Cuando
suena la música, cada vez que la música suena, Baba llega desde detrás
de su grueso paredón, donde está su residencia custodiada. Como
corresponde a un dios, Baba vive en un jardín inaccesible, prohibido a
los mortales. La diferencia con dioses más conjeturales es que cada mañana,
o cada tarde, el naranja nos ofrece la esperanza renovada de entrar en
su mundo cerrado, de encontrarlo: la famosa entrevista, la que todos
quieren más que nada aunque tengan que simular que les importa poco.
Cuando llegue, Sri Sathya Sai Baba recorrerá escoltado por tres o
cuatro indios de blanco las filas de devotos sentados transidos
anhelantes: ellos lo mirarán con infinita sumisión y me cabreará la
timidez y el terror con que finalmente se atreverán a alcanzarle una
carta, a mirarle la cara, a rozarle la punta del vestido y con que uno,
en un arranque de pasión, osará el intento de besarle algún pie; él
agarrará sus cartas, mirará sus miradas, revoleará sus caramelos, se
dejará besar un pie o tocará como al descuido una cabeza, entregará
en el mejor de los casos a un afortunado un puñadito de vibuti pero lo
que todos esperan de él es que los llame para la entrevista.
Baba caminará entre las filas de devotos y, de tanto en tanto, como por
inspiración divina, elegirá a alguno al que le va a dar entrevista. La
entrevista es un rato más tarde, en un salón de su lugar privado, y
suele reunir a 20 o 25. A veces, Baba elige a cada devoto uno por uno;
muchas, llama a un devoto para llamar a su grupo, que entrará con él.
Es curioso verlos pararse cuando el dedo de Baba los señala: si son
franceses se paran muy orondos, como quien dice bueno, por fin te diste
cuenta. Si son alemanas saltan como un resorte, con la mayor sonrisa y
se miran para decir no puede ser, por qué a mí. Si son indios abren
los ojos en una adoración interminable. Si son argentinos miran
buscando compatriotas que los miren. Si son japoneses clavan los ojos en
el suelo –como si fueran japoneses.
La entrevista es el lugar de los milagros, las materializaciones, los
consejos personales: es el espacio del verdadero encuentro corporal, más
acá de tantas fantasías. Aunque no puedan confesárselo, para muchos
estar en el ashram es esperar la entrevista. No es una postura
presentable: aceptar que quieren más que nada esa distinción, ese
momento en que Baba los elige entre cientos o miles es una forma de
aceptar que no pueden con su ego y que les falta tanto para un desapego
más o menos bien hecho. Pero es cierto. Y entonces cada espera del
darshan agrega a la emoción de la presencia del naranja la expectativa-timba
por saber si hoy será el día. Sospecho que muchos devotos no se quedarían
ni la mitad del tiempo si no fuera por la atracción de la entrevista.
La entrevista convierte la vida en el ashram en una ruleta sorprendente:
mirá si me voy hoy y justo mañana Swami le da entrevista a nuestro
grupo, mirá si me pasé 50 días acá y justo llega la entrevista el día
51. Es la historia del jugador que perdió mil y encuentra en esa pérdida
la mejor razón para jugarse otros cien, porque esta puede ser la bola
salvadora y no la vas a dejar pasar después de haber jugado tanto.
Aunque, por supuesto, todo se explique de otra manera: cuando tengas que
verlo, Swami te va a llamar, y si no te llama también te está diciendo
algo: que tenés que trabajar más o, quizá, que estás tan bien que no
precisás verlo.
Hace un par de días estuvimos a punto de tener entrevista: Baba pasó
al lado de Alberto, un médico cuarentón, neuquino, muy devoto, y se
paró: Alberto le dio un fajo de cartas y le dijo: Argentina, Swami.
Baba le preguntó how many? Alberto le dijo 20. Baba siguió de largo.
After-darshan Alberto me lo contó y yo dije qué pena, le pareció que
éramos muchos.
–Andá a saber.
–Bueno, preguntó cuántos éramos y la cortó ahí.
–Sí, pero las razones de Swami nunca se saben.
Parece que quise usar una lógica para mortales. Si me tienen paciencia,
de a poco voy a ir aprendiendo. Por ahora, yo, mi ego y este libro también
queremos una entrevista. Quiero preguntarle cómo es ser un dios y saber
que tanta gente lo busca y necesita y cree en su figura, palabras,
apariciones de la nada. Quiero saber cómo es un dios pero un dios, por
supuesto, no da entrevistas a la prensa. Uno de sus exégetas, el
psiquiatra americano Samuel Sandweiss, se jacta de eso en uno de sus
libros: “Simplemente no quiere publicidad. He visto llegar al ashram a
periodistas de muchos países que quieren entrevistarlo o sacarle fotos
y permanecen sentadas días y días bajo el ardiente sol sin lograr
acercarse a él. Hasta que se cansan y se van”. A mí me parece muy
bien que no dé entrevistas a la prensa; cualquier buen dios haría lo
mismo, ni loco les mostraría su casa: es una sumisión que un dios
puede evitarse. Me parece muy bien que no dé entrevistas a la prensa:
pero ¿por qué tampoco a mí?
Dios sabrá. Lo bueno con Baba es que con Baba nada es malo. Gonzalo, el
querubín, me cuenta que en su viaje anterior le dio cuatro entrevistas
y le materializó un anillo que tiene atornillado al dedo y que ahora,
en los seis meses que lleva en el ashram, ya le dio tres. En la tercera
le tocaba entrar con su grupo argentino: Gonzalo era el coordinador del
grupo y no estaba bien, tenía la sensación de que necesitaba mucho esa
entrevista, pero Baba lo echó en la puerta, le dijo que se fuera.
–¿Y por qué?
–No sé, yo me puedo imaginar cosas, pero la verdadera razón la sabe
solamente él.
Dice Gonzalo y la cara con la barba de días se le ilumina y despide
brillitos:
–Fue increíble, mucho mejor que si me hubiera recibido. Tuve que
buscar adentro de mí y me dio una energía increíble, loco, refuerte.
Como él dice: en vez de interview me dio inner view, mucho mejor,
viste, es un maestro.
Pero en general no hay entrevista y la comunicación es más confusa,
aunque los devotos nunca dejan de creer que él les habla, que les da
consejos, que los vigila y los ayuda. Los libros están llenos de
historias de Baba presentándose a un devoto en problemas, enfermo,
agonizante o amenazado por alguna catástrofe. O, más modestas, las
innumerables historias de Baba apareciendo en un sueño para despertar a
un remolón que está a punto de perderse el darshan justo el día en
que le va a tocar la entrevista, o todas sus intervenciones para decidir
asuntos de la mayor importancia para los devotos.
Pablo tiene 36, menos pelo y un bigotito negro. Pablo es bahiense y
devoto desde hace diez años; suele pensar interesante.
–Yo viajo. Me parece que esta inestabilidad es más como la
inestabilidad de la vida. Lo otro es falso: vivimos en la gran
inestabilidad y nos inventamos una vidita estable, como si fuera a durar
para siempre, siempre igual.
Pablo está viajando desde hace cinco años. Cada tanto se para en algún
lado y trabaja un poco para poder seguir: ahora no tiene más plata y
quiere organizar unos chárters de devotos desde Argentina y Brasil.
–Así me gano la vida honestamente, con algo que me gusta, y encima
doy servicio.
El otro día, en el darshan, le pidió autorización a Baba para
emprender el negocio. Cuando Baba pasó, Pablo empezó a decirle Baba,
yo..., y el naranja le llenó la mano de vibuti.
–Quiere decir que lo aprueba totalmente.
–Pero vos no se lo llegaste a decir.
–No entendés: él me cortó porque ya sabía.
Cuando Baba termina su recorrido, cuando ya eligió a los que tenía que
elegir y ya dejó a los que tenía que dejar, se va hacia su tarima o
escenario o altar y se lanzan los cantos. Baba se sienta en su trono,
entre sus fotos, y marca el ritmo con una mano y un pie: parece
aburrido. Debe ser duro hacer todos los días –todos los días de su
vida– el mismo recorrido. A veces me pregunto qué pensará Sai Baba
de nosotros, tan sentaditos ahí abajo, tan abajo, tan inferiores que sólo
queremos tener el privilegio de mirarlo a lo lejos. Me acuerdo de un
cartel a la entrada de la cantina, muy admonitorio: “Cuide su bolso en
el darshan. Cuando usted está felizmente absorto en la visión de Baba,
los ladrones están felizmente absortos en su bolso”. No creo que
tenga relación.
Los cantos son, más que nada, nombres y alabanzas de los dioses hindúes,
incluyendo a los presentes. El ritmo se va acelerando, duplicando cada
tantas estrofas, y algunos son muy agradables. Pero para muchos cantar
bayans es como corear Jingle Bells en primer año de la Cultural
Inglesa, villancicos por fonética: ouot fan itis turraid ineuait jors
oupensle-eig.
A mí me matan los bayans: me duermo. Me duelen las piernas, empiezo a
cabecear y caigo en duermevela y sueño. Cualquiera podría pensar que
es un estado místico. Me parece más bien que es una sabia mezcla de
cansancio, irritación y embole. Sueño pavadas: un golazo de Márcico,
besos, una frase que no termino de escribir, una salsa de hongos, los
primeros acordes de Satisfaction y la voz de Jagger, un viaje en tren
que no sé dónde va. Podría ponerme en onda e interpretar: es Swami
que me quiere decir que yo soy eso y nada más que eso, esas pavadas, y
que no voy a ser más hasta que no me entregue. O: es Swami que me
quiere decir que soy tan despreciable que ni siquiera en su presencia,
repitiendo su nombre, soy capaz de olvidarme de Boquita, o: es Swami que
me quiere decir que está todo bien, recordarme que eso soy yo y que él
no quiere cambiarme sino ayudarme a ser mejor así, o: es Swami que me
quiere decir. Un día de éstos voy a intentarlo. Mientras tanto, oigo
el primer bayan y me agarra el sueño.
“El verdadero devoto no se pone histérico. El canto de bayans es una
forma de histeria. Cantar bayans regularmente corresponde al grado de
jardín de infantes en el proceso de la búsqueda de la verdad. Uno se
mantiene ocupado por media o una hora y así se libra de cometer alguna
mala acción. Por lo menos durante esos pocos minutos estamos sentados
en un lugar y no vamos por ahí metiéndonos en líos. La única
verdadera razón por la cual Sai Baba ha programado estas charlas para
los extranjeros, como si fueran extraños en cuanto a él se refiere, es
la de mantenerlos ocupados por una hora aquí en lugar de que anden
afuera contando el número de mendigos o de perros perdidos. Swami dice
que esas personas que vienen de lejos son muy ingenuas. Las personas
nativas creen que cada persona que viene de otros países es un
millonario y tiene los bolsillos llenos de dólares para descargarlos.
Ya que Swami dice ‘Empieza el día con amor’, el extranjero sale y
se aferra a la primera persona que tiene amor por sus dólares”, dijo
el exégeta Murthy, intérprete muy oficial de la doctrina Baba, en una
charla para extranjeros en Prashanti, registrada en un librito. A veces,
los designios del Señor son realmente inescrutables.
Pero los bayans, histéricos o no, siguen su curso. Las piernas se me
duermen y hormigan como en el rap de García. Estoy optimista y pienso
que, si todo sale medio mal, al menos habré aprendido a sentarme en el
suelo con las piernas cruzadas. La situación se complica. Como quiera
que la alimentación natural y acorde a los designios del Señor
consiste sobre todo en farináceas –arroz, fideos, lentejas, fideos,
arroz, lentejas, arroz, fideos, arroz, lentejas, etcétera guisado– la
actividad gaseosa es importante.
Requiere su templanza disimular, en plena visión divina, los efectos de
un buen pote de lentejas entre los devotos. Pero que los hay, los hay, y
algunos hacen muecas, y mientras le cantamos sus canciones: cada tanto
el micro suelta chillidos de acople y él sigue muy pancho sentadito en
su trono, entre nubes de incienso y guirnaldas de flores, delante de la
gran estatua de Shiva coronada con flores, siguiendo el ritmo con los
pies y las manos, haciendo gestos que muchos creemos que son para
nosotros: para cada uno. Después se levanta, vienen dos ayudantes, le
besan los pies y le presentan la lámpara de alcanfor para que la
encienda con un fósforo de madera común. El darshan se está
terminando y la masa de devotos canta el Arati: Baba camina muy despacio
hacia la puerta que lo lleva a su casa en el jardín prohibido. Está
saliendo y se para junto a la puerta detrás del altar y se queda todavía
un momento. Los devotos suspiran o sonríen. Baba nos está haciendo el
inmenso favor de regalarnos unos minutos más de su visión divina.