Han transcurrido cuarenta años desde que,
el 17 de junio de 1972, un grupo integrado por miembros del equipo de
campaña electoral de Richard Nixon y ex agentes de la CIA, fueron
atrapados irrumpiendo en las oficinas del partido Demócrata, ubicadas en
el edificio Watergate, en Washington.
Las investigaciones revelaron la profunda corrupción de la Casa Blanca.
Se supo de numerosas actividades encubiertas de espionaje y sabotaje
electoral en las cuales estaba involucrado el personal más cercano al
presidente. Unos meses antes (septiembre 3, 1971), había sido violado el
consultorio del psiquiatra de Daniel Ellsberg buscando información
utilizable contra este último. Ellsberg y Anthony Russo habían filtrado
al público documentos secretos del Pentágono (“Pentagon Papers”). Se
supo también que Nixon trató de sobornar al juez a cargo del juicio
contra Ellsberg y Russo, ofreciéndole la dirección del FBI.
Al analizar el escándalo de Watergate con la perspectiva que nos brinda
el tiempo transcurrido, la primera lección que extraemos es que el
relieve de los sucesos depende de la escala de valores impuesta a la
sociedad por los medios formadores de opinión. A Nixon se le recuerda
principalmente por sus tropiezos en Watergate que revelaron un mundo
mezquino de trucos y mentiras. Pero su administración, desde el punto de
vista ético y de responsabilidad criminal, tiene en su haber atrocidades
infinitamente peores que raramente se mencionan.
Entre ellas se destaca su orden al Comando Aéreo Estratégico (“Strategic
Air Command, SAC”) de bombardear masivamente Cambodia oriental y Laos (“Operation
Menu”) durante la guerra de Vietnam. Nixon autorizó la utilización de
bombarderos B-52 que saturaron de bombas el territorio desde el 18 de
marzo hasta el 26 de mayo de 1970 con incontables pérdidas de vidas
humanas. Mientras, el dictador de Cambodia, Lon Nol, al servicio de
Estados Unidos, ordenaba masacrar a los cambodianos de origen
vietnamita. El 15 de abril de 1970, por ejemplo, más de 800 miembros de
esta etnia fueron ejecutados en la aldea de Churi Changwar y sus cuerpos
arrojados al río Mekong.
La Operación Fénix (“Phoenix Program”), que consistió en capturar,
torturar y asesinar a todo sospechoso de simpatía o colaboración con el
Frente de Liberación Nacional de Vietnam del Sur y que produjo más de
cien mil víctimas, iniciada por la administración Johnson, continuó con
más fuerza durante la administración Nixon. Al otro lado del Océano
Pacífico, en Panamá, la Escuela de las Américas (“Escuela de Asesinos”)
entrenaba a militares latinoamericanos en técnicas represivas, entre
ellos a los que, después de los golpes de estado de 1973 en Chile y de
1976 en Argentina, fueron culpables de los asesinatos, torturas,
violaciones, secuestros y desapariciones de decenas de miles de chilenos
y argentinos. Frente a estas y otras monstruosidades Watergate sería,
comparativamente, una simple travesura nocturna de políticos corruptos.
La segunda lección tiene que ver con el antiguo refrán español “cría
cuervos y te sacarán los ojos”. En la década de los 60, la CIA reclutó y
entrenó a varios miles de cubanos, muchos de ellos ex miembros de los
cuerpos represivos de la tiranía batistiana, con el fin de utilizarlos
en infiltraciones, sabotajes y otras acciones hostiles contra Cuba. La
CIA los utilizó también en operaciones secretas en Asia, Africa y
América Latina.
Con la derrota de la invasión mercenaria en Playa Girón, el nivel cada
vez más alto de técnica y preparación combativa de las fuerzas armadas
revolucionarias, y el constante y costoso fracaso de posteriores
acciones encubiertas contra la isla, esta masa de hombres sin otro
oficio que el terrorismo se convirtió en fuente de efectos colaterales
indeseables para sucesivas administraciones estadounidenses,
corresponsables en la paternidad indiscutida del engendro.
Cumpliendo órdenes, pero fuera de control en ocasiones, comenzaron a
realizar actos terroristas en el propio territorio de Estados Unidos.
Cada acontecimiento criminal o sórdido, como los asesinatos del
presidente Kennedy y del canciller chileno Orlando Letelier, o las
bombas que estallaban con frecuencia principalmente en Miami pero
también en otras ciudades de Estados Unidos, estuvo vinculado a la
presencia de cubanos entrenados por la CIA. Tres de ellos desempeñaron
papeles protagónicos en el escándalo de Watergate: Bernard Barker
(“Macho”), Virgilio González (“Villo”) y Eugenio Martínez
(“Musculito”).
La tercera lección importante es que el escándalo de Watergate sólo
pospuso brevemente la crisis constitucional que, en favor del
autoritarismo, han tratado de imponer las administraciones republicanas.
De acuerdo a la interpretación extremista de la teoría del “ejecutivo
unitario” (“the unitary executive”), desarrollada por los tanques de
pensar conservadores, el presidente puede realizar en nombre de la
seguridad nacional y del “privilegio ejecutivo” todo lo que estime
necesario, y en secreto, sin tener que rendir cuentas al Congreso ni al
sistema judicial, y a salvo del escrutinio de los medios de información.
El corolario más peligroso es la hipótesis de la “guerra permanente” (“permanent
war”) como requisito hegemónico y de supervivencia del imperio.
El hilo conductor entre el autoritarismo de Nixon y el de las
subsiguientes administraciones republicanas se establece principalmente
a través del clan de los Bush. George W. H. Bush debe a Nixon su carrera
política. Después de fracasar en dos ocasiones en su aspiración al
Senado de Texas, Bush es nombrado por Nixon como Embajador ante Naciones
Unidas y, en 1973, en medio del escándalo de Watergate, Nixon lo eleva a
la presidencia del partido Republicano. De este modo, los herederos de
Nixon: el clan Bush y sus allegados (Dick Cheney, Donald Rumsfeld y
otros sobrevivientes del Watergate) llegan o regresan a posiciones
dominantes en la vida política de los últimos cuarenta años.
Con Ronald Reagan y George W. Bush se repiten, ampliados, los errores de
Nixon y es cada vez más fuerte la tendencia a la actuación al margen del
Congreso, de las leyes y de la opinión pública. Refiriéndose a Bush y a
Cheney, comenta John W. Dean: “Parece que el presidente y el
vicepresidente consideran que la lección de Watergate no es la de
permanecer dentro de la ley sino la de evitar ser atrapados. Y en caso
de ser atrapados, reclamar que el presidente puede hacer todo lo que
crea necesario en nombre de la seguridad nacional”.
La principal amenaza de una nueva administración republicana (tal vez
con otro miembro del clan, Jeb Bush, como vicepresidente) es que, a
diferencia de la administración de Richard Nixon, podrá contar con el
respaldo de un movimiento estructurado de ultraderecha, el “Tea Party”,
cuyos miembros poseen generalmente una alta dosis de fanatismo y que, en
caso de una victoria electoral, saldría fortalecido.
No obstante, aunque tiene su génesis en lucubraciones de ideólogos
reaccionarios, la supremacía presidencial no es una teoría privativa de
la derecha republicana. Las administraciones demócratas muestran también
la tendencia a seguir un patrón autoritario y no pueden considerarse
simples paréntesis en el ascenso del autoritarismo ultraconservador que,
con la presidencia de George W. Bush, asumió muchas de las
características del fascismo (protofascismo según algunos analistas).
Con cada nueva administración, republicana o demócrata, el aparato de
seguridad nacional que rodea al presidente se consolida más y es más
abarcador y poderoso, mientras la cobertura mediática hace creer al
pueblo norteamericano que están salvando a la nación.
En realidad, al arrogarse el presidente Barack Obama, como se ha sabido
recientemente, el derecho a decidir quienes deben morir, cuando y donde
deben morir, y ordenar sus ejecuciones extrajudiciales, ha ido más allá
de lo que Maquiavelo jamás pudo soñar. En la Edad Media se asesinaba a
los presuntos enemigos del príncipe con el puñal y el veneno y ahora se
les asesina con drones de alta tecnología, pero en ambos casos la
valoración ética es la misma.
George W. Bush pensó que estaba guiado por Dios; Obama, al parecer, se
considera Dios.
Y al traer a mi mente la imagen de un Premio Nóbel de la Paz ordenando
fríamente asesinatos a distancia desde la Casa Blanca, Watergate se
vuelve relativamente tan pequeño, tan insignificante, que se me pierde
en las páginas de la historia.
Notas:
Papeles del Pentágono (“Relaciones Estados Unidos – Vietnam,
1945-1967: Estudio preparado por el Departamento de Defensa”). Salieron
a la luz pública por primera vez en el New York Times en 1971.
Demostraron que la administración Johnson había mentido sistemáticamente
al público y al Congreso sobre la guerra en Vietnam.
Documentos desclasificados en el año 2000 revelaron que los
bombardeos habían comenzado en 1965 durante la presidencia de Lyndon
Johnson, pero se intensificaron bajo la administración Nixon. “Operation
Menu” abarca una fase de 14 meses dentro de un periodo de bombardeos
intensivos que duró en total once años.
Bernard Barker (“Macho”). Perteneció a la policía secreta del
régimen de Fulgencio Batista. Formó parte de “Operación 40” o “40
Asesinos”. Participó en la invasión mercenaria a Cuba de Playa Girón. Un
oficial de policía de Dallas, Seymour Weitzman, testificó que Barker
estuvo presente, con credenciales del Servicio Secreto, en el escenario
del asesinato del presidente Kennedy. Murió de cáncer en Miami en 2009.
(4) Virgilio González (“Villo”). Fue chofer y guardaespaldas en Cuba de
Felipe Vidal Santiago, oficial de la marina de guerra durante el régimen
de Fulgencio Batista. Huyó de Cuba con su jefe en 1959. Participó en la
invasión mercenaria a Cuba de Playa Girón. Formó parte del grupo
“Interpen” (“Intercontinental Penetration Force”) que realizó
infiltraciones en Cuba y trató de provocar un conflicto con Estados
Unidos mediante el simulacro de un ataque a la Base Naval de Guantánamo.
Miembro de “Operación 40” o “40 Asesinos”. Algunos investigadores lo
involucran como tirador (“gunman”) en el asesinato del presidente
Kennedy.
(5) Eugenio Martínez (“Musculito”). Huyó a Miami en 1959. Reclutado por
la CIA participó en acciones de infiltración en Cuba y en la invasión
mercenaria de Playa Girón. Miembro de “Operación 40” o “40 Asesinos”.
Algunos investigadores consideran que estuvo involucrado como observador
(“spotter”) en el asesinato del presidente Kennedy.
(6) La teoría de la “presidencia unitaria” (“unitary presidency”) o del
“ejecutivo unitario” (“unitary executive”) se basa en el Artículo 2 de
la Constitución de Estados Unidos, que reza: “El poder ejecutivo será
ejercido por el presidente de Estados Unidos” (“The Executive Power
shall be vested in a President of the United States of America”). El
primer presidente que se adhirió explícitamente a la interpretación
extremista fue Ronald Reagan. George W. Bush, más tarde, se adhirió
también a ella y la utilizó con frecuencia.
(7) “The president and vice president, it appears, believe the lesson of
Watergate was not to stay within the law, but rather not to get caught.
And if you do get caught, claim that the president can do whatever he
thinks necessary in the name of national security”. John W. Dean:
“Conservatives without conscience”, Viking, 2006, p. 182.
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