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Filosofía
 

Juan Andrés Cardozo
         Filósofo

Anclaje en la prepolítica
Juan Andrés Cardozo
galecar2003@yahoo.es

 

 

 

 

Los que se lanzan a la búsqueda del poder, ¿saben lo que es la política? Los electores, ¿conocen lo que es el poder? Y los que opinan, ¿tienen nociones de los fundamentos de la legitimidad política?

Estas preguntas son apremiantes cuando nos encontramos en la situación en que hablamos de la centralidad de lo político, y solo porque estamos en un momento preelectoral. La democracia, como un sistema de procedimientos —en el que el “pueblo” no forma parte más que para vo t a r —, exige un relativo saber de la política.

En efecto, los aspirantes al poder no pueden pretender la presidencia de un banco sin saber de economía monetaria o de finanzas. Sería un absurdo. Este absurdo se convierte en tragedia en el caso de querer gobernar sin un previo saber de la política. En realidad, la teoría política denuncia esta “tragedia” como un “retroceso”. Lo mismo sucede con los electores cuando votan por cualquiera. Y en vez de retrógrados, se tipifica a los votantes de “rezagados”.

 

Momento preelectoral.

La democracia exige de parte del pueblo un relativo saber de la política.

Los políticos, los votantes y los opinantes

Los rezagados son el “pueblo” que quedó atrás por su ignorancia y su pobreza. Los que aspiran el poder y llegan a gobernar sin conocimiento de la política, los “retrógrados” o, también, los “retardatarios”, son los mediocres que, sin embargo, tienen la astucia de querer mandar, dirigir el Estado, casi siempre en provecho personal. Al ignorar lo que es la política, carecen de la responsabilidad —y, en particular, de la capacidad— para administrar la cosa de todos en bien de todos. Esta reiteración reproduce y agrava intencionalmente la ignorancia y la pobreza de los excluidos.

Los opinantes, a su turno, aparentan saber de todo. Son los “isofónicos” (que hablan el mismo lenguaje coloquial) de los medios que opinan con soltura, audacia y hasta con soberbia igual de política que de economía, de sociología o de antropología, de derecho o de ética. Tras la Ilustración, la teoría social emergente consideró importante la formación de la “opinión pública”, a fin de orientar la “cultura de las masas”. Hoy, incluso en las sociedades desarrolladas, con la globalización de la banalidad y la vulgaridad, las corporaciones de opinión y sus emisores “agendan” la “política”. Y la agencian para rebajar, en la simbolización de un colectivismo de “rebaños” (Bauman, En busca de la política), a los votantes, para convertirlos en la “sociedad líquida”, en seres “precarios” y “precarizados”, que viven por debajo de la superficie del control y de la acumulación del poder económico, político y cultural.

Los retardatarios (los mediocres gobernantes), los rezagados (los votantes sumergidos en la ignorancia) y los isofónicos (los vulgares opinantes), conforman el anacrónico entramado de la prepolítica. ¿Acaso la ambición nesciente del poder y la continuidad de un régimen que posterga al país en el atraso, nos sitúan en este anclaje de la prepolítica?

Racionalidad de la acción política

En la modernidad, se reconfiguró la democracia para la superación de esta etapa: la prepolítica. La reconfiguración tuvo en cuenta el objeto de la política definido por Platón y Aristóteles, que es la constitución de un buen gobierno. Bueno, para el primero, si procura la justicia; y la misma calificación para el segundo, siempre que su fin sea la equidad; o para algunos exegetas, el “bien común”. Pero para la razón instituyente de un Hegel o de Marx, la superación solo se podría dar mediante la eliminación de los contrarios: “amos y siervos”, “explotadores y explotados”.

Sabido es que esta república radical, reinventada en su nueva versión de “contrato social”, iba a ir —con Rousseau—más allá de la libertad, al consagrar el derecho a la igualdad. Pero la política giró hacia la democracia representativa. Y al resignificarse en nuestro tiempo la valoración de la libertad, la ideología subyacente deificó el mercado, la división entre el Estado y la sociedad civil, y la práctica política enmarcada en los límites de lo público.

No hay, sin embargo, política sin sociedad. Pero esa demarcación individualista redujo la idea de la política al mero ejercicio del poder. Reducción aún más acotada a la confunción patrimonialista del Gobierno con el Estado, y a la subordinación de este como aparato de coerción al servicio de la clase dominante. Subordinación que no es lo mismo que la “hegemonía”, según el eufemismo de Ernesto Laclau, y menos todavía la sustitución de la clase oprimida —que tiene conciencia de su condición— por el “pueblo” orgánicamente articulado (La razón populista).

La política es sistemática acción emancipatoria que persigue la autonomización de un sujeto colectivo (el cuerpo social de los dependientes). El mismo que hace inteligible la teoría propia a través de la racionalidad transformadora que la práctica política convierte en acontecimiento. De ahí que no hay ruptura de la sujeción sin una teoría de la emancipación, que no es solamente la salida de la “minoridad”, como sugieren Alain Badiou y Rancière (Momentos políticos), sino la universalización real de la igualdad en la libertad de todos. Es esta igualdad totalizadora de la libertad la que funda la política, y la causa de su acción racional (no espontánea ni improvisada), puesto que ha de instituir una estructura donde sea posible la dignificación humana mediante una sociedad justa y libre.

Es la razón histórica de la política. Histórica por su vigencia teórica y acontecimiental. La militancia o la llegada a su praxis sin el conocimiento de su finalidad, es la prepolítica.

 

Juan Andrés Cardozo
galecar2003@yahoo.es

 

Publicado, originalmente, en ÚltimaHora (Asunción, Paraguay) http://www.ultimahora.com/ el 14 de abril de 2013

Autorizado, para Letras-Uruguay, por el autor

 

 

 

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