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Corriendo en gris
Mario Capasso 
mcapasso340@hotmail.com

 
 

Otra vez sale de su casa, se detiene bajo el umbral y enseguida le viene a la memoria aquel primer lunes, porque descubre el mismo cielo nublado de ese día, y también porque por unos instantes su cuerpo le parece nuevamente enorme, y entonces otra vez lo recorre la misma obstinación, una mezcla de entusiasmo y bronca que lo impulsa a no claudicar, a no dejarse acobardar por una simple amenaza de tormenta y a decirse una vez más: dale, salí, salí y corré. Y entonces sale, vuelve a cruzar la calle como siempre en la esquina de su casa y encara derecho hacia el parque, cinco cuadras al trotecito, como para ir entrando en calor, como para que el cuerpo se vaya adaptando a lo que luego él le va a exigir, porque ahora que han pasado muchos lunes puede exigirlo y ése es su mayor orgullo, piensa. Y mientras recorre el comienzo de esas cinco cuadras al trotecito, como para ir entrando en calor, se dice que el primer lunes la cosa había sido bien distinta, que la determinación sí era la misma, pero las cinco cuadras las había recorrido caminando despacio, muy despacio, arrastrando el pesado cuerpo de aquel día que ahora, en el recuerdo, se le figura muy lejano. Cinco cuadras caminando, recuerda mientras trota, arriba el repetido cielo nublado y la amenaza de lluvia, y él transpirando ya desde el principio dentro de su jogging gris, sí, gris, lo había comprado el sábado anterior a esa primera salida de aquel lunes, apenas lo vio en la vidriera se dijo que quería ése, por suerte encontró el ultimo que quedaba de su talla, como si lo hubiera estado esperando, si hasta el vendedor le dijo que hacía mucho tiempo que lo guardaban allí, y se lo probó y le quedó perfecto, le queda perfecto, le dijo el vendedor, y él sonrió. Pero ahora no sonríe, ahora trota y se acuerda muy bien de aquel primer lunes cuando su cuerpo lo desbordaba y lo marginaba de todo. Nada que ver con el presente, ahora todo es distinto se dice aunque una mueca de duda se dibuja en su cara al tiempo que ingresa ya a la tercer cuadra. Siempre le había gustado imaginarse en esa situación, que todos le hicieran comentarios del tipo che, pero qué bien estás, cuál es el secreto, cómo lo lograste. Le encantaba imaginarse así. Pero le costó, mucho le costó, y por momentos duda de haberlo conseguido por completo, pero no se deja vencer por las vacilaciones y continúa aunque le sigue costando. Porque en verdad hay que tener esa constancia, hay que persistir en la dieta y salir a correr todos los días, sin dejarse vencer por el desánimo ni la persistente amenaza de lluvia. Y él sigue y sigue y ya recorre el último tramo de esas primeras cinco cuadras. Y cuando llega al parque comienza a trotar más rápido, con saltos ágiles, lástima que no hay nadie allí, pero ya está acostumbrado, nunca hay nadie al comienzo, solamente aquel primer lunes en que tanta gente iba y venía, y a partir de esa jornada nunca vio a nadie más, como si la ciudad se hubiera puesto de acuerdo en dejarlo a él solo, para que corra casi solitario y libre. Los únicos que interrumpen su soledad son cada día los mismos, que ya van a aparecer, falta poco, muy poco, apenas dé la vuelta, lo sabe. Lo sabe, entonces corre hacia su destino. Y mientras tanto su cabeza repite las imágenes. Aquel lunes. Fue la única vez que se cruzó de entrada nomás con gente corriendo o caminando, eso recuerda o al menos tiene esa sensación y no la del actual parque desierto, desierto hasta que se le aparecen ellos, los que ya conoce tanto, los que apenas dé la vuelta se le van a cruzar en el parque siempre envuelto en brumas, en el que el verde es distinto al verde, en el que cada mañana corre y corre para mantenerse así, tan en línea, eso es lo que más disfruta de su nuevo cuerpo logrado tras tanto sacrificio, aunque a veces duda, pero valía la pena el esfuerzo, porque claro que le gustaba imaginarse en reuniones donde se lo hicieran notar, sí, que todos admiraran su figura, sobre todo las mujeres, y sobre todo las mujeres de los otros,  porque los otros eran todos los que lo marginaban inclusive de las charlas, como si su gordura fuera contagiosa, o signo de estupidez o ineptitud, por eso creía disfrutar a más no poder de ese presente a partir de ese primer lunes cuando al salir de su casa se detuvo bajo el umbral y vio el cielo nublado y amenazante, recuerda, pero no le importó e igual salió a correr determinado a cambiar su silueta y su destino. Y aquel lunes se cruzó al igual que ahora con el mismo pibe, y el mismo pibe le vuelve a decir lo mismo al hombre que lo acompaña, mirá ese señor gordo, dice, y enseguida ocurren las risas alejándose, tal vez el hombre sea el padre del chico que le dijo eso, supone que sí, y el recuerdo del pibe lo sigue acompañando mientras corre y corre por el parque desierto bajo el cielo nublado, con su jogging gris y sus dudas a cuestas y así continúa corriendo sin dificultad, y poco después de la aparición del chico, apenas termine de atravesar el puente, se va a cruzar con las jovencitas, cuatro o cinco, nunca logra contarlas, y eso que allí vienen otra vez, el puente ya casi quedó atrás y se va a cruzar con ellas que lo van a mirar de reojo, y otra vez se van a alejar murmurando algunas palabras entre risitas entrecortadas, y una va a decir callate, boluda, a ver si te escucha, y lo dice, y luego él no va a escuchar más nada ni verá a nadie más. Pero ya nada de eso le importa, si cada día es lo mismo, pero fue aquel primer lunes en que a partir de esas palabras del chico y las risas de las jóvenes su ánimo se encrespó y lo que hasta ese momento había sido un trotecito leve se fue convirtiendo en una carrera contra su cuerpo, ya van a ver, y al diablo los consejos del médico, y no le importó que era el primer día, ya van a ver, un lunes con el cielo nublado, al igual que ahora que corre pensando en todas estas cosas, y recuerda aquella vez, cuando comenzó a transpirar más y más, cuando el corazón pareció salírsele del pecho, cuando un sudor frío comenzó a recorrerlo y él se obstinó y no se detuvo, ya van a ver, nunca se iba a detener, y eso que por un momento creyó que se moría, tanta era la bronca causada por esos dos encuentros, pero ese lunes se las vio mal, muy mal, ya van a ver, creyó que se moría, recuerda ahora mientras sigue atravesando el tramo final del parque ya de nuevo totalmente desierto y mira el cielo  más negro que al principio, igual que ese día, muy mal la pasó, el corazón, casi no lo puede creer ahora que lo recuerda y corre, así, así, con su jogging gris bajo el cielo amenazante, y ese lunes no paró y no paró, ya van a ver, ya nadie más lo iba a menospreciar, a denostar por su gordura, ya basta, nadie más, nunca más, se dijo confusamente aquella vez, o cree ahora que se dijo, ahora que corre y ya sale del parque y siente otra vez la esperanza de que alguna mañana cuando se cruce con el pibe, el pibe lo va a observar con admiración, y de que esas cuatro o cinco jovencitas lo van a mirar de frente y con una sonrisa cómplice y a lo mejor alguna se va a detener a conversar con él, aunque eso será otro día porque ahora ya está regresando y entonces cruza la avenida porque justo el semáforo está en verde, siempre está en verde, cada mañana es igual, ni un auto a la vista, y cada mañana piensa en esta parte del trayecto que si hubiera alguien que lo viera cruzar así la avenida, reventaría de envidia, con estas palabras lo piensa siempre, reventaría de envidia si supiera lo que ha logrado a partir de su determinación del primer lunes cuando al salir de su casa vio el cielo nublado y no le importó, y luego corrió y corrió impulsado por las palabras de ese chico y los murmullos de las cuatro o cinco jovencitas bien metidos en la cabeza, ya van a ver, y corrió y corrió y no se detuvo, no se detuvo nunca, nunca, como tampoco se va a detener ahora que ya está por llegar a la esquina de su casa, y de nuevo dobla la esquina, y ya la ve, y en el umbral de su casa ya está listo el hombre ¿gordo? que mira el cielo nublado y se dice que no importa, que él no se va a dejar acobardar por una simple amenaza de tormenta, y entonces arranca y comienza a recorrer al trote, como para ir entrando en calor, las cinco cuadras que lo separan del parque.

Mario Capasso 
Mcapasso340@hotmail.com

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