnos al minimalismo. O de justificar el conservadurismo. Al final, estamos reduciendo la democracia a un evento electoralista. El pueblo “soberano” vota, pero no gobierna. Legitima un poder del que permanecerá marginado.
El sistema democrático
Un modelo de sociedad democrático supone la erradicación de la estructura verticalista del poder económico, político y socio-cultural. La figura piramidal desaparece. Se construye un sistema horizontal. Además, articulado e interactivo. En un extremo del modelo sistémico aparece la Sociedad. En su estratificación, la clase media es absolutamente mayoritaria, y políticamente decisiva. Para el efecto, debe estar constituida por Ciudadanos. Y todos ellos poseedores de una educación superior, de una cultura crítica. La sociedad, cohesionada por la concepción de una destinación colectiva e histórica, se ha liberado del no-tener, del no-saber y del no-ser. Una intención de autonomía une a todos y a todas. Así en la economía, en la relación política y en los dominios del conocimiento científico, técnico y del pensamiento reflexivo, imaginativo y crítico.
La educación, en general, opera dentro de esta Sociedad. Y, en particular, las universidades y los institutos superiores forman a las nuevas generaciones en las distintas disciplinas del saber humano. Y, al ser considerada la educación como un Bien Público, la Sociedad y el Estado convergen en su esfuerzo para garantizar una educación obligatoria, gratuita, permanente y de excelencia.
En el cruce de las líneas que unen e interactúan a la Sociedad con el Estado, juega un papel central el cuadro de las elites de las ilustradas personalidades que, por su cultura y responsabilidad social, asegurarán el Estado de Bienestar, la Sociedad del Conocimiento y la Innovación, la Sociedad del Pensamiento y de la Reflexión Teórica y Crítica.
El nexo vinculante
En este cuadro meritocrático la renovación periódica de las elites es fundamental. Y si la categoría conceptual y ética de la Confianza debe estar encarnada y asumida por el conjunto de la sociedad, en este nivel es más determinante aún. Y con una distinción, la Confianza necesariamente debe descansar en la capacidad creativa y protagónica –en el debate universal—de quienes influyen sobre la calidad de los ciudadanos y de los gobernantes.
En el otro extremo está el Estado. Y en dinámica vinculación con la sociedad. Según el “contrato social”, los aparatos del Estado son los “órganos institucionales” de la sociedad, a fin de contribuir al usufructo efectivo de sus derechos al bien-estar o bien-vivir, de la libertad y de la igualdad. Y se infiere que para cumplir con estos fines, el Estado necesariamente debe ser un “Estado Democrático”. En condición de tal, no está subordinado a ningún “poder fáctico” –económico, financiero, militar—ni funge como el aparato de la “coerción monopólica” al servicio de la clase dominante.
Y si dentro de la esfera pública ocupa un poder legítimo el Gobierno, éste no puede confundirse con el Estado. Y mucho menos apropiarse de sus bienes y recursos. En nuestro caso, si deseamos consolidar la democracia, tenemos que avanzar hacia este tipo de gobierno: el de la “democracia gobernante”. Al tener que gobernar –administrar— para todos, el Soberano Pueblo ejercerá el poder real. ¿Cómo? Al no delegar su soberanía, y ejerciendo el control –y decidir-- sobre los actos y gestiones de los Servidores Públicos.
Para un modelo de sociedad, democrático y autogestor, nos falta una última cuestión sistémica: el Entorno. Aprender a convivir con el mundo, trasformar la sociedad para convertirla en cosmopolita, en una verdadera metrópoli. Pero con un rostro humano, un corazón solidario y una mente justa.
No se trata de copiar. Si, en cambio, de crear, imaginar e instalar la razón institituyente para construir un modelo de sociedad, que, en apenas dos décadas, pueda convertirse en una “sociedad modelo”. Pero, con una política que da las espaldas a la inteligencia, lo más probable es reproducir la aldea en la que la barbarie se resiste a ir.
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Juan Andrés Cardozo
galecar2003@yahoo.es
Publicado, originalmente, en Última Hora (Asunción, Paraguay)
http://www.ultimahora.com/ el 23 de
marzo de 2013
Autorizado, para Letras-Uruguay, por el autor
En letras-Uruguay desde el 24 de marzo de 2013
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