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“La Revolución de Mayo” en una Villa Real de reciente conformación.

Diálogo entre lo micro y lo macro

por María Rosa Carbonari

(Centro de Investigaciones Históricas-UNRC)

Río Cuarto, abril de 2010

Artículo elaborado para el libro: “Bicentenario: memorias y proyección” a ser publicado por Universidad Nacional Río Cuarto.

Introducción

El  25 de mayo de 1810 es una fecha fundacional para la conformación de la Nación Argentina. La Patria festeja su Bicentenario porque hace 200 años -en la capital del Virreinato del Río de la Plata, Buenos Aires- se daban los primeros síntomas de ruptura del orden colonial.

Las distintas celebraciones y festejos buscan así valorar y revitalizar la identidad de un antepasado asociado con el relato de los orígenes y el “destino” de la nación. Porque conmemorar es retrotraer la memoria a su estado inicial y reproducirla, ese acto simbólico trae el pasado al presente, lo revitaliza y le da perspectiva al futuro sin anular, claro, las disputas de interpretación y de apropiación que distintos sectores plantean en virtud de sus propias lecturas e intereses.

Para esa lectura de magnitud la historia que se evoca todo lo trasciende. Es la historia nacional, es el relato sobre la patria toda. ¿Pueden las historias locales y regionales agregar su propia narración ante ese gran relato? En la búsqueda de sumar aportes para la comprensión de la Historia. Argentina, en esta instancia se la abordará desde un pequeño espacio, desde los ecos de una historia local que trata las implicancias  de la “revolución de mayo” en la Villa de la Concepción del Río Cuarto.

La historia local y regional en el marco de la Historia nacional

La historia local tiene sus detractores. A menudo se cuestiona que los espacios diminutos, los esfuerzos de conocimiento aislados, la escasez documental lugareña y la pérdida de lo relevante anuncian que los resultados serán poco menos que interesantes. Las preguntas, entonces, se repiten: ¿Qué cuestiones diferentes puede una historia local plantearle a una historia nacional? ¿Qué nuevos aportes podrá sumar a la disciplina? o  ¿Cómo evitará refugiarse tan solo en una anécdota? ¿Cómo conseguirá desde su particularidad asomarse a las coordenadas de la universalidad del conocimiento?

Preguntas meta-cognitivas que pueden resultar desestimulantes para quienes tienen la tarea de investigar desde el interior su propia historia. De quienes teniendo el relato general de la historia nacional deben construir la historia local que a aquella se articula.  Así, el encadenamiento deductivo, de lo macro a lo micro –como un efecto dominó- puede imponer un relato en secuencia ordinal. Tal como los diarios locales que reportan por sesiones la actualidad, la tendencia de registrar la historia de los acontecimientos del mundo, de la nación, de la provincia y por último de la localidad puede menospreciar a ésta última. Si así se impone, a ésta entonces solo le cabe administrar las “repercusiones” de los “grandes” acontecimientos en el lugar.[1] Pero la lectura también puede ser otra y el intento vale.

Cuando Tolstoi (1828-1910) acuñó la frase “pinta tu aldea y pintarás el mundo”, probablemente no pretendió insinuar que ésta solo es un apéndice de aquel. Pero sí que a través de ella también se constituye aquel. Por eso comprender cada espacio colabora en entender al todo. ¿O acaso el todo no se constituye también por cada una de sus partes?

Frente a coyunturas de cambio, por ejemplo, los comportamientos particulares permiten advertir cómo algunos sujetos buscan reproducir los esquemas arraigados junto a los privilegios consolidados, pero también otros asumen las nuevas políticas en virtud de defender sus propios intereses. Vistos a la distancia algunos representan al pasado y otros al futuro, frente a un campo de posibilidades y estrategias de acción que en cada lugar asumen ciertas especificidades. Comprenderlas, entonces, colabora desde lo micro también a comprender lo macro y ese desafío se constituye en horizonte clave para el historiador local y regional.

Por eso una preocupación de ese tipo implica plantearse otras cuestiones, entre ellas: ¿Cómo se van articulando lo macro y lo micro? ¿Cuáles son las mediaciones que existen entre ambos? Frente a coyunturas de cambio ¿cómo se fueron acomodando y adaptando los sujetos de la comunidad? ¿Qué estrategias de acción fueron desplegando?  ¿Cuáles fueron las interacciones entre los sujetos locales y aquellos externos que representan a las nuevas políticas? Preguntas cuyas respuestas no serán definitivas, sino en muchos casos posibilidades del suceder en función de los parcos y fragmentarios registros que de ese pasado han quedado y/o de su dificultosa accesibilidad. Situación a la que el estudio de Río Cuarto no escapa, ya que aún teniendo un repositorio local, otra parte significativa de la documentación se encuentra en el Archivo Histórico de la Provincia de Córdoba (Córdoba), el Archivo General de la Nación (Buenos Aires) y, para el estudio colonial, el Archivo General de Indias (Sevilla).

Claro está que la historia de Río Cuarto, como la de cualquier otro espacio, no se comprende si el recorte se recluye tan solo en los sucesos del propio lugar. Los vínculos de la economía (mundo), de la política y la red de conexiones sociales y culturales advierten que las interacciones generan consecuencias que dependen de lecturas amplias. Este es quizás uno de los mayores desafíos de las historias locales; es decir, buscar la red de conexiones y vínculos que unen lo micro con lo macro y en su relación adquieren significado.

El caso de la “revolución de mayo” permite encarar un ejercicio interesante en esos términos. Cuando protagonizada por la elite porteña se inició una nueva etapa que culminó en la formación de la Junta Provisional Gobernativa de la Capital del Río de la Plata, se exigió al interior manifestarse. La exigencia de reconocimiento del nuevo gobierno implicó en las villas del interior una actitud propia. Desentrañar ese proceso micro ayuda, entonces, a comprender el proceso macro. Este texto intenta, entonces, avanzar en ese ejercicio.

En ese sentido,  primeramente se hará  mención a la historicidad de la región del río Cuarto en la etapa del viejo sistema colonial y la importancia que la Villa de la Concepción tuvo para la política de reestructuración del Imperio Español en el siglo XVIII. Luego se comentará la coyuntura política de la revolución que permite identificar la conformación de la elite de la Villa en tiempos revolucionarios y comprender las decisiones que adoptaron los sujetos protagonistas del poder local al proceso inicial de cambio.

La región del río Cuarto y el dominio español en el siglo XVIII

La región del río Cuarto fue identificada por los españoles por el cuarto río que atravesaba la jurisdicción de Córdoba, integrando dos ambientes geomorfológicos diferenciados –sierra y llanura- que se conectaban por diversos cursos de ríos pluviales que tenían su origen en la propia sierra.

El uso de estos espacios por los habitantes originarios tenía modalidades distintas. Por un lado, los grupos étnicos de la zona serrana practicaban una economía que pretendía domesticar y dominar la naturaleza. Sus  rutinas sedentarias, les permitió constituir una “naturaleza social propia” y dejar varios registros de sus prácticas de sobrevivencia. Por otro, los grupos étnicos que transitaban la llanura daban un uso distinto al espacio natural, eran recolectores y cazadores y su localización era variable, más bien eran nómades.

Cuando España comenzó a tomar decisiones sobre este espacio “no conocido”, alteró las relaciones “espacio-natural” y “espacio social” constituidas hasta casi finales del siglo XVIII. La conformación de nuevas unidades administrativas jurisdiccionales implicó no solo ordenaciones distintas del territorio, sino también la llegada de protagonistas jerárquicos que debían administrarlos. Ese movimiento trastocó las posiciones de los grupos hegemónicos y también de los subalternos, ya que los cruzamientos y nuevas relaciones tejieron una compleja trama de vínculos. 

Los habitantes originarios, por ejemplo, perdieron protagonismo y debieron acomodarse a la fuerza en función de las articulaciones definidas desde el denominado “viejo mundo” para el “nuevo mundo”. Los nuevos propietarios de la tierra consideraron a la población originaria como parte de la naturaleza. Así, sobre la población serrana se estableció, a pesar de alguna discordia, una relación de forzosa dependencia a través del régimen de encomienda. La población originaria de la llanura, en cambio, ejerció mucha más resistencia e inicialmente no pudo ser sometida; razón por la cual marcaría el confín del Imperio Español en América.

En el territorio, a poco de conquistado se había creado el Virreinato del Perú con capital en Lima (1542). Sus gobernaciones administrativas interiores ordenaban casi todo el espacio hispanoamericano, “descubierto” y por “descubrir”, en función de la explotación minera del Cerro de Potosí (1543) en el Alto Perú. Es así que en esa división administrativa se identificaba al río Cuarto con los confines australes de la Gobernación del Tucumán perteneciente al Virreinato del Perú. De ese modo y con ese nombre se hacía referencia al territorio bañado por el cuarto río, cuyos afluentes se originaba en los valles de las sierras comechingones y atravesaba el territorio que se incorporaba a la jurisdicción de Córdoba luego de su fundación (1573). 

Las tierras del río Cuarto en si mismas no tuvieron valor para los que fueron sus nuevos propietarios. La región no mostraba metales y su población india pasible de ser reducida era escasa. La apropiación del espacio, sin embargo, se llevó a cabo igual mediante el reparto de indios y distribución de tierras como premio a quienes participaron en su conquista. En ese marco los campos de la sierra fueron más valorados por la abundancia de cursos naturales de agua y la mayor facilidad para reducir a sus habitantes originarios. De ese modo las tierras del sur de Córdoba fueron otorgadas en Merced[2] a los descendientes de Jerónimo Luis de Cabrera. Estos generaron puestos de estancias y cascos de establecimientos productivos; a los que se sumó la población de indios y descendientes de indios mestizados constituyendo la población subalterna que otorgaba la fuerza de trabajo en los establecimientos. Por la proximidad de una capilla u oratoria, muchos de estos agrupamientos posteriormente se transformaron en centros poblados.

La propiedad sobre la tierra de por si no generaba riqueza, por eso los españoles solo obtuvieron un dominio efectivo en la sierra, donde podían disponer de mano de obra que facilitaba la producción. En el llano, en tanto, la ocupación fue primeramente militar y se acompañó con políticas de poblamiento. El objetivo principal era, entonces, proteger las vías de comunicaciones que conectaban a Asunción, Santa Fe, Córdoba, Buenos Aires, Cuyo y Santiago de Chile.

Así, combinando poder económico, social y político, los descendientes de Cabrera se transformaron -en el transcurso del siglo XVIII- en los dueños de la tierra, generando fraccionamiento de la misma por herencia, por venda directa y por  hipoteca y venta posterior[3].

La reforma del Estado, la región del Río Cuarto y el surgimiento de la Villa Real

Durante el siglo XVIII la Reforma del Estado Español -Reformismo Borbónico- intentaba fortalecer su dominio o, dicho de otro modo, que los territorios americanos disminuyeran su autonomía política y económica para evitar la cada vez mayor marginación de España de un sistema europeo que estaba alcanzando dimensión mundial (Goldman, 1998:25). Así, el nuevo reordenamiento del espacio modificó los límites territoriales de las estructuras político-administrativas indianas y creó nuevos virreinatos. En ese plano la conformación del Virreinato del Río de la Plata, con capital en Buenos Aires (1776), generó un cambio fundamental en el equilibrio geopolítico del continente: Lima –antigua capital de todo el imperio de Hispanoamérica–  comenzó paulatinamente a perder la hegemonía que había mantenido durante el viejo sistema colonial, ya que la ruta por el Pacífico dejaba lugar a la ruta del Atlántico (Assadourian, 1983).

Así, en 1782/83 se fraccionó al Virreinato del Río de la Plata en unidades administrativas menores con lo que España esperaba ejercer mayor control. En ese sentido, los gobernadores-intendentes –entre los que se encontraba Rafael de Sobre Monte– fueron los instrumentos de control social enviados por el gobierno imperial para recuperar América (Lynch, 1980:15). En esta re-territorialización, la región del río Cuarto dejaba, por un lado, de ser el confín del dominio sur del Virreinato del Perú para constituirse en la frontera sur del Virreinato del Río de la Plata; y, por el otro, dejaba de ser frontera con Chile puesto que la región de Cuyo, antes dependiente de esa capitanía, pasaba a integrar la jurisdicción de Córdoba del Tucumán que se incluía en el Virreinato del Río de la Plata.

Con la Intendencia de Córdoba del Tucumán, la región sur de Córdoba comenzó a adquirir mayor importancia en virtud de ser nexo de integración con la economía colonial vinculada al Atlántico. De allí que luego interesara su poblamiento y ejercicio del control de la frontera. Con ese plano de fondo, el Marqués de Sobre Monte (1783-1797) decidió crear un sistema defensivo que permitiera “estabilizar” la frontera y ampliar el territorio ocupado por la sociedad hispánica-criolla. Y así lo hizo saber en un informe que elevara (1785) planteando la necesidad de poblar la frontera, fundamentalmente en las cercanías del camino real a Cuyo, dándole para ello tierra a los nuevos pobladores a fin de ir formando villas (Carbonari, 1998).

De ese modo, la región del Río Cuarto pasó de zona periférica de la campaña cordobesa y espacio marginal para la economía andina a territorio estratégico para el paso de Buenos Aires a Santiago de Chile[4]. La política de defensa en el “tránsito preciso” -como sostuvo Sobre Monte- de Buenos Aires a Mendoza se plasmó entonces en la conformación de líneas de fuertes y fortines acompañando el curso del río Cuarto en la jurisdicción de Córdoba[5].

Mediante esa política a fines del siglo XVIII la región quedó sujeta al denominado nuevo imperialismo, con la administración reformada, la defensa reorganizada y el comercio reavivado; de modo que el control de la economía colonial resultaba en beneficio de la metrópoli (Lynch, 1980). Pero la ocupación, también, permitió el poblamiento formal –sobre lo que básicamente eran áreas rurales- y la transformación de los pueblos de la Concepción y La Carlota en Villas Reales, lo que lentamente llevó a una mayor valorización de las tierras[6].

El nuevo estatus de las Villas trajo también el arribo de españoles peninsulares que acompañaban la reforma del estado español. Su incorporación al medio implicó el tejido de vínculos con los descendientes de los conquistadores y  primeros pobladores a través de alianzas matrimoniales, lo que amplió el núcleo de la elite local que conformaría “la porción más noble del vecindario” en tiempos de la revolución.

Población y economía entre fines del siglo XVIII y principios del XIX

El proceso de poblamiento al que aludimos pudo de algún modo ser registrado. Los censos de 1778 y 1813 permiten graficar esas transformaciones, además de  revelar las jerarquías socio-étnicas del mundo colonial: una mitad aproximadamente caracterizada de españoles y el resto de indios, negros, mestizos, pardos y mulatos, con un  8 % del total de la población (1778 y 1813) en condición jurídica de esclavo.

La economía era, entonces, de subsistencia; a partir del trabajo de familias campesinas dedicadas a la producción del telar, tal como lo revela el empadronamiento de 1813 y el registro de un comerciante genovés (1805-1806) que arribado desde Buenos Aires recorría los parajes de la llanura (río Abajo) y de la sierra (río Arriba), atravesando a veces hacia el otro lado del cordón[7].

La región, en esa época, era atravesada por distintos caminos que ofrecían una fluida comunicación y circulación de productos, uniendo mercados distantes.

El Libro de Cuentas y Haberes conservado, por ejemplo, permite advertir que el vendedor no solo comerciaba con la población rural, sino también con otros centros económicos como Buenos Aires, Cuyo y Córdoba; generalmente actuando de intermediario  en consignaciones y préstamos. Articulaba así, dos espacios económicos. Uno micro, conformado por la zona de campaña en la que intercambiaba productos con las familias campesinas; y otro macro, que se constituía por los centros de distribución. En su actividad también mantenía vínculos con el poder político de la Villa, pues se registra su intervención como testigo en “diversas actuaciones judiciales” y otras relaciones comerciales con comerciantes de la Villa que ocuparon puestos en el Cabildo, como José Giraldez y Pedro Martínez (Magoia, 2001).

Dentro de este contexto, la figura del comerciante de campaña se constituía en el transmisor del excedente generado en el seno de las economías domésticas hacia los comerciantes urbanos, quienes continuarán el circuito comercial revendiendo estas piezas en otros mercados[8]. Esas unidades eran autónomas y el pilar de las economías rurales de las sierras[9]. En general se dedicaban a la producción de ganado, alimentos y tejidos que intercambiaban por “efectos de Castilla”[10]. Al margen de los hacendados –una minoría propietaria de tierras y de mano de obra esclava- que orientaban su producción al norte y que estaban mayormente localizados en la sierra, se puede decir que el resto se conformaba por unidades familiares de subsistencia –campesinos-, donde se conjugaba la fuerza de trabajo femenino -dedicada a hilar y a tejer- y la actividad de los hombres como labradores o conchabados esporádicamente en las estancias que los tenían como peones.

Pero además de mercaderes en el interior, había en la villa un buen número de comerciantes. En el censo de 1813, por ejemplo, se registraron en la región 4.473 de los cuales se supone que 740 residían en el poblado de la Villa de la Concepción[11].  De los mismos, 29 se registraron como comerciantes españoles. El seguimiento nominal de sus casos permite advertir también que en su mayoría participaban en el gobierno de la Villa junto a los hacendados criollos herederos de conquistadores y primeros pobladores. Veamos a continuación la lista de quienes eran.

Lista de los comerciantes consignados en la Villa en el Censo de 1813

Varon

 

Patria

Edad

Estado

Clase[12]

D.n Pedro Ign.o Mendoza

 

 Cord.a

39

 Casado

 Español

D.n Bruno Malbran

 

 Chile

49

 Casado

 Español

D.n Juan Baup.ta Basq.z

 

 Bs As

30

 Casado

 Español

D. Alex.dro Guilson

 

 Island.z

34

 Casado

 Español

Felipe Crespo

 

 Cord.a

29

 Casado

 Pardo

D.n Juan Sisnero

 

 Europeo

57

 Casado

 Español

D.n Lucio Sisnero

 

 Cord.a

26

 Soltero

 Español

D.n Fran.co  Paula Claro

 

 de Cadiz

38

 Casado

 Español

D.n Juan Fran.co Claro

 

 Rio 4°

14

 Soltero

 Español

Apolinario Claro

 

Rio 4°

12

 Soltero

 Español

D. Man.l Ordoñes

 

 Europeo

44

 Casado

 Español

D. Josef Man.l Ordoñes

 

 Rio 4°

14

 Soltero

 Español

D.n Josef Giraldes

 

Galicia

50

 Casado

 Español

d.n Juan  Luis Ordoñes

 

 Cord.a

32

 Casado

 Español

d.n Benito del Real

 

 de Cadiz

61

 Casado

 Español

D.n Andres Gomes

 

 Mendoza

40

 Casado

 Español

d.n Josef Martines

 

 Mendoza

13

 Soltero

 Español

D.n Pedro Barg.s

 

 Mendoza

24

 Casado

 Español

d.n Balentin Ricabarra

 

 Rio 4°

15

 Soltero

 Español

D.n  Marcelino Soria

 

 Rio 4°

28

 Casado

 Español

D.n Mig.l Mascareño

 

 Cord.a

26

 Soltero

 Español

D.n Pedro Fernand.z

 

Galicia

39

 Casado

 Español

d.n Clem.te Moyano

 

 S.n Juan

31

 Casado

 Español

Josef Man.l Guiad.s

 

 Rio 4°

13

 Solt.o

 Español

Josef M.a Guiad.s

 

 Rio 4°

12

 Solt.o

 Español

Man.l Castañeira

 

Galicia

25

 Solt.o

 Español

D.n Jerbacio Acosta

 

 Rio 4°

27

 Solt.o

 Español

D.n Fran.co Torre

 

 Cord.a

44

 Casad.o

 Español

D.n Gaspar torre

 

 Rio 4°

17

 Solt.o

 Español

Fuente: Elaborado por la autora sobre la base del Empadronamiento de la

Villa de la Concepción y su Jurisdicción

 

En síntesis, puede decirse que a fines del siglo XVIII y principios del siglo XIX la región del Río Cuarto presentaba características de una economía y sociedad colonial: producción ganadera y de tejidos para el propio consumo con una organización familiar campesina. Dicha estructura económica prácticamente no variaría hasta bien entrada la mitad del siglo XIX (Carbonari y Magoia, 2002; Gutiérrez, 1995).

Los privilegios de los “vecinos” de la Villa

Por Real Cédula Confirmatoria de la Fundación (1797), el Rey Carlos IV les había otorgado a los vecinos propietarios residentes de la región, herederos de conquistadores y primeros pobladores, el poder del ejercicio político, de justicia y de policía en el territorio bajo su dominio.  La región del río Cuarto,  por ser dominio de España, era gobernada según el Derecho Indiano. En ese marco el Rey concedió a la “nueba poblacion el titulo de Villa con el nombre de la Concepcion de Nuestra Señora, y a sus pobladores los pribilegios que para tales casos conceden las leyes”. Entre ellas el gobierno local, a través del cabildo.

El cabildo, según la legislación indiana, debía constituirse con un Alcalde Ordinario, quatro Regidores, un Aguacil y un Mayordomo (…) en la forma que disponen las Leyes de estos Reynos… Los alcaldes y regidores ejercían el gobierno y la administración de justicia en la jurisdicción de la Villa. Eran jueces en primera instancia de causas civiles y criminales que se presentaban ante el Cabildo y utilizaban el bastón o vara de la justicia cómo símbolo de su función.

Para ser Alcalde ordinario era requisito ser vecino de la villa: “personas honradas, hábiles y suficientes, que sepan leer y escribir” y preferentemente descendientes de descubridores y primeros pobladores (Zorroaquin Becu, 1967: 316).

Asimismo debían “ser propietario de un inmueble y vivir en forma permanente en la ciudad, no estar excomulgado, no ser deudor de la real Hacienda, no ser extranjero, no poseer un oficio vil, no ser dueño de tiendas o tabernas, ni comerciar por interpósitas personas” (Emiliani, 1994: 136).

Los vecinos de la Villa se fueron constituyendo a partir de antiguos residentes de la sierra y propietarios herederos de la Merced de los Cabrera. Como nuevos pobladores que habían arribado en el transcurso del siglo XVIII, se habían avecinado y emparentado con los descendientes de los Cabrera por política nupcial, como por caso puede mencionarse a Echenique[13]. A la Villa se habían sumado también nuevos vecinos oriundos de regiones aledañas. Algunos de ellos mantenían vínculos de ascendencia con los Cabrera. Otros habían arribado como militares incentivados por la política de protección de la frontera y luego accederían a sus tierras fronterizas. Entre ellos los Soria, los Acosta[14], los López y los Tisera. Además, otros llegarían como nuevos comerciantes interesados por el tráfico en Buenos Aires y Santiago de Chile.[15] Así, en su conjunto, se constituirían en los primeros pobladores de la Villa[16] que asumirían los primeros cargos en el Cabildo.

La coyuntura política porteña

Buenos Aires había protagonizado, en 1806 y 1807, una incipiente manifestación de soberanía cuando reaccionó ante las denominadas “invasiones inglesas” frente a la nueva coyuntura internacional. Ese antecedente de militarización urbana fue interpretado entonces como una señal de fuerza propia, de modo que cuando en 1810 se trató de fundar una nueva autoridad legítima que supliera en carácter provisorio la soberanía de Fernando VII quien se encontraba en cautiverio–, adquirió luego características independentistas. 

Claro que esa primera manifestación de soberanía porteña pronto evidenciaría diferencias de intereses entre los propietarios ganaderos y comerciantes descendientes de los españoles nacidos en America y los comerciantes y funcionarios de la administración imperial arribados en el siglo XVIII. Los primeros serían identificados como criollos o hispano-criollos y los restantes como españoles peninsulares. También había discrepancias entre los peninsulares rioplatenses y los peninsulares peruanos. Incluso en el interior de las antiguas provincias del Virreinato se plantearon desacuerdos sobre la orientación de la economía, reflejados posteriormente en posturas centristas y autonomistas.

En ese sentido, para Ansaldi la revolución de 1810 generó dentro del  espacio rioplatense un complejo juego de enfrentamientos, una dialéctica descontrolada y perversa en la cual resulta difícil distinguir la tensión entre el centralismo y el fraccionalismo (Ansaldi, 1987:2)

Así, la revolución urbana iniciada en el Puerto se desarrolló primero entre posturas revolucionarias –morenistas– y posturas moderadas –saavedristas–. A pesar de estas diferencias, el grupo hegemónico porteño pretendía constituir lealtades a través de nuevas juntas subalternas que reconocieran su dependencia de la Junta de Buenos Aires. Con el argumento de evitar desacuerdos internos que pudieran ser aprovechados por los realistas, la Junta porteña envió una circular a los cabildos del interior para que enviaran sus representantes a Buenos Aires y se sumaran al nuevo gobierno. En ese contexto, las reacciones de los propietarios y comerciantes del interior frente a las decisiones tomadas por la denominada Primera Junta no fueron homogéneas: los vecinos de la ciudad de Córdoba, por ejemplo –de antigua tradición hispánica y apoyados por funcionarios del Imperio Español–, se opusieron a los intentos centristas de los vecinos porteños.

Ello explica la primera reacción de las autoridades cordobesas frente al movimiento de mayo. Sin embargo, en Córdoba la representación de los vecinos no fue homogénea. Allí se manifestaron a grandes rasgos dos líneas: una reacción hispánica y una postura revolucionaria pero moderada, expresada  en la figura del Dean Funes[17]. Aunque en principio se orientó hacia la defensa y mantenimiento de los vínculos con la metrópoli, una expedición auxiliadora enviada desde el Puerto sofocaba el intento de resistencia y ejecutó a los opositores en Cabeza de Tigre en agosto de 1810[18].

De esta manera, el Puerto enviaba claros mensajes de ruptura y la ciudad mediterránea adhería a Buenos Aires como también lo hicieron los vecinos de la Villa de la Concepción en un Cabildo Abierto[19].

Los sucesos en la Villa      

La Villa de la Concepción recibió, el 12 de junio de 1810, un pliego del  entonces Sr. Gobernador Intendente de la Provincia de Córdoba, Don Juan Gutiérrez de la Concha[20], quien le comunicaba al Cabildo de la Villa la separación del Virrey por un gobierno “sin más autoridad que la fuerza de una falta de subordinación a un superior”[21]. Los cabildantes manifestaron entonces su lealtad al Gobierno de Córdoba, quien se había manifestado en oposición a la Junta Provisional, aunque los sucesos posteriores motivaron un cambio de posición en la Villa: “actitud cautelosamente revisionista”, a decir de Barrionuevo Imposti (1986: 110).[22]  

En ese cambio de correlación de fuerzas políticas, la Villa de la Concepción del Río Cuarto recibía de la Junta Provisional Gubernativa de Buenos Aires -el 9 de agosto- “siete pliegos y una cartilla de Ympresos” en el que se le comunicaba lo actuado y se le exigía reconocimiento al nuevo gobierno. Los cabildantes decidieron citar a “los principales de este pueblo” y al cura párroco “á efecto de aserles saber las determinaciones dela Superior Junta”[23].

            

Al día siguiente, reunida la porción más noble de su onrrado becindario” sostuvieron “qe. Jamas podrían sin acerse reos dela más severa critica oponerse ala instalacion de esa Junta provisional”[24], aunque por “cortos haberes de sus avitantes qe apenas asean fundamen.to de un pueblo q.e haun se alla en la Cuna de su erección” se excusan de poder contribuir  a “sus altos, y piadosos designios”

             

El 17 de agosto de 1810, en tanto, el Cabildo de Córdoba elegía al Dean Gregorio Funes[25] como diputado de Córdoba al Congreso de las Provincias Unidas. Su mandato expreso era incorporarse a la Junta del Gobierno de Buenos Aires, lo que ocurre a principios de octubre.

La Villa de la concepción también debía nombrar diputado o procurador General, aunque por el “corto numero de su vecindario, y escasas facultades, no podra soportar la asignación. a dho. Diptado sele hiciese, sin embargo se somete gustoso a las Superiores ordenes de V. E.”[26]. Así, la Villa de la Concepción fue –a decir de Vitulo (1947: 79)- a ocupar el 18º lugar de los 26 cabildos que reconoció la Junta de Buenos Aires.

            

Nueve días después, el 26 de agosto, serían ejecutados en Cabeza de Tigre -en el límite entre las jurisdicciones de Córdoba y de Santa Fe- los líderes del denominado movimiento  contrarrevolucionario de Córdoba. A  fines de agosto, Mariano Moreno elaboraba el Plan de Operaciones del Gobierno Provisional de las Provincias Unidas del Río de la Plata, el que se pergeñaba para consolidar la independencia, aunque su autor posteriormente sería apartado.

 

A partir de allí, distintas tendencias y posiciones se irían configurando en la lucha por la construcción de una nueva hegemonía, liberada de España, y bajo el control de los descendientes de España en América, los criollos; en sus tendencias moderadas y radicales y en sus políticas centralistas o autonomistas.   

Los protagonismos en la Villa

El repaso de los nombres de quienes asistieron a la convocatoria del Cabildo local permite reconocer la conformación económica y social de la pequeña élite que gobernaba la Villa. Algunos eran herederos de los primeros propietarios, otros avecinados de cercanías a la localidad desde zonas serranas y otros arribados desde la región de Cuyo y de Chile como de la propia España.

Dependiendo de sus intereses económicos esta pequeña élite local se debatía entre mantener las prerrogativas heredadas de la corona –aunque  estas se venían desmoronando–, o asumir las ventajas geopolíticas de los nuevos aires revolucionarios.  En cierto modo, el Reformismo había beneficiado a esta villa fronteriza. La mayoría de los comerciantes europeos que la habitaban habían arribado entre fines del siglo XVIII y primeros años del XIX.  De los comerciantes registrados en la Villa, a excepción de un pardo procedente de Córdoba, todos fueron identificados como españoles. Nueve de ellos, a inferir por la edad, apellido y la proximidad del relevamiento, eran hijos de los comerciantes. Por tanto, observando la nómina de comerciantes y teniendo en cuenta la categoría de Don, símbolo de prestigio y poder en una sociedad altamente jerarquizada, el comercio en la villa estaba en manos de estos nuevos residentes.

Entre ellos, Don Juan Cisneros[27] y Manuel Ordóñez[28] estaban registrados como de procedencia europea. Don Francisco Paula Claro y Don Benito del Real, de Cádiz[29]; Don Josep Giraldez, Don Pedro Fernández y Manuel Castañeira eran oriundos de Galicia, Don Alexandro Wilson de Inglaterra[30]. Seis procedían de Córdoba: Don Pedro Ignacio Mendoza, Juan Luis Ordoñez,  Don Lucio Cisneros[31], Don Miguel Mascareño, Don Francisco Torre y el pardo Felipe Crespo[32]; Don Clemente Moyano era de San Juan,  Don Andrés Gomez y Don Pedro Bargas de Mendoza, Juan Bautista Basquez de Buenos Aires y  Don Bruno Malbrán y Muñoz[33] de Chile.

Estos comerciantes, siendo residentes de la localidad, tenían una característica en común: la de poseer esclavos[34]. Manuel Ordoñez tenía 4 esclavos; Juan Martinez Zisneros era propietario de 4 esclavos y una esclava, Don Benito del Real, era propietario de dos esclavos negros; Josef Guiraldes tenía bajo su poder  a tres esclavos; Francisco de Paula Claro cinco esclavos; Francisco Torres también poseía cinco esclavos y Bruno Malbrán y Muñoz el mismo número[35].

Para los comerciantes europeos, la Villa se presentaba como una plaza con futuro en las transacciones por la vía de circulación entre Buenos Aires y Santiago de Chile. Algunos de ellos habían logrado entroncarse con las familias de la región a través de alianzas matrimoniales. Los casos de Bruno Malbrán y Muñoz con los Arias de Cabrera, Manuel Ordóñez con los Acosta y Benito del Real con los Soria lo muestra. Esa elite constituida por hispano-criollos descendientes de conquistadores y primeros pobladores en alianza con españoles comerciantes arribados a fines del siglo XVII se  constituía en el poder político local en tiempos de la revolución de mayo.

Cuando el cabildo local recibió el pliego de la Junta Provisional Gubernativa[36] fueron Manuel Ordoñez, como Alcalde Ordinario, Juan Martinez Zisneros, como Regidor del Fiel Ejecutor y  Marcelino Soria, como Defensor de Pobres, quienes decidieron convocar a los vecinos de la Villa para el día siguiente.

En la convocatoria a la porción más noble de vecindario, a los “Principales de este pueblo”, asistieron -además del cura párroco Mariano López Cobos- los comerciantes Bruno Malbrán y Muñoz,  José Clemente Moyano, Pedro Antonio Fernández y Juan Bautista Basquez; los hacendados Josef Francisco Tisera[37], Felipe Guerra, Antonio Ponze de León, Esteban Rosas Arias de Cabrera, José Antonio Acosta[38] junto al notario Teodoro Acosta[39] y el poseedor de tienda de pulpería,  Santiago Gutiérrez[40]  junto a Pedro Martínez. Como se dijo, algunos tenían ascendencia familiar en la propia región, como Esteban Rosas Arias de Cabrera[41], Don Gervasio Acosta[42] y Don Marcelino Soria[43].

En síntesis, la elite local de aquellos que portaban “rango poder y riqueza” estaba conformaba  por nuevos comerciantes españoles que habían arribado a la villa producto de la reestructuración económica del imperialismo español en alianza con descendientes de españoles en la región.

“Revolución y Guerra”: militarización y movilización en la Villa y en la región

Los sucesos de Mayo implicaron un cambio en la composición de la elite, puesto que la revolución trajo una militarización de la población y nuevos protagonismos. Así, comenzó a darse una ampliación en su número con la incorporación de sujetos que, tal vez sin el “rango, poder y prestigio” heredado del pasado, tenían sin embargo su condición de militar y la jerarquía de ostentar cargos en defensa de la revolución. Estos eran quienes imponían el nuevo orden y buscaban suprimir los privilegios y símbolos monárquicos. Eran, por tanto, una nueva autoridad.

En el proceso, a decir de Halperín Donghi, se imponía una nueva igualdad dentro de  la elite, puesto que  “el régimen revolucionario no podía compartir el poder necesario para afrontar las luchas internas y externas con organismos burocráticos orgullosos de su larga tradición de competencia con organismos rivales”. (Donghi, 1978: 121). Y esta nueva igualdad implicaba la participación de militares en acontecimientos sociales hasta entonces reservados a la propia elite.

Por otro lado, los grupos subalternos, muchos de ellos mano de obra en relación de dependencia (peones y esclavos) y otros más autónomos (campesinos labradores y los identificados como “vagos  y “malentretenidos”), serían los movilizados para atender los distintos frentes de las batallas revolucionarias[44]. Estos generalmente conformaban la población rural mestiza y parda –referencia a condición social más que étnica. Eran, en síntesis, los descendientes de los indios originarios sometidos o los negros esclavos traídos forzosamente que se fueron emparentando entre sí -y con los españoles- y dieron origen al mestizaje en la región.

Finalmente, cabe también considerar que por esos tiempos y dado el estado de movilización y guerra, la problemática fronteriza con el indio no sometido quedó prácticamente relegada y suspendida.

Cuando de registros e interpretaciones se trata, la historiografía argentina convencional ha establecido a partir de 1810 un corte temporal que da por concluida la era colonial. A partir de 1810 se estaría en presencia, entonces, de una sociedad independiente. Los diferentes estudios regionales del interior muestran, como por ejemplo es el caso de la región de la frontera sur del Río Cuarto, que a posteriori se mantenían las características de las sociedades jerárquicas típicas del mundo colonial. Esa situación, en realidad, solo se modificaría bien avanzado el siglo XIX, al incorporarse definitivamente la región al capitalismo agrario y al cambiar el eje económico de la zona serrana a la pampeana.

Conclusión

Hacer historia local con el objeto de trascender las reducciones de escala requiere bucear en los nexos de relaciones que se tejen entre los sujetos particulares que actúan en las aldeas y los procesos más amplios que los afectan y que el conocimiento histórico mantuvo muchas veces disociados. Por ello, a la pregunta de ¿cómo reaccionaba la aldea frente a los grandes cambios?, la respuesta no se agota en el registro de los acontecimientos del lugar.  

Mucho se ha investigado sobre el proceso revolucionario de mayo y no fue la intención de este trabajo ofrecer una versión distinta, incluso sobre lo que se ha investigado en la propia localidad sobre su sociedad de fines del siglo  XVIII y principios del XIX. Pretendimos, sí, realizar un esfuerzo por acercar lo macro y lo micro. El suceder de la localidad y el suceder en el territorio más amplio del Virreynato y sus vínculos con el exterior. Por supuesto la propuesta muestra algunas conexiones y muchas otras quedan para analizar.

En tal sentido, tomando como problemática específica los protagonistas de la Villa de la Concepción frente a los sucesos de Mayo, se indagó sobre quiénes eran y de dónde venían; así como también lo que como actividad ejercían. Lo visto permitió destacar la posición que la localidad tenía en la región y sus vínculos con los circuitos económicos del norte y el puerto; fundamentalmente por su condición de paso.

Frente a los sucesos de mayo, el análisis permitió identificar la actuación de los cabildantes de la Villa de la Concepción como porción más honrosa del vecindario y su actitud expectante. Quizás -como entiende Dongui-, porque inquietos por su propia seguridad querían saber mejor quiénes serían  finalmente los vencedores.  La condición de poblado nuevo en área estratégica -y que aún se hallaba en la cuna de su erección- y en él la presencia dominante de comerciantes españoles –hijos del reformismo borbónico- quizás expliquen su doble dependencia: la de Córdoba conservadora y la de Buenos Aires revolucionaria.

La reacción de los criollos porteños frente a la política del Reformismo Borbónico, colocaba en una situación comprometida a la Villa que había surgido al amparo de dichos cambios. ¿Cómo concebir, entonces, la aceptación de una orientación distinta a la que le había dado su origen  político? Con pocos años de existencia política es comprensible que aquella Villa, controlada por comerciantes españoles letrados en alianza con hacendados de la región, quedara expectante a la espera de la conformación del nuevo mapa político que se iría configurando.  

Por los caminos que hasta entonces habían transitado de Buenos Aires a Cuyo y a Santiago de Chile, las mercaderías en las caravanas de arrieros y troperos, comenzaban movilizarse las huestes que buscaban, esta vez, llevar la revolución al otro lado de la cordillera. Así el movimiento comercial cedía al movimiento y movilización de tropas por la región.    

La militarización del espacio, por otro lado, pero también de su sociedad y su rol estratégico de  paso y conexión entre el Atlántico y el Pacífico se constituyen también en ejes claves para comprender, a partir de entonces, su trayectoria. Problemáticas que constituyen sus marcas del pasado para el futuro de la localidad y que invitan a nuevas indagaciones.

Por último, recordando la frase de Tolstoi, se hace necesario pensar la importancia de pintar la aldea, donde uno vive, para entender el mundo. Pintar la aldea sin los colores fuertes de un localismo aislado y de comprensión autosuficiente, pero también sin menosprecio para que no se desvanezcan sus trazos en el paisaje de la totalidad.

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Notas:

[1] La actitud también fue acompañada por ciertos académicos que desestimaron las historias locales y regionales cuando se insistía en la búsqueda de la Historia Total. Una renovación historiográfica, que acompaña la crisis de los grandes relatos, junto a la revisión de las historias macros, la crisis de legitimación de los Estados Nacionales y de su historia, colocó en escena las ricas y variadas historias locales. Estas construcciones en muchos casos desarmaron y cuestionaron las historias nacionales y posibilitaron considerar otros postulados y preguntas para avanzar en las historias locales y regionales.  (Ver Bandieri 1996, 2005; Fernández, 2007; Carbonari, 2009).

[2] De acuerdo con las leyes de España, la corona tenía el dominio de las tierras americanas. Las mismas se tornaban propiedad particular a través de Merced o Real Gracia que beneficiaba prioritariamente a los conquistadores así como a los primeros residentes y/o descendientes de éstos.

[3] La antigua Merced de los Cabrera, primera caracterización de la región, había alcanzado su máxima extensión a fines del siglo XVII. En el transcurso del siglo XVIII, las estancias –así como otros dominios– comenzaron a ser vendidas,  repartidas entre los descendientes, o hipotecadas, lo que implicó un mayor poblamiento colonial por nuevos ocupantes (aunque continuaban los propietarios herederos de los primeros conquistadores, bien como arrendatarios, propietarios o en relación de dependencia). Si bien no constituían un sector social homogéneo, habrían desarrollado estrategias de producción apoyadas en mano de obra dependiente, sea ésta conchabada o esclava, en los casos que podían comprarla  (Montes,  1953; Mayol Laferrère, 1980).

[4] Como en otros ámbitos fronterizos –el Gran Chaco, la Araucanía y las Pampas–, el control geopolítico respondía a intereses de la política exterior de la Corona española. Así, desde mediados del siglo XVIII el Estado Borbónico había desplegado un fuerte dispositivo militar y científico en esas áreas (Lázaro Ávila, 1996).

[5] La misma se constituía con la erección de tres fuertes Punta del Sauce (1752), Santa Catalina (1778), Las Tunas (1779) y varios fortines intermediarios para cubrir la frontera sur de la Jurisdicción de Córdoba. Esta política defensiva fue acompañada con la colonización del espacio a través de la conformación de dos centros urbanos: El Pueblo de la Concepción fundado en 1786 en el lugar de la Parroquia de Río Cuarto –donde se dio el mayor fraccionamiento de tierras de la antigua “mercedes” del fundador de Córdoba– y La Villa de La Carlota en 1787, en el Fuerte Punta del Sauce. 

[6] Ello acompañaba toda la línea de divisoria que atravesaba el continente desde la región bonaerense por el río Salado, en el meridional cordobés por el río Cuarto,  hasta llegar a Cuyo y Chile, separando así  dos formas diferenciadas de ordenar el espacio geográfico-social.

[7] Este vendedor ambulante vendía textiles europeos y recibía como parte de pago tejidos que se producían en la región y que luego transfería para Buenos Aires y Cuyo. Realizaba sus operaciones mayormente dentro de la jurisdicción de la Villa de la Concepción, pero mantenía algunas ventas en la jurisdicción de La Carlota y de San Luis. Cayetano Proni, tal como se llamaba, podría haber sido uno de esos “Buhoneros” que, tal como los caracterizara el comandante Amigorena [1787] en su paso por la región, intercambiaban con las tejedoras  bayetillas, Gergas y Ponchillos” por géneros de Castilla (Magoia, 2001). Tal vez este comerciante integraba “el aceitado sistema de comercialización forzosa de la fuerza de trabajo de las mujeres campesinas a través de la correa de transmisión del capital mercantil; grupo de mercaderes itinerantes recorren la campaña intercambiando efectos de Castilla y otros productos por ponchos y otras piezas textiles futuras” (Garavaglia y Wentzel, 1989: 218).

[8] En este sentido Felix Converso afirma: “Los tenderos cumplieron las funciones de intermediarios del intercambio, se deslizaron entre productores y compradores, traficando las mercancías ofrecidas. Se definieron claramente -por su actividad- como agentes de la economía de mercado. Representaron el intercambio acompañado de crédito, ya que el tendero recibió sus mercancías financiadas y así también las vendió” (Converso 1991:10).

[9] También, el comandante de la frontera Amigorena en su trayecto de Buenos Aires a Mendoza dejaba registrado la importancia de la producción textil en el sur de Córdoba. Refiriéndose a Tegua decía: “Las mugeres de todos estos Lugares... se aplican a hilar y tejer Ponchos”. Y afirma lo mismo para río Arriba. Sobre Achiras dice “las mugeres se ocupan en su(s) ilados de que tejen Ponchos, Gergas, etc”.  Y  para Posta del Morro: “En todos los Ranchos hay sus Majaditas de Ovejas... las mugeres se ocupan de Ilados; pero todas estas gentes son bien pobres sin que se halle un Hacendado de consecuencia (Amigorena [1787] 1987).  

[10] Uno de los productos que más vendía en la región Proni era un lienzo de algodón de baja calidad y precio, lo que hace suponer que comerciaba con unidades familiares de campesinas que intercambiaban su propia producción: tejidos y ganado. La mayoría de los compradores eran mujeres, las que tenían a su cargo la producción textil. Entre 1805-1806 en la región había  producción artesanal en tejido, tanto en telas picotes (tela áspera de cuero de cabra), jergas (telas gruesa y tosca), bayetas (tela de lana poco tupida) y sabanillas (piezas pequeñas utilizadas para cubrir el altar) y productos acabados como ponchos y frazadas. (Carbonari y Magoia, 2002).

[11] Este corte también ha sido el utilizado por Fourcade (1991: 24) en su investigación sobre la población de la Villa de la Concepción. Sin embargo cabe aclarar que el mismo solo se infiere a través de la secuencia del relevamiento censal (confrontar con el propio registro del  Censo de 1813 fs. 285). El relevamiento no discrimina por lugares, por tanto no posibilita tener la certeza de que 740 haya sido la totalidad de la población urbana; por eso el número es conjetural. En otros trabajos se optó por no discriminar entre población urbana y rural de la jurisdicción de la Villa (Valdano, Carbonari y Cocilobo, 2009).   

[12] Las categorías Varón, Patria, Edad, Estado y Clase son extraídas del propio empadronamiento del Censo de 1813.

[13] Juan Echenique contrae vínculo matrimonial con María Rosa Cabrera heredera de los Cabrera por lo cual accede a la propiedad de las tierras de la sierra sur de Córdoba, vinculada a la estancia San Bartolo Un caso significativo en relación con otros del mundo hispanoamericano a finales del siglo XVII. (Ver Carbonari y Baggini, 2004)

[14] Ver Bordese  María Ester, Ana Belén Mitre y Gabriel Germanetto (2003).

[15] Hacia 1800 arribaba el burócrata don Bruno Malbran y Muñoz, chileno, descendiente directo de español. Arribaba como administrador español de la Real Renta de Tabacos y Naipes  y ocuparía distintos cargos en la villa casándose también con una descendiente de los Cabrera. Para esta misma época vendrían probablemente los españoles europeos don Manuel Ordóñez, Juan Martínez Cisneros, Pedro Antonio Fernández. También arribaron algunos cordobeses como Antonio Ponce de León.

[16] Ver el Vecindario inicial por Barrinuevo Imposti (1986: 72-80).

[17] Intelectual cordobés –formado en los principios del Reformismo Ilustrado a través de la escolástica y por ello partidario de la ruptura del orden colonial–, fue elegido por los Cabildos de Córdoba y de la Villa de la Concepción como representante ante la Junta Central en Buenos Aires o Junta Grande constituida en diciembre de 1810. Quizás por su formación canónica orientó su posición a mantener una actitud moderada, inclinado hacia las actitudes del Presidente de la Junta –Cornelio Saavedra– y enfrentándose al Secretario –Mariano Moreno– de tendencia radical. En Buenos Aires, Funes sería el principal representante de los delegados del interior (Bischoff, 1979; Crespo, 1999), asumiendo una política centrista. 

[18] El 26 de agosto fueron ejecutados en Cabeza de Tigre, en el límite entre Córdoba y Santa Fe, los dominados contrarrevolucionarios de Córdoba: el entonces gobernador don Juan Gutiérrez Concha, el ex virrey Santiago de Liniers, el coronel Santiago Alejo de Allende, el ministro tesorero Joaquín Moreno y el oidor fiscal Dr. Victorino Rodríguez. El obispo Rodrigo Antonio de Orellana salvó su vida por la investidura aunque debió confesar a los reos y presenciar su fusilamiento (Ferrari Rueda, 1968).

[19] Una síntesis de lo acaecido en el Cabildo de la Concepción, a través de sus actas, se encuentra en Vitulo  (1947: 76-82). 

[20] Juan Antonio Gutiérrez de la Concha, marino cantábrico, había arribado al Virreinato junto a la Expedición científica de Alejandro Malaspina  (1789-1794). Dicha expedición había sido enviada por la corona española con el propósito de aumentar el conocimiento de la flora y la fauna y de los pueblos que habitaban las colonias hispanas aunque se quedaría en estas tierras. Posteriormente participó en las dos invasiones británicas al Río de la Plata (1806-1807) como segundo de Santiago de Liniers. Posteriormente asumió como gobernador  de Córdoba del Tucumán (Carlos Pesado Riccardi Gutiérrez de la Concha. Una vida para el Rey, Ministerio de Defensa).

[21] Se informaba también que en esa Capital se había convocado  Junta para resolver lo más conveniente, y que la misma resolvió “prestar el debido obedecimiento ael Superior Jefe Nro. Exmo. Señor a excepción de que la fuerza benza cuya resolución nos comunica confiando en que la lealtad que siempre ha mostrado esta Villa subsista en ella”. A la misma los cabildantes sostuvieron que “estamos propicios a dar todo rendimiento y solo obserbar y cumplir aquellas órdenes que V. S. nos imparta; demostrando en esta ocasión (como tan urgente) la Fidelidad de Leales Vasallos (Acta Capitular de la Concepción del Río Cuarto: 1947: 356).

[22] En ese contexto, los cabildos del interior -a decir de Donghi- se constituyeron en “el teatro de la lucha entre partidarios y adversarios del nuevo sistema, arbitrada casi siempre por los que, inquietos sobre todos por su seguridad, quisieran saber mejor quiénes serán finalmente los vencedores”  (Donghi, 1980: 50).

[23] Acta del Cabildo de la Villa de la Concepción del Río Cuarto del 11 de agosto de 1810 (Vitulo: 1947: 358).

[24] “...no solo p.r las solidaz razones .sino tambien p.r q.e mira el nuevo plan. Y recta organización q.e las sabias y piadosas disposiciones de V. E. han tomado p.a la defensa y sostén delos inviolables dros. Sobre esta américa, del Sor. D.n Fernando Septimo (q.e Dios Gue) a Q.n ofrecemos nuestros humildes votos y p.r. quien no dudaremos en toda oportunidad sacrificar nuestras vidas”. Acta del Cabildo de la Villa de la Concepción del Río Cuarto del 11 de agosto de 1810 (en Academia Nacional de Historia, A.N.H. 1947: 358).

[25] 17 de setiembre. P. 362, a un año después 1 de octubre de 1811 designa a Dean Funes.

[26] Acta del Cabildo de la Villa de la Concepción del Río Cuarto del 11 de agosto de 1810 (En A.N.H:  1947: 363).

[27] No se conoce referencia genealógica sobre Juan Martínez de Cisneros.

[28] Español, procedente del Reino de León, se casó en  la Villa  con Manuela de Acosta y Arias de Cabrera en 1798, hija de Andrés Ángel Acosta.  Ver Linaje de Acosta (Mayol Laferrère, 1975)

[29] Benito del Real probablemente haya arribado a la villa antes de 1800´, fecha en la que se casa con doña Gregoria Bracamonte, viuda de don Juan José Soria e hija de don Ignacio Bracamonte y doña Josefa Pedraza (Dato extraído de los libros parroquiales. Ver Mayol Laferrère (1980: 43)

[30] Su residencia en la Villa tenía otra explicacion. Alejandro Wilson había pertenecido al grupo de prisioneros ingleses de las invasiones inglesas del Río de la Plata. En 1806 se casó con Doña Silvestra Acosta, hija de Andrés Ángel Acosta  y de doña Manuela Sosa  (Dato extraído de los libros parroquiales. (Ver Mayol Laferrère: 1980: 43; 1975: 26). Ver también Bordese, Germaneto y Mitre (2003).

[31] Probablemente hijo de Juan Martínez de Cisneros (pues que es empadronado al lado), lo que posibilita inferir que antes de arribar a la Villa esta familia haya estado en la ciudad de Córdoba.

[32] Tal vez, siendo el único caso de comerciante pardo, es probable que se haya dedicado al  comercio de menudeo en el interior.

[33] Hacia 1800 arribaba don Bruno Malbran y Muñoz desde Córdoba, quien era administrador español de la Real Renta de Tabacos y Naipes. Su matrimonio, en segundas nupcias  con Genara Arias de Cabrera lo ligaba a una de las familias propietarias de tierras, por herencia de la Merced de los Cabrera. Doña Genara  era hija de Don Esteban Arias de Cabrera y Cevallos y de Doña Manuela López Freites, quienes figuran entre los primeros pobladores de la Villa de la Concepción (Ver Falco y Negro, 2009).

[34] La propiedad de esclavos es un indicio significativo del  poder económico de estos comerciantes. Posteriormente cuando se hiciera la leva de esclavos en la Villa, estos comerciantes debieron contribuir a la causa con la confiscación de sus esclavos. Ver: Torres, Felix, “La movilización de los esclavos en Córdoba 1815”. Todo es Historia Nro 224 (1985: 35-47); Barrionuevo Imposti, “Reclutas Blancos y Negros” (1986: 138-140).

[35] Tanto en el censo de 1778 como en el de 1813 la proporción de esclavos en la región era del 8 %. Si se consideran los 740 habitantes identificados como propios de la Villa esa proporción se eleva al 14 %, pues se identificaron 105 esclavos, 52 varones y 53 mujeres, 12 negros y 10 negras, siendo seis africanos y tres africanas. (Carbonari y Cocilovo, 2004; Valdano, Carbonari y Cocilovo, 2009)

[36]  La Junta de Mayo buscó en el interior la adhesión al pronunciamiento porteño, tanto de forma persuasiva, a través de circulares; como coercitiva a través de las expediciones militares. Cada espacio del interior del antiguo virreinato  debió constituir una estrategia propia para dar respuesta a la solicitud del cabildo porteño. Por ello en cada espacio del interior hay una historia anterior que permite comprender y explicar la respuesta a la invitación porteña. 

[37] Casado con Rosalia Airas de Cabrera (Barrionuevo Imposti, 1986: 112).

[38] José Antonio de Acosta y Sosa era descendiente de Andrés Angel Acosta y María Manuela Sosa y  Fernández (hija del Cap. Gerónimo Antonio de Sosa y Arias de Cabrera y doña Mariana Fernández). Nacido en Calamuchita, en 1767 y bautizado en la Capilla del Cano en 1769. Residía en 1778 en el paraje de Río de los Sauces, se traslada junto a sus padres a formar el plantel de pobladores fundadores de Villa de la Concepción. siendo posteriormente.el primer Alcalde de la Villa  (Mayol Laferrère, 1975: 25-27). Se casa en Río cuarto (1797) con doña Simona Guerra y Soria (hija de Francisco Guerra y doña María de Soria y Correa de Lemos). En 1799 es Regidor defensor de menores. Fue teniente de milicias, fue Alguacil mayor (1810). Desde 1813 ejerce la comandancia de la 1° compañía de las milicias de caballería de la Villa de la Concepción  como Capitán. Se desempeñó luego como escribano del Cabildo y en 1815 es comisionado por el comandante de la Frontera Sur

[39] Descendiente de Andrés Angel Acosta y Benítez y María Josefa Arias de Cabrera y Cáceres. Era hermano de José de la Presentación Acosta, hijo de José Vicente de Acosta y Benítez, procedente de Calamuchita. Primo de Manuela Acosta y Arias de Cabrera, quien era la esposa del Alcalde Ordinario, Manuel Ordóñez.

[40] En 1803 era elegido como fiel ejecutor pero luego fue vetado por tener “tienda abierta de Pulpería, p.r ser esta Propiedad incompatible con el Juzg.do q.e ha de velar sobre la calidad, y precios de los abastos, y estar asi declarados por la Ley en cuyo caso entrará aservir dho cargo d.n Antonio Ortiz” (Acta Capitular de la Villa de la Concepción del 15 de febrero de 1800 (A.N.H., 1947: 158).

[41] Descendiente de la Rama de los Cabrera (Moyano Aliaga, 2003: 145), casado con Manuela López y Freytes.

[42] Hermano de José Antonio de Acosta y Sosa por parte de padre.

[43] Hijo de quien donara terrenos para fundación del pueblo de la Concepción y luego elevada al rango de villa, Juan Guadalberto Soria.

[44] Para sostener esos frentes, la elite, es decir “los más pudientes”, aportaron o debieron aportar forzosamente reses, dinero y esclavos.

María Rosa Carbonari  
mcarbonari@hum.unrc.edu.ar
 
Artículo elaborado para el libro: “Bicentenario: memorias y proyección” a ser publicado por Universidad Nacional Río Cuarto.

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