“La
Revolución de Mayo” en una Villa Real de reciente conformación. Diálogo
entre lo micro y lo macro por María Rosa Carbonari (Centro de Investigaciones Históricas-UNRC) |
Artículo elaborado para el libro: “Bicentenario: memorias y proyección” a ser publicado por Universidad Nacional Río Cuarto. |
Introducción El 25 de mayo de 1810 es una fecha fundacional para la conformación de la Nación Argentina. La Patria festeja su Bicentenario porque hace 200 años -en la capital del Virreinato del Río de la Plata, Buenos Aires- se daban los primeros síntomas de ruptura del orden colonial. Las distintas celebraciones y festejos buscan así valorar y revitalizar la identidad de un antepasado asociado con el relato de los orígenes y el “destino” de la nación. Porque conmemorar es retrotraer la memoria a su estado inicial y reproducirla, ese acto simbólico trae el pasado al presente, lo revitaliza y le da perspectiva al futuro sin anular, claro, las disputas de interpretación y de apropiación que distintos sectores plantean en virtud de sus propias lecturas e intereses. Para esa lectura de magnitud la historia que se evoca todo lo trasciende. Es la historia nacional, es el relato sobre la patria toda. ¿Pueden las historias locales y regionales agregar su propia narración ante ese gran relato? En la búsqueda de sumar aportes para la comprensión de la Historia. Argentina, en esta instancia se la abordará desde un pequeño espacio, desde los ecos de una historia local que trata las implicancias de la “revolución de mayo” en la Villa de la Concepción del Río Cuarto. La
historia local y regional en el marco de la Historia nacional La historia local tiene sus detractores. A menudo se cuestiona que los espacios diminutos, los esfuerzos de conocimiento aislados, la escasez documental lugareña y la pérdida de lo relevante anuncian que los resultados serán poco menos que interesantes. Las preguntas, entonces, se repiten: ¿Qué cuestiones diferentes puede una historia local plantearle a una historia nacional? ¿Qué nuevos aportes podrá sumar a la disciplina? o ¿Cómo evitará refugiarse tan solo en una anécdota? ¿Cómo conseguirá desde su particularidad asomarse a las coordenadas de la universalidad del conocimiento? Preguntas meta-cognitivas que pueden resultar desestimulantes para quienes tienen la tarea de investigar desde el interior su propia historia. De quienes teniendo el relato general de la historia nacional deben construir la historia local que a aquella se articula. Así, el encadenamiento deductivo, de lo macro a lo micro –como un efecto dominó- puede imponer un relato en secuencia ordinal. Tal como los diarios locales que reportan por sesiones la actualidad, la tendencia de registrar la historia de los acontecimientos del mundo, de la nación, de la provincia y por último de la localidad puede menospreciar a ésta última. Si así se impone, a ésta entonces solo le cabe administrar las “repercusiones” de los “grandes” acontecimientos en el lugar.[1] Pero la lectura también puede ser otra y el intento vale. Cuando Tolstoi (1828-1910) acuñó la frase “pinta tu aldea y pintarás el mundo”, probablemente no pretendió insinuar que ésta solo es un apéndice de aquel. Pero sí que a través de ella también se constituye aquel. Por eso comprender cada espacio colabora en entender al todo. ¿O acaso el todo no se constituye también por cada una de sus partes? Frente a coyunturas de cambio, por ejemplo, los comportamientos particulares permiten advertir cómo algunos sujetos buscan reproducir los esquemas arraigados junto a los privilegios consolidados, pero también otros asumen las nuevas políticas en virtud de defender sus propios intereses. Vistos a la distancia algunos representan al pasado y otros al futuro, frente a un campo de posibilidades y estrategias de acción que en cada lugar asumen ciertas especificidades. Comprenderlas, entonces, colabora desde lo micro también a comprender lo macro y ese desafío se constituye en horizonte clave para el historiador local y regional. Por eso una preocupación de ese tipo implica plantearse otras cuestiones, entre ellas: ¿Cómo se van articulando lo macro y lo micro? ¿Cuáles son las mediaciones que existen entre ambos? Frente a coyunturas de cambio ¿cómo se fueron acomodando y adaptando los sujetos de la comunidad? ¿Qué estrategias de acción fueron desplegando? ¿Cuáles fueron las interacciones entre los sujetos locales y aquellos externos que representan a las nuevas políticas? Preguntas cuyas respuestas no serán definitivas, sino en muchos casos posibilidades del suceder en función de los parcos y fragmentarios registros que de ese pasado han quedado y/o de su dificultosa accesibilidad. Situación a la que el estudio de Río Cuarto no escapa, ya que aún teniendo un repositorio local, otra parte significativa de la documentación se encuentra en el Archivo Histórico de la Provincia de Córdoba (Córdoba), el Archivo General de la Nación (Buenos Aires) y, para el estudio colonial, el Archivo General de Indias (Sevilla). Claro está que la historia de Río Cuarto, como la de cualquier otro espacio, no se comprende si el recorte se recluye tan solo en los sucesos del propio lugar. Los vínculos de la economía (mundo), de la política y la red de conexiones sociales y culturales advierten que las interacciones generan consecuencias que dependen de lecturas amplias. Este es quizás uno de los mayores desafíos de las historias locales; es decir, buscar la red de conexiones y vínculos que unen lo micro con lo macro y en su relación adquieren significado. El caso de la “revolución de mayo” permite encarar un ejercicio interesante en esos términos. Cuando protagonizada por la elite porteña se inició una nueva etapa que culminó en la formación de la Junta Provisional Gobernativa de la Capital del Río de la Plata, se exigió al interior manifestarse. La exigencia de reconocimiento del nuevo gobierno implicó en las villas del interior una actitud propia. Desentrañar ese proceso micro ayuda, entonces, a comprender el proceso macro. Este texto intenta, entonces, avanzar en ese ejercicio. En ese sentido, primeramente se hará mención a la historicidad de la región del río Cuarto en la etapa del viejo sistema colonial y la importancia que la Villa de la Concepción tuvo para la política de reestructuración del Imperio Español en el siglo XVIII. Luego se comentará la coyuntura política de la revolución que permite identificar la conformación de la elite de la Villa en tiempos revolucionarios y comprender las decisiones que adoptaron los sujetos protagonistas del poder local al proceso inicial de cambio. La región del río Cuarto y el dominio
español en el siglo XVIII La región del río Cuarto fue
identificada por los españoles por el cuarto río que atravesaba la
jurisdicción de Córdoba, integrando dos ambientes geomorfológicos
diferenciados –sierra y llanura- que
se conectaban por diversos cursos de ríos pluviales que tenían su origen
en la propia sierra. El uso de estos espacios por
los habitantes originarios tenía modalidades distintas. Por un lado, los
grupos étnicos de la zona serrana practicaban una economía que pretendía
domesticar y dominar la naturaleza. Sus
rutinas sedentarias, les permitió constituir una “naturaleza
social propia” y dejar varios registros de sus prácticas de
sobrevivencia. Por otro, los grupos étnicos que transitaban la llanura
daban un uso distinto al espacio natural, eran recolectores y cazadores y
su localización era variable, más bien eran nómades. Cuando España comenzó a tomar decisiones sobre este espacio “no conocido”, alteró las relaciones “espacio-natural” y “espacio social” constituidas hasta casi finales del siglo XVIII. La conformación de nuevas unidades administrativas jurisdiccionales implicó no solo ordenaciones distintas del territorio, sino también la llegada de protagonistas jerárquicos que debían administrarlos. Ese movimiento trastocó las posiciones de los grupos hegemónicos y también de los subalternos, ya que los cruzamientos y nuevas relaciones tejieron una compleja trama de vínculos. Los
habitantes originarios, por ejemplo, perdieron protagonismo y debieron
acomodarse a la fuerza en función de las articulaciones definidas desde
el denominado “viejo mundo” para el “nuevo mundo”. Los nuevos propietarios de la tierra consideraron a la población
originaria como parte de la naturaleza. Así, sobre la población serrana
se estableció, a pesar de alguna discordia, una relación de forzosa
dependencia a través del régimen de encomienda. La población originaria
de la llanura, en cambio, ejerció mucha más resistencia e inicialmente
no pudo ser sometida; razón por la cual marcaría el confín del Imperio
Español en América. En el territorio, a poco de conquistado se había creado el Virreinato del Perú con capital en Lima (1542). Sus gobernaciones administrativas interiores ordenaban casi todo el espacio hispanoamericano, “descubierto” y por “descubrir”, en función de la explotación minera del Cerro de Potosí (1543) en el Alto Perú. Es así que en esa división administrativa se identificaba al río Cuarto con los confines australes de la Gobernación del Tucumán perteneciente al Virreinato del Perú. De ese modo y con ese nombre se hacía referencia al territorio bañado por el cuarto río, cuyos afluentes se originaba en los valles de las sierras comechingones y atravesaba el territorio que se incorporaba a la jurisdicción de Córdoba luego de su fundación (1573). Las
tierras del río Cuarto en si mismas no tuvieron valor para los que fueron
sus nuevos propietarios. La región no mostraba metales y su población
india pasible de ser reducida era escasa. La apropiación del espacio, sin
embargo, se llevó a cabo igual mediante el reparto de indios y distribución
de tierras como premio a quienes participaron en su conquista. En ese
marco los campos de la sierra fueron más valorados por la abundancia de
cursos naturales de agua y la mayor facilidad para reducir a sus
habitantes originarios. De ese modo las tierras del sur de Córdoba fueron
otorgadas en Merced[2]
a los descendientes de Jerónimo Luis de Cabrera. Estos generaron puestos
de estancias y cascos de establecimientos productivos; a los que se sumó
la población de indios y descendientes de indios mestizados constituyendo
la población subalterna que otorgaba la fuerza de trabajo en los
establecimientos. Por la proximidad de una capilla u oratoria, muchos de
estos agrupamientos posteriormente se transformaron en centros poblados. La
propiedad sobre la tierra de por si no generaba riqueza, por eso los españoles
solo obtuvieron un dominio efectivo en la sierra, donde podían disponer
de mano de obra que facilitaba la producción. En el llano, en tanto, la
ocupación fue primeramente militar y se acompañó con políticas de
poblamiento. El objetivo principal era, entonces, proteger las vías de
comunicaciones que conectaban a Asunción, Santa Fe, Córdoba, Buenos
Aires, Cuyo y Santiago de Chile. Así, combinando poder económico, social y político, los descendientes de Cabrera se transformaron -en el transcurso del siglo XVIII- en los dueños de la tierra, generando fraccionamiento de la misma por herencia, por venda directa y por hipoteca y venta posterior[3]. La
reforma del Estado, la región del Río Cuarto y el surgimiento de la
Villa Real Durante el siglo XVIII la Reforma del Estado Español -Reformismo Borbónico- intentaba fortalecer su dominio o, dicho de otro modo, que los territorios americanos disminuyeran su autonomía política y económica para evitar la cada vez mayor marginación de España de un sistema europeo que estaba alcanzando dimensión mundial (Goldman, 1998:25). Así, el nuevo reordenamiento del espacio modificó los límites territoriales de las estructuras político-administrativas indianas y creó nuevos virreinatos. En ese plano la conformación del Virreinato del Río de la Plata, con capital en Buenos Aires (1776), generó un cambio fundamental en el equilibrio geopolítico del continente: Lima –antigua capital de todo el imperio de Hispanoamérica– comenzó paulatinamente a perder la hegemonía que había mantenido durante el viejo sistema colonial, ya que la ruta por el Pacífico dejaba lugar a la ruta del Atlántico (Assadourian, 1983). Así,
en 1782/83 se fraccionó al Virreinato del Río de la Plata en unidades
administrativas menores con lo que España esperaba ejercer mayor control.
En ese sentido, los gobernadores-intendentes –entre los que se
encontraba Rafael de Sobre Monte– fueron los instrumentos de control social enviados por el gobierno imperial para
recuperar América (Lynch, 1980:15). En esta re-territorialización,
la región del río Cuarto dejaba, por un lado, de ser el confín del
dominio sur del Virreinato del Perú para constituirse en la frontera sur
del Virreinato del Río de la Plata; y, por el otro, dejaba de ser
frontera con Chile puesto que la región de Cuyo, antes dependiente de esa
capitanía, pasaba a integrar la jurisdicción de Córdoba del Tucumán
que se incluía en el Virreinato del Río de la Plata. Con la Intendencia de Córdoba del Tucumán, la región sur de Córdoba comenzó a adquirir mayor importancia en virtud de ser nexo de integración con la economía colonial vinculada al Atlántico. De allí que luego interesara su poblamiento y ejercicio del control de la frontera. Con ese plano de fondo, el Marqués de Sobre Monte (1783-1797) decidió crear un sistema defensivo que permitiera “estabilizar” la frontera y ampliar el territorio ocupado por la sociedad hispánica-criolla. Y así lo hizo saber en un informe que elevara (1785) planteando la necesidad de poblar la frontera, fundamentalmente en las cercanías del camino real a Cuyo, dándole para ello tierra a los nuevos pobladores a fin de ir formando villas (Carbonari, 1998). De ese modo, la región del Río Cuarto
pasó de zona periférica de la campaña cordobesa y espacio marginal para
la economía andina a territorio estratégico para el paso de Buenos Aires
a Santiago de Chile[4].
La política de defensa en el “tránsito preciso” -como sostuvo Sobre
Monte- de Buenos Aires a Mendoza se plasmó entonces en la conformación
de líneas de fuertes y fortines acompañando el curso del río Cuarto en
la jurisdicción de Córdoba[5].
Mediante esa política a fines
del siglo XVIII la región quedó sujeta al denominado nuevo
imperialismo, con la administración reformada, la defensa
reorganizada y el comercio reavivado; de modo que el control de la economía
colonial resultaba en beneficio de la metrópoli (Lynch, 1980). Pero la
ocupación, también, permitió el poblamiento
formal –sobre lo que básicamente eran áreas rurales- y la transformación
de los pueblos de la Concepción y La Carlota en Villas Reales, lo que
lentamente llevó a una mayor valorización de las tierras[6]. El nuevo estatus de las Villas trajo también el arribo de españoles peninsulares que acompañaban la reforma del estado español. Su incorporación al medio implicó el tejido de vínculos con los descendientes de los conquistadores y primeros pobladores a través de alianzas matrimoniales, lo que amplió el núcleo de la elite local que conformaría “la porción más noble del vecindario” en tiempos de la revolución. Población
y economía entre fines del siglo XVIII y principios del XIX El proceso de poblamiento al
que aludimos pudo de algún modo ser registrado. Los censos de 1778
y 1813 permiten graficar esas transformaciones, además de revelar
las jerarquías socio-étnicas del mundo colonial: una mitad
aproximadamente caracterizada de españoles y el resto de indios, negros,
mestizos, pardos y mulatos, con un 8
% del total de la población (1778 y 1813) en condición jurídica de
esclavo. La economía era, entonces, de
subsistencia; a partir del trabajo de familias campesinas dedicadas a la
producción del telar, tal como lo revela el empadronamiento de 1813 y el
registro de un comerciante genovés (1805-1806) que arribado desde Buenos
Aires recorría los parajes de la llanura (río Abajo) y de la sierra (río
Arriba), atravesando a veces hacia el otro lado del cordón[7].
La región, en esa época, era atravesada por distintos caminos que ofrecían una fluida comunicación y circulación de productos, uniendo mercados distantes. El
Libro de Cuentas y Haberes conservado, por ejemplo, permite advertir que
el vendedor no solo comerciaba con la población rural, sino también con
otros centros económicos como Buenos Aires, Cuyo y Córdoba; generalmente
actuando de intermediario en
consignaciones y préstamos.
Articulaba así, dos espacios económicos. Uno micro, conformado por la
zona de campaña en la que intercambiaba productos con las familias
campesinas; y otro macro, que se constituía por los centros de distribución.
En su actividad también mantenía vínculos con el poder político de
la Villa, pues se registra su intervención como testigo en “diversas
actuaciones judiciales” y otras relaciones comerciales con comerciantes
de la Villa que ocuparon puestos en el Cabildo, como José Giraldez y
Pedro Martínez (Magoia, 2001). Dentro de este contexto, la
figura del comerciante de campaña se constituía en el transmisor del
excedente generado en el seno de las economías domésticas hacia los
comerciantes urbanos, quienes continuarán el circuito comercial
revendiendo estas piezas en otros mercados[8].
Esas unidades eran autónomas y el pilar de las economías rurales de las
sierras[9].
En general se dedicaban a la producción de ganado, alimentos y tejidos
que intercambiaban por “efectos de Castilla”[10].
Al margen de los
hacendados –una minoría propietaria de tierras y de mano de obra
esclava- que orientaban su producción al norte y que estaban mayormente
localizados en la sierra, se puede decir que el resto se conformaba por
unidades familiares de subsistencia –campesinos-, donde se conjugaba la
fuerza de trabajo femenino -dedicada a hilar y a tejer- y la actividad de
los hombres como labradores o conchabados esporádicamente en las
estancias que los tenían como peones. Pero además de mercaderes en el interior, había en la villa un buen número de comerciantes. En el censo de 1813, por ejemplo, se registraron en la región 4.473 de los cuales se supone que 740 residían en el poblado de la Villa de la Concepción[11]. De los mismos, 29 se registraron como comerciantes españoles. El seguimiento nominal de sus casos permite advertir también que en su mayoría participaban en el gobierno de la Villa junto a los hacendados criollos herederos de conquistadores y primeros pobladores. Veamos a continuación la lista de quienes eran. Lista
de los comerciantes consignados en la Villa en el Censo de 1813
Fuente:
Elaborado por la autora sobre la base del Empadronamiento de la Villa
de la Concepción y su Jurisdicción En
síntesis, puede decirse que a fines del siglo XVIII y principios del
siglo XIX la región del Río Cuarto presentaba características de una
economía y sociedad colonial: producción ganadera y de tejidos para el
propio consumo con una organización familiar campesina. Dicha estructura
económica prácticamente no variaría hasta bien entrada la mitad del
siglo XIX (Carbonari y Magoia, 2002; Gutiérrez, 1995). Los
privilegios de los “vecinos” de la Villa Por Real Cédula Confirmatoria de la Fundación (1797), el Rey Carlos IV les había otorgado a los vecinos propietarios residentes de la región, herederos de conquistadores y primeros pobladores, el poder del ejercicio político, de justicia y de policía en el territorio bajo su dominio. La región del río Cuarto, por ser dominio de España, era gobernada según el Derecho Indiano. En ese marco el Rey concedió a la “nueba poblacion el titulo de Villa con el nombre de la Concepcion de Nuestra Señora, y a sus pobladores los pribilegios que para tales casos conceden las leyes”. Entre ellas el gobierno local, a través del cabildo. El
cabildo, según la legislación indiana, debía constituirse con un
Alcalde Ordinario, quatro Regidores, un Aguacil y un Mayordomo (…) en la
forma que disponen las Leyes de estos Reynos… Los alcaldes
y regidores ejercían el gobierno y la administración de justicia en la
jurisdicción de la Villa. Eran jueces en primera instancia de causas
civiles y criminales que se presentaban ante el Cabildo y utilizaban el
bastón o vara de la justicia cómo símbolo de su función. Para ser Alcalde ordinario era requisito ser vecino de la villa: “personas honradas, hábiles y suficientes, que sepan leer y escribir” y preferentemente descendientes de descubridores y primeros pobladores (Zorroaquin Becu, 1967: 316). Asimismo debían “ser propietario de un inmueble y vivir en forma permanente en la ciudad, no estar excomulgado, no ser deudor de la real Hacienda, no ser extranjero, no poseer un oficio vil, no ser dueño de tiendas o tabernas, ni comerciar por interpósitas personas” (Emiliani, 1994: 136). Los vecinos de la Villa se fueron constituyendo a partir de antiguos residentes de la sierra y propietarios herederos de la Merced de los Cabrera. Como nuevos pobladores que habían arribado en el transcurso del siglo XVIII, se habían avecinado y emparentado con los descendientes de los Cabrera por política nupcial, como por caso puede mencionarse a Echenique[13]. A la Villa se habían sumado también nuevos vecinos oriundos de regiones aledañas. Algunos de ellos mantenían vínculos de ascendencia con los Cabrera. Otros habían arribado como militares incentivados por la política de protección de la frontera y luego accederían a sus tierras fronterizas. Entre ellos los Soria, los Acosta[14], los López y los Tisera. Además, otros llegarían como nuevos comerciantes interesados por el tráfico en Buenos Aires y Santiago de Chile.[15] Así, en su conjunto, se constituirían en los primeros pobladores de la Villa[16] que asumirían los primeros cargos en el Cabildo. La
coyuntura política porteña Buenos Aires había
protagonizado, en 1806 y 1807, una incipiente manifestación de soberanía
cuando reaccionó ante las denominadas “invasiones inglesas” frente a
la nueva coyuntura internacional. Ese antecedente de militarización
urbana fue interpretado entonces como una señal de fuerza propia, de modo
que cuando en 1810 se trató de fundar una
nueva autoridad legítima que supliera en carácter provisorio la soberanía
de Fernando VII –quien
se encontraba en cautiverio–, adquirió luego características
independentistas. Claro que esa primera manifestación de
soberanía porteña pronto evidenciaría diferencias de intereses entre
los propietarios ganaderos y comerciantes descendientes de los españoles
nacidos en America y los comerciantes y funcionarios de la administración
imperial arribados en el siglo XVIII. Los primeros serían identificados
como criollos o hispano-criollos y los restantes como españoles
peninsulares. También había discrepancias entre los peninsulares
rioplatenses y los peninsulares peruanos. Incluso en el interior de las
antiguas provincias del Virreinato se plantearon desacuerdos sobre la
orientación de la economía, reflejados posteriormente en posturas
centristas y autonomistas. En
ese sentido, para Ansaldi la revolución de 1810 generó dentro del
espacio
rioplatense un complejo juego de enfrentamientos, una
dialéctica descontrolada y perversa en la cual resulta difícil
distinguir la tensión entre el centralismo y el fraccionalismo (Ansaldi,
1987:2) Así, la revolución urbana
iniciada en el Puerto se desarrolló primero entre posturas
revolucionarias –morenistas– y posturas moderadas –saavedristas–.
A pesar de estas diferencias, el grupo hegemónico porteño pretendía
constituir lealtades a través de nuevas juntas subalternas que
reconocieran su dependencia de la Junta de Buenos Aires. Con el argumento
de evitar desacuerdos internos que pudieran ser aprovechados por los
realistas, la Junta porteña envió una circular a los cabildos del
interior para que enviaran sus representantes a Buenos Aires y se sumaran
al nuevo gobierno. En ese contexto, las reacciones de los propietarios y
comerciantes del interior frente a las decisiones tomadas por la
denominada Primera Junta no
fueron homogéneas: los vecinos de la ciudad de Córdoba, por
ejemplo –de antigua tradición hispánica y apoyados por funcionarios
del Imperio Español–, se opusieron a los intentos centristas de los vecinos
porteños. Ello explica la primera reacción
de las autoridades cordobesas frente al movimiento de mayo. Sin embargo,
en Córdoba la representación de los vecinos no fue homogénea.
Allí se manifestaron a grandes rasgos dos líneas: una reacción hispánica
y una postura revolucionaria pero moderada, expresada
en la figura del Dean Funes[17].
Aunque en principio se orientó hacia la defensa y mantenimiento de los vínculos
con la metrópoli, una expedición
auxiliadora enviada desde el Puerto sofocaba el intento de resistencia
y ejecutó a los opositores en Cabeza de Tigre en agosto de 1810[18].
De esta manera, el Puerto
enviaba claros mensajes de ruptura y la ciudad mediterránea adhería a
Buenos Aires como también lo hicieron los vecinos de la Villa de la
Concepción en un Cabildo Abierto[19].
Los sucesos en la Villa
La Villa de la Concepción recibió, el 12 de junio de 1810, un pliego del entonces Sr. Gobernador Intendente de la Provincia de Córdoba, Don Juan Gutiérrez de la Concha[20], quien le comunicaba al Cabildo de la Villa la separación del Virrey por un gobierno “sin más autoridad que la fuerza de una falta de subordinación a un superior”[21]. Los cabildantes manifestaron entonces su lealtad al Gobierno de Córdoba, quien se había manifestado en oposición a la Junta Provisional, aunque los sucesos posteriores motivaron un cambio de posición en la Villa: “actitud cautelosamente revisionista”, a decir de Barrionuevo Imposti (1986: 110).[22] En ese cambio de correlación de fuerzas políticas, la Villa de la Concepción del Río Cuarto recibía de la Junta Provisional Gubernativa de Buenos Aires -el 9 de agosto- “siete pliegos y una cartilla de Ympresos” en el que se le comunicaba lo actuado y se le exigía reconocimiento al nuevo gobierno. Los cabildantes decidieron citar a “los principales de este pueblo” y al cura párroco “á efecto de aserles saber las determinaciones dela Superior Junta”[23].
Al día siguiente, reunida la
porción más noble de su onrrado becindario” sostuvieron “qe.
Jamas podrían sin acerse reos dela más severa critica oponerse ala
instalacion de esa Junta provisional”[24],
aunque por “cortos haberes de sus
avitantes qe apenas asean fundamen.to de un pueblo q.e haun se alla en la
Cuna de su erección” se excusan de poder contribuir a “sus altos, y
piadosos designios”
El 17 de agosto de 1810, en tanto, el Cabildo de Córdoba elegía al Dean
Gregorio Funes[25] como diputado de Córdoba
al Congreso de las Provincias Unidas. Su mandato expreso era incorporarse
a la Junta del Gobierno de Buenos Aires, lo que ocurre a principios de
octubre. La Villa de la concepción también debía
nombrar diputado o procurador General, aunque por el “corto
numero de su vecindario, y escasas facultades, no podra soportar la
asignación. a dho. Diptado sele hiciese, sin embargo se somete gustoso a
las Superiores ordenes de V. E.”[26].
Así, la Villa de la Concepción fue –a decir de Vitulo (1947: 79)-
a ocupar el 18º lugar de los 26 cabildos que reconoció la Junta de
Buenos Aires.
Nueve días después, el
26 de agosto, serían ejecutados en Cabeza de Tigre -en el límite entre
las jurisdicciones de Córdoba y de Santa Fe- los líderes del denominado
movimiento contrarrevolucionario
de Córdoba. A fines
de agosto, Mariano Moreno elaboraba el Plan
de Operaciones del Gobierno Provisional de las Provincias Unidas del Río
de la Plata, el que se pergeñaba para consolidar la independencia,
aunque su autor posteriormente sería apartado.
A partir de allí, distintas tendencias y
posiciones se irían configurando en la lucha por la construcción de una
nueva hegemonía, liberada de España, y bajo el control de los
descendientes de España en América, los criollos; en sus tendencias
moderadas y radicales y en sus políticas centralistas o autonomistas.
Los
protagonismos en la Villa El repaso de los nombres de quienes asistieron a la convocatoria del Cabildo local permite reconocer la conformación económica y social de la pequeña élite que gobernaba la Villa. Algunos eran herederos de los primeros propietarios, otros avecinados de cercanías a la localidad desde zonas serranas y otros arribados desde la región de Cuyo y de Chile como de la propia España. Dependiendo de sus intereses económicos esta pequeña élite local se debatía entre mantener las prerrogativas heredadas de la corona –aunque estas se venían desmoronando–, o asumir las ventajas geopolíticas de los nuevos aires revolucionarios. En cierto modo, el Reformismo había beneficiado a esta villa fronteriza. La mayoría de los comerciantes europeos que la habitaban habían arribado entre fines del siglo XVIII y primeros años del XIX. De los comerciantes registrados en la Villa, a excepción de un pardo procedente de Córdoba, todos fueron identificados como españoles. Nueve de ellos, a inferir por la edad, apellido y la proximidad del relevamiento, eran hijos de los comerciantes. Por tanto, observando la nómina de comerciantes y teniendo en cuenta la categoría de Don, símbolo de prestigio y poder en una sociedad altamente jerarquizada, el comercio en la villa estaba en manos de estos nuevos residentes. Entre ellos, Don Juan Cisneros[27] y Manuel Ordóñez[28] estaban registrados como de procedencia europea. Don Francisco Paula Claro y Don Benito del Real, de Cádiz[29]; Don Josep Giraldez, Don Pedro Fernández y Manuel Castañeira eran oriundos de Galicia, Don Alexandro Wilson de Inglaterra[30]. Seis procedían de Córdoba: Don Pedro Ignacio Mendoza, Juan Luis Ordoñez, Don Lucio Cisneros[31], Don Miguel Mascareño, Don Francisco Torre y el pardo Felipe Crespo[32]; Don Clemente Moyano era de San Juan, Don Andrés Gomez y Don Pedro Bargas de Mendoza, Juan Bautista Basquez de Buenos Aires y Don Bruno Malbrán y Muñoz[33] de Chile. Estos comerciantes, siendo residentes de la localidad, tenían una característica en común: la de poseer esclavos[34]. Manuel Ordoñez tenía 4 esclavos; Juan Martinez Zisneros era propietario de 4 esclavos y una esclava, Don Benito del Real, era propietario de dos esclavos negros; Josef Guiraldes tenía bajo su poder a tres esclavos; Francisco de Paula Claro cinco esclavos; Francisco Torres también poseía cinco esclavos y Bruno Malbrán y Muñoz el mismo número[35]. Para los comerciantes europeos, la Villa se presentaba como una plaza con futuro en las transacciones por la vía de circulación entre Buenos Aires y Santiago de Chile. Algunos de ellos habían logrado entroncarse con las familias de la región a través de alianzas matrimoniales. Los casos de Bruno Malbrán y Muñoz con los Arias de Cabrera, Manuel Ordóñez con los Acosta y Benito del Real con los Soria lo muestra. Esa elite constituida por hispano-criollos descendientes de conquistadores y primeros pobladores en alianza con españoles comerciantes arribados a fines del siglo XVII se constituía en el poder político local en tiempos de la revolución de mayo. Cuando el cabildo local recibió el pliego de la Junta Provisional Gubernativa[36] fueron Manuel Ordoñez, como Alcalde Ordinario, Juan Martinez Zisneros, como Regidor del Fiel Ejecutor y Marcelino Soria, como Defensor de Pobres, quienes decidieron convocar a los vecinos de la Villa para el día siguiente. En la convocatoria a la porción más noble de vecindario, a los “Principales de este pueblo”, asistieron -además del cura párroco Mariano López Cobos- los comerciantes Bruno Malbrán y Muñoz, José Clemente Moyano, Pedro Antonio Fernández y Juan Bautista Basquez; los hacendados Josef Francisco Tisera[37], Felipe Guerra, Antonio Ponze de León, Esteban Rosas Arias de Cabrera, José Antonio Acosta[38] junto al notario Teodoro Acosta[39] y el poseedor de tienda de pulpería, Santiago Gutiérrez[40] junto a Pedro Martínez. Como se dijo, algunos tenían ascendencia familiar en la propia región, como Esteban Rosas Arias de Cabrera[41], Don Gervasio Acosta[42] y Don Marcelino Soria[43]. En síntesis, la elite local de aquellos que portaban “rango poder y riqueza” estaba conformaba por nuevos comerciantes españoles que habían arribado a la villa producto de la reestructuración económica del imperialismo español en alianza con descendientes de españoles en la región. “Revolución
y Guerra”: militarización y movilización en la Villa y en la región Los sucesos de Mayo implicaron un cambio en la composición de la elite,
puesto que la revolución trajo una militarización de la población y
nuevos protagonismos. Así, comenzó a darse una ampliación en su número
con la incorporación de sujetos que, tal vez sin el “rango, poder y
prestigio” heredado del pasado, tenían sin embargo su condición de
militar y la jerarquía de ostentar cargos en defensa de la revolución.
Estos eran quienes imponían el nuevo orden y buscaban suprimir los
privilegios y símbolos monárquicos. Eran, por tanto, una nueva
autoridad. En el proceso, a decir de Halperín Donghi, se imponía una nueva igualdad dentro de la elite, puesto que “el régimen revolucionario no podía compartir el poder necesario para afrontar las luchas internas y externas con organismos burocráticos orgullosos de su larga tradición de competencia con organismos rivales”. (Donghi, 1978: 121). Y esta nueva igualdad implicaba la participación de militares en acontecimientos sociales hasta entonces reservados a la propia elite. Por otro lado, los grupos
subalternos, muchos de ellos mano de obra en relación de dependencia
(peones y esclavos) y otros más autónomos (campesinos labradores y los
identificados como “vagos y
“malentretenidos”), serían los movilizados para atender los distintos
frentes de las batallas revolucionarias[44].
Estos generalmente conformaban la población rural mestiza y parda
–referencia a condición social más que étnica. Eran, en síntesis,
los descendientes de los indios originarios sometidos o los negros
esclavos traídos forzosamente que se fueron emparentando entre sí -y con
los españoles- y dieron origen al mestizaje en la región. Finalmente, cabe también
considerar que por esos tiempos y dado el estado de movilización y
guerra, la problemática fronteriza con el indio no sometido quedó prácticamente
relegada y suspendida. Cuando de registros e
interpretaciones se trata, la historiografía argentina convencional ha
establecido a partir de 1810 un corte temporal que da por concluida la era
colonial. A partir de 1810 se estaría en presencia, entonces, de una
sociedad independiente. Los diferentes estudios regionales del interior
muestran, como por ejemplo es el caso de la
región de la frontera sur del Río Cuarto, que a posteriori se mantenían
las características de las sociedades jerárquicas típicas del
mundo colonial. Esa
situación, en realidad, solo se modificaría bien avanzado el siglo XIX,
al incorporarse definitivamente la región al capitalismo agrario y al
cambiar el eje económico de la zona serrana a la pampeana. Conclusión Hacer
historia local con el objeto de trascender las reducciones de escala
requiere bucear en los nexos de relaciones que se tejen entre los sujetos
particulares que actúan en las aldeas y los procesos más amplios que los
afectan y que el conocimiento histórico mantuvo muchas veces disociados.
Por ello, a la pregunta de ¿cómo reaccionaba la aldea frente a los
grandes cambios?, la respuesta no se agota en el registro de los
acontecimientos del lugar. Mucho se ha investigado sobre el
proceso revolucionario de mayo y no fue la intención de este trabajo
ofrecer una versión distinta, incluso sobre lo que se ha investigado en
la propia localidad sobre su sociedad de fines del siglo
XVIII y principios del XIX. Pretendimos, sí, realizar un esfuerzo
por acercar lo macro y lo micro. El suceder de la localidad y el suceder
en el territorio más amplio del Virreynato y sus vínculos con el
exterior. Por supuesto la propuesta muestra algunas conexiones y muchas
otras quedan para analizar. En tal sentido, tomando como problemática específica los protagonistas de la Villa de la Concepción frente a los sucesos de Mayo, se indagó sobre quiénes eran y de dónde venían; así como también lo que como actividad ejercían. Lo visto permitió destacar la posición que la localidad tenía en la región y sus vínculos con los circuitos económicos del norte y el puerto; fundamentalmente por su condición de paso. Frente a los sucesos de mayo, el análisis permitió identificar la actuación de los cabildantes de la Villa de la Concepción como porción más honrosa del vecindario y su actitud expectante. Quizás -como entiende Dongui-, porque inquietos por su propia seguridad querían saber mejor quiénes serían finalmente los vencedores. La condición de poblado nuevo en área estratégica -y que aún se hallaba en la cuna de su erección- y en él la presencia dominante de comerciantes españoles –hijos del reformismo borbónico- quizás expliquen su doble dependencia: la de Córdoba conservadora y la de Buenos Aires revolucionaria. La
reacción de los criollos porteños frente a la política del Reformismo
Borbónico, colocaba en una situación comprometida a la Villa que había
surgido al amparo de dichos cambios. ¿Cómo concebir, entonces, la
aceptación de una orientación distinta a la que le había dado su origen
político? Con pocos años de existencia política es comprensible
que aquella Villa, controlada por comerciantes españoles letrados en
alianza con hacendados de la región, quedara expectante a la espera de la
conformación del nuevo mapa político que se iría configurando. Por
los caminos que hasta entonces habían transitado de Buenos Aires a Cuyo y
a Santiago de Chile, las mercaderías en las caravanas de arrieros y
troperos, comenzaban movilizarse las huestes que buscaban, esta vez,
llevar la revolución al otro lado de la cordillera. Así el movimiento
comercial cedía al movimiento y movilización de tropas por la región.
La militarización del espacio, por otro lado, pero también de su sociedad y su rol estratégico de paso y conexión entre el Atlántico y el Pacífico se constituyen también en ejes claves para comprender, a partir de entonces, su trayectoria. Problemáticas que constituyen sus marcas del pasado para el futuro de la localidad y que invitan a nuevas indagaciones. Por
último, recordando la frase de Tolstoi, se hace necesario pensar la
importancia de pintar la aldea,
donde uno vive, para entender el mundo. Pintar
la aldea sin los colores fuertes de un localismo aislado y de
comprensión autosuficiente, pero también sin menosprecio para que no se
desvanezcan sus trazos en el paisaje de la totalidad. Bibliografía
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La actitud también fue
acompañada por ciertos académicos que desestimaron las historias
locales y regionales cuando se insistía en la búsqueda de la
Historia Total. Una renovación historiográfica, que acompaña la
crisis de los grandes relatos, junto a la revisión de las historias
macros, la crisis de legitimación de los Estados Nacionales y de su
historia, colocó en escena las ricas y variadas historias locales.
Estas construcciones en muchos casos desarmaron y cuestionaron las
historias nacionales y posibilitaron considerar otros postulados y
preguntas para avanzar en las historias locales y regionales. (Ver Bandieri 1996, 2005; Fernández, 2007; Carbonari, 2009). [2]
De acuerdo
con las leyes de España, la corona tenía el dominio de las tierras
americanas. Las mismas se tornaban propiedad particular a través de Merced o Real Gracia que beneficiaba prioritariamente a los
conquistadores así como a los primeros residentes y/o descendientes
de éstos. [3]
La antigua Merced de los
Cabrera, primera caracterización de la región, había alcanzado su máxima
extensión a fines del siglo XVII. En el transcurso del siglo XVIII,
las estancias –así como otros dominios– comenzaron a ser
vendidas, repartidas
entre los descendientes, o hipotecadas, lo que implicó un mayor
poblamiento colonial por nuevos ocupantes (aunque continuaban los
propietarios herederos de los primeros conquistadores, bien como
arrendatarios, propietarios o en relación de dependencia). Si bien no
constituían un sector social homogéneo, habrían desarrollado
estrategias de producción apoyadas en mano de obra dependiente, sea
ésta conchabada o esclava, en los casos que podían comprarla
(Montes, 1953;
Mayol Laferrère, 1980). [4]
Como en
otros ámbitos fronterizos –el Gran Chaco, la Araucanía y las
Pampas–, el control geopolítico respondía a intereses de la política
exterior de la Corona española. Así, desde mediados del siglo XVIII
el Estado Borbónico había desplegado un fuerte dispositivo militar y
científico en esas áreas (Lázaro Ávila,
1996). [5]
La misma se constituía con
la erección de tres fuertes Punta del Sauce (1752), Santa Catalina
(1778), Las Tunas (1779) y varios fortines intermediarios para cubrir
la frontera sur de la Jurisdicción de Córdoba. Esta política
defensiva fue acompañada con la colonización del espacio a través
de la conformación de dos centros urbanos: El Pueblo de la Concepción
fundado en 1786 en el lugar de la Parroquia de Río Cuarto –donde se
dio el mayor fraccionamiento de tierras de la antigua “mercedes”
del fundador de Córdoba– y La Villa de La Carlota en 1787, en el
Fuerte Punta del Sauce. [6] Ello acompañaba toda la línea de divisoria que atravesaba el continente desde la región bonaerense por el río Salado, en el meridional cordobés por el río Cuarto, hasta llegar a Cuyo y Chile, separando así dos formas diferenciadas de ordenar el espacio geográfico-social. [7]
Este vendedor
ambulante vendía textiles europeos y recibía como parte de pago
tejidos que se producían en la región y que luego transfería para
Buenos Aires y Cuyo. Realizaba sus operaciones mayormente dentro de la
jurisdicción de la Villa de la Concepción, pero mantenía algunas
ventas en la jurisdicción de La Carlota y de San Luis. Cayetano Proni,
tal como se llamaba, podría haber sido uno de esos “Buhoneros” que, tal como los caracterizara el comandante
Amigorena [1787] en su paso por la región, intercambiaban con las
tejedoras “bayetillas,
Gergas y Ponchillos” por géneros de Castilla (Magoia, 2001). Tal
vez este comerciante integraba “el
aceitado sistema de comercialización forzosa de la fuerza de trabajo
de las mujeres campesinas a través de la correa de transmisión del
capital mercantil; grupo de mercaderes itinerantes recorren la campaña
intercambiando efectos de Castilla y otros productos por ponchos y
otras piezas textiles futuras” (Garavaglia y Wentzel, 1989:
218). [8]
En este sentido Felix
Converso afirma: “Los tenderos
cumplieron las funciones de intermediarios del intercambio, se
deslizaron entre productores y compradores, traficando las mercancías
ofrecidas. Se definieron claramente -por su actividad- como agentes de
la economía de mercado. Representaron el intercambio acompañado de
crédito, ya que el tendero recibió sus mercancías financiadas y así
también las vendió” (Converso 1991:10). [9]
También, el
comandante de la frontera Amigorena en su trayecto de Buenos Aires a
Mendoza dejaba registrado la importancia de la producción textil en
el sur de Córdoba. Refiriéndose a Tegua decía: “Las
mugeres de todos estos Lugares... se aplican a hilar
y tejer Ponchos”. Y afirma lo mismo para río Arriba. Sobre
Achiras dice “las mugeres se
ocupan en su(s) ilados de que
tejen Ponchos, Gergas, etc”. Y para Posta del Morro:
“En todos los Ranchos hay sus Majaditas de Ovejas... las mugeres se ocupan de Ilados; pero todas estas gentes son bien
pobres sin que se halle un Hacendado de consecuencia (Amigorena
[1787] 1987). [10]
Uno de los
productos que más vendía en la región Proni era un lienzo de algodón
de baja calidad y precio, lo que hace suponer que comerciaba con
unidades familiares de campesinas que intercambiaban su propia
producción: tejidos y ganado. La mayoría de los compradores eran
mujeres, las que tenían a su cargo la producción textil. Entre
1805-1806 en la región había producción artesanal en tejido, tanto en telas picotes (tela
áspera de cuero de cabra), jergas (telas gruesa y tosca), bayetas
(tela de lana poco tupida) y sabanillas (piezas pequeñas utilizadas
para cubrir el altar) y productos acabados como ponchos y frazadas. (Carbonari
y Magoia, 2002). [11]
Este corte
también ha sido el utilizado por Fourcade (1991: 24) en su
investigación sobre la población de la Villa de la Concepción. Sin
embargo cabe aclarar que el mismo solo se infiere a través de la
secuencia del relevamiento censal (confrontar con el propio registro
del Censo de 1813 fs.
285). El relevamiento no discrimina por lugares, por tanto no
posibilita tener la certeza de que 740 haya sido la totalidad de la
población urbana; por eso el número es conjetural. En otros trabajos
se optó por no discriminar entre población urbana y rural de la
jurisdicción de la Villa (Valdano, Carbonari y Cocilobo, 2009).
[12]
Las categorías
Varón, Patria, Edad, Estado y Clase son extraídas del propio
empadronamiento del Censo de 1813. [13]
Juan
Echenique contrae vínculo matrimonial con María Rosa Cabrera
heredera de los Cabrera por lo cual accede a la propiedad de las
tierras de la sierra sur de Córdoba, vinculada a la estancia San
Bartolo Un caso significativo en relación con otros del mundo hispanoamericano a
finales del siglo XVII. (Ver
Carbonari y Baggini, 2004) [14]
Ver Bordese María
Ester, Ana Belén Mitre y Gabriel Germanetto (2003). [15]
Hacia 1800 arribaba el burócrata
don Bruno Malbran y Muñoz, chileno, descendiente directo de español.
Arribaba como administrador español de la Real Renta de Tabacos y
Naipes y ocuparía
distintos cargos en la villa casándose también con una descendiente
de los Cabrera. Para esta misma época vendrían probablemente los
españoles europeos don Manuel Ordóñez, Juan Martínez Cisneros,
Pedro Antonio Fernández. También arribaron algunos cordobeses como
Antonio Ponce de León. [16]
Ver el
Vecindario inicial por Barrinuevo Imposti (1986: 72-80). [17]
Intelectual
cordobés –formado en los principios del Reformismo
Ilustrado a través de la escolástica y por ello partidario de la
ruptura del orden colonial–, fue elegido por los Cabildos de Córdoba
y de la Villa de la Concepción como representante ante la Junta
Central en Buenos Aires o Junta Grande constituida en diciembre de
1810. Quizás por su formación canónica orientó su posición a
mantener una actitud moderada, inclinado hacia las actitudes del
Presidente de la Junta –Cornelio Saavedra– y enfrentándose al
Secretario –Mariano Moreno– de tendencia radical. En Buenos Aires,
Funes sería el principal representante de los delegados del interior
(Bischoff, 1979; Crespo, 1999), asumiendo una política centrista. [18]
El 26 de
agosto fueron ejecutados en Cabeza de Tigre, en el límite entre Córdoba
y Santa Fe, los dominados contrarrevolucionarios
de Córdoba: el entonces gobernador don Juan Gutiérrez Concha, el
ex virrey Santiago de Liniers, el coronel Santiago Alejo de Allende,
el ministro tesorero Joaquín Moreno y el oidor fiscal Dr. Victorino
Rodríguez. El obispo Rodrigo Antonio de Orellana salvó su vida por
la investidura aunque debió confesar a los reos y presenciar su fusilamiento
(Ferrari Rueda, 1968). [19]
Una síntesis
de lo acaecido en el Cabildo de la Concepción, a través de sus
actas, se encuentra en Vitulo (1947:
76-82). [20]
Juan Antonio Gutiérrez de la Concha, marino cantábrico, había
arribado al Virreinato junto a la Expedición científica de Alejandro
Malaspina (1789-1794).
Dicha expedición había sido enviada
por la corona española con el propósito de aumentar el conocimiento
de la flora y la fauna y de los pueblos que habitaban las colonias
hispanas aunque se quedaría en estas
tierras. Posteriormente participó en las dos invasiones británicas
al Río de la Plata (1806-1807) como segundo de Santiago de Liniers. Posteriormente
asumió como gobernador de
Córdoba del Tucumán (Carlos Pesado
Riccardi Gutiérrez de la Concha. Una vida para el Rey,
Ministerio de Defensa). [21]
Se informaba también que en
esa Capital se había convocado Junta
para resolver lo más conveniente, y que la misma resolvió “prestar el debido obedecimiento ael Superior Jefe Nro. Exmo. Señor a
excepción de que la fuerza benza cuya resolución nos comunica
confiando en que la lealtad que siempre ha mostrado esta Villa
subsista en ella”. A la misma los cabildantes sostuvieron que
“estamos propicios a dar todo
rendimiento y solo obserbar y cumplir aquellas órdenes que V. S. nos
imparta; demostrando en esta ocasión (como tan urgente) la Fidelidad
de Leales Vasallos (Acta Capitular de la Concepción del Río
Cuarto: 1947: 356). [22]
En ese contexto, los cabildos del interior -a decir de Donghi- se
constituyeron en “el teatro de
la lucha entre partidarios y adversarios del nuevo sistema, arbitrada
casi siempre por los que, inquietos sobre todos por su seguridad,
quisieran saber mejor quiénes serán finalmente los vencedores” (Donghi, 1980: 50). [23]
Acta del
Cabildo de la Villa de la Concepción del Río Cuarto del 11 de agosto
de 1810 (Vitulo: 1947: 358). [24]
“...no solo p.r las solidaz
razones .sino tambien p.r q.e mira el nuevo plan. Y recta organización
q.e las sabias y piadosas disposiciones de V. E. han tomado
p.a la defensa y sostén delos inviolables dros.
Sobre esta américa, del Sor. D.n Fernando
Septimo (q.e Dios Gue) a Q.n ofrecemos nuestros
humildes votos y p.r. quien no dudaremos en toda
oportunidad sacrificar nuestras vidas”. Acta
del Cabildo de la Villa de la Concepción del Río Cuarto del 11 de
agosto de 1810 (en Academia Nacional de Historia, A.N.H. 1947: 358).
[25]
17 de
setiembre. P. 362, a un año después 1 de octubre de 1811 designa a
Dean Funes. [26]
Acta del
Cabildo de la Villa de la Concepción del Río Cuarto del 11 de agosto
de 1810 (En A.N.H: 1947:
363). [27]
No se conoce
referencia genealógica sobre Juan Martínez de Cisneros. [28]
Español, procedente del Reino de León, se casó en la
Villa con Manuela de
Acosta y Arias de Cabrera en 1798, hija de Andrés Ángel Acosta.
Ver Linaje de Acosta (Mayol Laferrère, 1975) [29]
Benito del Real probablemente haya arribado a la villa antes de 1800´, fecha en la que
se casa con doña Gregoria Bracamonte, viuda de don Juan José Soria e
hija de don Ignacio Bracamonte y doña Josefa Pedraza (Dato extraído
de los libros parroquiales. Ver Mayol Laferrère (1980: 43) [30]
Su residencia en la Villa tenía otra explicacion. Alejandro Wilson
había pertenecido al grupo de prisioneros ingleses de las invasiones
inglesas del Río de la Plata. En
1806 se casó con Doña Silvestra Acosta, hija de Andrés Ángel
Acosta y de doña Manuela
Sosa (Dato extraído de
los libros parroquiales. (Ver Mayol Laferrère: 1980: 43; 1975: 26).
Ver también Bordese, Germaneto y Mitre (2003). [31]
Probablemente
hijo de Juan Martínez de Cisneros (pues que es empadronado al lado),
lo que posibilita inferir que antes de arribar a la Villa esta familia
haya estado en la ciudad de Córdoba. [32]
Tal vez, siendo el único caso de comerciante pardo, es probable que
se haya dedicado al comercio
de menudeo en el interior. [33]
Hacia 1800 arribaba don Bruno Malbran y Muñoz desde Córdoba, quien
era administrador español de la Real Renta de Tabacos y Naipes. Su
matrimonio, en segundas nupcias con
Genara Arias de Cabrera lo ligaba a una de las familias propietarias
de tierras, por herencia de la Merced de los Cabrera. Doña Genara
era hija de Don Esteban Arias de Cabrera y Cevallos y de Doña
Manuela López Freites, quienes figuran entre los primeros pobladores
de la Villa de la Concepción (Ver Falco y Negro, 2009). [34]
La propiedad de esclavos es un indicio significativo del
poder económico de estos comerciantes. Posteriormente cuando
se hiciera la leva de esclavos en la Villa, estos comerciantes
debieron contribuir a la causa con la confiscación de sus esclavos. Ver:
Torres, Felix, “La movilización de los esclavos en Córdoba
1815”. Todo es Historia Nro 224 (1985: 35-47); Barrionuevo Imposti,
“Reclutas Blancos y Negros” (1986: 138-140). [35]
Tanto en el censo de 1778 como en el de 1813 la proporción de
esclavos en la región era del 8 %. Si se consideran los 740
habitantes identificados como propios de la Villa esa proporción se
eleva al 14 %, pues se identificaron 105 esclavos, 52 varones y 53
mujeres, 12 negros y 10 negras, siendo seis africanos y tres
africanas. (Carbonari y Cocilovo, 2004; Valdano, Carbonari y Cocilovo,
2009) [36]
La Junta de Mayo buscó en el interior la adhesión al
pronunciamiento porteño, tanto de forma persuasiva, a través de
circulares; como coercitiva a través de las expediciones militares.
Cada espacio del interior del antiguo virreinato
debió constituir una estrategia propia para dar respuesta a la
solicitud del cabildo porteño. Por ello en cada espacio del interior
hay una historia anterior que permite comprender y explicar la
respuesta a la invitación porteña.
[37]
Casado con Rosalia Airas de Cabrera (Barrionuevo Imposti, 1986: 112). [38]
José Antonio de Acosta y
Sosa era descendiente de Andrés Angel
Acosta y María Manuela Sosa
y Fernández (hija del Cap. Gerónimo Antonio de Sosa y Arias
de Cabrera y doña Mariana Fernández). Nacido en Calamuchita, en 1767
y bautizado en la Capilla del Cano en 1769. Residía en 1778 en el
paraje de Río de los Sauces, se traslada junto a sus padres a formar
el plantel de pobladores fundadores de Villa de la Concepción. siendo
posteriormente.el
primer Alcalde de la Villa (Mayol
Laferrère, 1975: 25-27). Se
casa en Río cuarto (1797) con doña Simona Guerra y Soria (hija de
Francisco Guerra y doña María de Soria y Correa de Lemos). En 1799
es Regidor defensor de menores. Fue teniente de milicias, fue Alguacil
mayor (1810). Desde 1813 ejerce la comandancia de la 1° compañía de
las milicias de caballería de la Villa de la Concepción
como Capitán. Se desempeñó luego como escribano del Cabildo
y en 1815 es comisionado por el comandante de la Frontera Sur [39]
Descendiente de Andrés Angel Acosta y Benítez y María Josefa Arias
de Cabrera y Cáceres. Era
hermano de José de la Presentación Acosta, hijo de José Vicente de
Acosta y Benítez, procedente de Calamuchita. Primo de Manuela Acosta
y Arias de Cabrera, quien era la esposa del Alcalde Ordinario, Manuel
Ordóñez. [40]
En 1803 era
elegido como fiel ejecutor pero luego fue vetado por tener “tienda
abierta de Pulpería, p.r ser esta Propiedad incompatible
con el Juzg.do q.e ha de velar sobre la calidad,
y precios de los abastos, y estar asi declarados por la Ley en cuyo
caso entrará aservir dho cargo d.n Antonio Ortiz”
(Acta Capitular de la Villa de la Concepción del 15 de febrero de
1800 (A.N.H., 1947: 158). [41]
Descendiente de la Rama de los Cabrera (Moyano Aliaga, 2003: 145),
casado con Manuela López y Freytes. [42]
Hermano de José Antonio de Acosta y Sosa por parte de padre. [43]
Hijo de quien donara terrenos para fundación del pueblo de la
Concepción y luego elevada al rango de villa, Juan Guadalberto Soria. [44] Para sostener esos frentes, la elite, es decir “los más pudientes”, aportaron o debieron aportar forzosamente reses, dinero y esclavos. |
María Rosa Carbonari
mcarbonari@hum.unrc.edu.ar
Artículo elaborado para el libro: “Bicentenario: memorias y proyección”
a ser publicado por Universidad Nacional Río Cuarto.
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