Los políticos, los votantes y los opinantes
Los rezagados son el “pueblo” que quedó atrás por su ignorancia y su
pobreza. Los que aspiran el poder y llegan a gobernar sin conocimiento
de la política, los “retrógrados” o, también, los “retardatarios”, son
los mediocres que, sin embargo, tienen la astucia de querer mandar,
dirigir el Estado, casi siempre en provecho personal. Al ignorar lo que
es la política, carecen de la responsabilidad —y, en particular, de la
capacidad— para administrar la cosa de todos en bien de todos. Esta
reiteración reproduce y agrava intencionalmente la ignorancia y la
pobreza de los excluidos.
Los opinantes, a su turno, aparentan saber de todo. Son los “isofónicos”
(que hablan el mismo lenguaje coloquial) de los medios que opinan con
soltura, audacia y hasta con soberbia igual de política que de economía,
de sociología o de antropología, de derecho o de ética. Tras la
Ilustración, la teoría social emergente consideró importante la
formación de la “opinión pública”, a fin de orientar la “cultura de las
masas”. Hoy, incluso en las sociedades desarrolladas, con la
globalización de la banalidad y la vulgaridad, las corporaciones de
opinión y sus emisores “agendan” la “política”. Y la agencian para
rebajar, en la simbolización de un colectivismo de “rebaños” (Bauman, En
busca de la política), a los votantes, para convertirlos en la “sociedad
líquida”, en seres “precarios” y “precarizados”, que viven por debajo de
la superficie del control y de la acumulación del poder económico,
político y cultural.
Los retardatarios (los mediocres gobernantes), los rezagados (los
votantes sumergidos en la ignorancia) y los isofónicos (los vulgares
opinantes), conforman el anacrónico entramado de la prepolítica. ¿Acaso
la ambición nesciente del poder y la continuidad de un régimen que
posterga al país en el atraso, nos sitúan en este anclaje de la
prepolítica?
Racionalidad de la acción política
En la modernidad, se reconfiguró la democracia para la superación de
esta etapa: la prepolítica. La reconfiguración tuvo en cuenta el objeto
de la política definido por Platón y Aristóteles, que es la constitución
de un buen gobierno. Bueno, para el primero, si procura la justicia; y
la misma calificación para el segundo, siempre que su fin sea la
equidad; o para algunos exegetas, el “bien común”. Pero para la razón
instituyente de un Hegel o de Marx, la superación solo se podría dar
mediante la eliminación de los contrarios: “amos y siervos”,
“explotadores y explotados”.
Sabido es que esta república radical, reinventada en su nueva versión de
“contrato social”, iba a ir —con Rousseau—más allá de la libertad, al
consagrar el derecho a la igualdad. Pero la política giró hacia la
democracia representativa. Y al resignificarse en nuestro tiempo la
valoración de la libertad, la ideología subyacente deificó el mercado,
la división entre el Estado y la sociedad civil, y la práctica política
enmarcada en los límites de lo público.
No hay, sin embargo, política sin sociedad. Pero esa demarcación
individualista redujo la idea de la política al mero ejercicio del
poder. Reducción aún más acotada a la confunción patrimonialista del
Gobierno con el Estado, y a la subordinación de este como aparato de
coerción al servicio de la clase dominante. Subordinación que no es lo
mismo que la “hegemonía”, según el eufemismo de Ernesto Laclau, y menos
todavía la sustitución de la clase oprimida —que tiene conciencia de su
condición— por el “pueblo” orgánicamente articulado (La razón
populista).
La política es sistemática acción emancipatoria que persigue la
autonomización de un sujeto colectivo (el cuerpo social de los
dependientes). El mismo que hace inteligible la teoría propia a través
de la racionalidad transformadora que la práctica política convierte en
acontecimiento. De ahí que no hay ruptura de la sujeción sin una teoría
de la emancipación, que no es solamente la salida de la “minoridad”,
como sugieren Alain Badiou y Rancière (Momentos políticos), sino la
universalización real de la igualdad en la libertad de todos. Es esta
igualdad totalizadora de la libertad la que funda la política, y la
causa de su acción racional (no espontánea ni improvisada), puesto que
ha de instituir una estructura donde sea posible la dignificación humana
mediante una sociedad justa y libre.
Es la razón histórica de la política. Histórica por su vigencia teórica
y acontecimiental. La militancia o la llegada a su praxis sin el
conocimiento de su finalidad, es la prepolítica.
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